Un tercer aspecto que marca el camino de la madurez cristiana, a la luz de la epístola a los Hebreos, es la disciplina. Los hijos maduros son disciplinados. Esto hace una importante diferencia con los hijos pequeños; lo mismo que en una familia, los padres son benevolentes con los más chicos, pero no lo son tanto con los mayores.

Junto con el crecimiento, se van asignando responsabilidades, y con las responsabilidades está la opción de acertar o fallar. Y cuando fallamos por negligencia, por porfía o tozudez, entonces es necesaria la disciplina.

La disciplina de Dios tiene como fin edificar un carácter. No se trata de si somos hijos o no (pues lo somos para siempre), sino de llegar a ser cierta clase de personas. Dios construye en nosotros el carácter de su Hijo, y en ese trabajo él es muy paciente y laborioso. El mismo Dios que creó el universo con sabiduría es el que hoy está trabajando en sus muchos hijos por medio del Espíritu Santo, para llevarlos a la santidad y la plena justicia.

Tanto en el capítulo 6 como en los capítulos 10 y 12, Hebreos toca asuntos relativos a la disciplina. Se habla allí de cristianos que son como una tierra reprobada, que está próxima a ser maldecida (6:8), de una «horrenda expectación de juicio» que se cierne sobre los cristianos que pecan voluntariamente (10:27), y de la necesidad de la disciplina, que confirma nuestra condición de hijos (12:8).

La disciplina es una demostración del amor de Dios, no de su ira. «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo aquel que recibe por hijo» (12:6). Ante eso, la enseñanza de Hebreos es que no debemos menospreciarla, ni tampoco desmayar cuando ella está siendo aplicada. En el presente, ella no es comprendida ni aceptada, pero después que ella pasa, con el tiempo, se viene a comprobar el fruto que produce. ¿Cuál es ese fruto? «Participar de Su santidad» (12:10), y el «fruto apacible de justicia» (12:11). En dos palabras, santidad y justicia.

Hebreos no podía dejar de hablar de la disciplina, puesto que es una carta que trata sobre la madurez cristiana. Usted no puede dejar de experimentar la disciplina de Dios, pues es un creyente que está siendo conducido por Dios hacia la madurez. Todo está bien: el propósito de Dios es transformarnos, y el medio para lograrlo es la disciplina. Esto no es nuevo, porque el mismo Señor Jesús, fue perfeccionado por aflicciones (2:10), y «por lo que padeció aprendió la obediencia» (5:8). Aliéntese, pues, el corazón atribulado: ¡Usted está siguiendo los pasos de su Maestro!

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