Primera Epístola a los Tesalonicenses.

Lecturas: 1ª Tes. 1:10, 2:19, 3:12-13, 4:15-18, 5:23-24.

Nosotros creemos que toda la Biblia nos revela a Cristo Jesús, y la primera carta a los Tesalonicenses no es una excepción. Podríamos denominar a esta carta como: Viendo a Cristo en su Parousía. La palabra parousía es la palabra griega que en esta carta se traduce como venida, o presencia.

Esta primera epístola a los Tesalonicenses es, según sabemos, la primera carta que Pablo escribió a las iglesias. Sabemos, de acuerdo con Hechos 16, que él y sus compañeros estaban viajando por Asia. El Espíritu de Dios no les permitió seguir hacia el norte ni al sur, por lo cual prosiguieron directamente hacia el oeste, hasta que llegaron a Troas, una ciudad portuaria. Allí, durante una noche, Pablo tuvo la visión de un varón macedónico pidiendo ayuda. A la mañana siguiente, el apóstol y sus compañeros concluyeron que aquello procedía del Señor, y entonces cruzaron el mar Egeo y fueron a Europa.

Era la primera vez que el evangelio de Jesucristo entraba a Europa. La primera ciudad donde Pablo y sus acompañantes estuvieron por algún tiempo fue Filipos. Sufrieron mucho allí. Pablo y Silas fueron hechos prisioneros a causa de la predicación del evangelio. Con todo, a través de esos dolores de parto de los apóstoles, fue levantada allí una iglesia, la primera en Europa.

A Pablo y Silas se les prohibió permanecer en Filipos; sin embargo, es bastante probable que Lucas, el médico amado, haya permanecido en la ciudad con el propósito de ayudar a aquella joven iglesia. Lucas debió ser de gran ayuda para la iglesia en Filipos.

Paulo, Silas y Timoteo siguieron adelante, hasta llegar a la próxima ciudad en Macedonia: Tesalónica. Ésta había sido fundada en 325 a. de C. por Casandro, quien le dio el nombre de su mujer, la cual era hermana de Alejandro Magno. Hoy, la ciudad es llamada Salónica. En esa época, Tesalónica era la capital de Macedonia.

A diferencia de Filipos, en Tesalónica había una sinagoga, pues muchos judíos residían allí. Pablo y sus compañeros entraron en la ciudad, y durante tres sábados argumentaron acerca de las Escrituras con los que allí asistían. Él les presentó al Señor Jesús, el cual, conforme a las Escrituras, debía sufrir y después de ello resucitar de los muertos, y que ese Jesús era el Cristo.

A causa de esa exposición en la sinagoga, sabemos que algunas personas vieron al Señor, entre ellos un número significativo de griegos, además de algunas mujeres. Los judíos se pusieron celosos y alborotaron a toda la ciudad contra Pablo y quienes estaban con él. Ellos fueron a casa de Jasón, donde Pablo estaba hospedado, y no encontrándolo allí, maltrataron a Jasón y a otros y los llevaron ante las autoridades locales.

Aquella misma noche, los hermanos en Tesalónica despidieron a Pablo secretamente. Él prosiguió con rumbo a Atenas, y allí esperó que Silas y Timoteo se le reuniesen nuevamente. Después de reencontrarse, siguieron juntos hasta Corinto. Antes de ir a Corinto, sin embargo, el apóstol envió a Timoteo de vuelta a Tesalónica.

La iglesia en Tesalónica nació a través de mucha aflicción y tribulación, y después que Pablo los dejó, la joven iglesia siguió sufriendo persecución, mas no de los judíos, sino de los griegos, los gentiles. Ellos sufrieron del mismo modo que las iglesias en Judea sufrieron a manos de los judíos. A causa del padecimiento de la joven iglesia en Tesalónica debido a sus compatriotas gentiles, Pablo estaba profundamente preocupado por ellos. En 1ª a los Tesalonicenses, vemos que él intentó volver a Tesalónica una vez, pero le estaba prohibido. Entonces, a causa de su gran preocupación por los hermanos, les envió a Timoteo. Puesto que Timoteo era más joven, probablemente no sería muy notado por la gente. De esta manera, Timoteo podía regresar a Tesalónica y visitar a la joven iglesia que estaba padeciendo tribulación.

Estando Pablo en Corinto, Timoteo regresó con buenas noticias: la joven iglesia había perseverado en el Señor, aunque había también entre ellos algunos problemas. De esa forma, Pablo escribió su primera carta a los tesalonicenses. Evidentemente, la escribió en Corinto no mucho después de su visita a Tesalónica, porque él acota: «separados de vosotros por un poco de tiempo» (2:17). Nótese la expresión: ‘por un poco de tiempo’.

Esta fue la primera carta que Pablo escribió. Por medio de ella, intentó consolarlos y alentarlos en el Señor. Como decíamos, la joven iglesia en Tesalónica fue fundada en medio de la aflicción y tribulación, y aún estaba bien fundamentada, porque ellos poseían los rasgos esenciales de la vida cristiana, tanto individual como colectivamente.

Hay tres cualidades esenciales de la vida cristiana que son de suprema importancia, ya sea desde el punto de vista individual (como cristiano) o colectivo (como iglesia): la fe, el amor y la esperanza. Ellos tenían obras de fe, pues se habían convertido de los ídolos a Dios; tenían obras de amor, pues servían al Dios vivo y verdadero, y tenían la perseverancia en la esperanza, pues aguardaban de los cielos al Hijo de Dios, a quien Dios había resucitado de entre los muertos. Aguardaban «a Jesús, que nos libra de la ira venidera».

Esa joven iglesia estaba sólidamente fundada, y a pesar de que continuaban en tribulación y aflicciones, ellos crecían en fe, en amor y en esperanza. Es un retrato muy hermoso de una joven iglesia.

Naturalmente, ellos también tenían algunos problemas, y el apóstol Pablo escribió esta primera carta para ellos con el fin de consolarlos y animarlos. Podríamos, sin embargo, hacernos la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible consolar y alentar a una joven iglesia que está pasando por tribulación? ¿Cuál será el mejor medio de consolarlos y animarlos?

En esta carta, Pablo nos muestra que la mejor manera de alentar a una iglesia que está sufriendo persecución es recordarles, llamar su atención, enfatizar y reforzar para ellos la venida de nuestro Señor, la parousía de Cristo.

En la historia de la iglesia de los primeros tres siglos, cuando la iglesia sufrió repetidamente persecuciones del imperio romano, estos cristianos se saludaban mutuamente diciendo: Maranata. Esta palabra significa: «El Señor viene», o «El Señor está viniendo». ¿Qué puede ser más alentador al corazón de las personas en tribulación o bajo persecución que el hecho de la venida del Señor?

Esto no sólo fue real en los primeros siglos de la historia de la iglesia, sino a lo largo de todos los siglos donde quiera que haya cristianos sufriendo persecución. En Europa, Asia, África, o dondequiera que sea, no importa el motivo, cuando los cristianos están siendo perseguidos, la certeza de que el Señor está viniendo en breve es aquello que nos fortalece más que cualquiera otra cosa.

Quiero compartir con ustedes un himno escrito por nuestro amado hermano Watchman Nee. Fue escrito después que los comunistas asumieron el poder en China, y de alguna manera expresa los sentimientos de los cristianos que son perseguidos. Fue escrito en idioma chino, y traducido posteriormente al inglés. Cuando el hermano Nee lo escribió, pienso que él estaba representando el sentimiento de todos los hermanos de aquella época.

Desde Betania

Desde Betania, en tu partida,
nostalgia inmensa inundó mi ser;
no quisiera ya tocar mi arpa,
¿cómo hacerlo, si no estás aquí?
En la fría noche de mi soledad,
en sosiego pienso sólo en ti,
el tiempo ha pasado, y estás lejos,
mas tú prometiste regresar.

Sin hogar, recuerdo tu morada,
mirando a la cruz, no hallo reposo;
tú me recuerdas mi hogar futuro,
pero es a ti a quien más quiero encontrar.
Sin ti es pasajera mi alegría,
ni el cantar endulza mi vivir;
vacíos son mis días en tu ausencia;
¡Señor, te ruego, no te tardes más!

Aunque aquí de tu presencia goce,
de ti nostalgia siempre siento yo;
aun gozando de tu amor inmenso,
anhelo el día en que has de venir.
Aun teniendo paz me siento solo,
por ti suspiro en mi peregrinar;
jamás tendrá mi alma pleno gozo,
hasta que tu rostro pueda ver.

Con su tierra sueña el peregrino,
con su patria el desterrado, igual;
distante, piensa el novio en su amada,
y el hijo anhela el calor de hogar.
Así también anhelo ver tu rostro,
oh mi precioso amado Salvador.
¡Oh, si hoy pudiese ver tu rostro!
¿Hasta cuándo he de esperar, Señor?

Recuerda tu promesa, oh Amado,
ven pronto, atráeme hacia ti;
tantos días y años han pasado,
cansado estoy, acuérdate de mí.
Tus pisadas siento tan distantes,
¿cuánto tiempo aún ha de pasar?
Mi voz elevo a ti desde la noche:
¡No tardes, ven y llévame, Señor!

Los días y las noches van pasando;
y cuántos santos ya no están aquí;
tantos esperaron tu retorno,
y ya hace tiempo que duermen en ti.
Oh, mi Señor, ¿por qué no te presentas?
¿Qué espeso velo te oculta aún?
Son tantos los que amamos tu regreso,
la espera nos parece sin final.

Sé que tú también anhelas regresar
y alzarnos a tu gloria eternal;
por eso te pido no demores más;
ven de prisa y llévanos a Dios.
Oh, ven, Señor Jesús, tu iglesia clama,
¿No oyes de tu novia el suspirar?
Mirando al cielo, dice con nostalgia:
¡Amado mío, no tardes, vuelve ya!

(Traducción libre desde el portugués)

Así ha ocurrido siglo tras siglo. En un sentido, amados hermanos, el deseo, el anhelo por la venida del Señor es una señal muy clara de la existencia del primer amor. Pablo dice que nosotros somos como vírgenes puras apartadas para un solo esposo (2ª Corintios 11:2). De manera que, siendo una virgen pura, comprometida con aquel hombre perfecto, Cristo Jesús, ¿qué puede ser más expresivo, más representativo de aquel amor de la virgen por Cristo, que el deseo de su retorno?

Hoy, nuestro Señor Jesús no está con nosotros. Él está ausente. Sin embargo, es claro que, espiritualmente, él aún está con nosotros, pues él mismo dice: «No te desampararé ni te dejaré» (Heb. 13:5). Él está con nosotros en el Espíritu Santo que nos habita; por otro lado, sin embargo, podemos decir que hoy nuestro Señor Jesús está ausente. Él nos dejó hace dos mil años atrás, y ahora está en los cielos.

Si aún estamos en el primer amor, nosotros, como su iglesia, como aquella virgen pura, estamos anhelando verle en breve, verle cara a cara. Esa es una señal evidente del primer amor. Siempre que empezamos a pensar que él se está tardando, que no va a volver, estamos en verdad declarando que nuestro amor se ha enfriado.

En una parábola, nuestro Señor Jesús dijo que el siervo malo es aquél que dice que su Señor se está tardando, que no va a retornar. Por eso, comienza a vivir de manera descuidada, negligente e indisciplinada, bebiendo y maltratando a sus compañeros de servicio al Señor. No obstante, cuando nadie lo esperaba, el Señor regresó (Ver Mateo 25:48-51). Así, hermanos amados, a lo largo de los siglos, en el corazón de cada creyente donde existe el primer amor por el Señor Jesús, ha estado este deseo y ferviente anhelo por su retorno.

No hay nada de errado si los cristianos de cada generación, siglo tras siglo, esperan durante toda su vida por la vuelta del Señor, porque esto es una evidencia del primer amor. Especialmente cuando los cristianos están en tribulación, o sufriendo persecuciones, aquel anhelo, aquel deseo ferviente va en aumento, y la venida del Señor se convierte en un gran consuelo y motivo de aliento para los cristianos. Por eso, cuando Pablo escribió esta primera carta a la iglesia en Tesalónica, él menciona en cada capítulo la venida del Señor.

Bendita esperanza

«…y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1ª Tes. 1:10).

Cuando aquellos tesalonicenses se convirtieron de los ídolos a Dios, se puede decir que eso era parte de su pasado, pues en el presente ellos servían al Dios vivo y verdadero. O sea, tan pronto como una persona abandona los ídolos y se vuelve a Dios, sirve ahora al Dios vivo y verdadero. Es eso lo que nosotros deberíamos hacer, y en lo cual deberíamos estar ocupados.

Mientras estamos sirviendo al Señor, ciertamente habrá dificultades, oposición, tribulaciones y problemas; sin embargo, seremos capaces de perseverar, porque tenemos una bendita esperanza. Nosotros esperamos al Hijo de Dios que retornará desde los cielos, y cuando eso acontezca, él nos librará de la ira venidera.

Está escrito que nuestro Señor Jesús se ofreció una vez y para siempre para quitar los pecados de muchos; no obstante, él aparecerá por segunda vez «para salvar a los que le esperan» (Hebreos 9:28). Un día, la ira de Dios vendrá sobre esta tierra; mas, amados hermanos, antes de eso, nuestro Señor Jesús regresará y nos librará de la ira venidera. Él vendrá en la segunda vez sin relación con el pecado, porque nuestros pecados ya fueron perdonados. Es para salvación – Esa es nuestra bendita esperanza.

Dádiva de amor

«Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo» (1ª Tes. 2:19-20).

Pablo era como un padre para estos cristianos tesalonicenses; mas, al mismo tiempo, era como una madre para ellos. Él no sólo les predicó el evangelio, sino que también les dijo que voluntariamente les daba su propia vida. ¿Y cuál sería la recompensa por su trabajo? Él no estaba buscando una recompensa aquí y ahora. Por el contrario, él esperaba recibir su galardón cuando el Señor Jesús retornase. Sus ojos estaban fijos en aquel día cuando comparecería ante la presencia del Señor. Cuando esto sucediera, Pablo quería presentar a aquellos cristianos tesalonicenses como su dádiva de amor. Ellos eran la esperanza, alegría y corona en que Pablo se gloriaba.

Hermano amado, si tú amas al Señor, ciertamente te gustaría darle alguna cosa para expresar ese amor. Sin duda alguna, te gustaría saber qué es lo que más le agradaría a tu Señor. Nuestro Señor Jesús quiere, más que ninguna otra cosa, personas. Personas redimidas, perfeccionadas por su gracia. Y, si eso es lo que él desea más que cualquiera otra cosa, entonces es eso lo que tú debes darle como expresión de tu amor hacia él.

Ningún precio sería demasiado alto para el apóstol Pablo, si él tan sólo pudiese presentar aquellas personas a Cristo como expresión de su amor, y creo que ningún precio es demasiado alto para nosotros si tan sólo pudiéramos presentar personas perfectas y completas en Cristo, como expresión de nuestro amor. Eso será nuestra alegría, nuestra esperanza y la corona en que nos gloriamos.

Santidad

«Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos» (1ª Tes. 3:12-13).

En este capítulo, Pablo vuelve su atención a los tesalonicenses. Un día, en la venida del Señor, todos nosotros estaremos juntos ante su presencia. En esa ocasión, nos presentaremos con nuestros corazones confirmados en santidad, libres de culpa, delante de nuestro Dios y Padre.

Pablo dice que todos nosotros compareceremos ante el tribunal de Cristo, y seremos juzgados según nuestras obras. Recordemos, sí, que el tribunal de Cristo es diferente al juicio ante el gran trono blanco. No temamos. El juicio del gran trono blanco, como es descrito en Apocalipsis 19, es el juicio final. Es el juicio de todos aquellos que murieron a lo largo de todos los tiempos, y es un juicio de acuerdo con todas las obras que cada persona hizo durante su vida. Todo será juzgado ante el gran trono blanco.

Un trono se refiere a un proceso judicial. Es un gran trono blanco; el color blanco señala que el juicio es de total pureza. ¿Quién puede estar a la altura de tal enjuiciamiento? Es un juicio de vida o muerte, vida eterna o muerte eterna. La Biblia dice que, de acuerdo al designio de Dios, cada persona morirá, y después de eso sufrirá el juicio. Ese es el juicio que vendrá – el juicio ante el gran trono blanco, el juicio de vida eterna y de muerte eterna.

Mas, hermanos amados, aquellos que creyeron en el Señor Jesús nunca comparecerán ante aquel gran trono blanco, porque nuestro Señor Jesucristo tomó sobre sí ese enjuiciamiento en la cruz del Calvario. Cuando él estuvo en la cruz del Calvario, cargó nuestros pecados sobre su cuerpo, y allí fue juzgado en nuestro lugar. Él gustó la muerte en lugar de todo hombre, y por eso, tomó sobre sí mismo aquel enjuiciamiento en nuestro lugar. Por esa razón, no hay más juicio, no hay más condenación, para aquellos que están en Cristo Jesús. ¡Gracias a Dios por eso!

Sin embargo, eso no significa que no seremos juzgados. Nosotros aún seremos juzgados, mas no como una criatura en presencia de su Creador. Seremos juzgados como hijos en la familia de Dios, y ese juicio es llamado el juicio en el tribunal de Cristo. No es un trono, es un tribunal. La palabra griega usada para designar este tribunal es la palabra bema.

En la tradición oriental, había grandes familias o clanes. En cada clan había un cabeza de familia, que podía ser el abuelo o bisabuelo. De tiempo en tiempo, había un encuentro familiar, y en esas ocasiones toda la familia se reunía en una gran sala. En un lado de la sala había un lugar llamado bema, un sitio elevado, una especie de plataforma, y allí se sentaba el cabeza de familia, y todos los demás permanecían de pie delante de él. Los miembros que habían hecho cosas que traían honra a la familia, recibían elogios y recompensa. Sin embargo, los que habían hecho cosas que acarrearon desgracias a la familia, eran amonestados y aun disciplinados. Nadie más, sino los miembros de la familia, podía participar de aquella reunión.

Del mismo modo, amados hermanos, un día, en la venida de nuestro Señor Jesús, todos nosotros compareceremos delante del tribunal de Cristo. Él es nuestro hermano mayor, el cabeza de familia, y todos nosotros estaremos en pie delante de él para ser juzgados según aquello que hicimos mientras vivimos aquí en la tierra.

Recuerda, sin embargo, que ese juicio no determina si tú irás o no al cielo; no se refiere a vida eterna o muerte eterna, porque tú ya tienes la vida. Este juicio es para verificar si, como miembro de esa familia, tú trajiste gloria o trajiste vergüenza al nombre de la familia. En esa ocasión, serás juzgado a fin de recibir recompensa, o ver quemadas tus obras de heno, madera u hojarasca, aunque tú mismo seas salvo como por fuego (1ª Cor. 3:15).

En aquel día, cuando todos estemos reunidos en la presencia del Señor, ¿no será bueno si pudiésemos presentarnos delante de él irreprensibles en santidad y libres de culpa? Irreprensibles en santidad y exentos de culpa significa que en nuestro corazón estamos apartados para Dios.

Las Escrituras nunca predican una perfección sin pecado. Hay sólo un hombre perfecto, sin pecado, y ese hombre es nuestro Señor Jesús. No hay otro. Por tanto, en ese texto, Pablo no se está refiriendo a la perfección sin pecado, sino a un corazón perfecto delante de Dios, es decir, a una persona que en su corazón está totalmente separada para Dios.

Podemos recordar que David tenía un corazón perfecto delante de Dios. Ciertamente, David no era perfecto; mas, gracias a Dios, él tenía un corazón perfecto. Es eso lo que Dios busca en nosotros. ¿Tenemos nosotros un corazón perfecto para Dios? ¿O será que nuestro corazón está dividido? ¿Le amamos realmente con todo nuestro corazón, aunque algunas veces fallemos y cometamos yerros? En nuestro corazón, ¿vivimos totalmente para él? ¿Realmente nuestro corazón le pertenece? Es eso lo que él está buscando.

Cuando Dios juzgue nuestras obras, lo hará de acuerdo con el corazón de cada uno de nosotros, porque Dios no es como el hombre, que juzga según las apariencias. ¡Qué gozo será si, por la gracia de Dios, comparecemos delante de él con un corazón en santidad, exentos de culpa!

Resurrección

En el capítulo 4 de esta epístola, verificamos que aquellos creyentes tenían un problema. Después que Pablo se fue, algunos de los nuevos creyentes fallecieron. Los tesalonicenses estaban esperando la venida del Señor, y ese problema surgió porque ellos no entendían la verdad. Ellos pensaban que aquellos que murieron habían perdido la oportunidad de ser participantes de la venida del Señor, o pensaban aun que los que habían muerto quedarían en segundo lugar en relación a los que estuviesen vivos en ocasión de la venida del Señor. Por tal razón, ellos estaban confundidos.

Pablo, en consecuencia, trató de consolar sus corazones con la verdad, diciendo: «Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor…» (v. 15). Sin embargo, nosotros no podemos hallar en los evangelios una palabra del Señor sobre eso. No hay registro alguno. ¿Cómo era posible, entonces, que Pablo se refiriera a la palabra del Señor? Puede ser que Pablo recibió una revelación directa del Señor (lo cual a menudo ocurre con él), o había alguna tradición oral divulgada y aceptada entre los discípulos – sin estar escrita, pero aceptada como si lo estuviese.

Una de estas posibilidades es verdadera. Hay una palabra del Señor, existe una verdad acerca de este asunto, y la cuestión es: aquellos que durmieron en Cristo, cuando sea la venida del Señor, resucitarán primero. O sea, habrá una resurrección, y aquellos que viven, los que quedaron, serán entonces arrebatados juntamente con ellos hasta las nubes, para encontrarse con el Señor en los aires, y así estaremos para siempre con el Señor (1ª Tes. 4:16-17).

Aquel problema, por lo tanto, estaba solucionado. Aquellos que no pudieron esperar hasta que el Señor viniese, y durmieron, es decir, aquellos que murieron, serán resucitados, y entonces aquellos que viven y que quedaron serán arrebatados juntamente con ellos hasta las nubes, al encuentro del Señor en los aires. «Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras».

Guardados irreprensibles

«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1ª Tes. 5:23-24).

¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros? La voluntad de Dios para nosotros es que nuestro espíritu, alma y cuerpo sean guardados irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesús. El Señor Jesús está viniendo, y él desea que nos hayamos conservado íntegros cuando él llegue. No sólo en nuestro espíritu, sino también nuestra alma, e incluso nuestro cuerpo.

Conservar nuestro espíritu irreprensible significa tener nuestro espíritu lleno del Espíritu Santo. Nuestro espíritu es uno con el Espíritu Santo. Nosotros no lo contristamos, no lo despreciamos, no lo apagamos, sino que estamos llenos del espíritu Santo, y somos gobernados por él. Guardar nuestra alma irreprensible significa que amamos al Señor de todo corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra inteligencia. Asimismo, nuestro cuerpo es guardado irreprensible en la medida que lo presentamos como sacrificio vivo, y nos entregamos al Señor para hacer su voluntad a lo largo de nuestros días sobre esta tierra.

Hermanos, esta es la voluntad de Dios para nosotros. Es verdad que nosotros mismos no podemos guardarnos irreprensibles; pero él puede. «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo». Él es capaz de conservarnos íntegros. Nuestro Señor Jesús tiene el poder, no sólo para salvarnos, sino para salvarnos completamente. Nuestro Salvador es aquel que nos guarda. Él nos dio su vida, nos dio su Santo Espíritu, y por la gracia de Dios, él es capaz de guardarnos hasta aquel día. Pablo dice: «…porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2ª Tim. 1:12).

Nuestra parte es entregarnos a él para que él nos guarde, nos conserve íntegros. Los santos se guardan irreprensibles, no porque se guardan o se conservan a sí mismos. Lo que ocurre, en verdad, es que nosotros nos entregamos a él, y es él quien nos guarda y nos conserva íntegros. Dios es quien nos llama, y él es fiel, él es capaz. ¡Qué consolador es esto!

La venida del Señor

Finalmente, quisiera compartir con ustedes con respecto a la parousía de Cristo, la venida del Señor. La palabra venida en la carta a los Tesalonicenses es la palabra griega parousía. Varias palabras griegas fueron traducidas al portugués con la palabra venida. Sin embargo, la palabra parousía es usada especialmente en las dos epístolas a los tesalonicenses. En realidad, el vocablo es usado veinticuatro veces en el Nuevo Testamento; siete veces en relación al hombre y diecisiete veces en relación a Cristo.

Parousía, del griego para (con, junto) y ousía (estar, ser). Significa simplemente presencia. La palabra incluye en su significado la idea de una llegada y, consecuentemente, la presencia. De acuerdo con los especialistas en lengua griega, el término se refiere al período dentro del cual ocurre una serie de eventos, y no sólo a un único acontecimiento. Esto es muy importante para que comprendamos bien cómo va a ocurrir la segunda venida de nuestro Señor Jesús, porque hoy en día hay mucha confusión entre el pueblo de Dios sobre este asunto.

Probablemente hemos oído muchas veces esta pregunta: «¿Cuándo va a volver el Señor? ¿Falta aún que se cumplan algunas profecías antes que él regrese, o puede venir en cualquier momento?». En mi opinión, esta es una pregunta muy práctica. Pues si hay alguna profecía que deba ser cumplida antes de la venida del Señor, nosotros necesitamos poner nuestra atención en las profecías, y no en la venida del Señor. ¿Por qué? Porque entonces él no podría venir sin que antes se cumpliesen tales profecías. Por otra parte, si el Señor Jesús puede volver en cualquier momento, aun si algunas profecías no estuviesen cumplidas, entonces nosotros tenemos que estar atentos a Jesús y no a los eventos.

¿Qué estamos vigilando nosotros? Temo que la mayoría de los creyentes de hoy están atentos, esperando los eventos que acontecen, para ver si las profecías están siendo cumplidas. Es evidente que yo creo en las profecías. Creo que todas ellas se cumplirán, mas el Señor nos ordena velar y esperarle a él. Nosotros tenemos que mirar a Jesús y no a los eventos, porque nadie sabe cuándo él estará regresando. El Señor mismo dice: «Nadie sabe». Nadie sabe la hora, nadie sabe la fecha, nadie conoce la época; sólo el Padre. Por lo tanto, no intentes saber eso.

En la historia de la iglesia, muchas personas han intentado saber cuándo vendría el Señor, y todas sus tentativas fracasaron; se equivocaron una y otra vez. En nuestros días, hay personas que dicen: «Bueno, ¿no son siete las dispensaciones? La última dispensación es de mil años, y nosotros estamos llegando al fin de seis mil años, por lo tanto…». Puede haber alguna lógica en ese razonamiento, pero no empieces a divagar. Nadie sabe cuándo él volverá.

Entretanto, él dice una cosa: «…cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca…» (Mat. 24:33). Una cosa, sin embargo, nos es permitido saber: podemos conocer, de un modo general, las características de la época que precede a su venida.

Hermanos, ¿saben ustedes que, de un modo general, ya estamos viviendo las características de la época que precede a su venida? Al leer Mateo 24, vemos que está escrito: «Y oiréis de guerras y rumores de guerras … y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores … pero aún no es el fin». Es decir, cuando percibas en el mundo entero la ocurrencia de guerras, rumores de guerras, hambres, pestilencias, terremotos y todos esos acontecimientos, sabrás que el mundo está sufriendo dolores de parto; algo está por nacer.

Cuando una mujer está con dolores de parto, sabe que está próximo el nacimiento, pero aun puede ser una falsa alarma. Sin embargo, aunque sea una falsa alarma, es una indicación de que el nacimiento no va a demorar mucho, y cuanto más cercana está la hora, más intensos y más frecuentes son los dolores.

Desde la ocasión en que nuestro Señor Jesús profirió esas palabras en el monte de los Olivos, hasta nuestros días, han transcurrido casi dos mil años, y esas cosas vienen aconteciendo sucesivamente, de manera cada vez más intensa y con creciente frecuencia, como los dolores de parto. Hay una labor cada vez más intensa; mas, ¿para qué? Una mujer que espera un hijo no trabaja en vano, sino para que nazca la criatura. En Apocalipsis 12, aquella mujer está en labor de parto, y un hijo varón va a nacer. El mundo ya ha trabajado de más; el nacimiento está cerca.

El Señor Jesús dice en Mateo 24: «Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre». La palabra venida, en este pasaje, es la palabra griega parousía. ¿Alguien discute que las características de la época en la cual estamos viviendo hoy son las mismas que en los días de Noé? Esta época se está volviendo invariablemente cada vez más parecida a los días de Noé: la situación moral, la corrupción, el derramamiento de sangre, la perversidad y los propios pensamientos de las mentes son continuamente malos. La situación de nuestra época, ¿no demuestra que se aproxima la venida de nuestro Señor?

El Señor dice: «De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas». Sabemos que la higuera representa a la nación judía. Durante dos mil años, ellos fueron un pueblo sin un territorio, sin un gobierno. Dios los preservó a través de las persecuciones por dos mil años, y repentinamente, en 1948, la nación de Israel fue establecida – las ramas tiernas y las hojas brotando… «conoced que está cerca, a las puertas».

En Lucas 21, el Señor Jesús dice: «Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan». Si nuestra interpretación es correcta, entonces, en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Jerusalén salió de las manos de los gentiles y pasó por primera vez a manos de los judíos. ¿Significará esto que el tiempo de los gentiles se ha cumplido?

Hermanos, observen a todos los lugares del mundo: la situación política, económica, moral, la situación de la cristiandad… Ustedes no tendrán sino que concluir que estamos viviendo en aquella atmósfera de la época de la parousía de Cristo. En verdad, hay muchas profecías que han de cumplirse aún; sin embargo, la parousía significa un período de tiempo que cubre una serie de eventos, en lugar de un hecho único. En este sentido, entonces, todas las profecías que preceden el inicio de la parousía ya se cumplieron.

Este asunto me conmueve profundamente, porque yo amo la venida del Señor. No es nuestro propósito en este capítulo entrar en muchos detalles sobre este asunto; sin embargo, una cosa se puede afirmar de modo muy claro y simple: un día, amados hermanos –puede ser hoy o mañana, o dentro de diez años– un grupo, un determinado número de personas, desaparecerá repentinamente.

«Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una será tomada, y la otra dejada. Dos estarán en el campo; el uno será tomado, y el otro dejado» (Luc. 17:34-36). ¿Por qué está escrito de esa manera? Porque la tierra es redonda. Mientras en algunos lugares es de noche, en otros es la mañana, y en otros es mediodía. Descubrimos por tanto que, simultáneamente, algunos dentro del pueblo de Dios serán tomados de esta tierra. La palabra tomados es la misma traducción de la palabra griega usada en Hechos capítulo 1, donde está escrito que nuestro Señor fue elevado a las alturas.

Pero, ¿quién será tomado? ¿Cómo sabremos quién será tomado y quién será dejado? Exteriormente, no hay diferencia. Dos estarán en la cama, por lo tanto, tú no debes tener miedo de ir a dormir, porque si eres uno de los que han de ser tomado, serás tomado. De la misma manera, no abandones tu trabajo. Continúa trabajando, porque si eres uno de los que ha de ser tomado, serás tomado aunque estés trabajando.

Exteriormente, entonces, todo estará ocurriendo normalmente; pero el Señor conoce el corazón del creyente. Aquellos cuyos corazones son enteramente para él, que están atentos, esperando por él, preparados para su venida, viviendo como vencedores, ésos serán tomados. Este es el comienzo de la parousía. La señal del inicio de la parousía es el arrebatamiento de los vencedores. Ellos serán como el hijo varón, arrebatados para el trono donde está Cristo. Ellos lo acompañarán cuando él venga desde el trono a los aires. ¡Qué gran privilegio será éste!

Después de eso, habrá una batalla en los cielos. Miguel y sus ángeles pelearán contra Satanás y sus ángeles, porque los aires son el cuartel general de las potestades de las tinieblas. No habrá más lugar para Satanás. Entonces él y sus seguidores serán lanzados desde los aires a la tierra. Los aires serán despejados para que el Señor, acompañado de aquel grupo de vencedores, descienda del trono hasta los aires.

Por otra parte, ¿qué podemos esperar cuando Satanás sea arrojado sobre la tierra? Sabemos que en esa ocasión, un trío maligno estará sobre la tierra: Satanás, el falso profeta y el anticristo. ¿Qué podemos esperar, sino una gran tribulación? Muchos creyentes que aún no están listos hoy, tendrán que ser preparados a través de la Gran Tribulación.

En toda sementera de trigo, hay un área que es segada primero: es la parte que recibió más luz del sol. El trigo sembrado allí madura, se seca, primero, y por eso es desprendido de la tierra antes que el restante. Así, los primeros frutos, las primicias, serán recogidos antes, y de acuerdo con la ley de Moisés, un manojo será presentado a Dios en el templo. Es lo mejor de la siega, y también la garantía de que habrá una cosecha. Estos son los vencedores. Los demás requieren aún recibir más luz del sol, más calor, para secarse y ser desprendidos de la tierra.

Entonces, finalmente, de acuerdo con Apocalipsis 14, aquel varón en la nube, con una corona de oro sobre su cabeza, toma su hoz y efectúa la cosecha. Recoge y lleva para las nubes. Es eso lo que tenemos en 1ª Tesalonicenses capítulo 4: «…los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado…». O sea, habrá quienes estarán vivos, mas no quedaron, porque ya fueron alzados. Mas aquellos que estarán vivos y quedaron, serán llevados juntos hacia arriba, no hacia el trono, sino hacia los aires. Encontrarán al Señor en los aires, lugar donde será establecido el tribunal de Cristo.

Después de pasar el tribunal de Cristo, entonces el Señor vendrá de los aires a la tierra con su ejército. Habrá una gran batalla, la batalla de Armagedón. Se ha hablado mucho acerca de esta batalla. No es una batalla de nación contra nación, sino entre Cristo y el anticristo. Ese es el final de la parousía. La señal inicial de la parousía es su venida como ladrón, la señal final de la misma es su venida como el relámpago que sale del oriente y se muestra en el occidente, cuando todo ojo le verá.

Cuando nuestro Señor Jesús fue tomado a los cielos y los discípulos estaban mirando hacia lo alto, aparecieron dos varones con vestiduras blancas, que les dijeron: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hech. 1:11). En otras palabras, el modo por el cual ascendió es el mismo por el cual él va a reaparecer.

En su asunción hubo dos etapas: la primera, desde el monte de los Olivos hasta las nubes, en forma visible; la segunda, desde las nubes hacia el trono, de forma invisible. Su presencia se dará de la misma manera, en orden inverso. Del trono a las nubes, de forma invisible, y desde las nubes al monte de los Olivos, visiblemente. Todo el período en que ocurren estos eventos es llamado parousía – la llegada y presencia del Señor.

Amados hermanos, si ustedes aman al Señor Jesús, ustedes aman su presencia. Si hoy leemos aquel poema, aquel himno escrito por nuestro hermano Nee, podemos ahora mismo disfrutar espiritualmente de su presencia, aunque, de alguna forma, aún hay en nuestro corazones un anhelo de ver su rostro, y sabemos que cuando le veamos cara a cara, seremos como él es. ¡Sí, ven, Señor Jesús!

Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.