La obra poderosa de Cristo en la cruz acabó con los tres más grandes enemigos del hombre. Razón más que suficiente para proclamar victoria.

Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano».

– 1 Cor. 15:57-58.

«¡Gracias!¡Victoria!». El Apóstol ha estado tratando con los enemigos más formidables de la esperanza y confianza humana. Es como si él hubiera reunido a estos gigantes, los hubiera puesto en línea, para luego tratar con cada uno muy eficazmente, inmovilizán-dolos por la Cruz de Cristo.

La ley

El primero en ser tratado es el formidable coloso de la condenación: la ley. Ningún hombre podía ponerse de pie y estar firme contra esa fuerza intimidadora. Había confrontado a cada generación, y siempre hirió y derrotó a los hombres. De hecho, en la soberanía de Dios, uno de los propósitos de su existencia era exponer la debilidad e impotencia del hombre en su estado caído. ¡Pero la gracia, la gracia de Dios, en Cristo Jesús, manifestada en plenitud en Cristo crucificado y resucitado, ha derrotado el poder de condenación de la ley, y se ha levantado por encima de esa forma abatida, con esta proclamación triunfante: «¡Gracias! ¡Vic-toria! ¡Por medio de nuestro Señor Jesucristo!».

El pecado

La fuerza de la ley era el pecado y este hijo monstruoso de ese «Goliat» era el próximo a ser tratado en este capítulo tremendo.  ¡Qué poder tiene el pecado! Cada recurso concebible ha sido utilizado para neutralizarlo: la moralidad tradicional, la justificación mental, el razonamiento filosófico, la evasión fatalista, la sublimación y la simulación ideológica; sin decir nada aun de las agonías y esfuerzos por controlarlo. Pero el pecado sigue siendo vencedor en el campo de batalla. Haga usted lo que haga, llámelo como usted quiera, el pecado despreciará todos sus esfuerzos por aplacarlo. Hasta que Cristo vino y Él “nos ha sido hecho por Dios, sabiduría, justificación, santificación y redención»; el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»… «por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él». «Por su Cruz él triunfó», y sobre esa tumba viene la proclamación triunfante: «¡Gracias! ¡Victoria! ¡Por medio de nuestro Señor Jesucristo!».

La muerte

¡La ley, el pecado, y la consumación de ambos: la muerte! ¡Qué enemigo! ¡Qué poder! En su propio dominio, la muerte es inexorable, la esperanza es perdida. Es el refugio del desesperado y abandonado. Sin embargo, no es inofensiva; tiene un ‘aguijón’, y, en tanto que es un enemigo, también es un poder.

No magnificaremos esta fuente de dolor, soledad, desilusión y desolación. Ni podemos despedirla con esa filosofía que dice –al hombre en general– «no hay muerte.» Pero el Apóstol dice: «Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?». Asaltó al incorruptible Hijo de Dios, y Él la enfrentó y le quitó su aguijón.. Muriendo, Él destruyó la muerte para siempre, por todos los que pusieron su fe en Él. Venció sobre la muerte por medio de Su resurrección, pues la trompeta ha anunciado: «Ahora Cristo se ha levantado de entre los muertos»,. «Gracias! ¡Victoria! ¡Por medio de nuestro Señor Jesucristo!».

Una palabra de aliento

El Apóstol no se detiene allí. Él agrega una inspirada y alentadora palabra de confianza a todos los que trabajan en la obra del Señor. “Así que…” No se desconcierten por la condenación, por su propia conciencia de falta o imperfección; por las persistentes acometidas del acusador; por la poca constancia para acabar la obra; por las decepciones que trae el tiempo. Por causa de este triunfo universal de Aquel a quien ustedes sirven, «…estad firmes y constantes, creciendo…”, ya que ustedes saben que su trabajo en el Señor no es en vano.

“¡Gracias a Dios! … ¡La victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!».