Un joven creyente de nombre Brad, que estaba haciendo el servicio militar, cierta vez fue recogido en una autopista por un corredor de propiedades llamado Lew Masters. Mientras iban en el auto, Brad habló al otro acerca de Jesús y lo condujo a recibir a Cristo como su Salvador. Muy contento, el corredor dio a Brad su tarjeta, y en el momento en que el joven se despedía, lo invitó a visitarlo si algún día iba a Chicago.

Pasaron cinco años. Un día Brad tuvo la oportunidad de ir a aquella ciudad, y decidió visitar a Lew Masters. Para su sorpresa, supo que pocos minutos después de que él había descendido del auto, el corredor tuvo un accidente y murió.

Fue muy grande la alegría de la viuda cuando Brad le contó que su marido había recibido a Jesús como Salvador unos momentos antes de morir.

Ella le dijo: «Hacía varios años que yo era creyente, y oraba mucho por mi marido. Pero cuando él murió, pensé que Dios no había escuchado mis oraciones. Hace cinco años que dejé de tener comunión con Dios, y todo, porque pensé que él no me había contestado».

En aquel día, esa mujer fue libre de su amargura y se reconcilió con Dios.

Así, quien supone que algunas de sus oraciones no han sido atendidas por Dios está muy engañado. Lo que ocurre es que no sabemos todos los detalles con relación a ellas. Sólo Dios conoce el último capítulo de todas las historias, y en algunos casos él nos revela lo que sucede, en la hora en que así lo desea, pero en otros casos, no.

DeVern Fromke, «O mayor privilegio da vida».