El propósito de Dios para el hombre es que éste posea la vida y la gloria de Cristo.

A fin de conocer cuál es el eterno propósito de Dios para el hombre, debemos ir más atrás de la caída en el Edén. Debemos remontarnos a Génesis capítulo 1.

En el sexto día de la creación, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra» (1:26). Dios creó al hombre a su imagen y conforme a su semejanza. La imagen de Dios es Cristo (Colosenses 1:15). Por tanto el hombre fue creado a imagen de Cristo.

Dios amaba eternamente a su Hijo, y creó al hombre para que tuviera la misma imagen de su Hijo, y así tener no sólo a su Hijo Unigénito, sino a muchos hijos, de los cuales su amado Hijo sería el primogénito. (Romanos 8:29).

Al crear al hombre, Dios quiso que él fuera como su Hijo; por tanto, la honra y dignidad del hombre es muy grande. Ninguna otra criatura tiene este alto privilegio. Por supuesto, Dios quiere que todas las cosas expresen la gloria de su Hijo, pero ninguna de ellas fue creada a imagen de su Hijo.

El propósito de Dios para el hombre es que éste posea la vida y la gloria de Cristo. Luego de la caída, Dios redimió al hombre por causa de Cristo, para que el propósito de Dios tuviera cumplimiento. La caída del hombre no podía frustrar el propósito de Dios, antes bien, Dios se sirvió de ella para mostrar su maravilloso amor, y la obediencia perfecta de su amado Hijo.

En la redención, el Señor Jesús reconcilia todas las cosas con Dios y también imparte su vida al hombre. A través de su muerte, se liberó la vida divina que estaba escondida en su interior, y el Grano de trigo produjo muchos otros granos que participan de su misma vida. Dios creó al hombre para satisfacer el corazón de Cristo, para que pueda llegar a ser como Cristo, expresando tanto su vida como su gloria.

El hombre fue creado también para que señoreara. Señorear es ejercer señorío, dominio. En el versículo 28 de Génesis 1 dice: «Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread…». El versículo 26 detalla cuál será el ámbito de su señorío. Están «los peces del mar», «las aves de los cielos», «las bestias», «toda la tierra». Parece que ahí termina todo. La expresión «toda la tierra» resume todo lo anterior. Sin embargo, hay más: «y en todo animal que se arrastra sobre la tierra». ¿A qué se refiere esta expresión, que se agrega a lo ya dicho?

Con ella se menciona a los reptiles, específicamente a la serpiente, en referencia directa al diablo y Satanás. Esta es la serpiente antigua que tentó a Adán y Eva en el huerto, y son las «serpientes y escorpiones y toda la fuerza del enemigo» de Lucas 10:19.

Es que, antes de la creación del hombre Dios tenía un problema. Una criatura, la más hermosa de la creación de Dios – Lucifer- , se había rebelado, y quiso Dios, en su sabiduría, que esta otra criatura -el hombre- tuviera poder y autoridad sobre aquélla. Por causa de que el hombre fue creado a imagen de Cristo, teniendo su vida y su gloria, podría vencerle.

La gloria de Dios es que el hombre –una criatura inferior a los ángeles– venza a Satanás en todo lugar, a causa de la gloria de Cristo que tiene en su interior.

Pero el propósito de Dios va aún más lejos en lo tocante al hombre. El quiere que no sólo tengamos la vida y la gloria de su Hijo, sino que seamos herederos suyos, y coherederos con Cristo. Cuando el Hijo reine sobre todas las cosas –en el Milenio sobre esta tierra y en la eternidad futura– el hombre reinará con él.

En esta era Dios está asemejándonos más y más a su amado Hijo. Por medio de las pruebas, aflicciones y diversos tratos, el Padre y el Espíritu Santo están logrando que los creyentes vayamos siendo transformados en la imagen de Cristo. La consumación de este proceso se verificará cuando el Señor Jesús regrese a la tierra y seamos transformados para tener un cuerpo semejante al cuerpo de la gloria suya (Fil. 3:21), y así seamos tal como él es. (1ª Juan 3:2). Hoy tenemos la vida de Cristo y mañana tendremos –en toda su maravillosa expresión– la gloria de Cristo.

El lugar de la iglesia

Desde el principio encontramos que el propósito de Dios no sólo incluía a Adán, sino también a su mujer. En Génesis 1:26 debería traducirse, «y señoreen», en directa alusión a Adán y Eva. Lo mismo se confirma en el versículo 28 con las expresiones: «Fructificad, «multiplicaos», «señoread». Luego, antes de la caída (capítulo 2) Eva es creada de la costilla de Adán. Ellos señorean juntos. Adán no podía estar solo.

A la luz de Efesios 5:31-32 Adán representa a Cristo (habiendo sido creado a su imagen) y Eva a la iglesia. De manera que Adán representa al Cristo personal, y Eva representa al Cristo corporativo, es decir, a la iglesia. Es el mismo Cristo (Eva fue tomada enteramente de Adán) pero en otra forma.

Habiendo el Señor Jesucristo vencido a Satanás en la cruz, le infligió una herida mortal de la cual no se puede recuperar nunca. Ahora corresponde al Cristo corporativo –la iglesia– continuar derrotando a Satanás en todo lugar, hasta su encierro en el abismo (Apoc. 20:2-3). En ello toman parte activa los vencedores dentro de la iglesia.

El propósito eterno de Dios para el hombre se cumple gracias a que Cristo le recupera de su caída, le imparte su vida y su gloria, le pone en posición de victoria sobre los enemigos de Dios, y le hace partícipe de su reino sempiterno.

Tener muchos hijos en la gloria es el propósito de Dios plenamente realizado en la consumación de los siglos.  Entonces, la caída será solo un recuerdo que permitirá al hombre ver de dónde le sacó el Señor y cuán deudor es al amado y eterno Hijo de Dios.