El 11 de septiembre, a las 8:45 horas, se rompió el quehacer habitual de los neoyorquinos para dar paso al pánico.

Nadie que haya visto por televisión los tristes hechos del 11 de septiembre pasado en Nueva York y Washington podrá olvidarlo. Fue demasiado rápido e impactante, demasiado espantoso y terrible. Los hechos se sucedieron vertiginosamente, y no hubo ninguna acción que pudiera evitar la tragedia que se desencadenaba ante los ojos atónitos del mundo entero.

Nadie hubiera creído que en unos pocos minutos, las torres gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono, en Washington pudieran ser tocados tan profundamente por una mano enemiga.

En pocos minutos fue herida la nación más poderosa de la tierra, en sus principales centros económico y militar. En los momentos del atentado, Estados Unidos se paralizó y se llenó de estupor. Incluso, los organismos de defensa reaccionaron con cierta lentitud para evitar que se siguieran sucediendo otros atentados similares. A esa hora, no se sabía dónde podría llegar el próximo golpe, así que todos los edificios fiscales se sentían blancos probables. Por eso, se hizo desalojar la Casa Blanca, y los sectores aledaños a las torres, en Bajo Manhattan, y todos los edificios federales de la nación entera.

¿Cuántos muertos habían dejado los atentados? A la sazón, no se sabía, pero las conjeturas sumaban varios miles. Y eso no era todo, porque, aparte de la caída de las dos torres, otros ocho edificios habían colapsado total o parcialmente y doce habían quedado con daños mayores.

Una vez repuestos del estupor inicial, surgieron las preguntas. ¿Quiénes –qué poder tan terrible– estaba detrás de estos ataques? ¿Cómo es que los organismos de defensa y de contrainteli-gencia norteamericanos, tan bien apertre-chados y financiados, no habían podido detectarlos y evitarlos? ¿Qué pasaría con la seguridad de aquí para adelante? ¿Qué efectos podría traer en las relaciones de las naciones? ¿Sería éste el primer golpe de la Tercera Guerra Mundial

Eran muchas las preguntas y muy pocas (e inciertas) las respuestas.

En las horas y días siguientes se habrían de despejar algunas incógnitas, aunque no lograrían restaurar la seguridad que ya se había roto en el corazón de Norteamérica. Los testimonios de los sobrevivientes en las horas posteriores vinieron a renovar el terror de las horas sufridas.

Surgieron entonces las figuras de 19 jóvenes terroristas islámicos como autores materiales de los atentados, y la de Osama Bin Laden –cuyo rostro casi dulce trae reminiscencias de Tagore– como autor intelectual, cerebro y financiador del magnicidio, otrora aliado de Estados Unidos en su lucha contra la Unión Soviética.

El Presidente de Estados Unidos declaró oficialmente ante la nación y ante el mundo entero, que su país iniciaba una guerra contra el terrorismo, la primera del siglo XXI, que sería distinta de las anteriores, porque el enemigo sería “un enemigo sin rostro”.

Días de tensa espera

Tras el anuncio presidencial de una guerra contra el terrorismo se sucedieron 24 días de tensa espera.  El mundo entero fue testigo de cómo, paso a paso, se fue preparando tanto en el frente bélico como en el diplomático, una gran guerra contra el terrorismo.

Para este fin, Estados Unidos y sus aliados más cercanos, como Inglaterra y los demás países miembros de la OTAN, aportaron recursos y sus buenos oficios para tranquilizar a los países árabes, y para contar con su apoyo.

Desde los primeros días los medios de comunicación norteamericanos alentaron profusamente la guerra. Varios influyentes periodistas reclamaron, desde sus respectivas tribunas, una reacción similar a la que tuvo Estados Unidos contra los japoneses después del ataque a Pearl Harbour en 1941.

El ex ministro Henry Kissinger, a su vez, pidió en su columna habitual publicada en cientos de diarios en todo el mundo, el exterminio total: “El gobierno debiera adoptar una respuesta sistemática que termine de la manera en que terminó el ataque a Pearl Harbor: con la destrucción del sistema que es responsable.”

El espíritu norteamericano revivió tras el deseo de venganza y el olor a guerra.

Otras reacciones

Pese a que el mundo occidental cerró filas tras Estados Unidos, hubo voces disidentes, como era de esperar.

Saddam Hussein, Presidente de Irak, por ejemplo, dijo escuetamente: “Estados Unidos ha cosechado las espinas que han sembrado sus gobernantes en el mundo.” Y después ofreció, en términos sarcásticos, su “ayuda humanitaria” diciendo que podían ayudar con equipos de socorristas, pues desde los ataques de Estados Unidos a su país ellos están entrenados para rescatar víctimas de debajo de los escombros.

Apenas conocida la tragedia, en las calles palestinas aun los niños saltaban alborozados. En Pakistán, grupos musulmanes integristas desfilaron por las calles portando lienzos que decían: “Americanos, piensen por qué el mundo los odia.”

Tal vez haciéndose eco de esta frase, el periodista William Evans, en una entrevista realizada a Lowell Bergman, de “The New York Times”, le preguntó: “¿Cuáles son las razones principales del odio contra Estados Unidos?” La respuesta de Bergman fue: “A mucha gente no le gusta el apoyo unilateral de Estados Unidos a Israel. A otras, no le gustó que las tropas de Estados Unidos estuvieran en tierra islámica durante la Guerra del Golfo. Además, nosotros apoyamos a líderes en algunas partes del mundo que oprimen a la gente.” 1

Esta actitud revisionista también la asumieron otros líderes de opinión norteamericanos como Richard Cohen, columnista de “The Washington Post”. Cohen hace un ‘mea culpa’ y reconoce que Estados Unidos se ha inmiscuido más allá de lo conveniente y de manera inadecuada en el Medio Oriente: “Lo cierto es que tomamos las vidas de musulmanes y algunos de ellos no nos perdonaron.” 2

Hay quienes fueron más lejos, y volvieron el dedo acusador hacia todo Occidente, específicamente hacia la errada política exterior desarrollada por las potencias en los últimos cien años.

Fernando Villegas, sociólogo chileno, afirmó que Occidente no es inocente a la hora de buscar responsables: “En verdad no hay ningún grupo terrorista ni ningún movimiento de revuelta del Medio Oriente cuyos orígenes no se remonten claramente a las acciones del Imperio Británico tras la I Guerra Mundial y a las acciones de EE.UU. luego de la II Guerra Mundial. Las semillas del bien y del mal fueron sembradas desde Londres, desde Washington, desde París, desde el corazón de Occidente, no desde las mezquitas.”

Operación “Libertad Duradera”

El domingo 7 de octubre fue distinto para todo el mundo, especialmente para Afga-nistán, en el corazón de Asia central. Una lluvia de misiles comenzaron a caer sobre diversos puntos estratégicos de ese país, con el objetivo de quebrantar el poder bélico del régimen, como represalia por el apoyo a los terroristas.

Sin embargo, lejos de amilanarse, el mismo día Osama Bin Laden hizo oír su voz de profeta con aires mesiánicos por televisión a todo el mundo para advertir a Estados Unidos que no tendrá seguridad mientras ellos no la tengan.

Luego de las operaciones desde el aire, Estados Unidos y sus aliados esperan irrumpir por tierra, para derribar el régimen talibán, y restituir el poder a los anteriores gobernantes, musulmanes moderados, proclives a Occidente.

Así que, en menos de un mes el escenario mundial ha cambiado radicalmente. Se han encendido los ánimos de las naciones; el espíritu beligerante ha renacido tanto en occidente como en oriente, tanto entre los “pacíficos” cristianos como entre los “corteses” musulmanes. La guerra se ha desatado con impredecibles consecuencias. Muchos inocentes están muriendo. ¿Una moderna “cruzada”? ¿Una nueva “Jihad”?

La otra cara de la globalización

En nuestro artículo de actualidad de la revista AGUAS VIVAS anterior (pp. 3-4) comentábamos los problemas que estaba trayendo consigo la globalización a un mundo escindido por las desigualdades sociales.

Recientemente se han alzado voces para unirse a la de Kofi A. Anan, Secretario General de las Naciones Unidas, y otros, en pro de un trato más humano e igualitario hacia las naciones más pobres y marginadas. Alain Touraine, sociólogo francés, director del Instituto de Estudios Superiores de París, propone a los Estados Unidos y a Europa “frenar su concentración de poder”, y acercar los polos existentes entre las naciones poderosas y las naciones marginadas, llenas de “desarraigados sin esperanza”, para así evitar enfren-tamientos cada vez más catastróficos.

Pero hay también otra cara de la globali-zación, tanto o más funesta que esa.

Así como se han globalizado las comunicaciones y las economías, también se ha globalizado el terror, el narcotráfico, el lavado de dinero, los peligros medioambientales, y las enfermedades catastróficas. Y, así como han ido recientemente las cosas, se ve que también debemos agregar a ello la forma de hacer la guerra.

Las guerras anteriores al 11 de septiembre eran guerras frontales, de enemigos más o menos visibles, que se podían enfrentar con la lógica de las armas de guerra, con tanques y aviones. Sin embargo, el reciente ataque terrorista ha introducido un tipo de guerra que hasta entonces sólo estaba dentro de la esfera de lo probable, pero no de lo real, y que sólo se había visto funcionar en videojuegos. (Existe un simulador de vuelos que permite al jugador “¡estrellar un Boeing comercial contra las torres gemelas de Nueva York!”.)

Se trata del terrorismo global, en que los enemigos no están alineados detrás de misiles o tanques, sino que están diseminados por el mundo, soterrados, vistiendo y hablando igual que el resto, pero con una arma letal debajo de su chaqueta.

Ellos no están escondidos tras sus fronteras, sino que están enquistados en medio de la sociedad-víctima, caminando en ella “como Pedro por su casa”. Se estima que los tentáculos del grupo terrorista encabezado por Bin Laden alcanzan a unos 60 países, y que operan como células que se financian y determinan autónomamente. “Al-Qaeda (La Base) es verdaderamente una empresa multinacional. La han convertido en una organización descentralizada que sabe que una guerra asimétrica es capaz de superar la hegemonía de las superpotencias” – afirma al respecto Magnus Ranstorp, experto en terrorismo de la Universidad de Saint Andrews, de Escocia. 3

Esto es motivo de la mayor preocupación en todos los países occidentales hoy en día. Felipe González, ex Presidente del Gobierno Español, examina en un periódico chileno la actual coyuntura mundial con prisma de gobernante, y le preocupa que el mundo post muro de Berlín, no está definido ni articulado en términos de seguridad. González se pregunta: “¿Es posible encontrar una respuesta a la crisis de seguridad que pone en riesgo tantas vidas humanas? ¿Es posible actuar contra la precipitación de la crisis económico-financiera en la que ya estábamos inmersos? ¿Es posible disminuir las tensiones que recorren distintas regiones del planeta, en algunos casos con fuerza expansiva incalculable? ¿Es posible avanzar por el camino de la gobernabilidad de esta nueva realidad planetaria inducida por el fenómeno de la globalización de la información, la economía, las finanzas, y … ahora el terror?” 4

Felipe González reclama lo que todo el mundo hoy está pidiendo: paz, seguridad, y un orden (gobierno) mundial suficientemente poderoso capaz de garantizarlas.

Seguridad vs. libertad

La seguridad es una de las necesidades básicas del ser humano. O la principal. Cada persona se las arregla para obtener la cuota de seguridad suficiente para poder vivir. Sin embargo, la seguridad tiene una cortapisa: la libertad. ¿Cuánta libertad está dispuesta una persona (o una nación) a perder a fin de tener seguridad?

Al examinar esta disyuntiva, el escritor peruano Mario Vargas Llosa plantea: “Es muy difícil, acaso imposible, que una sociedad abierta, no dispuesta a sacrificar la libertad y la legalidad de sus ciudadanos y a convertirse en un Estado policial en aras de la seguridad, esté en condiciones de vacunarse contra todo tipo de acciones terroristas.”

Así parecen haberlo entendido los Estados Unidos, porque ya están dando pasos en el sacrifico de la libertad. En estos momentos hay en ese país una psicosis de inseguridad. La vulnerabilidad mostrada el 11 de septiembre, y la decisión suicida de los enemigos ocultos le hacen esperar otra tragedia en cualquier momento, que bien puede ser, esta vez, de tipo químico-bacteriológica. De hecho, el ‘ántrax’ ya está despertando el terror en varias ciudades norteamericanas. Eso les ha llevado a intentar “esclarecer la identificación de las personas, saber quién es quién realmente”.

Estados Unidos fue hasta ahora un país tan seguro que ni siquiera cuenta con un sistema para empadronar a sus ciudadanos. No hay un documento de identidad nacional, y ahora los norteamericanos están viendo la necesidad de contar con un documento confiable y uniforme.

A la hora de implementarlo, lo más probable es que sea un sistema computacional sofisticado y seguro, que no permita la adulteración. Tal vez un sistema que opere mediante un microchip incrustado en alguna parte visible del cuerpo. Hoy en día todas las naciones estarían dispuestas a hacerlo, porque ante un enemigo como el terrorismo hay que tomar los máximos resguardos.

Desde ya todo el mundo está aceptando la implementación de rigurosos sistemas de seguridad en los aeropuertos y en las aduanas, aunque incomoden a los usuarios.

John Ashcraft, Secretario de Justicia norteamericano ha presentado un plan anti-terrorista ante el Comité Jurídico de la Cámara de Representantes, y en él plantea reducir las restricciones para el espionaje telefónico. Esto preocupa a otros sectores, como las organizaciones de derechos civiles, porque esto podría afectar otras libertades constitucionales.

Sin embargo, es difícil que el deseo de libertad, por muy grande que sea, interfiera en el camino hacia la máxima seguridad. El estallido de las torres gemelas va a ser un permanente recordatorio en tal sentido.

Necesidad de cooperación

Los analistas internacionales coinciden en que Estados Unidos no puede dar solo esta batalla contra el terrorismo, pese a su rol hegemónico en el mundo en los últimos 50 años. Para hacerlo con eficacia requerirá de la coordinación y cooperación internacional.

El cientista político chileno Genaro Arriagada ha afirmado que Estados Unidos estaba siendo, hasta antes del 11 de septiembre, “muy arrogante en su política externa”. Según Arriagada, Bush cometió un error tras otro en el último tiempo: primero terminó unilateralmente con el Tratado de Kioto, lo que provocó una gran reacción en contra por parte de Japón y Europa Occidental; luego planteó un escudo antimisiles inconveniente, rechazó las conversaciones con Corea del Norte, y renunció a seguir propiciando negociaciones de paz en el Medio Oriente.

Otros analistas consideran que, incluso con los países islámicos, la política exterior de Estados Unidos fue “agresiva, errática e invasora” 5 , lo cual provocó la reciente negativa de Irán a ayudar a Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo. En este sentido, Estados Unidos está siendo víctima de su propia y unilateral política exterior.

Sin embargo ahora esta situación ha cambiado. Los esfuerzos de Estados Unidos están dirigidos en estos momentos a ganar y mantener los consensos con los países, y lograr apoyo y cooperación en contra del terrorismo. Y no le queda otro camino. Los analistas estiman que para la captura de un enemigo tan escurridizo como Bin Laden y compañía, y la desarticulación del terrorismo, se requerirá de la cooperación de todos los servicios de inteligencia del mundo occidental. 6

La dirección de los hechos mundiales

Ante la evidente dirección que está tomando la marcha de los hechos mundiales, es preciso reforzar algunas profecías bíblicas que están cumpliéndose ante nuestros ojos.

Hay al menos tres aspectos que es preciso señalar:

Primero, la necesidad de hacer frente a un enemigo común (el terrorismo) fortalecerá los lazos entre las naciones, lo cual ayudará a la creación de conglomerados más estrechamente unidos. Así, la globalización avanzará sin que nada la detenga.

Se prepara así el terreno para el surgimiento de los “diez reyes” (Daniel 7:24), que constituirán, a su vez, el resurgimiento del imperio romano y la base de operaciones para el Anticristo. Esto implicará –aunque parezca extraño– el desperfilamiento de Estados Unidos como potencia mundial.

Segundo, el ansia de paz y seguridad va a facilitar la implantación de rigurosos sistemas de control, lo cual está profetizado en Apocalipsis (la “marca de la bestia”: Apocalipsis 13:17). Antes del 11 de septiembre el mundo no estaba dispuesto –como hoy– a renunciar a ciertos derechos civiles en aras de la seguridad. ¿Cómo se podía haber logrado que en una época en que se hace tanto alarde de libertad, y de los derechos de las personas, éstas estuvieran dispuestas a ser empadronadas al extremo de no poder comprar ni vender sin esa marca, como dice la Biblia? Hoy vemos cómo esto puede ser posible.

Tercero, ha quedado en evidencia la precariedad y vulnerabilidad del mundo; lo caprichosa que es su marcha. De un día para otro, un solo hecho ocurrido en un determinado lugar puede hacer variar el curso del mundo y de la historia.

¿Había leído usted con escepticismo las tragedias del Apocalipsis? Pues, usted sabe ahora que lo más insólito puede suceder de aquí para adelante: Todo lo ocurrido estas últimas semanas no hace más que confirmar la solidez de los anuncios que hay en el registro bíblico.

Así que, haga usted, estimado lector, lo que la mayoría de los norteamericanos está haciendo en estos días: desempolve su Biblia, y, si no la tiene, cómprela antes que se agote, y luego léala con oración y espíritu contrito. Tal vez Dios le mire con misericordia, y le conceda la gracia de acoger su corazón y asegurarlo para siempre.

1 Diario “La Tercera”, Stgo. de Chile, 16/09/2001, p. 11.
2 Diario “La Tercera”, Stgo. de Chile, 16/09/2001, Reportajes, p.10.
3 Revista Ercilla Nº 3173, Stgo. de Chile, p. 28.
4 Diario “La Tercera”, 16/09/2001, Reportajes, p.6.
5 En Revista Ercilla Nº 3173, Stgo. de Chile, p.25.
6 Afirmación hecha por el cientista político chileno Gustavo Martínez, en Revista Ercilla, op.cit., p. 26.