Romanos 5:1 no es una afirmación del hecho de que tenemos paz. Es un llamado a tomarla.

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…».

– Rom. 5:1-2.

La palabra «pues», nos remite hacia atrás, a los versículos anteriores de la carta del apóstol. No podemos llevar una parte de la carta a algún otro lugar que nos agrade, y descuidar toda la otra parte de su desarrollo. Debemos acompañar al apóstol por toda la extensión del camino. Es de vital importancia que no solo lleguemos a los lugares correctos, sino que lleguemos allá con un enfoque correcto. El enfoque es un factor esencial en el misterio de la revelación.

¿Cuál es, entonces, el enfoque sugerido por esta palabra «pues»? Vamos a dar una mirada al camino ya recorrido. Éste comenzó en la devastación, triste y deprimente, de la ruina del pecado del cual no hay ninguna salida. Todos perdieron su justicia y todos perdieron su poder de recuperarla. Muchos dispositivos son experimentados y muchos intentos son hechos para escapar, pero todas las luchas son ineficaces, y no hay ninguna forma de escapar. En esa horrible esclavitud todos están presos por toda la vida.

No hay salida. No, no hasta que Dios mismo abriese un camino, un camino nuevo y vivo. El infinito Amor encontró nuestra profunda necesidad y a través de la devastación aparece un camino, que clarea cada vez más hasta que el día es perfecto. En el amor y la gracia expiatorios de Jesucristo los prisioneros de la desesperanza se convierten en hijos de la eterna esperanza. A través del misterio de una Cruz, todos pueden recuperar su corona. En una muerte cuyo misterio nadie puede explorar, encontramos las fuentes de una nueva vida. Y tan completamente la gracia divina encuentra nuestra necesidad que no solo podemos abandonar la prisión del desierto, sino que también podemos dejar nuestras obligaciones y nuestras cadenas. La libertad ofrecida no es solo una posición, es también una fuerza y una provisión. Es más que una amnistía, más que un decreto de emancipación. Es una dádiva y una herencia. Es la liberación de la salud. Es la liberación de la armonía.

Es por eso que esta carta comienza nublada y en tinieblas, pero el cielo oscuro se abre al final del cuarto capítulo, y el cielo azul aparece y el Reino de los Cielos es abierto para todos los creyentes.

Y es justamente aquí que llegamos a la palabra «pues»«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». No es una afirmación del hecho de que tenemos paz. Es una apelación para tomarla. Una amnistía se ofrece, tómela. El perdón gratuito se proclama, tómelo.

¿Alguien puede ser tan necio que al ver una liberación tan maravillosa como ésta no la acepte? ¿Podemos ver la gran posibilidad y no traducirla en una feliz experiencia? Sí, esa es la extraña sugestión. Se ofrece la paz, una paz que excede el entendimiento, pero no la tomamos. Incluso nos arrastramos hasta la misma Cruz con nuestras sofocantes cargas sobre la espalda y regresamos como si nada hubiese sucedido allí. Continuamos llevando nuestras cargas con nosotros. Es uno de los misterios asombrosos de la locura humana. Aquí está el lugar indicado donde el peregrino cansado puede dejar su carga y encontrar descanso y paz. Pero no, nos volvemos nuevamente hacia el lúgubre desierto, hacia las obligaciones y hacia la prisión.

¿Qué diremos, entonces, a estas cosas? Bien, vamos a examinar nuevamente el camino que nos conduce hasta esta gran palabra suplicante. Vamos a examinarlo bien lentamente. Vamos a quedarnos con las cosas lo bastante como para sentirlas. Vamos a demorarnos en el versículo treinta y dos del primer capítulo, y en el cuarto verso del segundo capítulo, y en los versículos vigésimo y vigésimo tercero del tercer capítulo. Vamos a hacer una parada en cada uno de estos lugares modificando todos los plurales para el singular, hasta que nos hayamos visto a nosotros mismos en una comprensión plena de la palabra sagrada.

Y entonces, más que en ningún otro lugar, quedémonos mucho tiempo en el versículo veinticinco del tercer capítulo: «A quien (Jesucristo) puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados». Vamos a encontrarnos a nosotros mismos en esta palabra tan abarcadora: «nosotros». Vamos a arrodillarnos delante de la Cruz, y a dejarnos estar allí hasta que los sentimientos vitales comiencen a moverse en el corazón entorpecido, como si el invierno se hubiese acabado y se hubiese ido.

Y como un segundo consejo, vamos a mirar lejos de nosotros mismos, hacia Cristo. Aquí hay un pasaje de una carta de Klebe, que pienso que es rica en consejo espiritual sólido: «Pienso que es cosa egoísta y peligrosa el que las personas estén siempre volviendo su mirada hacia el interior. Por favor, no deje que sus propias faltas o algo poco confortable sean muchas veces más importantes. No es natural que sea así en aquellos por quienes Cristo murió». No, no es natural. La única cosa natural es que debemos ser tan atraídos y arrebatados por la gracia de Cristo, que las faltas, desazones, temores, así como nuestros pecados, sean todos consumidos en su gloria. Es por eso que vamos con fe y confianza a aceptar Su paz. Vamos a acordarnos alegremente de las cosas que están en Cristo, y en una alegre e inflamada esperanza vamos a proseguir a lo largo de nuestro camino en bienaventuranza y paz.

John H. Jowett (1864-1923), predicador y pastor de la Westminster Chapel.