El Señor Jesús es la aurora que nos visitó de lo alto y ahora está encaminando nuestros pies por el camino de la paz (Lc. 1:78-79). Él quiere, para nosotros, quietos lugares de reposo, moradas de paz, una tierra que fluye leche y miel.

Sin embargo, paradójicamente, solo es posible entrar a este lugar de descanso con lucha, esforzándose para entrar (Heb. 4:11). Para entrar en Su reposo es necesario trabajo, esfuerzo y luchas intensas contra los habitantes de la tierra. Canaán, como la iglesia, no era un lugar en el cielo –aunque sea celestial–, sino en la tierra misma, y llena de enemigos y gigantes, cosas y personas que parecen invencibles.

En Egipto, figura del mundo, estábamos separados de la vida de Dios. El desierto es un lugar para conocer a Dios, y separar a los que creen de los incrédulos. Canaán es el lugar del descanso de Dios y de sus obras, donde el Señor también encuentra su reposo para gozar con sus hijos y hacerlos crecer en la comunión y en la santidad. Un pueblo separado de los pueblos de la tierra, un sacerdocio real.

Todo en Canaán prefigura la iglesia, incluso la propia ciudad de Jerusalén (Heb. 12:22). En Canaán, a pesar de las luchas, solo hay promesas de victoria. Las puertas del infierno no prevalecen contra ella, y es ella quien pelea las batallas de Dios en la tierra, tomando Su armadura (Ef. 6). Es ella quien batalla y vence. En la iglesia, como en Canaán, todas las derrotas se dan solo a causa del orgullo; no obstante, en la obediencia y en la fe siempre habrá victoria, pero nada de ello sin lucha.

Canaán ya había sido el lugar de peregrinación de nuestro padre Abraham, y esto prefigura la iglesia en su principio, pero ahora es tierra de jebuseos y de gigantes, y debe ser tomada con fuerza, en el poder del Señor (Ef. 6:10). Un pueblo débil, sin recursos, pero que guarda Su palabra y no niega Su nombre.

Los infieles e incrédulos quedarán postrados en el desierto, no entrarán en su reposo; pero los que creen poseerán la tierra de la promesa, del primer amor, el lugar que Dios escogió para colocar su nombre, el nombre que es por sobre todo nombre: Jesús el Señor, salvación nuestra.

En Hebreos 4:1-3, el Señor nos hace una exhortación para que temamos, porque la promesa que ha sido dada a nosotros también les fue dada a ellos, pero no les aprovechó, porque no fue acompañada de fe en aquellos que la oyeron. Solo los que creen son los que entran en su reposo.

Canaán es tierra santa, como lo es también la iglesia. La iglesia va siendo conquistada para ser un lugar santificado al Señor. La iglesia del Dios vivo, columna y baluarte de la verdad (1 Tim. 3:15) no puede ser menos que esto. Un lugar que lo exprese, el lugar de su habitación, de su descanso; un lugar donde la palabra de Dios es viva y eficaz, donde los secretos de los corazones son manifiestos, y así, postrándose sobre sus rostros, otros digan: Verdaderamente Dios está en medio de ustedes (1 Cor. 14:25).

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