Una doble escena del huerto de Dios –Edén primero, la Iglesia después– y una misma expectativa de Dios: hallar en él suaves aromas y dulces frutos.

Vamos a leer desde Génesis 2:7: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado –Nótese que es Jehová Dios quien planta el huerto–. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”. El versículo 15 dice: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”.

El gran proyecto de Dios

Así comenzó la historia del hombre. Dios tiene un gran proyecto con esta criatura llamada el hombre, y planta un huerto, y pone allí al hombre que había formado. Y en ese huerto hermoso, Dios hace nacer para él toda clase de árboles hermosos a la vista y de deliciosos frutos. Y especialmente, destaca el relato, que en medio del huerto Dios hace nacer también el árbol de la vida.

Adán ya era un ser humano con vida, pero con vida humana, vida creada por Dios. Así como los peces, y las plantas, y los ángeles tienen vida creada por Dios, así también el hombre tenía vida creada por Dios. Pero lo interesante era que en medio del huerto, Adán y Eva descubrieran el árbol de la vida, y que al comer de su fruto iban a comer vida. No vida cualquiera, no vida creada, sino vida divina, vida eterna: ¡La vida de Dios! Cuando Adán estuviera en el medio del huerto, él iba a entender inmediatamente el mensaje: “Dios ha puesto su vida para mí aquí en medio del huerto”. En efecto, Dios quería compartir su vida con él.

Adán no fue creado para ser sólo una criatura; fue creado para ser hijo de Dios, para tener la vida de Dios morando en él. Así como él podía comer una manzana o una naranja, podía también comer la vida de Dios. Ya no sería una criatura más, sino que tenía la posibilidad –y este era el proyecto de Dios– de ser un hijo de Dios. Y como hijo de Dios, como participante de la naturaleza divina, sería aun mayor que los ángeles. Como criatura era menor que los ángeles, pero al participar de la vida divina, sería mayor que los ángeles.

No sé si Adán alcanzó a descubrir eso. Me imagino que sí, que entendió el plan de Dios: La sola presencia del árbol ya era un mensaje para él.

El proyecto de Dios frustrado momentáneamente

Prueba esto un texto que me impactó mucho cuando lo leí con detención, y me di cuenta de algo que no había percibido antes. Génesis 3:8 menciona la primera vez en que Dios vino al huerto a encontrarse con Adán. “Adán y Eva oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto al aire del día”. Noten la expresión “…al aire del día”. La expresión no es muy clara en nuestra versión Reina-Valera. En otras versiones queda más claro: “Dios se paseaba por el jardín… “a la hora de la brisa” (BJ). “…al fresco del día” (VM). “…a la brisa de la tarde” (Ediciones Paulinas). “…cuando el día comenzó a refrescar” (NVI).

Es interesante que el relato registre que el momento que Dios esperó para descender al huerto y encontrarse con Adán fue cuando el día refrescaba. Los que habitamos en Santiago de Chile, durante el verano, sabemos que en el día llega a haber calores de 33 grados, y esa temperatura es muy agobiante. Pero en la tarde comienza a correr un abrisa fresca, y las temperaturas altas se van. Mucha gente que ha llegado de sus trabajos, toma la manguera y sale a regar el jardín. Es un momento de mucho relajo y de mucha recreación, y esa es un poco la idea presentada aquí: Dios esperó la mejor hora del día. Él descendió y se paseaba por el huerto buscando y llamando a Adán y a Eva. Era la hora de los enamorados; la hora de la puesta del sol.

Hermanos, ¿pueden imaginarse esta escena preciosa? Dios está bajando por primera vez, y quiere encontrarse con esta criatura que él creó, y que él mismo puso en el huerto. Ahí viene Dios, y ellos escuchan que él los está llamando: “¡Adán, Eva, mis amados! ¿Dónde están?”. Viene como un enamorado, viene como un Dios de amor, queriendo encontrarse con la criatura. Dios paseando al fresco de la tarde. Cuando la brisa hacía agradable la temperatura y el ambiente del huerto, Dios bajó a encontrarse con Adán y Eva.

El huerto estaba creado para Adán, pero Adán y Eva estaban creados para Dios. El huerto era el lugar para Adán y Eva, pero ellos eran el lugar donde Dios quería habitar. El huerto, para Dios, no eran las plantas ni los árboles, sino el corazón de Adán y de Eva. Ellos eran, en el proyecto divino, el huerto para Dios. Y aquí viene Dios a encontrarse con ellos, y ambos escuchan la dulce voz de Dios.

Pero la tragedia es que Adán y Eva han pecado, han desobedecido. En lugar de haber comido del árbol de la vida, han comido del árbol de la ciencia del bien y del mal, y Dios no puede cumplir su propósito. Ellos se esconden, no salen a su encuentro. No son ya la tierra fértil donde Dios puede poner su semilla de vida, la simiente gloriosa que es Cristo en nosotros. Adán y Eva no son ya la tierra fértil para esa semilla. Han pecado, no son aptos. El intento del Señor queda frustrado, queda impedido por el pecado del hombre.

Pero Dios no desistió de su propósito, no renunció a su plan.

La Iglesia como huerto

Pasemos ahora al Cantar de los Cantares. Vemos aquí la historia de la iglesia anunciada proféticamente. En este libro estaba anunciado proféticamente que Dios iba a tener por fin ese jardín no formado de plantas y de árboles, sino de personas. Ese jardín sería finalmente su iglesia. Y aquí se nos anuncia y se nos revela que Dios va a conseguir ese jardín. ¡Alabado sea el Señor!

En Cantares capítulo 4, él está hablando de ella, está elogiándola, ¡Cristo elogiando a la iglesia! Cristo encontrando gozo en ella, Cristo sintiéndose satisfecho y pleno, por la belleza y por la gloria que ella tiene. Y lo interesante es que, cuando está en lo mejor de los elogios y de la alabanza hacia ella, él comienza a compararla con un huerto. Antes la estaba elogiando directamente, refiriéndose a ella como mujer, pero a partir del versículo 12 cambia la figura de descripción del amado por ella, y comienza a describirla como un huerto. Este huerto nos hace pensar en esa escena original que acabamos de ver en Génesis, que quedó frustrada.

Comienza diciéndole él a ella –Cristo a la iglesia–:

“Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía;  fuente cerrada, fuente sellada.  Tus renuevos son paraíso de granados, –Noten los sinónimos: huerto, paraíso, jardín–, con frutos suaves,  de flores de alheña y nardos; –No sólo hay frutos, sino también hay flores–; nardo y azafrán, caña aromática y canela,  con todos los árboles de incienso;  mirra y áloes, con todas las principales especias aromáticas.  Fuente de huertos,  pozo de aguas vivas  que corren del Líbano”.

Esto es la iglesia. Es interesante notar que esta escena no está en la primera estrofa. Está ocurriendo en la tercera estrofa del canto. Es decir, nosotros no llegamos a ser el huerto del Señor de la noche a la mañana. Pablo dice en el Nuevo Testamento: “Yo planté, Apolos regó, y Dios le da crecimiento a esa semilla plantada”. Hay un proceso en que el huerto tiene que ser labrado. No es de la noche a la mañana que llegamos a ser este huerto para el Señor. Un huerto que ha dado frutos suaves, un huerto donde se han cultivado las flores, y éstas ya están manifestadas, o donde estén cultivadas las especias aromáticas, para que el jardín esté lleno de aromas.

Ella tuvo que aprender una lección con disciplina, antes de llegar a ser esa clase de jardín. Cuando ella aprendió que no es Cristo para nosotros, sino nosotros para Cristo, recién entonces es descrita como un jardín, como un jardín lleno de frutos suaves, como un jardín lleno de los aromas más preciosos, como un jardín lleno de las flores más lindas.

La Iglesia llena de frutos para Dios

Hermanos, tiene que llegar el día en que la iglesia se llene de frutos para Dios. Tiene que llegar el día en que la iglesia esté llena de flores para el Señor, y de los aromas que agradan a Dios. Nosotros, que hemos estado recibiendo revelación de nuestra posición en Cristo por tantos años, hemos sido puestos en una posición perfecta que no puede ser cambiada, que por medio de la fe es nuestra. Es una posición gloriosa y perfecta, pero esa es la mitad de la verdad. Esa posición en Cristo tiene que traducirse en una vida transformada, tiene que traducirse en una vida que, por estar en Cristo, produce los frutos que agradan a Dios.

Tiene que llegar el día en que la iglesia se vuelva un huerto agradable a Dios. Que haya en este huerto tanta gloria, tanto aroma, tanta flor, tanto fruto, que el Amado no se resista a volver a deleitarse en su huerto, que es su iglesia.

En Romanos 15:16, el apóstol Pablo define su ministerio diciendo que le ha sido dada la gracia de Dios “…para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo”. ¡Una iglesia formada por gentiles que, por obra del Espíritu Santo llega a ser una ofrenda agradable a Dios, un huerto lleno de frutos, de flores y de aromas para Cristo. Por obra y gracia de él, tiene que llegar el día en que nuestras vidas den fruto agradable a Dios.

El Señor Jesucristo está esperando que su iglesia se convierta, por el Espíritu Santo, en un huerto lleno de frutos, en un lugar que sea la delicia de Cristo. La iglesia tiene que ser santa, gloriosa, sin mancha y sin arruga. ¡Tiene que serlo! No nos conformemos con una perfección posicional. ¡El evangelio es más que eso, es más glorioso todavía, es más completo todavía! La vida de Dios, que fue plantada en nosotros, es poderosa para dar los frutos dignos del Señor.

Volvamos a Cantares. En el versículo 4:16 habla ella, cuando por revelación de Cristo se ha dado cuenta que es un huerto, un huerto cerrado, un huerto virgen, un huerto privado. Es el huerto de un solo Amado, ¡es de Cristo! Esto habla de que ella ha llegado a consagrarse sólo para él. ¡Es una virgen pura a Cristo! ¡Bendito sea Dios!

No estamos hablando de una virginidad física, estamos hablando de una virginidad espiritual, a la cual toda la iglesia tiene que llegar. Cuando Pablo les habla a los corintios, él estaba consciente que ellos habían sido los pecadores más grandes. Y les dice: “Yo los he desposado a ustedes, iglesia en Corinto, con un solo novio, para presentarlos como una virgen pura a Cristo”. La iglesia llega a ser una virgen pura a Cristo, consagrada a un solo Novio. Hermano, ¿estamos ya en ese punto? ¿Somos un huerto cerrado para el Señor? ¿Somos una fuente cerrada, una fuente sellada?

Ahora el Señor puede venir a su huerto

Cuando ella se da cuenta de toda la gloria que ella ya tiene, por obra de él, dice: “Levántate, Aquilón, y ven, Austro…”. Es como si se repitiera la escena de Génesis, y ella dijera esta vez: “¡Vuelve a venir, viento fresco de la tarde, y sopla en mi huerto, para que se desprendan sus aromas, y ahora estos aromas atraigan nuevamente al Amado!”. Ahora es ella que está lista, y le pide al viento de la tarde, y al viento del norte y del sur que soplen en el huerto para que los aromas que ella ya produce, que ya tiene –porque está llena de especias aromáticas–, sean llevados por el viento y el Amado los perciba. Para que el Amado sea despertado y venga a su huerto.

¡Tiene que llegar el día en que el viento del Espíritu Santo sople, sople sobre una iglesia llena de frutos y llena de flores y de aromas para Cristo! Que Cristo perciba esos aromas, y no se resista a volver a su huerto. “Soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas, y coma de su dulce fruta”. Estos son los días que nos esperan en un futuro cercano: una iglesia vestida de gloria, una iglesia santa, una iglesia consagrada a un solo Novio, una iglesia que es una virgen pura, guardada; que es huerto cerrado, que es fuente sellada, que está preparada, que está adornada, que está hermoseada, que está llena de gloria, llena de frutos. Y el Espíritu Santo levantará esos aromas, para que el Señor venga. Aquí está la iglesia diciendo: “Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruto”.

Y esto es lo que está profetizado aquí, hermanos, en el capítulo 5 de Cantares. Ahora habla él: “Yo vine a mi huerto”. Aquella escena frustrada de Génesis, se va a cumplir ahora. ¡Gloria a Dios! ¡Dios vencerá, el Señor llevará adelante su propósito!

Me conmueve, hermanos, que cuando el Señor dice: “Yo vine a mi huerto”, él viene a cosechar de su huerto lo que él mismo plantó, viene a buscar lo que él mismo trabajó. Siete veces aparece la palabra “mi…”:

“Yo vine a mi huerto, hermana,  esposa mía;  he recogido mi mirra y mis aromas;  he comido mi panal y mi miel,  mi vino y mi leche he bebido” (5:1).

El Señor confirma que todo el fruto que hay en ella, es de él. Cuando vino a su huerto, tomó lo que era de él. Entonces, el aroma de la iglesia permitirá y llamará a que el Señor regrese por segunda vez y venga definitivamente a morar y a pasearse en su huerto, que es la iglesia.

¡Bendito sea el Señor! Vamos a ser parte de esto. Que nadie ni nada lo impida. Esto está decretado para su pueblo, para su iglesia. ¡Bendito sea tu nombre, Señor! Amén.

Síntesis de un mensaje oral.