Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico, con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.

El traslado de Enoc

Los números y los nombres simbólicos tienen un lugar muy importante en las Sagradas Escrituras. Encontramos los dos en la historia de Enoc. Era el séptimo desde Adán, y el número siete es el número de la perfección.

En Enoc, la raza alcanzó su tipo ideal, y aquello que, al final, Dios va a llevar a la humanidad redimida a realizar tanto en carácter como en destino; porque Enoc realizó el ideal más elevado de Dios en ambas cosas. Anduvo con Dios, agradó a Dios, y Dios se lo llevó en un carro de gloria por encima de las olas de la muerte.

Su nombre, también, significa Dedicado; es un tipo de su vida consagrada y la idea básica de la verdadera santidad, es decir: un corazón simple que se dedica a la voluntad y gloria de Dios. Es notable que la otra raza –la raza de Caín– tenga también un Enoc, y que Caín llamara su ciudad con el nombre de Enoc, su hijo primogénito. ¿No nos enseña esto que el mundo se dedica a sus objetivos y sus dioses con una singularidad de corazón y una fuerza de servicio que podría muy bien dar lecciones a los hijos de Dios? Caín vivió para la tierra con toda su fuerza, y Enoc vivió para Dios con todo su corazón, y alma, y mente, y fuerza. La vida y carácter de Enoc se ven en un contraste claro y amable con su propia época.

Hay tres pensamientos que nos dan la clave del conjunto:

1. Anduvo con Dios: No fue una santidad independiente, establecida por él mismo, sino un contacto personal con el Padre, en quien se apoyaba en toda necesidad, y con quien andaba paso a paso, como podemos hacer nosotros todavía en el camino celestial con nuestro bendito Maestro. La vida de santidad no es nuestra vida, sino la de Cristo en nosotros, una suficiencia y presencia permanentes.

2. Enoc anduvo por fe. Por tanto, no fue por las obras que Enoc agradó a Dios, sino por medio de una vida de confianza y simple dependencia.

3. Enoc agradó a Dios y tuvo testimonio de que le había agradado. Su objetivo era agradar a Dios; esperaba agradar a Dios, y tenía presente siempre que agradaba a Dios. Creía que Dios aceptaba los propósitos sinceros de su corazón y Dios le dio testimonio en la conciencia de este estado de comunión ininterrumpida.

Lo mismo podemos nosotros agradar a Dios. Su voluntad, en cuanto a nosotros, no es una tarea inexorable e imposible, sino un plan de gracia, adaptado a nuestra condición y adaptado a la cadena de circunstancias de cada día y hecho posible para nosotros por la presencia constante y los recursos inagotables de su Espíritu y su gracia.

¿Estamos andando de esta manera con Dios, andando por fe, agradándole y al calor de su aceptación y a la luz de su contento? ¡Qué lugar tan feliz! Si no nos lleva al cielo en un traslado inmediato, por lo menos nos trae el cielo allí donde nos encontramos nosotros.

El punto culminante apropiado a una vida así fue alcanzado al final y fue la intervención majestuosa del poder de Dios en la era antediluviana, así como el tipo y figura más sublime del futuro que aguardaba a la iglesia de Dios en los últimos días presentes. Sin la intervención de la muerte, sin temor ni dolor, y quizá a la vista de la generación ante la cual había dado testimonio, especialmente del futuro juicio y de la venida de Cristo, el santo fue trasladado, como luego lo fue Elías, y como lo fue su glorioso Señor desde el Monte de los Olivos, al mundo celestial.

Indudablemente, esto ocurrió con miras a nosotros, para darnos una figura del traslado que aguarda a los hijos fieles de Dios en el momento de la segunda venida del Señor Jesucristo. Así como la liberación de Noé por medio del arca y el diluvio es una figura del destino de aquellos que pasarán por los días de la tribulación que ha de venir sobre la tierra y serán llevados a salvo a la edad milenial más allá, el traslado de Enoc representa más bien la gloria que aguarda a los que esperan, y que serán hallados andando con Dios al principio de este tiempo de la tribulación: «Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire».

Parece que esta bienaventurada esperanza está enlazada de modo especial a una vida de santidad y un testimonio impávido de la Segunda Venida, las dos cosas ejemplificadas en el santo y fiel Enoc. Vivió una vida de santidad, y predicó la venida del Señor; así que Dios puso este glorioso sello sobre su vida y su testimonio. Velemos y tengamos listos nuestros vestidos para aquel día. Cuando venga la cena de la boda, entonces estaremos preparados para entrar y los que aman Su venida recibirán la corona de justicia.

De modo que hemos visto en estas edades antiguas la plenitud del Evangelio en tipo y símbolo: la fe de Abel, la santidad de Enoc y la esperanza de la gloria; y en contraste, la incredulidad que rechaza la sangre, halla su porción en el mundo y da sus frutos de pecado y miseria. El Señor nos salve del camino de Caín, y nos guíe y guarde en la fe de Abel, el camino de Enoc y la esperanza de la venida de nuestro Señor. (Continuará).