Las figuras de Abraham, Moisés y Josué ante Canaán son simbólicas de tres actitudes del cristiano ante Cristo. ¿Cuál de ellos nos representa a nosotros?

En muchas partes de la Escritura se dice que Cristo es el regalo que Dios nos ha dado. Dios no nos dio una religión, ni una doctrina; no nos dio meramente un camino, sino que nos dio una Persona, y esa Persona es el Señor Jesucristo.

Reconocemos que Dios ha dado su Hijo, no sólo por nosotros sino a nosotros, para que sea nuestro. No sólo nuestro Salvador, sino nuestra vida operante, nuestra vida todosuficiente. Pero, ¿cuánto de Cristo hemos tomado?

Recordamos esas palabras que el Señor dijo en Juan capítulo 10: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia”. No dice solamente: “Yo he venido para que tengan vida”. (Si hubiese dicho hasta ahí, ya hubiera sido una cosa muy grande). El Señor añadió: “…y para que la tengan en abundancia”.

Nosotros podemos conocer mucho de Cristo o poco de Cristo; podemos disfrutar mucho de Cristo o poco de Cristo. Pero no debiéramos conformarnos nunca con una cierta medida de Cristo, como si eso fuera todo lo que Cristo es.

Nosotros podemos conocer a Cristo de varias maneras. Y para ejemplificarlo, quisiera que miráramos a tres patriarcas del Antiguo Testamento. Muchos estudiosos de la Biblia reconocen que Canaán es un tipo de Cristo. Ahora bien, Canaán –es decir, Cristo– fue conocido de tres maneras distintas por Abraham, Moisés y Josué.

Abraham

Abraham fue el primero de los patriarcas al cual se le habló de Canaán. Él tuvo un cierto conocimiento de la tierra, pero no se estableció en ella, apenas hizo un ‘reconocimiento’.

El Señor le dijo a Abraham: “Esta tierra que ves, te la daré a ti y a tu descendencia después de ti. Por tanto, levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho, porque a ti la daré”. Entonces Abraham recorre esa hermosura que se presentaba ante su vista. Todos los días que vivió Abraham, él recorrió la tierra; pero en Hebreos dice que él anduvo en ella como extranjero en tierra ajena. Por esto, podemos decir de Abraham, que siempre aparece asociado en las Escrituras con la fe y la justificación, representa a los creyentes en la primera fase de la vida cristiana.

Cuando nosotros recién llegamos a la fe tuvimos una cierta vislumbre de Cristo. Sin embargo, tal como Abraham no pudo decir: “Esta tierra es mía. Voy a poner aquí un vallado, voy a plantar una viña y voy a comer de su fruto”, así tampoco nosotros nos apropiamos entonces plenamente de Cristo.

Moisés

Pero también podemos conocer a Cristo como Moisés conoció Canaán. Moisés nació en Egipto. Durante cuarenta años, anduvo con el pueblo en el desierto, deambulando, esperando que cayera esa generación incrédula. Durante todos esos años, Moisés se llenó de expectativas. Él quería entrar en la buena tierra. Sin embargo, en las Escrituras nos encontramos que en más de una ocasión Dios le dice: “Tú no entrarás”.

Esa escena al final de Deuteronomio, poco antes de la muerte de Moisés, es muy conmovedora. Israel estaba al borde de la tierra, a punto de entrar. Entonces el Señor le dice a Moisés: “Sube a ese monte, y yo te voy a mostrar la tierra”. Moisés desde allí pudo alzar su vista y mirar la tierra de Neftalí, de Efraín, de Dan, de Manases, de Judá, hasta el mismo mar Mediterráneo. Sin embargo, Dios le dice: “Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá”. ¡Qué terrible sentencia para un hombre como él! Cuarenta años había soñado con algo que no pudo concretar.

Moisés nos habla de otra etapa en nuestra vida como cristianos. Moisés es la ley. Él era un hombre íntegro, manso, equilibrado. Sin embargo, por causa de lo que él representa, no pudo entrar a poseer Canaán. Ningún cristiano que camina bajo el imperio de la ley puede realmente disfrutar de Cristo. Él nunca conocerá toda la riqueza, toda la gloria, toda la hermosura, toda la herencia que tiene en Cristo.

Josué

Pero también podemos conocer a Cristo como Josué conoció Canaán. Josué representa la gracia. Todo lo que nosotros podemos recibir, alcanzar y crecer en Cristo, es por gracia. No es por obras, para que nadie se gloríe. Nosotros fuimos justificados por gracia, y alcanzamos la plenitud de vida en Cristo por gracia.

Tal vez haya algunos de nosotros que piensen que, si bien llegamos a Cristo en la más absoluta impotencia –fracasados, heridos, esclavizados, desesperanzados, hundidos– ahora que tenemos a Cristo, podemos alcanzar la plenitud si nos esforzamos, porque ahora estamos en mejores condiciones. El Señor nos limpie de este pensamiento, para que nuestra fe sea pura. ¡Solamente en Cristo hay salvación! ¡Solamente en Cristo hay plenitud!

Al llegar a Josué, la gracia tiene un renovado sabor. La gracia que recibimos al comienzo, fue una cierta medida de gracia. Sin embargo, la gracia que alcanzamos ahora, después de haber andado en la ley de las obras, después de haber probado los fracasos durante 40 años, es una gracia mayor que la primera, es una gracia superabundante.

En Efesios 2:6 dice: “Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Hay una sola forma en que Dios pueda mostrar las abundantes riquezas de su gracia, y esa está dada en el versículo anterior. “… Nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Solamente estando en esa posición de descanso –sentados– a la diestra de Dios, con Cristo, Dios puede manifestar las abundantes riquezas de su gracia a través de nosotros. Que el Señor abra los ojos de nuestro entendimiento, para ver cuán precioso es esto.

Redescubriendo Romanos 7

La vida cristiana aparece muy bien ordenada en sus diferentes etapas en el libro de Romanos. El capítulo 5 nos habla de la justificación por la fe. Romanos 6 nos dice que fuimos muertos al pecado, porque fuimos incluidos en Su muerte. Romanos 7 va un poco más allá, y nos dice que nosotros hemos sido muertos a la ley mediante el cuerpo de Cristo. Romanos 8 nos muestra la vida en el Espíritu, es decir, la vida plena en Cristo. Noten ustedes: comenzamos con la justificación, luego seguimos con nuestra muerte al pecado y con nuestra muerte a la ley, para finalmente llegar a vivir una vida plena en Cristo. Justamente antes de Romanos 8 está Romanos 7: la muerte a la ley. ¡Esta es la verdad fundamental que nosotros tenemos que ver antes de poder entrar en Romanos 8! Si no vemos que Cristo nos libertó del imperio de la ley no podremos entrar en la vida plena.

Siguiendo la alegoría de los tres patriarcas, tenemos que esperar que Moisés muera antes de poder entrar a Canaán a disfrutar de todo lo que es Cristo. Para pasar de Abraham a Moisés (es decir, de la fe a las obras), no cuesta mucho. En realidad, uno va cayendo casi imperceptiblemente en ellas. Todos los que hemos caminado algún tiempo, sabemos lo que es caer de la fe a las obras.

Ahora, ¿cómo salir de Moisés para entrar en la realidad de Josué que es la toma de posesión de la herencia en Cristo? No hay otra forma sino asumir la realidad de Romanos 7.

De todos los capítulos de Romanos, tal vez sea éste el más incomprendido. La causa de esa incomprensión está, en primer lugar –para nosotros, al menos, que usamos la Versión Reina-Valera 1960– en el equívoco título que lleva: “Analogía tomada del matrimonio”. Eso induce a pensar que aquí la verdad principal tiene que ver con el matrimonio. Y la otra razón, es que casi siempre que se cita Romanos 7, se cita desde el versículo 7 en adelante para mostrar cuál es la condición de un cristiano que aún está bajo la ley. Así nos vamos deslizando por esos razonamientos tan intrincados y tan hermosos a la vez, que no son otra cosa sino una demostración de la realidad de un cristiano que aún no se ha visto muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo.

De tal manera que ahora tenemos que predicar este evangelio a los cristianos. Romanos 8 no puede ser vivido a menos que veamos la realidad de Romanos 7: 4, 5 y 6: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”. ¡Así que, estamos libres de la ley! Esta es una verdad muy gloriosa. Cuando nuestros ojos se abren para verla, sentimos muchos deseos de alabar al Señor.

Amados hermanos, la tierra prometida –Cristo– está delante de nosotros para ser disfrutada en plenitud, para hallar todo reposo en ella. Esta es una realidad que está a nuestro alcance. No tenemos que subir al cielo, porque el que estaba arriba ya bajó a nosotros; no tenemos que bajar al abismo, porque el que bajó allá, ya subió de allá. Jesucristo, el que está a la diestra de Dios, está también dentro de nosotros por el Espíritu Santo, y nos ha sido dado entera y gratuitamente.

El poder del pecado es la ley

¿Cómo vencer el pecado? ¿Cómo tener una vida cristiana victoriosa? Estas son preguntas para las cuales hay muchas respuestas. Se han escrito muchos libros al respecto. Sin embargo, en Romanos 6:14 está la clave: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. El hecho de estar libres de la ley, automáticamente, nos libera del poder del pecado.  Veamos, para corroborar esto, 1 Corintios 15:56. “…ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley”. El poder del pecado es la ley. Eso resulta muy extraño, porque siendo la ley justa, buena y santa, dada para el bien del hombre, ¿cómo es que viene a reforzar el pecado? Cuando a un niño se le dice: “No hagas esto”, ¿qué es lo más probable que ocurra? ¡Que lo haga! Ahí se demuestra cómo la ley es el poder del pecado. Si tú prohíbes algo, vas a incitar a que esa prohibición sea infringida. Por eso es necesario que los cristianos sepamos que estamos libres de la ley mediante el cuerpo de Cristo.

Nosotros creemos y recibimos la obra de Cristo en la cruz, porque él allí tomó sobre sí el acta de los decretos que había contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz. ¡Ahí estaba la ley! Esos eran los decretos que había contra nosotros, que nos mandaban y condenaban –“Si no haces esto, morirás”–. ¡Ahora estamos libres de la ley! Por tanto, “el pecado no se enseñoreará de vosotros”. Puede ser que por años haya habido en el corazón tendencias pecaminosas que nunca –ni con las muchas oraciones, ni con los ayunos, ni con ninguna fórmula leída o escuchada– hayan podido ser vencidas. Recién la victoria se produce al ver esta palabra. Simplemente, consiste en ver, no en hacer. Moisés no pudo entrar en Canaán, pues cayó víctima de sus propios principios y mandamientos. Moisés, el hombre más manso que pisaba la tierra no pudo entrar por un arranque de ira. ¿No es decidor eso?

Eso es lo que pasa con la ley: produce ira. “Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Romanos 4:15). Pero los herederos de Canaán son los de fe: “Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa” (v. 14). “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia” (v. 16). ¡Aleluya! ¡Es por fe, es por gracia!

Hermanos, los enemigos que nosotros tenemos y que nos impiden entrar en el disfrute pleno de Cristo, no son los demonios, no es Satanás, no son los enemigos de carne y hueso, no son las ciudades amuralladas. Los mayores enemigos están dentro de nosotros, y son nuestra incredulidad, en nuestro afán, nuestra confianza en nosotros mismos. El Señor permita que, por el poder de la palabra, nosotros seamos más y más limpiados.

Josué fue quien introdujo al pueblo en la tierra. Su nombre significa “Dios salva”. Antes, él se llamaba Oseas, que significa “salvación”. Sin embargo, el Señor le cambió el nombre. Es Dios quien nos salva, quien nos libera. Es por la obra preciosa de Jesucristo en la cruz del Calvario. Su muerte tuvo una repercusión tan grande, no sólo para nuestros pecados, sino para nuestra liberación de la ley y nuestra liberación del pecado. Ahora sí podemos tomar todo Cristo.

Los poderosos hechos de la cruz

El salmo 145 dice: “Generación a generación celebrará tus obras, y anunciará tus poderosos hechos. En la hermosura de la gloria de tu magnificencia y en tus hechos maravillosos meditaré”. Cuando leemos estos versos, tendemos a pensar en la obra de la creación. Sin embargo, la obra más gloriosa, los hechos más portentosos de Dios, ocurrieron en la cruz del Calvario. Crear el universo, no fue un problema para Dios. Solamente él dijo, y las cosas vinieron a ser. Aun para crear al hombre, él tomó un poco de polvo y le dio forma con tres de sus dedos. Pero, para darnos a nosotros todo lo que nos ha dado en Cristo, el Hijo de Dios tuvo que venir del cielo, nacer como hombre, vivir como un proscrito, ir a la cruz injustamente, morir como un malhechor, derramar su sangre, cargar con nuestros pecados, cargar con el viejo hombre, cargar con el peso de la ley… ¡Esos sí que son hechos portentosos, maravillosos! ¡De ellos nos gloriaremos!  Es un deleite meditar cómo lo hizo él para sacarnos de encima el hombre pecaminoso carnal; cómo lo hizo él para darnos una vida tan poderosa; cómo lo hizo él para que se produjera el maravilloso trueque de mi ‘yo’ muerto por un Cristo vivo. Todo lo mío por todo lo suyo; lo mío, contaminado, sucio, vil; por lo suyo, eterno, vivificante, resplandeciente.

“Recibir” es una palabra del Nuevo Testamento

Algunos de nosotros hemos sido así, más o menos, con el Señor: “Señor, hagamos un negocio. Dime: ¿Cuánto vale la vida abundante? Tal vez el dinero me alcance. Tengo algunos ahorros en el banco; puedo vender mi casa, mi auto, todo lo que tú digas. Yo te pago; pues yo quiero vivir plenamente. Estoy cansado, Señor, porque escucho la palabra, leo la Biblia, oro, ayuno, asisto a las reuniones, pero veo que hay una insatisfacción tan grande todavía dentro de mí. Tú viniste a dar vida y vida en abundancia, pero yo no la estoy disfrutando. Señor, ¿cuánto vale?”.

Esa ha sido nuestra actitud. Pero es aquí donde la palabra del Señor nos vuelve a ayudar. “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben –los que reciben– la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom.5: 17).  Si usted busca en la Concordancia cuántas veces aparece en la Biblia la palabra “recibir”, en la relación del hombre con Dios, descubrirá que prácticamente no aparece en el Antiguo Testamento. ¡Es una palabra propia del Nuevo Testamento! Los judíos, que estaban bajo la ley, no conocían el significado de la palabra ‘recibir’, porque a ellos se les había dicho: “El que hiciere estas cosas vivirá por ellas”. ¡Ellos tenían que cumplir! Pero resulta que en el Nuevo Testamento la palabra ‘recibir’ aparece por todos lados, y apenas abrimos el evangelio de Juan se nos dice: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron.. –¡A los que le recibieron!– les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Así que vamos a decirlo de esta manera: Hermano, si tú no tienes, es porque no has recibido, y para recibir, hay que tener las manos vueltas hacia arriba. Es todo lo que hay que hacer. A veces hemos querido darle algo a nuestros hijos pequeños. “¡Pon tu mano! Voy a darte algo…” Y él nos ha puesto la mano cerrada, porque tiene en ella agarrado firmemente algo: un clavo, una bolita, un papelito… “¡Abre tu mano! Quiero darte algo…” Y ahí tiene aferrado aquel pequeño tesoro. Así también hacemos nosotros con Dios. ¡Para recibir hay que tener las manos vueltas hacia arriba … y tenerlas vacías!

Los cristianos insatisfechos, que están todavía sedientos, que se sienten fracasados, que todavía aman el mundo, que todavía miran a la mujer de su prójimo con concupiscencia, tienen todavía en sus corazones un vacío que no ha llenado Cristo. Porque cuando está la plenitud de Cristo no hay ningún deseo de esos. Hay una sensación de llenura tal, hay un gozo tal, que allí no puede anidarse ninguna cosa extraña. La vida de Cristo está bullendo dentro, y nuestra copa está rebosando. ¡Es la plenitud de vida en Cristo!

En descanso y en reposo seréis salvos

A un hombre carnal le cuesta quedarse quieto, no sabe esperar. Y ese es nuestro gran problema. Dile a un cristiano inmaduro que tiene que quedarse tranquilo, que tiene que esperar y recibir. Él va a decir: “No, no puede ser. Eso es flojera. Hay que hacer algo. Dígame lo que haya que hacer, yo lo haré”. Y el Señor nos dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Y también nos dice: “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15).

Oh, Señor, en descanso y en reposo queremos ser salvos, en quietud y en confianza queremos ser fuertes en ti. Te esperaremos a ti, Señor. Nuestra fuerza no es nada. Tuya es toda la fuerza. Nuestra victoria no es nada, ¡tuya es la victoria! Nuestra vida, la vida ‘psiqué’ es una vida mortal; la vida tuya, la vida ‘zoé’, la vida eterna, esa sí que es vida, ¡esa es la vida abundante! 1

No los Moisés, sino los Josué

Prosigamos. La toma de posesión de Canaán es una buena metáfora de Cristo como nuestra vida abundante y victoriosa.

El Señor dijo a Josué: “Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel”. Noten que es la tierra “que yo les doy”. No es la tierra que ustedes conquistarán, no es la tierra que ustedes comprarán: ¡es la tierra que yo les doy! Es un regalo, es un don. ¡Cristo es un don!

“Mi siervo Moisés ha muerto”. La ley ha muerto. El desierto quedó atrás. El hombre que los exigía, ese hombre intachable que les ponía una vara tan alta ya no está. Ahora pues, tú, Josué, pequeño, tú que eres débil, tú que tiemblas, tú que anduviste cuarenta años pegado a las faldas de Moisés, ahora levántate. Moisés murió. Tú pasarás el Jordán. Tú entrarás en la tierra.

No son los grandes Moisés, llenos de méritos, los que entran en Canaán; sino los pequeños Josué, tímidos y hasta pusilánimes, los que se apropian de Cristo.

Aliento para los fracasados

Nosotros estamos acostumbrados a mirar los méritos del hombre. Toda la vida humana está basada en los méritos para alcanzar alguna forma de promoción. Pero en Cristo es al revés, porque sus caminos no son nuestros caminos, porque sus pensamientos son más altos que nuestros pensamientos. La vida abundante se encuentra cuando tú has llegado al tope; no al tope de arriba, sino al tope de abajo.

¿Has llorado tú por tus fracasos? ¿Has pensado que las promesas de Dios son para gente superior a ti? Cuando lees la vida de los grandes siervos de Dios, cómo los admiras, cómo los envidias, pero llega el momento en que te sientes tan abrumado, que cierras el libro y dices: ¡Yo no puedo, esto no es para mí, nunca jamás seré un vencedor! ¿Te ha pasado alguna vez?

Amados hermanos, tenemos un mensaje que darles hoy: Moisés no entró en Canaán, entró Josué. Por esas palabras del Señor a Josué: “Esfuérzate y sé valiente…” que se las repite Dios y luego el pueblo, muchos han pensado que a Canaán entran sólo los valientes y los fuertes. Yo también lo entendí así por mucho tiempo. Y esa sola idea me dejaba afuera automáticamente. Sin embargo, debemos entender que Josué era un hombre dubitativo, que se equivocó y tuvo temor. Era un hombre que estaba acostumbrado a seguir a otro. Por eso fue necesario casi empujarlo para que pasara el Jordán.  Eso nos da confianza a nosotros, porque todo el libro de Josué es una buena nueva. No es por las obras, no es por los méritos, no es por lo que tú hagas. ¿Quieres entrar a poseer la plenitud de Cristo? Deja de hacer lo que estás haciendo. Olvídate de tus métodos para agradar a Dios. Si tú piensas que es porque lees la Biblia una vez al año, no la leas una vez al año. Si piensas que es porque ayunas un día a la semana, deja de ayunar ese día a la semana. O si es por orar tres horas al día, di: No oraré más tres horas al día.

No sé cómo decirlo –esto puede interpretarse mal, como que no hay que orar, ni que leer la Biblia o ayunar–. Lo que estamos diciendo es que tenemos que derribar aquello en lo cual nosotros ponemos nuestra confianza. Todo aquello en lo cual nosotros nos apoyamos, tiene que caer. Recién entonces conoceremos si el Señor nos sustenta o no, si la vida que él ha puesto dentro es poderosa o no.

¡Amados hermanos, este es un hallazgo tan grande! Si tú jamás pensaste que podrías ser libre del pecado, de los malos pensamientos, los malos deseos; que podrías mantenerte en esa condición, libre, libre, sin seguir una ley de piedad en la carne; si nunca pensaste que eso fuera posible, ¡te digo que es posible! Absolutamente posible. Aun más, no es sólo posible, es lo que Dios desea, es lo que Dios quiere, para que tú puedas decir: Cristo no es sólo mi Redentor; ¡él es mi sustentador, él es mi victoria, él es mi vida abundante!

1 Psiqué y Zoé designan dos tipos distintos de vida, que es posible hallar en el Nuevo Testamento griego. Psiqué es vida psíquica o anímica; y Zoé es vida espiritual. La primera se relaciona con el alma; la segunda con el espíritu. Por ejemplo, Psiqué aparece en Mateo 16:25; y Zoé, en Romanos 8:6.

Síntesis de un mensaje oral compartido en Rucacura 2003.