La delicada tarea de ser padres.

E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos».

– Lucas 1:17.

Cuando el ángel Gabriel anuncia a Zacarías el ministerio de Juan, le predice que hará volver los corazones de los padres a los hijos. La profecía de Malaquías decía: «Hará volver el corazón de los padres a los hijos, y de los hijos a los padres» (4:6). Sin embargo, cuando el ángel cita a Malaquías, lo hace solo en su primera parte, y no en la segunda. ¿Por qué? La razón es simple. Cuando el corazón de los padres se vuelve de veras a los hijos, entonces necesariamente el corazón de los hijos se volverá a los padres.

La responsabilidad es de los padres

La mayor responsabilidad es de los padres. La primera generación determina la reacción de la segunda. La más grande pérdida en los hijos se ocasiona cuando los padres no saben sembrar en ellos la semilla de la verdad. Durante al menos quince años los hijos están a entera disposición de sus padres, con una mente dócil, receptiva, con un corazón sensible, y los padres pueden sembrar en ellos todo lo que quieran, sea amor u odio.

¿Qué hicimos nosotros, como padres, en esos quince años? Los hijos fueron una «tabla rasa», recibieron todas las influencias nuestras, sin restricciones. Si no supimos sembrar en ellos la buena semilla, debemos arrepentirnos y dar el primer paso. Al fracasar en esta labor, y al comenzar a cosechar el fruto amargo de la apostasía y la rebeldía de nuestros hijos, debemos ser los primeros en comenzar a recuperar las cosas.

Alguien podrá tal vez decir: «Yo me he vuelto a mi hijo, pero mi hijo no se vuelve a mí». Es que la semilla que se sembró por largos años tiene que dar fruto todavía. «El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción» (Gál. 6:8). Usted tiene que segar todavía todo lo que sembró, mientras espera en la misericordia del Señor. Sólo le cabe inclinar la cabeza delante de él y pedir que la mala cosecha termine pronto. Pero, sin duda, va a venir el día en que usted ganará el corazón de su hijo. Los padres deben arrepentirse ante Dios de sus malas obras, y luego hacer lo mismo ante sus hijos. Ellos tienen que buscar delante de Dios la forma cómo recuperar el lugar que ellos abandonaron de su corazón, para luego sembrar, dentro de lo posible -y si ello es aún posible- la semilla de la verdad.

En los tiempos de Juan el corazón de los padres estaba distanciado de los hijos, y la primera cosa que se debía hacer era producir un vuelco a favor de ellos.

Tal panorama no difiere mucho de la situación actual. La indiferencia y rebeldía de los hijos, hoy, es simplemente la consecuencia de un desinterés y de una displicencia de los padres hacia los hijos. Su «no estoy ni ahí» de ahora, fue precedido de un «no estoy ni ahí» de ayer por parte de sus padres en cuanto a obedecer al Señor en lo tocante a su responsabilidad con sus hijos.

En Proverbios hay, al menos, quince lugares en que se dan instrucciones para los padres en cuanto a la crianza de sus hijos. ¿Qué de estos pasajes? ¿Los conocen los padres creyentes? (10:5; 13:24; 15:20; 17:2; 17:25; 19:18; 19:26-27; 20:7; 20:11; 22:6; 22:15; 23:13-14; 23:26; 28:24; 29:15,17) ¿Y Efesios 6:4, y Colosenses 3:21?

Abraham y Elí

Hay dos ejemplos del Antiguo Testamento, que son polos opuestos en este asunto. Uno es Abraham, el otro es Elí.

«Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová» (Gén. 18:17-19).

El Señor razona consigo mismo acerca de si encubrir o no a Abraham lo tocante a Sodoma y Gomorra, sabiendo de antemano que él va mandar a sus hijos correctamente. ¡Es por causa de la fidelidad de Abraham como padre que Dios le confía un secreto importante! Abraham había de mandar que guarden el camino del Señor. Era enérgico en esto. ¿Qué vemos luego en Isaac su hijo? El carácter de Isaac es uno de los más preciosos de toda la Biblia. Esperó pacientemente los tiempos para su vida. Era pacífico en grado sumo, y muy sumiso. Abraham nos muestra un positivo ejemplo de cómo se enseña a los hijos.

Veamos ahora el ejemplo de Elí. El Señor le habla a Elí de esta manera: «¿Por qué habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas, que yo mandé ofrecer en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?» (1 Sam. 2:29). Una de las causas de la caída de Elí como sumo sacerdote, fue que había honrado a sus hijos más que al Señor. ¡Qué terrible cosa! Aquí los hijos son un problema que impide que un hombre de Dios pueda desarrollar su ministerio.

En 1 Samuel 3:13 el Señor agrega: «Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios y él no los ha estorbado». Aquí hay un secreto que el Señor no quiere revelar («la iniquidad que él sabe»), y que ha provocado la molestia del Señor. Los hijos de Elí han blasfemado a Dios y él no los ha estorbado. ¿Qué significa que un padre estorbe a un hijo? Si alguien quiere salir por una puerta, y otro lo estorba, entonces no podrá salir por esa puerta. Estorbar es impedir que alguien haga algo. No significa aconsejar simplemente, sino impedir que algo ocurra.

Elí sabía de los horribles pecados que sus hijos cometían en la puerta misma del tabernáculo. El problema es que sólo les aconsejaba, pero no les estorbaba. Sus consejos podían ser muy buenos, pero no eran escuchados. El decía a sus hijos: «¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? Pero ellos no oyeron la voz de su padre» (1 Sam. 2:23-25). Consejos y advertencias los hubo, pero Elí no fue capaz de decidirse a estorbar a sus hijos; antes bien, los honró más que al Señor. Y esa fue la causa de su caída.

Es necesario que nosotros enseñemos esto, porque vemos a cada paso padres demasiado consentidores de sus hijos, padres que dan diez veces una orden y las diez veces sus hijos las desobedecen sin que nada ocurra. Eso no puede ser. Eso no es un rasgo de amor o de misericordia por parte nuestra, sino de desobediencia al Señor.

La obra restauradora de nuestros días, igual que en los días de Juan, apunta a la normalización de las relaciones familiares. Como consecuencia de que los padres se vuelvan a los hijos, el corazón de los hijos será sanado y serán recuperados de su rebeldía, y su corazón se volverá fértil para la semilla de la Palabra de Dios.