Sirviendo bajo el régimen nuevo del Espíritu.

El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, nos presenta la buena noticia del evangelio que él predica. Esta buena noticia en relación con el pecado es doble; por una parte, nos dice que nuestros pecados tienen perdón a través de la preciosa y eficaz sangre de Cristo y, por otra, anuncia que hay liberación del pecado. El perdón de los pecados sin la liberación del pecado, convertiría la vida cristiana en un círculo vicioso de pecar-perdón-pecar. Sin embargo, la buena noticia del evangelio es que en Cristo ha sido provisto tanto el perdón como la liberación del pecado.

Muertos al pecado

En efecto, a partir del capítulo seis de Romanos, el apóstol Pablo declara que los creyentes no perseveraremos en el pecado, porque lisa y llanamente hemos muerto al pecado. En lo objetivo, nuestra muerte al pecado se ha producido de una manera doble. En primer lugar, en la cruz inclusiva de Cristo: «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (6:6). Y en segundo lugar, ese hecho objetivo se ha hecho válido, oficial y personal en el bautismo en agua. La cruz de Cristo es universal y potencialmente liberadora del pecado de todos los hombres; no obstante, debe ser apropiada por medio de la fe y del bautismo: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?» (6:3).

Muertos a la ley

No obstante lo anterior, cuando Pablo concluye en el v. 14 introduce otro elemento vital en este asunto de la liberación del pecado. El dice: «Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (6:14). Y este es el punto vital que acaparará nuestra atención. Para experimentar la liberación del pecado no es suficiente saber que estamos muertos al pecado en Cristo Jesús. Además, necesitamos estar libres de la ley. Sin la liberación de ella no podemos experimentar la liberación del pecado. Pero la buena noticia del evangelio es que los creyentes no estamos bajo la ley. Y ¿cómo fue posible esto? En la cruz de Cristo. En ella no solo hemos muerto al pecado, sino también a la ley: «Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo…» (7:4).

Ahora bien ¿por qué necesitábamos ser liberados de la ley para ser libres del pecado? Por la sencilla, pero profunda razón, de que el poder del pecado está en la ley: «Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder (gr. dinamis) del pecado, la ley» (1ª Cor. 15:56). Según Pablo, la ley no hacía otra cosa que despertar las malas pasiones en nosotros. Él, con mucha honestidad, dice: «Yo no conocí el pecado, sino por la ley» (7:7). Y: «Pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí» (7:9). Por supuesto, el problema no estaba en la ley; Pablo dice que ella es espiritual y es santa, «mas yo soy carnal, vendido al pecado» (7:14).

El hecho subjetivo

Pablo declara entonces que «sin la ley el pecado está muerto» (Rom. 7:8). El asunto es que, para que esta verdad opere en la experiencia, necesitamos de la bendita persona del Espíritu Santo. En efecto, y como ya dijimos, la liberación objetiva tanto del pecado como de la ley, ocurrió en la cruz de Cristo. En cambio, la liberación subjetiva de la ley –y por tanto del pecado– depende del hecho de andar en el Espíritu: «Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gál. 5:18). En otras palabras, sólo si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Para el hecho objetivo es suficiente Cristo; pero, para el hecho subjetivo es necesario el Espíritu Santo.

Esta es la importancia del capítulo 8 de Romanos. Para vivir Romanos 6 se requiere de Romanos 8. Si a Romanos 6 le sigue en la experiencia Romanos 8, entonces no será necesario pasar por Romanos 7. Pero si no es así, entonces Romanos 7 es una advertencia de que, por muy glorioso que sea Romanos 6, no será nuestra experiencia.

El régimen nuevo del Espíritu

El Espíritu Santo es, pues, la salvaguarda divina a la pregunta paulina: «¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera» (6:15). ¿Por qué fue necesario que Pablo hiciera esta advertencia? ¿Qué significa el hecho de que no estamos bajo la ley? Significa que ya no estamos bajo ninguna demanda de Dios dada externamente. Recuerde que la ley estaba escrita en tablas de piedra fuera de nosotros. Dios mismo en Cristo nos ha eximido de toda obligación externa de su voluntad. Por eso la pregunta de Pablo era totalmente pertinente.

Si estamos libres de todo mandamiento externo de Dios ¿podemos entonces hacer lo que se nos ocurra? Si estamos libres de la ley, entonces ¿somos libres para adulterar, robar o mentir? Como contestaría el apóstol: En ninguna manera. Pero ¿por qué no? Porque la buena noticia del evangelio anuncia que «ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra» (7:6). El término régimen significa gobierno. Fuimos rescatados de un tipo de gobierno y trasladados a otro. Ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Ya no estamos bajo el gobierno de la letra, pero sí bajo el gobierno del Espíritu.

Libres del régimen viejo de la letra

Y a propósito de la expresión «régimen de la letra», quisiera profundizar en algo delicado, pero que es de vital importancia para ayudar a la experiencia de estas verdades. ¿Cuántos ven que el término «letra» que usa Pablo aquí es perfectamente aplicable, no solo a los 613 mandamientos de la ley de Moisés, sino a toda la letra de la Biblia? Por supuesto que el espíritu de la letra de las Escrituras es la Palabra de Dios, pero en cuanto y en tanto «letra», la Biblia es una ley externa y, por tanto, parte también de la ley. De manera que no debemos servir a Dios, ni bajo el régimen viejo de la letra de la ley ni tampoco bajo el régimen de la letra de la Biblia.

La gran diferencia entre el viejo pacto y el nuevo consiste precisamente en este hecho: «Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré» (Heb. 10:16). ¿Cuántos ven esto? En el nuevo pacto los creyentes no somos gobernados desde afuera, ni siquiera por la letra de la Biblia, sino que somos gobernados interiormente. Los mandamientos que nos rigen son los mismos que leemos en nuestras Biblias, pero ahora están dentro de nosotros y no fuera. Pero ¿cómo fue posible esta gloria? El profeta Ezequiel, profetizando acerca del nuevo pacto, lo explica así: «Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu», dice el Señor, «y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra» (36:27). ¿Te das cuenta? Por el hecho glorioso de ser habitados por el Espíritu Santo, tenemos escrito en nosotros sus mandamientos. Las leyes divinas están en el Espíritu Santo, o mejor dicho, el Espíritu Santo es la ley que ahora nos gobierna; él es el espíritu de la letra de la Biblia. El glorioso y bendito Espíritu Santo es, pues, la Biblia para los que están en el nuevo pacto. Y él no es un libro, es una persona y es Dios mismo.

El lugar de las Escrituras

¿Cuál es entonces la utilidad y la función del libro llamado la Biblia? En este punto debemos ser absolutamente claros, firmes y absolutos si queremos vivir la gloria del nuevo pacto. ¿Realmente necesitamos el libro? ¿No queda la impresión con lo expuesto hasta aquí, que está sobrando? Si es verdad que a través del Espíritu mora en nosotros el espíritu de la Biblia ¿para qué necesitamos el libro? Si para fundamentar la necesidad de la Biblia afirmamos que el libro es necesario para poder saber la voluntad de Dios, cabe entonces la pregunta: ¿Acaso no es el Espíritu Santo el que en el nuevo pacto nos da a conocer la voluntad de Dios? Si es así: ¿para qué necesitamos entonces Las Escrituras? O ¿El Espíritu no es suficiente para tal efecto? Y si afirmamos que la necesidad de la Biblia radica en el hecho de que a través de ella somos guiados ¿para qué entonces mora en nosotros el Espíritu Santo? ¿No se supone que es el Espíritu el que nos guiará a toda la verdad?

¿No debiéramos entonces deshacernos del libro? En ninguna manera. Porque ¿cómo reconoceríamos la voz del Espíritu Santo si no conociésemos las Escrituras? ¿Cómo nos aseguraríamos de no estar confundiendo al Espíritu Santo con nuestros pensamientos, emociones, sentimientos y motivaciones? No olvidemos que el Espíritu Santo es el espíritu de la letra de la Biblia. Por lo tanto, la letra de la Biblia es el eco de la voz interior del Espíritu Santo en nosotros. Y es precisamente ese eco objetivo, el que permite reconocer que es el Espíritu Santo el que nos está hablando de manera subjetiva. Por lo tanto, podemos afirmar con toda la fuerza, lo siguiente: Mientras menos conozcamos Las Escrituras, menos capacitados estaremos para reconocer la dirección del Espíritu Santo. Por el contrario, mientras más profundamente conozcamos la Biblia, más profundamente conoceremos la voz del Espíritu.

No obstante, en ningún caso esto significa que estamos gobernados por una ley externa llamada la Biblia. Ella simplemente es el espejo que permite conocer, descubrir y reconocer que efectivamente es el Espíritu Santo el que nos está hablando y guiando. Cada vez que estudiamos las Escrituras, no lo hacemos para ponernos bajo las demandas de lo que leemos –pues ello sería ponernos bajo la ley y otorgarle al pecado poder sobre nosotros– sino para tener los elementos necesarios de re-conocimiento a la hora de percibir al Espíritu Santo. Ya no estamos bajo el régimen viejo de la letra, sino bajo el régimen nuevo del espíritu de la letra, esto es, del Espíritu Santo. El nuevo pacto también tiene una ley. Pero esa ley no es un libro, sino una persona divina. Es la ley del Espíritu de vida que en Cristo Jesús nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Amén.