Reflexionando sobre las enseñanzas de Pablo a su hijo espiritual, cuya vigencia permanece en los tiempos peligrosos que vivimos hoy.

Después llegó a Derbe y a Listra; y he aquí, había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego; y daban buen testimonio de él los hermanos que estaban en Listra y en Iconio. Quiso Pablo que éste fuese con él; y tomándole, le circuncidó por causa de los judíos que había en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era griego».

– Hechos 16:1-3.

Aquí aparece en la escena Timoteo, un joven que fue criado en la fe desde niño, por su abuela y su madre. En la primera y la segunda epístola a Timoteo hay algunos asuntos importantes que quisiera compartir hoy con ustedes.

Pablo toma a Timoteo y comienza a traspasarle sus enseñanzas. En las cartas a Timoteo, hay consejos prácticos del apóstol. Timoteo era un discípulo que fue formado desde la juventud y, aparentemente, era un joven que necesitaba siempre un aliento, un impulso. Al leer las cartas, se percibe que el joven tenía una personalidad tímida, asociada a aspectos más melancólicos, más bien introvertidos, por el tono en que le habla Pablo.

Pablo le advierte y le anima: «Haz esto, ocúpate de eso, huye de esto, sigue aquello». Pareciera que Timoteo necesitaba una exhortación permanente. Aparentemente, su padre no estaba presente en su vida, pues solo se menciona a su madre y su abuela. Solo se dice que el padre era griego. Tal vez faltó esta figura masculina.

Equilibrio

La masculinidad es un componente importante en nuestras vidas; así como lo femenino añade un elemento más emotivo. La masculinidad pone una firmeza que todos necesitan, hombres y mujeres. Es importante que ustedes se preparen en esto, porque un día serán padres y tendrán que transmitir esos rasgos a sus hijos.

Cuando esos ingredientes no están del todo equilibrados, tendemos a desequilibrarnos en nuestra personalidad. Por eso somos todos tan distintos. Si la alimentación que recibimos no es del todo balanceada, produce ciertas secuelas en nuestra personalidad. Por ello, es importante que tengamos un autoconocimiento de cómo somos y cómo funcionamos.

Si tú tuvieses que escribir ahora una definición de cómo eres, ¿qué contestarías? ¿Qué dirías de ti mismo? ¿Qué aspectos tuyos reconoces y tienes como un autoconocimiento? ¿Sabes quién eres, cuáles son tus preferencias, cómo reaccionas, cuáles son tus rasgos predominantes?

El autoconocimiento es bueno. Es bueno saber cómo uno es, pero el mecanismo de conocer eso es riesgoso. La introspección no es el mejor camino para conocerse. Ahora, espiritualmente, el camino para conocerse es conocer a Dios y pedir que él nos examine. «Examíname, oh Dios», como dice David. Es una compenetración con él, es como ir conociéndolo a él y conociéndonos en él. Este camino de conocerse es algo que ustedes tienen que ir explorando.

Cuidando de sí mismo

Veamos algunos elementos a considerar para ir creciendo en nuestra vida como hijos de Dios. Por ejemplo, lo que dice Pablo en el versículo 4:16 de su primera carta: «Ten cuidado de ti mismo». Este es un concepto muy interesante, porque conlleva la idea de que yo conozca quién soy y de qué material fui hecho; que conozca mis virtudes y, especialmente mis defectos.

«Ten cuidado de ti mismo», porque, cuando uno no tiene cuidado de sí mismo corre el riesgo de pecar una y otra vez, de exponerse en extremo, y entonces arruinar el camino de santidad que Dios nos ha trazado. Entonces, los que no se conocen, aquellos que creen tener competencias suficientes y son autosuficientes en todo, se exponen a situaciones riesgosas.

Nosotros llevamos un hombre muy perverso dentro de nosotros mismos, una persona que es capaz de muchas cosas. Entonces, es bueno cuidarse de eso, porque, si tú lo expones, ese monstruo va a salir, y no solo te dañará a ti, sino también a otros.

Lutero decía: «No temo al papa, ni a sus príncipes; solo le temo a una persona: a mí mismo, porque tengo un papa dentro de mí». Él tenía conocimiento de sí mismo. Y aunque parezca contradictorio, y tal vez ustedes aún no lo entiendan mucho, porque están en ese descubrimiento, tienen que saberlo. Cuídense de ustedes, no se expongan a situaciones de peligro. ¡Cuidado con eso, hijos; no se confíen! «Cuídate». Es una indicación que el apóstol le da a Timoteo, un siervo del Señor. «Ten cuidado de ti mismo». Incluso, «cuídate de la doctrina». «Cuídate de esto, que es peligroso. Aun tú eres un peligro para ti». Pareciera extraño, pero es verdad. Esta es una buena advertencia de Pablo.

Buena conciencia

Hay otras indicaciones. Pablo, con todo el amor que le tenía a Timoteo, con el deseo de cercanía, de afecto, le dice en 1ª Timoteo 1:5: «Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman».

Algunos se apartaron del corazón limpio, de la buena conciencia, de la fe no fingida. Veamos el versículo 18. «Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro». Estos son los mismos del versículo 5. ¿Qué les pasó a estos «algunos»? Desecharon la buena conciencia.

Aquí hay otro elemento importante. En las cartas a Timoteo hay varias parejas. Por ejemplo en 2ª Timoteo 1:15. «Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes». Versículo 2:17: «Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos».

¿Qué pasó con estos hermanos? Desecharon la buena conciencia. La conciencia es algo muy importante. Ella funciona en nuestro interior. «Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre», dice Proverbios. Es eso que ilumina el camino; eso que tratas de ahogar, pero que te habla. Es una voz: «Eso estuvo mal». Y sale de la nada. Y uno dice: «Soy yo, son solo mis pensamientos». Pero te molesta una y otra vez.

La conciencia es un elemento de nuestra vida interior. ¿Qué ocurre en la conciencia? En un tiempo, en el espíritu, ella tenía una función como atrofiada. Pero, cuando viene el Espíritu de Dios, él da vida a nuestro espíritu, activa la conciencia, la regenera, la restaura, y ella comienza a operar, a hablar. «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu…» (Rom. 8:16). El Espíritu comienza a dar vida, y esa vida despierta la conciencia. El Espíritu de Dios y el espíritu del hombre se hacen uno, en una relación preciosa. El hombre comienza a tener vida, y la conciencia habla.

Es tan importante la conciencia, que, aun en aquellas personas que no conocieron nunca al Señor, de alguna manera, ella va a atestiguar delante del trono de Dios (Romanos capítulo 2). Pablo habla de aquellos que, por alguna razón, no conocieron la ley o no tuvieron el evangelio, y llegaron ante el trono de Dios. ¿Cómo serán juzgados? Pablo resuelve esto diciendo:

«Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio» (Rom. 2:12).

La conciencia es un elemento importante que puso Dios en el hombre, que atestiguará en aquel día. Entonces, cuando un nativo, que no ha oído el evangelio, se encuentre ante el trono de Dios, y vea a Jesucristo, su conciencia testificará y dirá: «Esto era lo que yo siempre quise». Entonces, Dios dirá: «Este es mío». En aquel día, la conciencia va a operar. Entonces, ella es importante. ¡Cuánto más cuando viene el Espíritu Santo!

Hebreos 9:14. «… ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?». ¿Qué ocurre en la regeneración? La sangre del Señor nos restaura; limpia nuestra conciencia, la equilibra, la pone en un estado depurado, para que comience a operar ahora conforme a la voluntad de Dios.

El Espíritu Santo y la conciencia

Por eso, en Romanos 9:1, Pablo dice esto, y aquí hay una hermosa relación entre el Espíritu y la conciencia: «Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo». La conciencia equilibrada ahora por la sangre del Señor comienza a operar conforme al Espíritu Santo, a colaborar con Dios. Ella ha sido vivificada, y comienza a hablar en nuestra vida interior.

«Mira, no me ve absolutamente nadie». Pero Dios me ve, y mi conciencia me habla. Entonces yo me expongo. Hago algo, y la conciencia va conmigo. Y aunque nadie en todo el mundo haya visto lo que estoy haciendo, Dios sí, y la conciencia atestigua y me habla. ¡Qué bueno es Dios, porque así nos cuida! Cuando alguien va a dar el paso, la conciencia le dice: «¡Eh, un momentito…!». Allí está el Espíritu Santo, operando en la conciencia.

Por eso, Pablo manda a Timoteo: «No deseches la buena conciencia», la cual desecharon algunos y naufragaron, quedando a la deriva, sin saber adónde ir ni qué hacer. Su conciencia ya no les testifica.

«Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia…» (1ª Tim. 4:1). Cuando alguien no oye al Espíritu Santo que habla en la conciencia una, dos o más veces, y no obedece, ésta comienza a cauterizarse y a debilitarse, y ya no habla, y él queda a la deriva. Eso es terrible.

Por eso, cuando alguien ha cometido un error, es bueno que se sienta mal. Si esto ocurre, y él viene y pide perdón, es porque tiene conciencia, es porque hay vida y oportunidad de salvación. Pero, aquel que no viene, que calla, que ahoga la conciencia, corre el riesgo tremendo de cauterizar su conciencia, y cada vez se va adentrando más en el mar como un náufrago, perdido.

Piensen lo que es, en la vida espiritual, no escuchar al Señor que habla. Y uno sabe que es el Señor; no puede negarlo. Uno puede volverse obstinado y tratar de acallar esta voz, pero sabe internamente que es el Señor. Así que tienes dos caminos: o hacer lo tuyo, o atender a su voz. ¿Qué camino vas a tomar? Ese es un elemento que Pablo entrega a Timoteo.

Tal vez algunos de ustedes están en momentos importantes de decidir sus vidas. Dan un paso, y al dar ese paso, se pueden exponer, puede salir a luz lo peor de ustedes, y corren un riesgo enorme. Entonces, los padres, los orientamos, les advertimos. Y a veces sufrimos, porque ya no son los niños pequeños que obedecían en todo. Entonces, tenemos la persuasión, la palabra. Pero ellos insisten. Claro, una vez que están en su habitación, la conciencia les habla, pero las emociones y aun su sexualidad les dice otra cosa. Sin embargo, la conciencia es libre, y les habla: «No está bien; cuídate».

Tomando decisiones

Todos tenemos la libertad de escoger y de decidir, pese a mí, pese a mi llamado hormonal, pese a mis emociones, pese a lo que quiero. Mi conciencia me habla, y yo digo: «Señor, yo quiero creer, quiero obedecer, y escojo por ti». Ese acto de salvación es un acto potente en tu vida. ¡Hazlo! Porque la conciencia es para salvación, no es para perdición.

Pero el que no lo hace, el que sigue el otro camino, la pasa mal. Y ese pasar mal puede ser riesgoso; él puede vivir una experiencia trágica, que dejará secuelas espirituales y aun físicas en su vida. No podrá tener una vida plena, porque no oyó a su conciencia cuando le habló oportunamente. Y en aquel día, cuando estemos con el Señor, cuando los secretos de los hombres sean revelados, no podré decir: «Señor, yo no lo sabía». No, porque mi conciencia me va a testificar y me dirá: «Yo te lo dije».

Es mejor hacerle caso a la conciencia, cuanto más si ha sido iluminada por el Espíritu Santo. ¿Cómo se hace esto? Pablo también da instrucciones al respecto. Hasta aquí vamos bien, pero, ¿cómo llevarlo a la práctica? De una forma muy sencilla.

Simplemente huye

En 1ª Timoteo 6:11, Pablo dice: «Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas…». ¡Huye! Eso es lo que tienes que hacer; es muy simple. Para las cosas difíciles, las instrucciones son fáciles. No se requiere explicación. Si vas a caer en pecado, es muy fácil: ¡Huye, arranca! Eso le dice Pablo a Timoteo. Si yo sé que, si paso este límite, me expongo y corro un riesgo, y la conciencia comienza a hablar, ¿qué hago? ¿Tomo la palabra, busco un versículo, me acorazo? Nada, hombre. ¡Huye! No tienes que enfrentar nada.

Escucha, el tema de la sexualidad es una pelea perdida si confías en tu capacidad, en tus fuerzas. Tarde o temprano, vas a perder. Y no solo corre riesgo tu vida e integridad ética, sino tu vida espiritual. Así que no des la pelea. Sólo huye. Así de sencillo.

Una vez que se ha caído, duele haber perdido tanto. ¡Qué necio fui, al no hacer caso a mi conciencia ni a los consejos de quienes me ayudaron. Si tú, joven, estás teniendo un amorío, y sabes que no hay testimonio espiritual, los afectos o las emociones no son confiables para dirigir tu vida, porque ellos te llevan solo a satisfacer tus apetitos.

Y, como ustedes van creciendo, la sexualidad hay que resolverla de alguna manera. Hay que mantenerla en el trono del Señor, hay que saber llevarla, hay que saber educarla. Entonces, si tú sabes que estás en riesgo con una persona, si te lo han dicho personas que tienen visión espiritual, no insistas. Tu conciencia te da testimonio interior de ello, aun cuando tus afectos sean diferentes. Pero, si la conciencia, al final, casi ahogada, de pronto te dice: «No insistas», hazle caso. ¡Huye! Si sabes que él o ella va a estar ahí, no vayas. ¡Huye! Es muy simple, pero salvarás tu vida.

Todos han sido enseñados respecto de la vida de José. Ahí tenemos un ejemplo muy práctico. En una situación de exposición extrema, él fue iluminado y huyó desnudo. Más vale huir así que perder todo.

«Huye también de las pasiones juveniles» (2ª Tim. 2:22). Huye de eso, no alimentes las pasiones juveniles. ¿Y qué es esto? Organiza tu vida. Todo lo que exagere tu vida sexual, lo que exagere tu comportamiento, tu figura, tu cuerpo, tu forma de vestir, todo, planifícalo, comienza a rehacerlo. Huye de toda pasión que te pueda envolver y destruir, «y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor». Espero que así sea en el corazón de cada uno de ustedes.

Como una rosa que pasa de mano en mano, así es la sexualidad. Si no la cuidas, cada contacto es un pétalo que se va deshojando, que se va quitando, que se va dañando, que se va arruinando. Es al revés de cómo dice el mundo – que se gana experiencia. No se gana experiencia; se arruina la vida. Cada clic, cada página prohibida que ves, te va ensuciando, te va contaminando más.

Jóvenes, tengan conocimiento de quiénes son. Busquen, aprendan, conózcanse bien. Pidan a Dios: «Examíname, Señor, y conoceré cómo soy». Escuchen su conciencia, oigan al Espíritu Santo. Y, frente a las situaciones extremas, huyan, pidan ayuda. El Señor les guarde. Amén.

Resumen de un mensaje impartido a los jóvenes en Temuco, en Julio de 2013.