El Evangelio según Mateo

Lecturas: Mateo 1:1; 5:3; 11:12; 28:18-20

Los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento son libros históricos. Y aunque ellos narran la historia de la vida de nuestro Señor Jesús, el propósito de Dios no es sólo que conozcamos la historia, sino que realmente veamos a Jesús – «a fin de conocerle». Ese es el propósito de la Palabra de Dios.

Hablando cronológicamente, Mateo no fue el primer evangelio en ser escrito. La mayoría de los comentaristas concuerda en que el primer evangelio escrito fue Marcos; sin embargo, de acuerdo con la soberanía de Dios (y creemos que hay soberanía en este caso), cuando usted abre el Nuevo Testamento, el Evangelio según Mateo aparece en primer lugar.

Desde el punto de vista humano, nosotros colocaríamos el Evangelio de Lucas primero, porque ese es el evangelio de la gracia para la remisión de nuestros pecados. Nosotros estamos conscientes de nuestros pecados, sabemos que necesitamos de perdón; necesitamos de la gracia de Dios, y el evangelio de Jesucristo es el evangelio de gracia. Así, desde el punto de vista humano, nosotros diríamos que el Evangelio según Lucas debería ser puesto en primer lugar. Pero desde el punto de vista divino, el Evangelio de Mateo fue colocado en primer lugar. ¿Por qué?

Porque desde el punto de vista de Dios, la primera cosa que necesitamos ver y saber respecto de Cristo es: verlo y conocerlo como nuestro Rey. El evangelio del Reino es el evangelio desde el punto de vista de Dios. El evangelio de la gracia es el evangelio desde nuestro punto de vista. Es claro, el evangelio es ambos, pero generalmente comenzamos por nosotros. Somos tan centrados en nosotros mismos, deseamos la gracia para nosotros, para nuestra satisfacción, y a veces olvidamos que debemos estar centrados en Dios, que necesitamos ver el evangelio desde el punto de vista de Dios. ¿Qué es lo que Dios desea que sepamos acerca del evangelio o acerca del Señor Jesús en primer lugar? Él desea que lo conozcamos como nuestro Rey.

Una de las razones por las cuales la vida de algunos cristianos es tan débil y su testimonio tan ineficaz, es que nosotros recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, o como nuestro Redentor, pero fallamos en verlo y reconocerlo como nuestro Señor, como nuestro Rey. Recibimos el evangelio para nuestro bien, pero no obedecemos al evangelio para que el propósito de Dios sea cumplido. Por lo tanto, al abrir el Nuevo Testamento, la primera cosa que Dios desea es que veamos a su Hijo, el Señor Jesucristo, como Rey.

La Biblia, como un todo, tiene el propósito de revelar a Cristo, pero la primera cosa que debe ser revelada a nosotros es esa visión del Señor Jesús como Rey. Y esto, vuelvo a repetir, requiere revelación. El Espíritu Santo tiene que revelarnos esto en nuestro espíritu. Está escrito en el Evangelio según Mateo, pero lo que está escrito allí tiene que ser vivificado por el Espíritu Santo en nuestro corazón para que podamos verdaderamente ver a Jesús como Rey.

Hijo de David e Hijo de Abraham

Cuando usted abre el evangelio de Mateo, el primer versículo dice: «Libro de la genealogía de Jesucristo, Hijo de David, hijo de Abraham». Hay solamente dos lugares en toda la Biblia donde se encuentra esa misma expresión: «libro de la genealogía». Uno es Génesis 5:1: «el libro de la genealogía de Adán». El otro es en Mateo 1:1: «el libro de la genealogía de Jesucristo». ¿Por qué? Porque hay solamente dos hombres a los ojos de Dios. El primer hombre es Adán y todo aquello que procede de Adán – «en Adán todos morimos». El segundo hombre es Cristo, «en Cristo todos somos vivificados».

¿Cuál es la historia de la genealogía de Jesucristo? «Hijo de David, hijo de Abraham». En otras palabras, desde el principio del Evangelio, Dios está testificando quién es este Jesucristo y su historia. ¿Quién es el hijo de David? Salomón. Sin embargo, usted va a descubrir que Salomón es sólo una sombra, un tipo de Cristo. El verdadero Hijo de David es Jesucristo. Dios había hablado a David: «Tu hijo edificará una casa a mi nombre, y yo estableceré para siempre el trono de su reino».

Nosotros sabemos que Salomón construyó un templo, pero fue apenas un templo físico. Salomón de hecho reinó, pero su trono no permaneció para siempre. Por eso sabemos que Salomón es sólo una sombra, un tipo de Cristo. Existe el verdadero Hijo de David, que es mayor que David, y por él la verdadera casa de David será construida. Él dice: «…y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt. 16:18b). Es a través de ese Hijo de David que su trono jamás tendrá fin. Él reinará para siempre.

Él es el hijo de Abraham. Sin embargo, ¿quién es el hijo de Abraham? Históricamente es Isaac, pero Dios hizo la siguiente promesa a Abraham en Génesis 22: «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra». Nosotros sabemos que Isaac es apenas un tipo, una sombra. La realidad es Jesucristo, porque verdaderamente es en Jesucristo que todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Aquí, exactamente en el comienzo, Dios nos está presentando a Jesús como el Rey. Él es el Rey prometido. Él es el prometido Hijo de David, el prometido Hijo de Abraham, en quien todas las naciones serán bendecidas.

Un Rey atípico

A medida que leemos el Evangelio de Mateo descubrimos una cosa interesante. Por un lado, vemos constantemente a Dios testificando acerca de Jesús, su Hijo, como el Rey divinamente escogido. Por otro lado, vemos al mismo tiempo al pueblo constantemente rechazando a Jesús como rey. Vemos un conflicto aquí ¿Por qué? ¿Por qué motivo el pueblo falló en ver a Jesús como Rey?

En verdad, Dios escogió un pueblo entre todas las naciones y a lo largo de un gran período de tiempo preparó a aquel pueblo para que el Mesías saliese de entre ellos. Dios preparó al pueblo de Israel desde el día de Abraham hasta Cristo con un único objetivo: para que en la plenitud del tiempo, el Rey, el Mesías, pudiese venir. Sin embargo, curiosamente, cuando el Mesías, el Rey, llegó, el pueblo de Israel fracasó en reconocerlo como Rey. Ellos lo rechazaron porque el concepto de Rey había sido distorsionado a lo largo de la historia humana. El concepto de un rey de acuerdo con los patrones humanos es tan diferente del concepto de un rey de acuerdo con los patrones divinos. Cuando el Rey finalmente llegó, muy pocos lo reconocieron.

Los judíos de aquella época se decepcionaron de él. Ellos lo estaban esperando como rey y en el principio pensaban que él probablemente fuese el Rey. Estaban esperando que él viniese a derrotar al Imperio Romano, los libertase del yugo de hierro de aquel imperio e hiciese de Israel la cabeza de las naciones. Pero Jesús no hizo eso y ellos se decepcionaron. Él no era un rey según el pensamiento de ellos. Por eso, aunque él mismo declarase ser el Rey y hubiese nacido para ser Rey, ellos lo rechazaron. Él no se adecuaba a su concepto.

Queridos hermanos, solamente unos pocos entre los judíos de aquella época, recibieron a Jesús como Rey. Solamente unos pocos, tales como María, José, Zacarías, Elizabet, Juan Bautista, Simeón, Ana, algunos pastores y algunos de los discípulos de Juan Bautista lo recibieron. ¿Y cómo? ¡Por revelación!

El concepto humano de Rey está en tal oposición al concepto divino que es necesaria la revelación para ver a Jesús como Rey. Y esto es verdadero no solamente en el primer siglo, cuando el Señor Jesús estuvo aquí en la tierra en un cuerpo humano, sino todavía hoy es verdad. ¿Usted piensa que puede verdaderamente ver a Jesús como Rey sin tener revelación? Cuando nosotros leemos el evangelio según Mateo, probablemente vamos a tener un conflicto en nuestro interior, porque, aunque Jesús sea presentado como Rey, nosotros no vemos mucho de su naturaleza de Rey, ni sus procedimientos como Rey. No vemos mucho de su realeza. Probablemente muchos de nosotros adoptamos la misma posición que los judíos adoptaron en el pasado: «Él no parece un Rey. ¿Qué evidencias él puede darnos?». Es necesaria la revelación.

Nosotros realmente necesitamos que el Espíritu Santo quite el velo que está sobre nuestros corazones a medida que leemos el Evangelio de Mateo. Dios tiene que abrir nuestros ojos para que veamos que Jesús es verdaderamente Rey, pero no un rey de acuerdo con los patrones humanos. Él es un Rey de acuerdo con los patrones de Dios y nosotros debemos recibirlo como tal, como nuestro Rey.

El Rey viene al mundo

En Gálatas, encontramos la expresión «en la plenitud de los tiempos» Jesús nació. Él nació de una mujer que estaba bajo de la ley para que él nos pudiese libertar de la maldición de la ley, para que pudiésemos tener la adopción, esto es, la filiación. Para Dios aquel era el momento correcto para la venida de Jesús como Rey. Pero si usted leyese la historia de la época, probablemente diría: «Este no es el momento apropiado para su venida» ¿Por qué? Porque, cuando Cristo Jesús nació, Herodes estaba en el trono de la nación de Judá. Ni siquiera era judío, no era hijo de David, sino un edomita el que estaba en el trono del reino de Judá. ¿Y quién estaba en el trono del imperio mundial? César Augusto. Nosotros diríamos que esa no era la ocasión adecuada, sin embargo, desde el punto de vista de Dios, esa era la plenitud del tiempo para que su Hijo viniese como un Rey.

Cuando Cristo nació, no nació en Jerusalén. Nosotros esperaríamos que un rey, un príncipe, naciese en la capital de la nación, pero el Rey no nació allá. Él nació en una pequeña aldea llamada Belén. Cuando él nació, nadie estaba en conocimiento, excepto unos pocos hombres sabios de Oriente – los magos. Ellos miraron las estrellas y vieron una estrella muy brillante y su interpretación fue la siguiente: «Un rey nació». Siendo gentiles, ellos probablemente tenían algún conocimiento de la profecía de Balaam, un profeta gentil que profetizó acerca de la estrella y del cetro. Así, ellos pensaron que debería haber nacido un rey en la región de Judea.

Naturalmente, ellos fueron a Jerusalén, porque era allá donde el rey debería estar, pero él no estaba allá. Herodes estaba perturbado porque, siendo él rey, otro rey había nacido. Él llamó a todos los fariseos y escribas para preguntarles dónde el rey debería nacer. Estos fariseos y escribas eran realmente eruditos de la Biblia. Cuando Herodes les preguntó, ellos le dijeron que debería nacer en Belén de Judea. ¿Y cómo sabían ellos? Había una pequeña palabra en uno de los libros de los profetas menores – no en los mayores. En Miqueas, capítulo 5, hay una profecía: «Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad». (v. 2).

Los escribas y fariseos conocían la Palabra de memoria. ¡Oh, ellos realmente tenían conocimiento, ¿pero intentaron buscar al rey? No, ellos quedaron perturbados. Aunque ellos tenían el conocimiento, ellos no tenían al Rey.

Hermanos, lo mismo es verdadero hoy. Intelectualmente, usted puede decir que Jesús es el Rey, pero, espiritualmente, ¿usted intenta buscarlo como su Rey? ¿Usted ya le entregó su vida y permite que él la gobierne? Hay una gran diferencia aquí.

El Rey fue criado en Nazaret, una ciudad localizada en la parte superior de un país montañoso. Él nunca estuvo en una escuela de rabinos. No tenía un título de Doctor en Teología. Allí estuvo él, en un lugar escondido, por cerca de treinta años Sin embargo, aunque nunca hubiese frecuentado una escuela, él estaba en la escuela de Dios, su Padre.

Cuando llegó el día en que cumplió 30 años de edad, él fue presentado al mundo. ¿Y cómo se presentó a sí mismo? No en un banquete real, sino yendo al río Jordán y siendo bautizado por Juan el Bautista.

El Rey es bautizado

El bautismo de Juan el Bautista es el bautismo de arrepentimiento. Juan, el Bautista, vino y predicó el arrepentimiento: Arrepentíos, cambiad vuestro modo de pensar, cambiad radicalmente. Ustedes parecen ser muy religiosos y estar haciendo todas las cosas correctamente, pero no es así. Por lo tanto, arrepiéntanse, cambien de dirección. ¿Por qué? Porque el reino de los cielos se ha acercado, el Rey está viniendo. La religiosidad no va a ayudarlos; ustedes necesitan arrepentirse de la religiosidad y, al mismo tiempo, arrepentirse de la no-religiosidad, porque el Rey está viniendo. Eso es arrepentimiento.

Aquí nosotros vemos al propio Rey viniendo para ser bautizado, aunque él no tenía nada de qué arrepentirse. Nuestro Señor Jesús no tenía nada de qué arrepentirse porque él y el Padre son uno y él siempre agradaba al Padre; sin embargo, al presentarse a la nación, él aceptó el bautismo de Juan. Él se ofreció a sí mismo por los pecados de la nación y del mundo. Es así como él se presenta. Él es el Rey del amor. Él se dio a sí mismo como sacrificio por nosotros. Esa es su credencial; esa es su calificación; esa es la prueba de que él es el Rey. Su realeza no se prueba por la ostentación o la pompa, sino por el sacrificio. Cuando descendió a las aguas para ser bautizado por Juan el Bautista, Jesús se identificó con el mundo pecaminoso, ofreciéndose a sí mismo como un sacrificio. Cuando él salió de las aguas, el Espíritu Santo descendió sobre él; no solamente sobre él, sino que habitó en él, como está escrito, «como una paloma».

¿Qué representa la paloma? Ella representa la ofrenda de los pobres. Los pobres no tenían los recursos para ofrecer novillos o corderos, todo lo que podían ofrecer era una paloma. Y aquí nosotros vemos que nuestro Señor Jesús se ofreció a sí mismo sin mancha ninguna a Dios, como una paloma – la ofrenda de los pobres. Ese es el modo por medio del cual él se presenta a sí mismo como Rey.

En seguida, él fue conducido por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado por el enemigo por cuarenta días y cuarenta noches. Allá él venció al enemigo. En el jardín del Edén, con todas las circunstancias favorables, el primer hombre, Adán, cayó ante el tentador. Pero ahora, en la peor de las circunstancias, en el desierto, ayunando por cuarenta días y cuarenta noches, el Señor Jesús venció. Exactamente de la misma manera, el rey David fue presentado a la nación de Israel. La primera vez que él fue presentado fue cuando mató a Goliat, y, por haber matado a Goliat, todos supieron que él era un rey. Aquí, nuestro Señor Jesús, siendo tentado en el desierto por cuarenta días y cuarenta noches, venció al enemigo. El enemigo nada pudo hacerle; él no tenía ningún lugar en Su vida. La victoria de nuestro Señor Jesús sobre el enemigo probó al mundo que él es el Rey.

El Rey llama a sus discípulos

Cuando Juan el Bautista estaba en prisión, el Señor Jesús comenzó a predicar resueltamente. Mientras él andaba por el mar de Galilea, comenzó a llamar discípulos. Él vio a Simón Pedro y Andrés lanzando sus redes al mar y les dijo: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». Entonces ellos dejaron todo y siguieron al Señor. Al seguir un poco más adelante, el Señor vio a los dos hijos de Zebedeo remendando las redes, y los llamó diciendo: «Venid en pos de mí» (Mateo 4). Ellos dejaron las redes, a su padre, el barco y todas las cosas, y siguieron al Señor. Eso es el llamamiento de los discípulos.

¿Qué significa eso? En este tiempo hemos oído mucho sobre el discipulado. Pero ¿cuál es el significado real del discipulado? El Señor llamó personas para ser sus discípulos: «Venid en pos de mí». Él está llamando discípulos. Eso significa que aquellas personas que respondieron a su llamado dejaron todas las cosas para estar con él. Ellos se colocaron bajo Su gobierno como Rey y dejaron que él los conformara a Su propia imagen. Ese es el real significado del discipulado. El llamado al discipulado es el llamado del Reino; es el llamado del Rey. El Rey está llamando a su pueblo para que se coloque bajo su realeza, bajo su soberanía, para que él pueda transformarlos y hacerlos verdaderamente su propio reino. Ese es el llamado al discipu-lado.

Si ese es el llamado al discipulado, ¿es posible ser discípulo de algún hombre? ¿Hay algún hombre calificado para decir que usted es su discípulo? No. Nosotros sólo somos discípulos de Cristo, de nadie más. Las personas pueden ayudarnos en el discipulado, pero no pueden ser nuestros maestros. Nosotros tenemos solamente un maestro; solamente un Rey. No tenemos dos Reyes; no tenemos al Señor y a César. Tenemos solamente un Rey, el Señor Jesús.

El llamado al discipulado es el llamado del Rey para que entremos en el Reino y seamos sus súbditos. Es el llamado para que nos sometamos totalmente a él. Esa es la razón por la que toda vez que oímos el llamado al discipulado, nuestra respuesta debe ser: «Dejar todo y seguirle». Si usted todavía intentar mirar para atrás y prenderse de alguna cosa, el Señor dice: «No sois dignos de ser mis discípulos». Entregue todo. Entréguese a sí mismo y deje que él haga lo que él quiera con su vida. Si usted se apega a sí mismo, el resultado será confusión, pero si usted se entrega y deja que él cuide de usted, él va a hacerle un hijo del Reino. Él lo va a transformar a usted y permitirá que Su carácter de Rey sea formado en usted, y, de esa forma, usted podrá ser verdaderamente rey y sacerdote para Dios. Nosotros no solamente somos lavados por la sangre preciosa, sino también somos hechos reyes y sacerdotes para Dios. ¿Usted sabe que potencialmente usted es un rey? Jesús lo llamó para ser su discípulo, para realmente hacerle un rey.

La humildad del Rey

¿Cuál es el concepto de rey? ¡Oh, cuán diferente es el concepto de Dios del concepto de los hombres! Nosotros podríamos pensar: «Si él me llama para ser rey… bien, yo voy a sentarme y dar órdenes. Que todos me sirvan. Esto es ser rey». Pero no, el Señor Jesús no es ese tipo de Rey. Como ya fue mencionado, su realeza es tan divina, tan diferente. Él nos llama para ser sus discípulos. Pero, a medida que nos allegamos para ser sus discípulos, ¿cómo nos discipula? ¿Como somos disciplinados, entrenados? Pienso que todos conocen el Sermón de la Montaña. Nuestro Señor Jesús reunió sus discípulos, subió al monte y comenzó a hablar. Recuerde que Mateo 5, 6 y 7 no son palabras habladas para el mundo – aunque muchas personas que estaban en las proximidades las hayan oído.

Esas palabras iban dirigidas a sus discípulos, que ya habían puesto sus vidas bajo el gobierno del Rey, y permitido que él dirigiese absolutamente sus vidas. El Señor Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt. 5:3)

En Mateo 5,6 y 7 tenemos el Sermón del Monte, pero ¿qué es lo que significa realmente? Aquí el Señor Jesús describe cómo es su reino. Su reino no es de este mundo. Nosotros sabemos cómo es el reino de este mundo, pero no sabemos cómo es Su reino. Él nos está describiendo aquí la naturaleza de su reino, mostrándonos cómo es él. En verdad, su reino es exactamente como es Jesús, como su Rey. ¡Y porque él es así, aquellos que están en su reino también son así! No es ley, es gracia. Quiero decir que él es capaz de hacer eso de nosotros.

¿Qué significa la expresión «pobres de espíritu»? No significa que usted es espiritualmente pobre, al contrario, por ser usted espiritualmente rico, usted puede tornarse pobre en espíritu. Piense en el caso del propio Señor. Él es igual a Dios; sin embargo, eso no es algo a lo que él se aferra; eso es lo que él es esencial y eternamente (Fil. 2). Él es igual a Dios, él está en forma de Dios, y la palabra «forma» aquí significa carácter interior. Todo aquello que Dios es, él es. Él es rico; espiritualmente es pleno. Como vemos en la epístola a los Colosenses, toda la plenitud de la deidad habita en él permanentemente. Eso muestra cuán rico es él, cuán pleno es, y por ser tan rico y tan pleno él es capaz de vaciarse a sí mismo. En verdad, nosotros no tenemos mucho de qué vaciarnos porque somos tan vacíos, nada tenemos, pero pensamos que tenemos mucho. Pero el Señor Jesús es rico: «toda la plenitud de la deidad».

¿Usted consigue imaginar lo que es la plenitud de la deidad? Eso es algo que está más allá de nuestro entendimiento. Todo lo que Dios es, y su plenitud, todo habita corporalmente en Cristo. Todo habita permanentemente en él; no sólo un momento, sino permanentemente.

Él se vació a sí mismo. ¡Oh qué gran vaciamiento es este! Es evidente que Jesús no puede vaciarse de su deidad, eso es imposible. Él se vació de todas las cosas relacionadas con la deidad – su gloria, su honra, su adoración. Él tomó la forma de esclavo, no sólo de hombre, sino de esclavo. Interiormente, él se hizo un esclavo, un esclavo de Dios, su Padre, por amor. Él que era igual a Dios, tomó un lugar inferior a Dios a tal punto que se tornó un esclavo, un esclavo de Dios por amor. Esa es la forma que él asumió. Exteriormente, Jesús tomó la forma de hombre, recibió un cuerpo de carne, a semejanza de carne pecaminosa, pero sin pecado. Él tomó forma de hombre, y como hombre se humilló a sí mismo. Esto es, él tomó su lugar como un hombre, como un ser creado delante del Creador. «Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Eso es ser pobre en espíritu. En otras palabras, pobre en espíritu simplemente significa humilde.

¿Qué es humildad? En Apocalipsis 3 encontramos la iglesia en Laodicea. Ellos se enorgullecían de sí mismos y decían: «Nosotros somos ricos, tenemos todo, nada nos falta». Mas Dios les dice: «Ustedes son pobres, ciegos, y están desnudos». Hermanos, cuán arrogantes somos nosotros; cuán seguros somos de nosotros mismos, cuán autoconfiados y autosuficientes. Nosotros pensamos que lo sabemos todo, que tenemos todo, y que nada nos falta. La Biblia dice: La soberbia precede a la ruina. Si usted es orgulloso, usted caerá, pero el hombre a quien Dios mira es al pobre y contrito de espíritu y que tiembla a su palabra (Is. 66:2).

Todos nosotros somos naturalmente orgullosos y arrogantes. Nosotros nos vindicamos a nosotros mismos, somos autosuficientes. Nosotros pensamos que es vergüenza necesitar consultar a otras personas. Eso es lo que naturalmente somos, pero cuando nos allegamos para ser discípulos del Cristo, cuando respondemos al llamado para el reino de los cielos, la primera cualidad de Su propio carácter que el Rey va a operar en nuestras vidas es la humildad. Él tiene que transformar este modo de pensar: «Yo soy alguien, yo tengo todo, yo puedo hacer todo por mí mismo» por este otro: «Yo nada soy, yo nada poseo, yo nada tengo: por eso él tiene que ser todo para mí». Esa es la primera cualidad de un rey según el concepto divino.

De acuerdo con el concepto humano, la última cualidad de un rey es la humildad. Si usted es rey, usted no puede darse el lujo de ser humilde; usted tiene que autoafirmarse, tiene que ser autoritario y orgulloso. Exactamente como Luis XV dijo: «El Estado soy yo». ¡Oh, no! El Rey, en el sentido divino, es muy distinto. La primera cualidad de un rey según el patrón divino es la humildad. ¿Es usted un rey de acuerdo al pensamiento de Dios? ¿Tiene usted esa cualidad de rey en usted? ¿Tiene usted aquella humildad? Si hay humildad en usted, entonces, hermano, la Biblia dice que Dios lo mira a usted.

Jesús tuvo solamente 12 discípulos y ellos no venían de origen noble. Eran pescadores, publicanos, etc., pero aún así podemos ver una cosa entre ellos: discutían, disputaban y luchaban entre sí mientras seguían al Señor. ¡Piense en eso! Ellos están siguiendo al Señor, son sus discípulos, van a ser transformados por él, pero todavía hay una cosa en ellos que parece incomodarlos, y que los importuna hasta el final. ¿Qué es eso?: «¿Quién es el mayor?». Todo el concepto que ellos tienen de un rey es un concepto mundano. Cada uno intenta sentarse en un lugar más alto. Si él puede alcanzar aquella posición, mirará a los otros hacia abajo, y los otros tendrán que servirlo. Ese concepto estaba muy arraigado en los discípulos, y vez tras vez el Señor tenía que enseñarles.

En Mateo 18, ellos estaban otra vez luchando y disputando, y diciendo: ¿Quién es el mayor? El Señor entonces toma un niño y les dice: «Si no os volvéis y os hacéis como niños, de ningún modo entraréis en el Reino de los cielos». ¿Quién es el mayor en el reino? Aquel que es humilde como un niño, él es mayor en el Reino de los cielos, porque un niño nada tiene, nada sabe y tiene que mirar hacia arriba para ser ayudado. Ese es el espíritu de un niño.

Sin embargo, en Mateo 20, cuando el Señor estaba yendo a Jerusalén por última vez, los discípulos pensaban que esa sería la ocasión en que el Rey sería coronado y ellos se sentarían a su derecha y a su izquierda. Entonces los hijos de Zebedeo, vinieron con su madre a Jesús. Sabemos que su madre, humanamente hablando, era tía de nuestro Señor Jesús, y sabemos también que la palabra de una tía tiene peso. La madre, que parece no estar interesada en sí misma, nada desea para sí, sino para sus hijos. Ella vino al Señor Jesús y le dice: «Nosotros queremos pedirte algo, prométenos que nos lo vas a conceder». Ellos no dijeron lo que deseaban, tal vez estaban muy avergonzados.

Ellos sabían que no era algo muy correcto, por lo tanto, simplemente presentaron al Señor un cheque en blanco y le dijeron: «Firma esto para nosotros». Pero sabemos que el Señor nunca firma un cheque en blanco, así que les dice: «¿Qué es lo que desean? Veamos, sean honestos, sean francos». Entonces la madre dejó escapar impulsivamente: «Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda». Ese es el concepto mundano de un reino. Entonces el Señor Jesús dice: «¿Podéis vosotros beber la copa que yo he de beber? ¿Podéis vosotros recibir el bautismo con que soy bautizado?».

Los dos hijos de Zebedeo, (los Truenos) no sabían, en verdad, lo que era la copa o cuál era el significado del bautismo, pero ellos deseaban tanto sentarse a la derecha y a la izquierda que harían cualquier cosa que se les pidiera. Por lo tanto, ellos dijeron: «Podemos», y el Señor dijo: «De mi vaso beberéis, pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre». En otras palabras, el reinado no está en una posición, sino en beber del vaso y recibir el bautismo. Es en eso que se revela el carácter del rey.

¿Qué es el vaso?

¿Y qué es el vaso? El vaso en este pasaje se refiere a la voluntad de Dios. En el Huerto del Getsemaní, el Señor dice: «Si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú». Y finalmente el Señor dice: «Este es el vaso que mi Padre me dio – la voluntad de Dios». Que la voluntad de Dios sea amarga o dulce, no importa. Es la voluntad de Dios.

El bautismo es la cruz con la cual el Señor sería bautizado. Es al hacer la voluntad de Dios y tomar la cruz que la naturaleza del rey, el carácter real, el poder y la energía del rey, son liberados. El Señor dice: «Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo».

Queridos hermanos, aquí descubrimos que nuestro Señor Jesús es verdaderamente el Rey, pero ¿qué tipo de rey es él? ¿Cuál es su carácter de Rey? ¿Cómo podemos saber que él es Rey? No podemos juzgarlo según los patrones humanos. Si lo hiciéramos, quedaríamos decepcionados. Tenemos que verlo desde el punto de vista divino. Oh, vea su humildad, su mansedumbre, su pureza, su bondad, su sumisión; vea cómo él hizo la voluntad de Dios, cómo él va a la cruz. Es en todas esas cosas que él se revela como el Rey.

Cuando nuestro Señor Jesús fue crucificado en la cruz, Pilato, en verdad, quería burlarse de Jesús. Por eso escribió sobre la cruz la sentencia, el crimen cometido, y el crimen era. «El Rey de los judíos». Él usó eso para burlarse de los judíos. Eso fue escrito en tres idiomas: Latín, Griego y Hebreo, para que todo el mundo lo supiese. Sin embargo, sin querer, él estaba haciendo la voluntad de Dios, porque allá en la cruz fue proclamado a todo el mundo que Cristo es el verdadero Rey. En ningún otro lugar es más evidente Su realeza que en la crucifixión. Queridos hermanos, miren a la cruz y ustedes verán al Rey. Cuán diferente es él del mundo.

La marca de la cruz identifica al Rey

¿Usted ve la cruz? Si usted ve la cruz, ¿es posible no ver a Cristo Jesús como su Rey? ¿No le conquistó él con su amor? ¿No fue usted constreñido por el amor de Cristo? Pensando que si uno murió por todos, todos murieron, por tanto, ¿vive usted ahora para aquel que murió y vive por usted? ¿Puede usted continuar viviendo para sí mismo? ¿Usted no reconoce al Rey? Si usted recibe la cruz, ¿puede rechazar al Rey? Si usted recibe la cruz usted tiene que reconocer a Aquel que fue crucificado sobre la cruz como su Rey. Él tiene derecho sobre usted. Él lo compró a usted por un precio; usted le pertenece a él. Él va a transformarlo, va a hacer de usted un rey porque él es el Rey de reyes. Él va a construir Su propio carácter en su vida, el carácter del rey: humildad, mansedumbre, pureza de corazón, sumisión, dulzura, generosidad. Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme, dice el Señor.

«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia» (Mt. 11:12 a). A nosotros no nos gusta la palabra ‘violencia’ porque, hoy en día, tiene una mala connotación; sin embargo, en verdad, la palabra en sí misma, es neutra. La palabra ‘violencia’, simplemente, significa ‘fuerza’. El Reino es tomado por la fuerza y solamente los fuertes se apoderan de él. ¿Qué significa esto? No significa que usted hace violencia contra otras personas, sino contra sí mismo. Usted se niega a sí mismo, toma la cruz y sigue al Señor.

Hermanos, siempre que vemos la marca de la cruz en una persona nosotros sabemos que esa persona es un rey. Acuérdese de Pablo. Él dijo a los gálatas: «Nadie me moleste, porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús». Era la marca de la cruz en su vida. ¿Usted tiene la marca de la cruz en su vida? ¿Qué es la marca de la cruz? Ella crucifica el «yo» para que Cristo pueda ser todo en nuestra vida. Esa es la marca del Rey.

Finalmente, usted va a descubrir que nuestro Señor Jesús resucitó de entre los muertos y apareció a los discípulos durante 40 días. Antes de partir, él dijo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra». ¿Cómo él recibió todo ese poder? Él lo recibió a través de la cruz, al vaciarse de sí mismo. Él probó ser verdaderamente un Rey. Por eso él está preparado, él está calificado para usar todo el poder en el cielo y en la tierra. Hermanos, si nosotros recibiésemos un poco de poder hoy, ¿sabríamos usarlo? Se ha abusado del poder y la autoridad, se han utilizado mal en este mundo porque las personas simplemente no están preparadas o calificadas para usarlos. Pero todo el poder le fue dado al Señor Jesús, porque él demostró que puede usarlo.

Y él dijo: «Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones» (V. M.). Recuerden, hermanos, la gran comisión no es evangelizar a todas las naciones; es más que eso. Es claro que evangelizar está incluido. La gran comisión es: «Haced discípulos entre todas las naciones». Nosotros no solamente debemos traerlos a Cristo para que sean salvos, sino traerlos a Cristo para que puedan someter sus vidas a él. Ellos deben aceptarlo no solamente como su Salvador, sino también como su Rey. Esta es la gran comisión: discipular entre todas las naciones, traer todas las naciones a Cristo para que el reino de este mundo venga un día a ser el reino de nuestro Dios y de Su Cristo.

¿Y qué tiene que hacer usted? «Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». ¿Para qué nosotros los bautizamos? El bautismo es simplemente un testimonio externo de una realidad interna: todo nuestro pasado está muerto y enterrado; de ahora en adelante todo es nuevo, todo es Cristo.

«Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado». Esto es, edificándolos. Y el Señor dice: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Este es el evangelio según Mateo.

Tomado de «Vendo Cristo no Novo Testamento», Vol.1.