La vida del profeta Jeremías no fue fácil. Tampoco lo fue su mensaje. Su primera responsabilidad fue un mensaje de juicio a la iglesia que había apostatado y a la cultura que también se había apartado de la Revelación divina.

Jeremías analiza en su libro los varios caminos que su cultura anduvo para apartarse de Dios: la ineficacia de la religión meramente externa, la apostasía general de la iglesia, algunos pecados específicos y la tendencia a buscar significado y seguridad aparte e independientemente del Dios que está ahí.

Señala Jeremías que aunque había mucha religión externa, esto no era lo que Dios deseaba. Lo mismo ocurre en nuestra generación. El hecho de que haya mucha religión no le dice nada a Dios, por consiguiente no impide la manifestación del juicio divino sobre el mundo.

Pero, a través de Jeremías, Dios dice algo más. Habla concretamente en contra de la apostasía. He aquí la señal de nuestra generación, la característica que demuestra más claramente cómo la iglesia hoy ha permitido la infiltración del relativismo del concepto de síntesis de la filosofía de Hegel: desde los años treinta, más y más, la Iglesia ha dejado de usar el vocablo “apostasía”.

Ahora, si la iglesia no habla en términos enérgicos tanto en contra de la apostasía como en contra de los demás pecados de nuestro tiempo, es que no queremos estar listos para cualquier movimiento renovador que nos saque del marasmo en que vive la generación actual.

La iglesia que sostiene haber verdad en una generación de relativismo, la iglesia que pretende que Dios está en ella cuando admite una nueva teología que convierte la religión en simple psicología, esta iglesia debe demostrar que realmente cree en Dios o sacarse la máscara.

Francis A. Shaeffer