Cosas viejas

Dálet

«Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra. Te he manifestado mis caminos, y me has respondido; enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas. Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra. Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley. Escogí el camino de la verdad; he puesto tus juicios delante de mí. Me he apegado a tus testimonios; oh Jehová, no me avergüences. Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón» (Salmo 119: 25-32).

En este precioso pasaje hallamos 5 veces la palabra “camino” o “caminos”. Si seguimos este concepto a través del pasaje, nos podemos dar cuenta de que hay una progresión que va desde los caminos del hombre al camino de Dios.

“Te he manifestado mis caminos”, dice el creyente, estando en gran abatimiento. Mientras siguió sus caminos estuvo abatido hasta el polvo. Luego de exponerlos delante de Dios, viene la respuesta: “y me has respondido”. y entonces viene el deseo de dejarlos para poder entender “el camino de Dios”.

Continúa la oración pidiendo que aparte de él el camino de la mentira, porque escogió el camino de la verdad. Sólo puede orar con esta fe y con esta decisión quien ha dado un paso de consagración. Él ya hizo una elección y ahora pide al Señor que aparte de él todo camino de mentira. Él pide no ser avergonzado. Hay aún tres pasos de consagración aquí: a) escogió el camino de la verdad; b) puso los juicios de Dios ante sí; y c) se apegó a los testimonios de Dios. Por tanto, espera no ser avergonzado.

Finalmente, expresa una oración en forma de deseo. Es una afirmación acerca del futuro, que está en directa relación con una obra que espera recibir de Dios.

Espera que, en cuanto el Señor ensanche su corazón, pueda él correr –no sólo andar– por el camino de los mandamientos de Dios. Aquí es Dios y no el creyente quien queda comprometido para actuar, para dar el próximo paso. Si Dios actúa, entonces el creyente podrá también hacerlo. Esto es fe y es conocimiento de Dios. Esto es apegar el corazón a Dios y atreverse a demandarle, porque sabe que Él lo hará.

Cosas nuevas

El buen samaritano

Jesús dialoga con los judíos. Un intérprete de la ley pregunta: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Lucas 10:25). El Señor Jesús lo remite a la ley.

El Señor le habla en su propio idioma. El intérprete era un erudito en la ley, y el Señor le manda a amar a Dios con todo su ser y a su prójimo como a sí mismo.

El hombre, entonces, queriendo justificarse, pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”, es decir, ¿A quién debo amar como a mí mismo? Entonces el Señor Jesús relata la historia del samaritano que cayó en manos de ladrones.

Al concluir, pregunta al hombre: “¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”, es decir, ¿quién fue el prójimo del herido?

El Señor aquí cambia la dirección de la pregunta del intérprete. No dice, ¿cuál es tu prójimo aquí?, sino cuál es el prójimo del herido. Como éste preguntaba acerca de su prójimo para amarle, el Señor asimila al intérprete con el herido, que más que amar, necesita ser amado.

El pensaba, en su presunción, que podía guardar la ley, y que estaba en condiciones de amar a su prójimo. Pero el Señor le dice que él ha sido despojado, herido y que ha quedado medio muerto. El necesita un samaritano misericordioso que vende sus heridas, lo lleve al mesón, y pague los gastos de su convalescencia.

¿Quién es el prójimo? No el que necesita mi compasión, sino Aquél que se compadeció de mí. A Él debo amar como a mí mismo.