El modelo de Dios para el matrimonio.

De principio a fin, la Biblia está llena de figuras, ejemplos y mandatos objetivos respecto del matrimonio. Nosotros estamos familiarizados con la mayoría de ellos: «Y los bendijo Dios … No es bueno que el hombre esté solo … Por tanto, dejará el hombre padre y madre y se unirá a su mujer, y ambos serán una sola carne … Lo que Dios unió, no lo separe el hombre … Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella … Como la iglesia está sujeta a Cristo, así las casadas lo estén a sus maridos en todo…», etc.

El matrimonio es un diseño 100% divino, y como tal, está destinado a proveer gozo, paz y estabilidad al hombre y a su descendencia. Por esta misma razón es que creemos que Satanás el diablo procura con todos sus medios desacreditarlo, robando su paz, matando su objetivo y destruyendo la confianza de los hombres en la obra de Dios.

Los creyentes en Cristo Jesús nuestro Señor y Salvador, nos oponemos a toda obra del enemigo, y ponemos oído atento a la voz de nuestro Dios. Él tiene palabras de vida y esperanza para nuestro matrimonio, y nuestra mayor conveniencia es buscar nuestros recursos en él.

El gozo del esposo con la esposa

Consideremos las palabras del Señor en Isaías 62:5: «Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo».

¡Qué palabra más bendita! En los tratos de Dios con su pueblo, muchas veces se usa la palabra «como»: «Como el padre se compadece de los hijos, así Jehová se compadece…» (Sal. 103:13). «Como aquel a quien consuela su madre…» (Is. 66:13). «Como la gallina junta a sus polluelos…» (Mateo 23:37), etc.

Para muchos resultará sorprendente y a la vez maravilloso el alto concepto que tiene el Señor del matrimonio: «Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará el Dios tuyo». Esto significa que en el corazón del Señor no están las irrealidades tan propias de nuestra sociedad. Para él, la normalidad del matrimonio es tan preciosa, tan grata, tan indescriptiblemente hermosa, que es comparable ¡al gozo de Dios con nosotros!

Esto es superlativo, y digno es el Señor de ser alabado por ello. En contraste con esto, muchas veces hemos compartido el terrible dolor de tantos hermanos que no ven esto realizado en sus vidas, ni siquiera en una pequeña medida. Pero, hermanos, miremos esta palabra con esperanza, porque poderoso es nuestro Dios para sacarnos de toda irrealidad. ¡Hay bálsamo en Galaad, y él puede curar toda herida! (Jer. 8:22).

Ciertísimamente, todo hombre que se encomienda a Dios, que ha entrado en una comunión íntima con Él, puede confesar que esto es incomparable y maravilloso en extremo. La comunión con el Señor, el gozo de la salvación, no tienen paralelo en la experiencia humana. Esto nos hace recordar la experiencia que Moisés tuvo en el monte. Es posible que hubiese bastado un solo día para recibir las tablas de la ley (lo decimos con reverencia), pero él estuvo allí en el monte, en medio de la nube de gloria, 40 días. Es posible que Moisés ni deseara bajar de allí, porque estar con el Señor es lo más precioso que existe.

A la luz de la Palabra que hemos leído ¡este es el modelo de Dios para el matrimonio! ¡Cuán altos son sus pensamientos para con sus hijos! Él quiere que el gozo de nuestro matrimonio sea comparable al gozo que nosotros, como creyentes, sentimos con Él y Él con nosotros. Dios nos ha unido el uno al otro para que de por vida seamos la más hermosa compañía y mutuo refugio.

El matrimonio como refugio

El matrimonio significa compañía, protección, ternura, sustento, disciplina, respeto, orden, confianza, reabastecimiento continuo (¿Acaso no hemos encontrado todo esto en la comunión que hoy tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo?).

Nosotros somos como un barco que sale a recorrer los mares, y necesitamos un puerto de abrigo donde regresar a reabastecernos. Hermanos, la voluntad del Señor es que nuestro hogar sea ese refugio, ese nido donde llegamos y liberamos las tensiones y todas las presiones vividas en el mundo. ¡Oh, que podamos exclamar: «Llegué a mi refugio»! ¡Aquí me relajo, aquí vengo a recuperar mis fuerzas para salir de nuevo a la batalla! Que el Señor nos ayude en esto.

El enemigo, que tiene una oposición total al plan de Dios, tiene apuntados sus dardos para hurtar, matar y destruir todo esto; y lo ha logrado en muchos casos; mas hoy tomamos esta palabra con mucha esperanza, confiados en el nombre del Señor Jesús. Pues él puede darnos victoria sobre todas estas cosas. ¿Qué quiere el diablo? Que experimente la soledad en vez de una preciosa compañía. ¡Qué terrible es cuando una mujer se siente sola estando al lado del hombre que se supone debe ser su principal respaldo y compañía! ¡Y qué decir del tremendo dolor que sufre un hombre y/o una mujer al quedar solos tras una lamentable ruptura!

Una de las desgracias más grandes que existen es la soledad del hombre o la mujer en plena vida matrimonial. La mujer que no cuenta con el respaldo de quien tendría que defenderla hasta dar su vida por ella, sufre un dolor inmenso. Es tu deber, marido, ser la mejor compañía de tu mujer. Dios te hizo responsable de ese vaso frágil. Debes guardarla y protegerla, debes ser su muro y antemuro. Nunca debe ella sentirse sola por tu causa. Estamos hablando entre creyentes; por tanto, lo menos que se espera es que con la gracia de nuestro bendito Dios, cada uno sepa cumplir su rol.

¡Cuántos hay que, teniendo una vida exitosa en muchos aspectos, que reciben el aplauso y la admiración de todo el mundo, al llegar a su casa encuentran un desastre en vez de un refugio!  ¡Cualquiera sería capaz de canjear todo lo demás con tal de llegar a casa y encontrarse con la persona que más ama!

Es cierto que el hombre necesita realización. Deseamos que nos vaya bien en todo lo que emprendemos en el mundo, pero que nos libre el Señor de fracasar en esto. Sería preferible experimentar muchos reveses en la vida, pero que al regresar a casa el hombre o la mujer contara con alguien para secar sus lágrimas y acompañarle en las noches de desvelo y preocupación. Que en los momentos más oscuros, haya una persona que esté ahí, en comunión íntima, con una oración profunda y sentida.

El Señor nos anticipó que en el mundo tendríamos aflicción, y una de las formas más poderosas para consolarnos es ésta: nuestro matrimonio. Como bien lo dijo al principio: «No es bueno que el hombre esté solo». ¡Bendito sea su nombre!

La verdad en lo íntimo

Cuando estos momentos álgidos llegan al matrimonio, hay algo muy importante de considerar. Tanto el esposo como la esposa deben ser tan fieles al Señor que han de ser capaces de decir la verdad al que está equivocado. Si uno u otro se está apartando del Señor o está reaccionando en forma impropia, y esto le ha acarreado muchos dolores, ¿quién mejor que el esposo o la esposa puede poner las cosas en su verdadero lugar?

Se puede decir algo como esto: «Mi amor, tal vez otros te hablarán con violencia, pero ¿quién te quiere más que yo? En este punto debes reconocer que tú estás errado, y aunque te duela debes aceptarlo.» ¡Ay del hombre o de la mujer que apoya la injusticia del otro! (o respaldar «en la carne», como decimos los que estamos en el Señor). Tal complicidad puede acarrear graves consecuencias para los hijos de Dios. En ningún caso somos llamados a favorecer algo que no sea la voluntad del Señor, menos en el matrimonio, pues Dios sólo respalda lo que está de acuerdo con su luz, y jamás firmará armisticio con las tinieblas. Amemos la verdad en lo íntimo (Salmo 51:6). ¡Que el Señor nos socorra en todo esto!  Varones, representemos bien a nuestro Señor como Cabeza de su iglesia y brindemos a nuestra esposa la honra que le corresponde. Igualmente, hermanas, procuren expresar bien el modelo del Señor honrando a sus maridos.

Hermanos, nosotros no ignoramos estas cosas. Usted sabe que el marido representa a Cristo y que la esposa representa a la iglesia. Ahora bien, lo que hoy importa no es lo que «sabemos», sino el que podamos «vivir» la Palabra.

He aquí la exhortación: Si en algún lugar vamos a vivirla, tiene que ser en la familia. ¿O es en la familia y el matrimonio donde existe la hipocresía más grande? ¿Será posible que todos los hermanos nos vean muy amorosos, y que en la casa seamos unos ogros? Esto sería la peor de las hipocresías. Así no habrá poder contra las asechanzas del diablo, ni fuerzas para la oración. Huyamos de estas cosas antes de que las crisis se desaten.

A través de la palabra que estamos compartiendo, Dios nos habla claramente. Es como si nos dijera: «Yo no quiero que tengas la mayor hipocresía, sino la mayor realidad de Cristo dentro de ti». Hoy Dios viene en nuestra ayuda. Para que se cumpla en nosotros el gozo de Isaías 62.

Erradicando la violencia

La palabra del Señor es para sanidad, para corregir lo defectuoso. Un verdadero creyente es uno que ha abandonado su vida vieja, por eso creemos que es posible erradicar la violencia. La violencia es lo contrario de la ternura. La violencia destruye y carcome lo que estaba destinado a ser glorioso. ¡Cuánto dolor habremos causado al corazón del Señor! ¡Cuán contristado estará el Espíritu Santo en muchos casos!

Hemos recibido tantos corazones heridos, hemos llorado junto a hermanos y hermanas ¡tan dolidos!  Es en extremo vergonzoso que la violencia verbal y aun la física esté presente todavía entre los hijos de Dios.

Creo que el Señor nos habla muy directamente. Con reverencia tomemos aquí la palabra de Malaquías 3:13: «Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová …». ¿Por qué decimos que el Señor ha sido violentamente afectado? Simplemente, porque el matrimonio consta de tres personas: El esposo, la esposa y Cristo. Sí, porque Él vive en el corazón de uno y otro. Entonces, el Señor mismo ha sido ofendido muchas veces en la intimidad del hogar y ha tenido que soportar tanta palabra hiriente.

Esto es de la mayor seriedad. El Señor está ofendido, sí, porque Él lo ve todo y lo oye todo.  Si alguien cree o piensa que sus secretos comportamientos  nadie más los conoce, entonces el tal es un ignorante. ¡El cielo lo supo! Y «todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Hebreos 4:13). Si el pariente o el vecindario no lo supo, ¿no lo sabrá Aquél que todo lo ve? ¿Aquel que ve las lágrimas y los sentimientos que van por dentro?

Hermanos, nosotros somos del Señor y hemos sido llamados a caminar delante de él. Cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, nuestra vida vieja, con toda su violencia, quedó allí sepultada. Ahora, en el Señor, la comunión es posible, la reconciliación es posible. Que no se ponga el sol sobre tu enojo.  Cristo en nosotros es la esperanza de gloria (Col. 1:27). Esto es una realidad en todo verdadero creyente, y es por ello que creemos que es absolutamente posible el pleno entendimiento en todo aspecto dentro del matrimonio cristiano, porque tenemos los recursos de la naturaleza divina (2ª Pedro 1:4).

Las legítimas diferencias de carácter entre los esposos, y todos aquellos grandes y pequeños detalles que atentan contra la armonía y felicidad del matrimonio, pueden ser superados, pueden ser vencidos, porque el Señor mismo está presente en nuestras vidas y es él quien sustenta el matrimonio. Esta es la inmensa ventaja del creyente sobre el incrédulo. Porque el matrimonio no lo sustenta la situación económica y ni siquiera el amor (el amor humano es egoísta y muy limitado), y menos aun el sexo. El matrimonio cristiano lo sustenta Cristo mismo. ¡Gloria al Señor por esto!

El matrimonio nos regula

El matrimonio nos trajo al orden, a la disciplina y al respeto. Si hay un lugar donde los creyentes somos regulados, es en el matrimonio. La iglesia nos conoce externamente. Allí nos conocen por los dones que tenemos, por la predicación o por el testimonio que damos en una asamblea. Allí todos nos conocen por fuera. Pero hay al menos una persona que nos conoce la vida. Cómo vivimos, cómo hablamos, si nuestras palabras son limpias, honestas y veraces. Si seguimos siendo tan santos al regresar a casa después de una linda reunión. Es aquí donde el Señor espera que vivamos la mayor realidad, porque el gobierno del Señor en nuestras vidas produce exactamente eso: orden, disciplina, respeto, y además, nos hace hombres y mujeres confiables (Prov. 31:11). Si esto no se está cumpliendo, entonces nuestra vida cristiana terminará siendo una religión externa, una miserable inconsecuencia.

Alégrate con la mujer de tu juventud

Veamos ahora Proverbios 5:15-23: «Bebe el agua de tu misma cisterna,  y los raudales de tu propio pozo.  ¿Se derramarán tus fuentes por las calles,  y tus corrientes de aguas por las plazas?  Sean para ti solo,  Y no para los extraños contigo. Sea bendito tu manantial,  Y alégrate con la mujer de tu juventud, Como cierva amada y graciosa gacela.  Sus caricias te satisfagan en todo tiempo,  Y en su amor recréate siempre. ¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena,  Y abrazarás el seno de la extraña? Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová,  Y él considera todas sus veredas. Prenderán al impío sus propias iniquidades,  Y retenido será con las cuerdas de su pecado. Él morirá por falta de corrección,  Y errará por lo inmenso de su locura».

Los versículos 18 y 19 son palabras de las más hermosas que hay en la Biblia referidas al matrimonio. Este es el pensamiento de Dios. Su diseño es de alegría y gozo para el matrimonio. Esto nos habla del gozo del amor conyugal como algo legítimo y hermoso que tenemos el privilegio de disfrutar en la intimidad del matrimonio, sin necesidad de caer en la inmensa locura de buscar placer «en el seno de la extraña». Es en este aspecto, donde somos llamados a manifestar una especial ternura y la delicadeza en su mayor expresión.

Dios creó la unión íntima, física, no sólo como un medio de reproducción (como los animales que se aparean sólo en tiempo de «celo»), sino como una preciosa ocasión de comunión, de acuerdo y de legítimo placer.

Hermano, hermana: Nunca destruyamos o atentemos contra esta área. No la destruyamos con un torpe maltrato. No intentemos imitar los modelos del mundo. Antes bien, con los recursos de la vida de Dios dentro de nosotros, seamos capaces de descubrir la mejor forma de hacer feliz al otro, con un respeto mutuo muy grande. (Jamás en esta área se encuentre algo que resulte humillante). Antes bien, esto puede llegar a ser algo sublime, gratificante, precioso y placentero hasta el extremo. Sólo así podrá cumplirse en su matrimonio esta hermosa palabra acerca de la «cierva amada y preciosa gacela, (cuyas) caricias te satisfagan en todo tiempo».

El matrimonio es un estado honroso (Heb. 13:4). Los que hemos hallado esposo o esposa hemos hallado el bien y alcanzado la benevolencia de Jehová (Prov. 18:22). El matrimonio es para honra, para el bien y para probar la bondad de Dios de muchas maneras.

No pretendemos «endiosar» el matrimonio, pero al considerar las palabras de Isaías 62 y Proverbios 5, se establece un maravilloso paralelo, sobre todo en aquella gran comparación «como el gozo del esposo con la esposa».

Un amor maduro

A medida que los años van pasando y el amor de un matrimonio en Cristo va madurando, el enamoramiento que tuvimos al principio nos parecerá tan infantil, tan ciego, sin conocimiento de los problemas que  nos esperaban. Nadie es culpable por esto. Pero cuando los años pasan, y el corazón del esposo y la esposa creyente se van llenando del amor del Señor, van madurando, y se van aceptando las limitaciones y defectos del otro, y se puede decir: «Te amo por el solo hecho de que eres mía. Te amo, porque me perteneces y porque yo te pertenezco a ti».

Es bienaventurado el hombre que ha llegado a tener un amor maduro, muy distinto del amor que se sintió en la juventud, en la adolescencia. Ya no es el amor del besito, de la cartita o del chocolatito. Es el amor de la persona que me lava la ropa más sucia, que me tiene la camisa planchada y me espera con una comida bien sazonada. Es la persona que me hizo feliz, que me dio hijos. Gracias a ella, ahora me dicen «papá». Esto dejó una marca en su vida, ahora ha envejecido atendiéndonos y soportándonos en todas nuestras deformidades y asperezas. Esta mujer es digna de un gran honor. Jamás la menospreciemos.

Que el esposo honre a su esposa, y la esposa honre a su marido. Que nunca caigamos en la semejante necedad de decir: «Se me terminó el amor». Esa es una inmadurez, un infantilismo, un terrible fracaso. El amor maduro acepta los defectos del otro, puede soportarlo todo, y además, no guarda rencor.

Es posible que usted aún tenga cosas pendientes del pasado, que no ha perdonado y que están afectando su matrimonio en la actualidad. ¿Va a arrastrar esas cadenas por el resto de su vida? Hermano, hermana, es el Señor quien te manda perdonar ¡Perdona de una vez! Esto debe hacerse ahora mismo. Lo que haya pasado, hecho está. El tiempo no volverá atrás. Nada ganamos con mirar hacia atrás, a los fracasos del pasado. Nuestra mira está adelante, hacia el reino, con la esperanza de la gloria de Dios.

Hoy resistimos a Satanás, resistimos al enemigo que ha venido para hurtar, matar, destruir, y hacer perder la confianza como si todo estuviera perdido y sin remedio ¡Pero hay remedio! Porque cuando el Señor viene, la luz viene, y las tinieblas se van. La vida brota y la muerte huye. Nuestro Señor resucita a los muertos. El puede resucitar ahora mismo ese amor marchito, para valorar así, con el Señor en el corazón, ese tesoro, esa joya tan grande que es tu esposa o tu esposo.

Amados hermanos, los hijos se van a ir, un día no lejano se casarán, se trasladarán de ciudad, y edificarán su propia vida. Al final sólo quedarás tú y ella. Tú sola con tu marido. Tú solo con tu mujer. Vamos a quedar solos hasta morir juntos.

A nosotros nos sostiene Dios, no los hijos, por mucho que los amemos y que ellos nos amen. Un día se irán. Pero esa mujer que tienes a tu lado no se irá nunca. Cuando ya no te puedas levantar de la cama, ella te vestirá y te alimentará, hasta el fin. Es tan comprensible, cuando un abuelito fallece, el otro, sin estar aparentemente tan enfermo, pronto se va. ¡Qué tremendo es todo esto!

Permita el Señor que aprendamos del patriarca Abraham, que a la hora de sepultar a su amada Sara, no aceptó que los hijos de Het le regalaran la cueva de Macpela para sepultarla. Ella era demasiado valiosa para él, y al pagar el precio de aquella heredad, demostró cuánto la amaba y valoraba (Gén. 23:13).  Amados, entreguemos hoy al Señor todas nuestras cargas, fracasos y desesperanzas y confiemos en que Él está dispuesto a darnos todo su socorro. Volvamos de verdad el corazón al Señor y permitamos que Él nos ordene hasta en lo más íntimo. ¡Bendice a tu esposa! ¡Bendice a tu esposo! ¡Bendigamos al Señor! ¡Señor Jesús, tú eres el Señor!

Síntesis de un mensaje compartido en el Campamento de Rucacura / Enero 2000.