Así, pues, nosotros como colaboradores suyos os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios».

– 2 Corintios 6:1.

Los que creemos y hemos recibido a Cristo, hemos recibido la gracia de Dios, porque Cristo es la gracia de Dios. Y, si tenemos la gracia, también tenemos una responsabilidad: Dios nos ha hecho embajadores suyos y nos ha dado el ministerio de la reconciliación. ¡Qué gran privilegio! Pero aquí el apóstol Pablo nos exhorta a que no recibamos esta gracia en vano.

Podemos colaborar con Dios teniendo comunión con él, si nos rendimos a nosotros mismos para dejarlo obrar a él. Recibir la gracia en vano es no dejar que Cristo se expanda a las diferentes áreas de nuestro ser y a las demás personas.

Dice Isaías 10:1-2: «¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!». Recibir la gracia en vano es quitar el derecho a los afligidos del pueblo de Dios, a los que tienen sed de Cristo, es despojar a aquellos que todavía no son parte de la novia de Cristo y a los que aún no tienen a Dios como su Padre. No hay que robarle al pueblo de Dios lo que le pertenece, sino colaborar con él y recomendar a Cristo.

Por eso, es vital la comunión diaria con Dios. Si no nos presentamos a diario y esperamos en él, entonces andaremos en nuestros propios caminos. «Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación. No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias» (2 Cor. 6:1-4).

Las características y situaciones que el apóstol menciona aquí no son cualidades de nuestro hombre natural. El tiempo es aceptable porque Cristo ya murió en la cruz, porque su sangre preciosa nos limpia de todo pecado y nos hace aceptables ante el Padre. El apóstol, aquí, está recomendando a Cristo en todo; no se está recomendando a sí mismo – él está sirviendo, recomendando a Cristo a los demás.

Luego dice: «como moribundos, mas he aquí vivimos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos» (v. 10). Cuando somos débiles, entonces somos fuertes, y podemos recomendar a Cristo por el poder de Dios. Si nos recomendamos a nosotros mismos y no a Cristo, quiere decir que aún somos ricos en nuestro ‘yo’, en nuestros conceptos, en nuestra sabiduría, en nuestros logros. Pero, si somos pobres en nosotros mismos, seremos ricos en Cristo, y así enriqueceremos a muchos.

Estar en el camino de Dios es recomendar a Cristo en todo. En este camino vamos a pasar por el valle de lágrimas, pero lo cambiaremos en fuente cuando la lluvia llene los estanques, cuando permitamos que la fuente que hay en nuestro espíritu riegue nuestra alma. Así vamos a poder darles de beber a Cristo a otros. ¡Gracias por las pruebas, que hacen que las lágrimas se tornen en fuentes; gracias por la cruz, que nos permite recomendar a Cristo!

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