La iglesia como espectáculo, y como portavoz de los misterios de Dios.

Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales».

– (Ef. 3:10.

Una de las glorias de la iglesia, es que ha sido escogida y designada por Dios para dar a conocer la multiforme sabiduría de Dios. La iglesia es guardadora y dispensadora de verdades que estuvieron ocultas por siglos y edades; pero Dios, en sus designios, ha querido revelarlas por medio de su iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales.

La iglesia tiene la gloria de ser el vaso contenedor del misterio de Dios; ella es el medio por el cual Dios demostrará en los siglos venideros la obra maestra que hizo en Cristo Jesús; ella será la exhibición de la gloria de Dios en cuanto a las cosas creadas, pues la gloria de la creación de Dios es la obra que Dios hizo en Cristo para con la iglesia. Ahora, esta iglesia unida a Cristo, siendo un cuerpo con él y participando de la misma vida de Cristo, es el medio por el cual Dios anuncia y notifica a las potestades superiores en los cielos su multiforme sabiduría.

La iglesia como espectáculo

«Con vituperios y tribulaciones, fuisteis hechos espectáculo» (Hb. 10:33). Esto es lo que se dice de la iglesia, y lo mismo se dice de los apóstoles: «Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como a postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres» (1a Cor. 4:9).

1. Espectáculo a los ángeles

La iglesia vive en presencia de los observadores celestiales. Por una parte, están las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes, y por otra parte, los ángeles, arcángeles y serafines que configuran el reino de Dios en los cielos. La iglesia es observada en su marcha, en su testimonio, a cada instante. Los ángeles malignos procuran estorbar la marcha de la iglesia hacia el encuentro escatológico con Cristo, procurando impedir que la iglesia llegue a la gloria definitiva.

La promesa  de Cristo es: «…las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt. 16:18b). Los ángeles de Dios, «enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación» (Hb. 1:14b), trabajan favoreciendo a la iglesia, guardándola para Dios y salvándola de las intenciones del maligno y sus huestes. Jesús anunció el servicio de los ángeles de Dios: «De aquí adelante veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre» (Jn. 1:51b).

Desde que Cristo nos abrió las puertas del cielo, los redimidos por Cristo hemos sido el blanco de la vigilancia de los ángeles de Dios. Las Escrituras nos dan testimonio de las luchas entre ángeles malignos y benignos. Tal es el caso de la disputa de dos arcángeles por el cuerpo muerto de Moisés. También en los días de Daniel, el príncipe de Persia estorbaba la respuesta a las oraciones de Daniel, pero un ángel de Dios vino con la respuesta desde el cielo, venciendo el impedimento.

Sin duda, los ángeles que se apartaron del reino de Dios en los cielos, tienen una intención muy definida en contra de la iglesia, y esta es llevar la iglesia a su terreno de muerte y destitución. Ellos obedecen al «príncipe de la potestad del aire» – como le menciona el Espíritu Santo a través de Pablo. Este fue el primero de esta especie que se rebeló en los cielos, arrastrando tras sí un tercio de los ángeles que servían a Dios.

En los parámetros de la justicia divina, Dios ha ejecutado un juicio a través de su Hijo, el Señor Jesucristo, quien juzgó y venció al maligno en la cruz y en el sepulcro. Dios ha entregado todo juicio en las manos de su Hijo. La justicia de Dios ya cayó sobre el maligno, y ahora Dios ha entregado esta victoria de Cristo a su iglesia, para que ella, por medio de Cristo, ejerza la autoridad de pisotear serpientes y escorpiones, colaborando con Dios en la reivindicación del reino de los cielos, poniendo a sus enemigos por estrado de sus pies.

Esta obra es la que Dios espera que la iglesia lleve a cabo, testificando la victoria de Cristo, exhibiendo a las potestades superiores la multiforme sabiduría de Dios. Solo la iglesia conoce de la justicia y la misericordia de Dios. Los ángeles ignoraban estos extremos del carácter de Dios. Justicia es lo que a Dios le permite castigar el pecado. Amor es lo que le permite salvar según sus designios. A los hombres salvó, pero para los ángeles no hubo redención. Seguramente porque la rebelión de Satanás es tan grande que no quiere nada de Dios, ni siquiera su amor. La iglesia es esa parte de la humanidad pecadora que sí quiso el amor de Dios.

Es maravilloso oír las proclamaciones de la iglesia reunida; los cielos se estremecen cuando la iglesia confiesa su fe y declara la obra victoriosa de Dios en Cristo. ¡Qué lugar más alto es el que Dios ha dado a la iglesia en el universo!

2.Espectáculo al mundo

La iglesia está llamada a ser la sal y la luz del mundo. El mundo no se refiere al planeta, sino al sistema de vida política, económica, social, cultural, educacional, que el hombre caído ha inventado para subsistir. El mundo no conoce a Dios y, por lo mismo, no lo incluye en sus proyectos; el mundo es enemigo de Dios y por ello está vinculado con el mal. De ahí que el mundo ha infiltrado la iglesia a través de la historia, pero Dios siempre la ha salvado rescatándola de las impurezas, guardándola de la corrupción que hay en el mundo. Si no fuera por la presencia de la iglesia en el mundo, la maldad sería aún muchísimo mayor. Es la iglesia la que ha preservado a la humanidad de caer en mayores desgracias.

La iglesia aparece en los comienzos, en medio del mundo grecolatino – el Imperio Romano. Todos sabemos de la gloria de ese imperio, el más grande y mejor organizado de todos; sin embargo, ese imperio sucumbió por la corrupción interna. Y la iglesia, que fue objeto de expectación y menosprecio para ese mundo, terminó colocándose a la cabeza de ese imperio. Claro que eso nunca fue la voluntad de Dios, pues la iglesia no está para dominar al mundo, sino para servirle mostrándole la luz de Dios.

La iglesia se aparta del mundo y al mismo tiempo vuelve para confrontar sus tinieblas con la luz de Dios. Juan Bunyan escribió en la cárcel su famoso libro «El Peregrino», y en ese libro, el protagonista, tipo de los cristianos, huye de la ciudad llena de mundanalidad. Eso es lo que hicieron los que se apartaron de las ciudades viviendo en conventos y monasterios, como escapando del mundo. Pero, cuando Jesús nos llama fuera del mundo, es fuera de la maldad del mundo. Por eso, al mismo tiempo nos llama a ser la luz del mundo. Esto último no se podría cumplir sin estar presente en el mundo, viviendo en medio de ellos, pero sin ser de ellos. Jesús comía con «pecadores», pero él no fue un pecador.

3. Espectáculo a los hombres

La iglesia es el faro que alumbra en lugar oscuro. Incontables náufragos han visto el resplandor de su luz en medio de las tormentas de la vida: enfermos, pobres, desamparados, pecadores llenos de culpabilidad, han venido a refugiarse de las tormentosas tempestades y han hallado paz y consuelo en el lugar donde Dios habita aquí en la tierra.

Por otro lado, los hombres importantes del mundo miraron a la iglesia con menosprecio y usaron y abusaron de ella; pero de todo eso tendrán que dar cuenta a Dios. Muchos cristianos fueron espectáculo al mundo romano en sus circos, comida para leones y fieras. Otros fueron perseguidos, encarcelados, apaleados, azotados, encadenados, atravesados por espada, hundidos y ahogados en las aguas; pues el hombre del mundo ve a los cristianos con menosprecio.

Podríamos mencionar una larga lista de cristianos que han asombrado a los hombres con su ejemplo de vida, entre los cuales hay misioneros, científicos, filósofos, teólogos, médicos, ingenieros, que han dado su vida a favor de la humanidad doliente.

De muchas maneras, la iglesia es un espectáculo a la humanidad. Como el caso de los cuatro misioneros norteamericanos que, en el año 1951, murieron en Ecuador predicando a Cristo entre los caníbales. El jefe de la tribu los mandó matar. Sus mujeres, viudas, con sus hijos, se quedaron entre los indígenas para mostrarles el amor de Cristo. El caso fue espectáculo para el mundo entero.

La iglesia como anunciadora de los misterios de Dios

Entre las fiestas judías, está la fiesta de las trompetas. El shofar era el instrumento por el cual el pueblo de Israel era convocado a reunirse para oír las buenas nuevas o para recibir alguna advertencia sobre un peligro que se acercaba. Así eran llamados a la guerra o convocados por alguna disposición del rey.

Los profetas fueron verdaderas trompetas anunciadoras de noticias buenas y malas; trompetas que confrontaron el mal de la nación, denunciándolo.

Juan el Bautista fue una trompeta que anunció la buena nueva (evangelio) de que Jesús es el Cristo. Dios mismo, el día en que Jesús fue bautizado por Juan, hizo oír su voz desde los cielos testificando que Jesús era su Hijo y había que seguirlo. Desde entonces, la iglesia ha vivido una permanente fiesta de trompetas, anunciando la salvación que Dios nos dio en Cristo y así será hasta que llegue el día cuando se escuche la trompeta final, anunciando la segunda venida de Cristo desde los cielos a encontrarse con su amada iglesia.

Mientras tanto, la iglesia, cada vez que se reúne, anuncia la multiforme sabiduría de Dios a las potestades superiores. La iglesia está consciente de ser escuchada, sabe que hay una conciencia espiritual y universal que está atenta a su testimonio; por esta razón, muchas veces hemos visto salir demonios chillando cuando se proclama la sabiduría de Dios.

Dios se agrada de la iglesia cuando ésta exhibe el depósito que Dios puso en ella. Esa luz no es para esconderla: es para anunciarla.

La iglesia ha sido guardadora de la multiforme sabiduría de Dios. Esta sabiduría es Cristo en su encarnación, en su divinidad, en su obra, en su enseñanza, en su exaltación a los cielos. Cristo es proclamado por la iglesia. Jesús alaba la fidelidad de la iglesia en la carta a Filadelfia, que ha retenido y no ha negado su nombre. Hoy, la iglesia sigue proclamando que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente. Cuando las tinieblas escuchan esta declaración de la iglesia, huyen, pues no pueden resistir el poder de esta confesión.

Exhorto a la iglesia de hoy, a que en cada reunión hagan uso del depósito de Dios y lo exhiban ante los principados y potestades superiores, pues la iglesia no solo se reúne a oír la palabra de Dios, sino también a proclamarla; no solo delante de los presentes, sino también de aquellos que no se ven, pero que están presentes.