De este evangelio llegué a ser servidor como regalo que Dios, por su gracia, me dio conforme a su poder eficaz. Aunque soy el más insignificante de todos los santos, recibí esta gracia de predicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo, y de hacer entender a todos la realización del plan de Dios, el misterio que desde los tiempos eternos se mantuvo oculto en Dios, creador de todas las cosas. El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor. En él, mediante la fe, disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios. Así que les pido que no se desanimen a causa de lo que sufro por ustedes, ya que estos sufrimientos míos son para ustedes un honor».

Efesios 3:7-13, NVI.

Retornando al origen a través de la vida

Y ahora, comiendo de Cristo, el árbol de la vida, podemos retornar al origen, al Génesis, al principio. Y entonces, hermanos, tenemos la posibilidad, al unirnos a Dios por medio de Cristo, del árbol de la vida, de retornar al origen. Lo que Dios nos ha dado en Cristo es su vida, la vida eterna, la vida de Dios, la vida increada, la vida suprema, la vida más maravillosa, más perfecta, la vida más completa.

No hay vida superior a aquella que Dios nos ha dado en Cristo, la vida eterna de Dios, la vida que los apóstoles contemplaron con sus ojos y palparon con sus manos.

¿Qué es la vida eterna? Es la mismísima vida de Dios, que fue manifestada corporalmente en Jesucristo. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3). En esto consiste la vida cristiana. Porque, ¿qué es la vida cristiana, sino la vida de Cristo, la vida eterna, la vida que estaba escondida en Dios, y que fue manifestada?

Decir: «Y esta es la vida eterna», equivale a decir: ‘En esto consiste la vida cristiana’. ¿Qué es la vida cristiana, hermanos? ¿La vida cristiana será la vida que viven los cristianos? ¿Será la vida de la iglesia? ¿Será ésta la vida cristiana? Tenemos que decir que no; tenemos que decir que la vida cristiana –única y exclusivamente– es la vida de Cristo. Porque esta es la vida del cielo, la vida de Dios; esta vida no es terrenal. Esta vida espiritual, celestial, eterna, increada, no es de aquí abajo.

Esta vida del cielo no la hereda la carne y la sangre. Para tener esta vida, para poder participar de esta vida, hay que experimentar una resurrección, hay que solucionar un problema radical. El hombre necesita desesperadamente solucionar el problema más radical que tiene el ser humano, que es la muerte que está dentro de él. El ser humano en sí mismo, en su naturaleza humana, está perdido. El pecado causó un caos. El desajuste fino causó un estrago en toda la raza humana.

¿Y cómo se soluciona esto? Tan sólo creyendo que, en la cruz del Calvario, nuestro Señor Jesucristo terminó con la vieja creación, con la desgracia de Adán, con la muerte de Adán, con la condenación de Adán. Y en esa cruz, Dios hizo un despliegue de su conocimiento, porque en esto consiste la vida cristiana, la vida eterna, «que te conozcan a ti… y a Jesucristo», y en donde más conocemos a Dios y a su Hijo Jesucristo es en la cruz del Calvario. Aquí es donde termina la vieja creación y comienza la nueva creación.

Conocer a Dios es un asunto de encontrarse con él. Y no fuimos nosotros los que lo buscamos; porque nosotros estábamos muertos, y en el reino de las tinieblas nada podíamos hacer por nosotros mismos para encontrarnos con él. Fue él, que descendiendo a las partes más bajas de la tierra, vino a rescatarnos y a trasladarnos de la potestad de las tinieblas al reino de luz del amado Hijo. Y lo consiguió, y el hecho de verlo y creerlo es lo que hace toda la diferencia. Quien lo cree, lo asimila, lo vive y experimenta el traslado tan grande, tan notorio; el antes y el después; lo que éramos sin Cristo y lo que ahora somos con Cristo y en él. Esto marca radicalmente la diferencia. ¡Gloria al Señor!

¿Será que los que han caído en pecados, no han nacido de nuevo? ¿Será que no han conocido en qué consiste la vida cristiana? ¿Cómo es la vida eterna? ¿Cómo es la vida de Dios? ¿Cómo es su comportamiento, su modo de ser? El modo de ser de Dios es que él es una pluralidad de personas, un conjunto. Dios no es un individuo.

La modalidad de la vida de Dios

«En el principio, creó Dios…». Dios estaba antes de todo lo creado. Dios ya era. ¿Y cómo era? Era Dios que vivía en un conjunto de personas, teniendo comunión, viviendo en mutualidad, dándose el uno al otro, sujetándose el uno al otro, estimando al otro mayor que a sí mismo – una vida rendida a los demás. El Padre vivía así para el Hijo y para el Espíritu, y el Hijo vivía así para el Padre y para el Espíritu; el Espíritu conteniendo al Padre y al Hijo; el Padre y el Hijo reunidos, viviendo en el Espíritu. Ninguno en particular viviendo para sí, sino cada uno viviendo para el conjunto.

«…que te conozcan a ti». En esto consiste la vida cristiana, esa vida eterna que descendió en una Persona. El Señor Jesucristo nos mostró que él era la reunión de todas las cosas, que en él estaba el Padre y el Espíritu, que él no estaba solo, que todo lo que hacía lo hacía por el Padre, todo lo que veía era lo que veía del Padre y todo lo que decía era lo que oía del Padre. No una vida independiente, solitaria, individualista, sino la vida corporativa, la vida que la iglesia ha aprendido.

La vida cristiana, entonces, tiene su modelo en la vida de Dios; y por lo tanto, los cristianos son llamados a tener ese modo de vida. Es decir, tenemos que estimar a los demás como superiores a nosotros, tenemos que sujetarnos unos a otros, amarnos unos a otros, perdonarnos unos a otros.

Un espectáculo a los ángeles

Cuando este ángel principal y todos los ángeles miran esto, nosotros somos un espectáculo a los ángeles. Y ellos miran cosas que nunca habían visto. Porque es verdad que ahora, como cristianos, no vivimos una vida perfecta. Aun cuando la vida cristiana es perfecta –porque es la vida de Dios, es la vida del cielo–, pero está en vasos de barro, que son imperfectos, que cometemos pecados, que nos equivocamos, que ofendemos, y tenemos que ajustar esta vida terrenal a esa vida celestial. Y allí el conflicto que tenemos permanentemente de ser configurados a la imagen de ese hombre celestial, y desdibujar esta imagen torcida del hombre terrenal que es el primer Adán.

Pero, a pesar de todo, ¿saben ustedes lo que ven y aplauden los ángeles de Dios en los cielos? Cuando un pecador se arrepiente. No sólo los pecadores que vienen del mundo y que nunca han conocido a Dios; sino que aquellos que, participando ya de la vida cristiana, de repente actúan como si no fueran cristianos. Los ángeles observan cuando éstos se arrepienten, echando mano a la vida eterna, y se vuelven a Cristo, a la fuente de la vida, para tomar el poder de la vida de Cristo, y ser capaz de doblegar esta naturaleza rebelde que se opone a Dios.

Los ángeles aprenden esas cosas de nosotros. Nunca un ángel se arrepintió. Para los ángeles, dentro del plan de Dios, no hubo redención; pero sí para nosotros. Alabada sea la misericordia del Señor, su gracia para con los hijos de los hombres que, siendo pecadores, aun así, él no desiste de obtener esa iglesia santa, pura y sin mancha, que un día llegará a la estatura del varón perfecto.

Y estas cosas que estamos viviendo, las están sabiendo los ángeles de nosotros. Si la existencia humana no fuese como es, los ángeles de Dios jamás conocerían aspectos de Dios que sólo han sido revelados a causa de esta creación.

Por ejemplo, en la cruz del Calvario, Dios mostró dos aspectos de su carácter – la justicia y el amor. Podríamos decir que estos dos aspectos de la naturaleza divina son dos cualidades extremas. Si Dios es justo, tiene que castigar el pecado, castigar al hombre por su rebelión. Y por otro lado, Dios, que podría castigarnos, ¿cómo puede mostrar su amor al mismo tiempo?

Entonces, él muestra su amor por nosotros en Jesucristo. Es él mismo el que asume el castigo, sufriendo una muerte representativa por toda la humanidad. Por eso, un texto muy curioso dice: «…la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre» (Hechos 20:28, NVI). ¿Dios tiene sangre? No, él no tiene sangre. Pero Dios manifestado en carne, sí tiene sangre – la sangre de Cristo. Es la sangre de este varón justo que no pecó jamás, y que tiene las cualidades para asumir el castigo de la raza humana.

Por eso, la muerte de Cristo es una muerte representativa – toda la raza de Adán muere castigada en la cruz del Calvario. Dios aceptó el sacrificio del Señor Jesucristo, y por eso, la justicia de Dios quedó saldada. Nosotros hemos recibido el perdón, la salvación, por este acto de justicia de Dios que al mismo tiempo es un acto de amor.

Amados hermanos, los ángeles nunca habrían conocido esto si no hubiera existido la caída del hombre, y Dios no hubiera decidido, de todas maneras, hacerse hombre; aunque, sin caída, él se hubiera hecho hombre igual, pero se hizo hombre también por causa de la caída.

Queridos hermanos, esto es maravilloso. La vida cristiana, la vida eterna, se manifestó en Jesucristo, y en todos estos detalles se nos va mostrando cómo es esa vida que nos vino del cielo. Aquí se nos muestran los extremos del carácter de Dios. Dios había sido conocido parcialmente en los cielos; pero ahora en la tierra, él se ha dado a conocer completamente. ¡Gloria a Dios! Dios se ha revelado a sí mismo; ha revelado en Jesucristo cómo es su carácter santo, justo, su amor, su justicia, su moralidad.

Podemos decir que conocemos a Dios, aunque aquí le conocemos todavía parcialmente, y aún no hemos conocido todo lo que tenemos que conocer de Dios; pero lo que conocemos es suficiente para adorarle, para amarle, para servirle, para obedecerle y sujetarnos a él.

Diremos una cosa más de Dios, del modo de ser de Dios, que es lo que estamos viendo. Dios se nos muestra viviendo en un conjunto de personas, dándose el uno por el otro. Y entonces, si pudiéramos obtener una fotografía de cómo vive Dios, y nos mostrara aquí en la tierra cómo es Dios, cómo es la vida eterna, cómo es la vida cristiana que fue manifestada, diríamos que se caracteriza por tres cosas.

Amor, cruz y donación

Primero, diríamos que esa vida que se vive en pluralidad de personas es una vida que se vive en amor; que Dios es amor. Y que, por amor, el Padre le dio todo al Hijo; y que, por amor, el Hijo le dio todo al Padre. Veríamos en una escena que es la multiplicidad de relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Existe una cruz, una cruz que está en el centro de las relaciones, una cruz que va dibujando el carácter de cada una de las personas de la Trinidad; una cruz que permite el ajuste de tres, cada uno con una voluntad propia, pero a la vez negada y rendida para el bien común.

¿Cómo es posible que un Dios que es una Trinidad no haya tenido jamás una fisura en las relaciones? La única vez en que el Hijo estuvo separado del Padre fue cuando estaba redimiéndonos en la cruz del Calvario, cuando él estaba asumiendo el pecado de todos nosotros. Pero nunca, en la eternidad, antes o después de ese hecho, Dios ha estado dividido. En esto consiste la vida eterna, y resumiendo todas las virtudes que hay entre estos dos extremos, diremos que la suma total de las virtudes de Dios es la santidad. Por lo tanto, entendemos que la vida cristiana consiste en conocer cómo es Dios.

Y entonces, la cruz es lo primero que se nos ofrece en el evangelio. No es sólo gracia. Es el evangelio de la gracia manifestado en el Cordero que se dio por nosotros, pero también es el evangelio del reino, donde está Cristo como Rey y Señor, exigiéndonos ser como él es. Vemos que, en nosotros mismos, no podemos imitarlo; pero sí sabemos que él hizo todo para trasladarnos de la muerte a la vida, y Dios lo hizo todo en Cristo, para hacernos volver al modelo original.

Amados hermanos, ¿qué es la iglesia? La palabra griega, ekklesía, significa «los llamados afuera». Ser iglesia significa ser llamados fuera del mundo y fuera de la religión. Pero tal vez nunca hemos enfatizado lo suficiente que, para ser iglesia, el llamado a salir es un llamado a salir de nosotros mismos; salir de la carne, del hombre viejo, del hombre natural, emprender un éxodo hacia el hombre nuevo, hacia el hombre que tiene la vida eterna.

Amados hermanos, nos duele el pecado. El pecado causa confusión, estragos, lágrimas, causa dolor. Pero un día no habrá más muerte, no habrá más llanto, no habrá más dolor; porque estos, que fueron llamados a salir, habrán dejado atrás la muerte y el pecado.

Nuestra mayor expectativa

Voy a decir una cosa que tal vez va a causar alguna preocupación. Hay una corriente del cristianismo de la cual nosotros bebemos muchísimo, leemos muchos libros de ellos – la corriente de los Hermanos, la visión de la iglesia, la restauración de la iglesia, la unidad del cuerpo de Cristo, la centralidad de Cristo.

En esta corriente, se espera que el Señor vuelva ya, en estos días, y se trata de entender las profecías bíblicas y ajustarlas a los acontecimientos de hoy como señales de que el Señor ya está a las puertas. Y la mayoría de nosotros así lo creemos, y así lo esperamos. Y en realidad, ojalá que nunca tengamos la venida del Señor por tardanza, porque el sentido de eso es vivir pendientes y permanentemente en la esperanza de que el Señor viene en cualquier momento.

Pero a veces, estas profecías, que tratan de ajustar la venida del Señor para estos mismos días que estamos viviendo, no contemplan la más importante de todas las profecías – que el Señor viene por una novia perfecta, una novia preparada, ataviada, adornada, lista para el encuentro con su Señor. Y me temo, por la práctica que tenemos de tantos pecados, que no tenemos la madurez ni la estatura, ni el atavío de la novia; que no está la iglesia aún en condiciones de que el Señor venga todavía.

¿Qué pasaría con la generación de jóvenes que hemos formado, si de aquí a veinte, a cincuenta o a cien años el Señor aún no ha venido? ¿Qué dirán de los libros que se han escrito para ajustar profecías que eran señales para este tiempo?

Quisiera llamarles a poner los ojos en la expectativa del cielo respecto de la conducta de la iglesia. El Señor ha estado esperando por dos mil años que la iglesia ponga al enemigo de Cristo por estrado de sus pies.

Los pies de Cristo, hoy día, son los pies de la iglesia. El Señor está sentado en su trono. Él ya venció. Él es el hombre representativo que Dios tiene como prueba de que él ya tiene a aquel Hombre que él siempre quiso tener. Pero lo que falta son aquellos hijos que el Señor también quiere llevar a su gloria, y que él viene a buscar cuando estén preparados para su venida. Los más culpables de que el Señor aún no haya venido –digámoslo llorando– somos nosotros mismos.

Antes de ser encarcelado, el hermano Watchman Nee hizo una reunión con muchos obreros, y les dijo: «Hace diez años que estamos predicando la cruz de Cristo, la obra de la cruz, el camino de la cruz; hace diez años que nuestro mensaje ha sido, enfáticamente, la cruz. Pero tenemos que decir que aún no vemos los frutos de ese mensaje».

Y nosotros, hermanos, que también, por más de ese tiempo, llevamos predicando la cruz, hemos escrito acerca de la cruz, hemos leído libros sobre la cruz, hemos conversado entre los obreros también, y aunque hemos hablado mucho de la cruz, aún vemos que la cruz no ha hecho los efectos. No porque la cruz sea culpable, sino porque nosotros mismos no hemos estado a la altura de vivir la vida cristiana, esa vida que tiene como sello, en el cielo, la cruz, en todas sus relaciones. Y que, por eso, es capaz negarse; porque esa vida es amor, y el fruto de esa negación es el darse.

¿Qué es Cristo, sino la donación que Dios nos ha hecho de sí mismo? Por eso, bien se habla en la Escritura de la sangre de Dios; porque Dios sufrió la cruz juntamente con Cristo. Porque el Cristo que murió en la cruz no estaba solo, no era sólo la parte humana, sino el dolor de Dios, de aquel caos producido desde el principio.

Hermanos, Dios ha hecho todo para recuperarnos, para elevarnos. Y podemos afirmar: Que, ineludiblemente, Dios conseguirá lo que él se ha propuesto. Ya lo logró con su Hijo, pero lo hará también con nosotros.

El llamado del Señor es que nosotros no nos dejemos más gobernar por el pecado. Acuérdate que el pecado, básicamente, es un fino desajuste de tu voluntad con la voluntad de Dios, y que, cuando te desvías, por aquello que tú piensas que no es tan malo, y cuando hallas relatividad en aquello que es absoluto, te equivocas fatalmente, para causar dolor a tu casa, a tu familia, a la iglesia de Dios.

Que llegue ese día, para que también llegue pronto ese día en que veamos venir desde los cielos a nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.

Síntesis de un mensaje compartido en Rucacura 2010.