La epístola a los Romanos es una expresión viva del evangelio, que traslada al hombre de la desesperación a la esperanza.

Hay en el Nuevo Testamento cuatro grandes designaciones para el asunto básico que en él se desarrolla, la verdad vital a la que se refiere: el Evangelio, el Camino, la Fe y el Testimonio. Aquello que ahora ha venido a ser conocido como «cristianismo» fue entonces expresado por alguno de estos cuatro nombres. De los cuatro, el más empleado es el Evangelio. Ese título para el mensaje inclusivo del Nuevo Testamento aparece allí, en su forma sustantiva, por lo menos cien veces.

La forma verbal de la misma palabra griega aparece, en tanto, traducida como «declarar», «predicar», «predicar el evangelio». Tomando el significado de la palabra, predicar el evangelio sería «dar buenas nuevas», «dar buenas noticias».

Es impresionante ver cómo esta palabra, este título, para la fe cristiana –«el evangelio»– abunda en veinte de los veintisiete libros del Nuevo Testamento. Las excepciones son: el evangelio de Juan, y las tres epístolas de Juan. Tampoco aparece en la segunda carta de Pedro, ni en Santiago o Judas. Pero estos escritores tenían sus propios nombres para la misma cosa. Mencionamos antes, entre los cuatro nombres «el testimonio»: ese es título peculiar de Juan para la fe cristiana – a menudo, con él, «el testimonio de Jesús». Con Santiago y Judas es «la fe». Sin embargo, usted ve la preponderancia de este título: «las buenas nuevas», «el Evangelio».

La amplitud del término «Evangelio»

Entonces, hemos de tener en cuenta desde el comienzo un hecho muy importante: que este término, las buenas nuevas, cubre toda la extensión y el contenido del Nuevo Testamento. No son solo aquellas ciertas verdades que se relacionen con el principio de la vida cristiana – la conversión, la salvación. El evangelio va mucho más allá de eso, abarca todo lo que el Nuevo Testamento contiene.

El término «buenas nuevas» cubre todo el terreno de la vida cristiana de principio a fin. Tiene un contenido extenso y diversificado, tocando cada aspecto y cada fase de la vida cristiana, del relacionamiento del hombre con Dios y del relacionamiento de Dios con el hombre. Está todo incluido en las buenas nuevas. El no salvo necesita las buenas nuevas, pero igualmente los que han sido salvados necesitan las buenas nuevas, y constantemente. Todo el Nuevo Testamento está lleno de buenas noticias para los cristianos. ¡Cuánto necesitan los siervos del Señor buenas noticias que los animen en la obra, y los socorran en todas las exigencias y dificultades de sus trabajos! La iglesia necesita las buenas noticias para su vida, para su crecimiento, para su fortaleza, para su testimonio. Y el evangelio entra en cada punto, y toca todas las áreas.

Ahora, todos sabemos que la epístola a los Romanos es el gran tratado sobre la justificación por la fe. Pero la justificación por la fe es mostrada como algo infinitamente mayor de lo que la mayoría de nosotros todavía ha captado o ha entendido; la justificación por la fe tiene una connotación y una relación muy amplias. Todo lo que está contenido en esta carta resuelve en sí mismo una gloriosa cuestión, y esto es porque comienza con la declaración de que lo que ella contiene es «el evangelio». «Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios … acerca de su Hijo».

Ahora, todo lo que sigue es «el evangelio». ¡Pero qué tremendo evangelio está allí! Y tenemos que, de alguna manera, resumirlo todo en una conclusión. Tenemos que preguntarnos: «Después de todo, ¿cuál es la consecuencia de nuestra lectura y de nuestra consideración de esta carta maravillosa?».

El Dios de esperanza

El resultado puede resumirse en una sola palabra. Es una gran cosa cuando usted puede captar un documento de la envergadura de éste, y reunirlo en una sola palabra. ¿Cuál es esa palabra? Bien, usted la encontrará al final de la carta. Es significativo que aparece en el punto donde el apóstol está resumiendo.«Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Rom. 15:13).

Si la nota al margen de su Biblia es buena, le dará referencias a otras ocurrencias de esta palabra en esta misma carta. Usted la encontrará en los versículos 5:4; 8:24-25; 12:12; 15:4, y finalmente aquí en nuestro pasaje, versículo 13. «El Dios de esperanza». Ésa es la palabra en la cual el apóstol recapitula el conjunto de esta carta maravillosa. Este es, entonces, el evangelio del Dios de esperanza; más literalmente: las «buenas nuevas», o las «buenas noticias» del Dios de esperanza. De modo que lo que esta carta nos revela, de principio a fin, es la esperanza.

Una situación sin esperanza

Ahora, es absolutamente obvio: la esperanza no tiene ningún significado ni sentido, a menos que exista el contrario. Por lo tanto, el método divino en esta carta, en primer lugar, es poner las buenas nuevas en contraste con una situación desesperanzada, para dar un claro relieve a esta gran palabra – este último asunto, esta conclusión, este resultado. Primero se nos describe la más desesperada de las situaciones. La situación se presenta bajo dos aspectos:

(a) En el asunto de la herencia

En primer lugar, es expuesta en relación a la raza humana – todo el asunto de la herencia. Si miramos el capítulo 5, con el cual estamos tan familiarizados, vemos que allí la raza entera está ligada retrospectivamente a Adán – «…por un hombre» (v. 12). Toda la raza humana está ligada a su origen y cabeza en el primer Adán. Lo que es claro en este capítulo es esto: hubo un acto de desobediencia, cuyo resultado fue la ruptura de la relación del hombre con Dios. «Por la desobediencia de un hombre» (v. 19). Y, por tanto, todos los hombres descendientes de ese hombre, Adán, fueron involucrados en aquel acto de desobediencia y en sus consecuencias.

Pero eso no es todo. Lo que siguió a continuación, como efecto de aquel acto, fue que el hombre se tornó desobediente e incrédulo en su naturaleza. No fue solo un acto aislado que él cometió, no solo una cosa en la cual él cayó por un momento. Algo salió de él, y algo también entró en él, y el hombre se volvió por naturaleza una criatura desobediente e incrédula. No solo él actuó de esa forma, sino que él se convirtió en aquello; y a partir de ese momento, la naturaleza real del hombre es la incredulidad y la desobediencia. Está en su constitución, y todos los hombres han heredado eso.

Esto es algo irremediable, como usted ve. Cuando usted se ha vuelto una cierta clase de ser, careciendo de cierto factor, usted no puede remediarlo. Es un estado desesperado. Ningún hombre puede creer, a menos que reciba de Dios la capacidad de creer. La fe no es de nosotros, pues es don de Dios (Ef. 2:8). Ningún hombre puede ser obediente a Dios a no ser por un poderoso acto de Dios en él que lo haga asumir una naturaleza o una disposición obediente. Usted no puede remediar algo que no está allí. Así, pues, la situación es bastante desesperanzadora, ¿no es cierto? Algo se ha ido, y algo más, que es contrario a aquello, ha entrado y ha tomado su lugar. Esa es la condición de la raza aquí. ¡Qué cuadro de inútil desesperanza para la raza entera! Esa es nuestra herencia. Estamos en ese aprieto.

Es absolutamente desesperanzador para nosotros intentar hallar en nosotros mismos aquello que Dios requiere. Nos agotaremos, y al final, llegaremos a esta misma posición declarada y establecida por Dios. ¡La situación es irremediable! Si usted está luchando para ser una clase de persona diferente de la cual usted es por naturaleza, tratando de librarse de lo que ha heredado – bueno, usted está condenado a la desesperación: ¡pero cuántos cristianos nunca han aprendido esa lección fundamental! Para la raza entera, la herencia significa desesperanza.

Si a este respecto nos surgiese alguna duda, basta considerar el conflicto y la batalla que se libra en torno al creer en Dios, de la fe en Dios. Solo una obra profunda del Espíritu de Dios en usted puede llevarlo, inicial o progresivamente, a creer. Es «el pecado que nos asedia» –la incredulidad–, seguido, naturalmente, por la incapacidad de obedecer. Somos lisiados de nacimiento; nacimos condenados al fracaso en esta materia, debido a nuestra herencia.

(b) En el asunto de la tradición religiosa

En seguida el Señor lleva esta cosa a otro ámbito. Espero que usted reconozca el significado del contexto, el fondo oscuro contra el cual se pone la palabra «esperanza». El Espíritu de Dios, a través del apóstol, la lleva al campo de la tradición religiosa, ejemplificada por los judíos. Para ellos, todo está ligado a Abraham y a Moisés. Todo lo que el apóstol tiene que decir sobre Abraham y su fe es: «Abraham creyó». Y luego habla sobre Moisés y el advenimiento de la ley.

Y aquí hay algo de tremendo significado e importancia que debemos notar, porque aquí vemos la función particular que tenía en vista la soberana elección de la nación judía por parte de Dios. Hay muchas cosas que se podrían decir sobre la nación judía, su pasado, presente y futuro, pero lo que destaca tan definitivamente aquí es su función en la soberanía del Dios. Era, y sigue siendo todavía, el testigo de su historia. ¿Qué aprendemos nosotros con este testimonio? Que usted puede tener antepasados ilustres, y puede tener la mejor tradición religiosa, pero nada de eso lo hereda, nada de eso afecta a su naturaleza.

¡Qué padre fue Abraham! ¡Qué suerte tener a «Abraham nuestro padre»! ¡Qué magnífico ejemplo de fe y de obediencia fue Abraham! Como nación, ellos provenían de Abraham. ¡Y qué sistema era el sistema religioso judío, en cuanto se refiere al modelo moral, ético y religioso! No hay nada que pueda superarlo en las religiones del mundo.

¡Qué magnífico sistema de preceptos religiosos era la religión judía, que vino a través de Moisés! No solo los Diez Mandamientos, sino toda la enseñanza que propuso la ley, cubriendo cada aspecto de la vida del hombre. Y ellos eran los hijos de aquello. Sin embargo, usted no encuentra la fe de Abraham, y no encuentra en su naturaleza el reflejo de ese gran sistema. Ellos, viniendo de una persona como Abraham, y siendo herederos de todos los oráculos del sistema mosaico, en sus naturalezas estaban desprovistos de todo lo que representaban Abraham y Moisés. ¡Aquellas personas se caracterizaban por su incredulidad, a pesar de Abraham, y por su desobediencia, a pesar de Moisés! ¿Qué podría haber más desesperanzador?

Algunas personas tienen la idea de que, si tienen un buen padre y una buena madre, eso los pone en una posición muy segura, pero la naturaleza humana no confirma esto. Puede haber ventajas en haber tenido antepasados piadosos – algunas ventajas; pero no es ninguna garantía final de que usted va a escapar de todas las dificultades, todos los conflictos y todos los sufrimientos, si no tiene una fe propia. El hecho es que los padres pueden ser muy consagrados a Dios, pueden ser los más santos, los más piadosos, pero sus hijos pueden ser los más renegados. Es una cosa extraña, ¿verdad?

Esperanza en una situación desesperada

¡Cuán terriblemente desesperanzadora es esta situación! Pero esa es la forma en que el Señor establece un escenario para esto llamado esperanza. Y así llegamos a la solución trascendental, y utilizo esa palabra cuidadosamente en este punto, porque aquí hay algo muy grande. Esto es una montaña inmensa, esta montaña de la herencia: pero hay algo que trasciende todo, que sobrepasa todo; una solución que se levanta sobre toda falta de esperanza y desesperación de la situación natural; y eso es lo que se llama «el evangelio». ¡Oh, estas deben ser buenas noticias! ¡Sin duda, por eso son llamadas «buenas nuevas»! ¿Cuáles son? Que hay esperanza aun en esta situación más desesperada.

El evangelio en la eternidad pasada

Ahora, si miramos esta carta otra vez en su totalidad, veremos que las buenas noticias del evangelio, están no solo en la cruz del Señor Jesús – aunque ésta es el punto focal, como veremos luego. ¡Las buenas noticias son algo mucho más grande incluso que la cruz del Señor Jesús! ¿Qué es eso? Es «el evangelio de Dios… acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo». La cruz es solo un fragmento del significado de Jesucristo mismo.

Entonces, esta carta nos lleva directamente a la eternidad pasada del Hijo de Dios. Esto es maravilloso, si usted lo ve. Si este evangelio no le salva, no sé qué podría hacerlo. «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo» (Rom. 8:29). Él debió tener en vista a su Hijo, el Modelo magistral, el Arquetipo, aun antes de que el hombre fuese creado; el modelo eterno, que era el Hijo: antes de que hubiera necesidad alguna de redención, de expiación, la Cruz, el Hijo era el modelo eterno de Dios para el hombre. Y, observe, cuán positivo y cuán claro es. Se trata de un énfasis en un determinado tiempo verbal que indica un hecho definitivo, realizado una vez para siempre. «…a los que antes conoció, también los predestinó». Antes de que el tiempo fuese tiempo se realizó la elección de aquellos que habían de ser conformados a la imagen de Su Hijo. En la infinitud del pasado, en el propio seno de la eternidad pasada, allí comienza el evangelio.

Sí, vemos al Hijo en su eternidad como el modelo eterno de Dios; y entonces tenemos la eternidad o la atemporalidad de la soberana redención. La soberana redención está incluida en eso. «Él predestinó, él llamó, él justificó, él glorificó». Ahora, estas tres últimas cosas no son subsecuentes. Todas ellas pertenecen al mismo tiempo, que no es el tiempo propiamente dicho: es la eternidad. No se dice que él conoció y predestinó antes, y luego, en el curso del tiempo, él llamó y justificó y glorificó. Vea en lo que usted está involucrado, si acepta esa visión. Muchos de nosotros hemos sido llamados y justificados, pero no estamos glorificados aún. Pero se dice que «él glorificó», en el tiempo eterno – de una vez y para siempre.

Esto debe significar, entonces, que cuando él tomó, como Alfarero, esta materia en su mano, en relación a su modelo eterno, el Señor Jesús, él lo acabó todo en su soberano propósito e intención. Todo fue consumado entonces; de modo que el hecho de haberse estropeado el vaso no pasa de ser un incidente en el tiempo, terrible y trágico, es cierto; pero, a pesar de todo, no más que un incidente temporal. Y los consejos de Dios trascienden los meros incidentes temporales.

Querido amigo, cuando el Señor proyectó el plan entero de redención, no fue porque había ocurrido algo que requiriese una medida de emergencia para intentar salvar la situación del momento. Él ya había anticipado todo, y tenía todo a la mano para resolver la contingencia. El Cordero «fue inmolado desde el principio del mundo» (Apoc. 13:8). La Cruz retrocede en el tiempo, antes del pecado, antes de la caída, antes del primer Adán –directo hacia el Hijo eterno, antes de los tiempos eternos. La cruz regresa allí–, al Cordero «inmolado desde la fundación del mundo».

¡Qué gran esperanza reside en este hecho! Si eso es verdad, si podemos captarlo, estas son buenas noticias, ¿no es así? Al aceptarlo, la desesperanza que hay en nosotros se transforma en una extraordinaria plenitud. Es el propio Dios que, a través de Su Hijo, viene a nuestro encuentro.

Nosotros mismos causamos toda aquella situación tan desesperanzadora; pero Dios provee todo en su Hijo para resolver nuestra desesperanza. Y Dios no está experimentando porque algo ha salido mal – ‘Debemos encontrar algún tipo de remedio para esto, debemos hallar algo con lo cual experimentar para ver si podemos resolver esta emergencia; el hombre ha caído enfermo, y debemos buscar un remedio’. No; Dios ya lo ha cubierto desde la eternidad, lo ha resuelto desde la eternidad, en su Hijo. Es el evangelio, las buenas noticias, de Dios «acerca de su Hijo». Esto puede suscitar un sinnúmero de problemas mentales, pero aquí está la declaración de este libro. Ustedes pueden ver que la esperanza no se destruye porque Adán cayó: la esperanza retrocede más allá del pecado del hombre.

Usted dirá: ‘Entonces, ¿qué pasa con la cruz?’. Bueno, la encarnación y la cruz solo están efectuando aquello que fue dispuesto en la eternidad – trayendo la eternidad al tiempo de una manera práctica, haciendo eficaz para el hombre en su condición de desesperada necesidad, aquel gran propósito, intención, designio de Dios referente a su Hijo. La cruz es el medio que levanta de la depresión, del valle, del pecado y de la falta humanos, hacia el nivel de los consejos eternos de Dios, y restaura el curso normal de aquello que en última instancia no es afectado por lo que ha sucedido en el tiempo. Son buenas nuevas tremendas, ¿no es así?

La Cruz llega a ser la ocasión de la fe por la cual todo esto trasciende. Por supuesto, ella provee el terreno para nuestra fe. Y, cuando la fe actúa en relación con la cruz, somos llevados a Cristo: no al Jesús de tres y medio años, o aún de treinta años, sino llevados a Cristo como la representación del pensamiento eterno de Dios para el hombre. La fe nos introduce en él. Esas son las buenas nuevas, «las buenas noticias acerca de su Hijo»; el evangelio, las buenas noticias del «Dios de esperanza».

Como ven, la esperanza está fundada sobre la provisión eterna de Dios fuera del tiempo: ¡y ésa es una roca muy segura sobre la cual permanecemos! Sí, fundados sobre la roca eterna de la filiación en Cristo, no sobre un cambio posterior y una medida de emergencia para enfrentar un hecho inesperado. La esperanza está posicionada y anclada fuera del tiempo. El apóstol, escribiendo a los Hebreos, utiliza un cuadro, una metáfora. «La esperanza… la cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo» (Heb. 6:18-19); tomándonos fuera del tiempo, fuera de esta vida, anclándonos allí en la eternidad.

¡Cuán grande es la cruz! ¡Cuán grande es el mensaje de Romanos 6! Nos lleva mucho antes de Moisés, de Abraham y de Adán. Nos lleva antes de la caída y del pecado de Adán, y de toda la condición desesperada de la raza entera. La cruz nos lleva antes de todo ello, y allí, en la eternidad pasada, nos enlaza con aquello que Dios pensó. La cruz asegura eso. Y, por otro lado, la cruz alcanza a la eternidad futura, y dice: «Porque a los que antes conoció…  a éstos también glorificó» (Rom. 8:29-30). La cruz asegura la gloria eterna que viene. ¡Cuán grande es la cruz!

La esperanza, entonces, descansa sobre la inmensidad de la cruz. La esperanza reposa sobre el hecho de que Cristo –que abrió este camino, tornándose el postrer Adán, siendo hecho pecado por nosotros, soportándolo todo, ahora levantado por Dios– se ha sentado a la diestra de Dios, y por tanto nosotros, «en Cristo», fuimos puestos más allá de todo riesgo de otra caída. Siempre pienso que este es uno de los factores más benditos del evangelio: que Jesús, ahora en el cielo, habiendo abierto este camino, y el camino de su cruz, que este Adán nunca fallará. Nunca habrá otra caída. Esta herencia es segura, es firme, porque está ligada a él. ¡Sin duda, es una esperanza maravillosa, este evangelio del Dios de esperanza!

¿Ves cuán vívido se dibuja el cuadro oscuro de la desesperación? Yo he dado solo el contorno, pero mira los detalles – el cuadro terrible de los gentiles y de los judíos presentados en los primeros capítulos de esta carta, y la desesperación de la situación para ambos. Sí, la desesperanza, de hecho – y luego sobre todo lo que fue escrito, ¡la esperanza! Las buenas nuevas de la esperanza están de pie sobre todo aquello, a pesar de todo, porque la esperanza reposa en Dios, que tiene, antes de todas las cosas, predeterminado algo que él realizará, y que ha demostrado por la cruz de su Hijo Jesucristo.

Tú y yo sabemos que cuando la fe ha actuado en relación a la cruz del Señor Jesús, algo comienza en nosotros que revierte por completo el curso natural de las cosas. Ahora la fe está creciendo, la fe se está desarrollando; estamos aprendiendo el camino de la fe, estamos siendo capacitados para confiar en Dios cada vez más. Todo ha cambiado: la obediencia es posible ahora.

Y hay otra vida, otra naturaleza, otro poder en nosotros, que fue puesto para esperanza. Una contradicción de la fe cristiana es un cristiano desesperado, un cristiano sin esperanza; uno que no está marcado por este gran rasgo preeminente de Dios – la esperanza. Él es «el Dios de esperanza». El Señor hizo esto verdadero, para que nosotros seamos llenos de esperanza, «gozosos en la esperanza»«Sufridos en la tribulación» pero «gozosos en la esperanza» (Rom. 12:12).