Una palabra irrevocable

El gran evangelista Dwight L. Moody tuvo una infancia muy pobre y muy estricta. Una de las enseñanzas que su madre –que era puritana– le inculcaba a sus hijos era que la palabra empeñada era irrevocable.  Un día, siendo niño, Dwight contrajo el compromiso de trabajar en casa de un vecino durante el invierno, a cambio de la comida y el privilegio de asistir a la escuela del pueblo. Pero Dwight tuvo un motivo de queja, que llevó ante su hermano George: en 19 comidas consecutivas su único alimento había consistido en una papilla de maíz con leche, variando a veces con la añadidura de algunas cortezas de pan, demasiado duras para el resto de la familia. El caso se llevó a la madre, pero sabiendo ella que tenía suficiente cantidad de comida, aunque de dudosa calidad, despidió a Dwight con la orden de que cumpliera su compromiso.

Citado en Dwight L. Moody, Arboleda, de E.Lund.

Chantaje

Charles Spurgeon recibió una vez una carta de chantaje en el sentido de que si no entregaba dinero a sus autores, ellos publicarían en los periódicos algunas cosas difamatorias sobre él que arruinarían su ministerio público. Como respuesta se limitó a dejarles otra carta: “A ustedes y a sus iguales se les pide divulgar por todo el mundo lo que sepan sobre mí”. Él sabía que su vida era intachable ante los hombres y que, por lo tanto, esas acusaciones no podrían afectar su carácter.

Tomado de La santidad personal en momentos de tentación, de Bruce Wilkinson.

Compañeros de infortunio

Cuando el predicador A.J. Gordon era un modesto estudiante de la Universidad Brown (Estados Unidos) tuvo que sostener una dura lucha para su sostenimiento, pues penas podía esperar ayuda de su casa. Sus amigos de la iglesia le ayudaron bastante, pero a veces sus bolsas estaban peligrosamente vacías.  En una ocasión, cuando le parecía casi imposible continuar en el colegio por falta de dinero, Gordon, bajando por una calle, muy desanimado, fue forzado por una repentina lluvia, a refugiarse en un pórtico. Momentos después un negro haraposo siguió su ejemplo; viendo lo bondadoso que era el rostro del estudiante aprovechó la oportunidad de pedir limosna. Le expuso toda su necesidad con comentarios extensos y exageraciones indubitables. El estudiante, por supuesto, no tenía con qué ayudarle; le explicó sus propias dificultades. El nuevo conocido escuchó con interés, y al fin sacó de su bolsa una moneda de cinco centavos y se la dio observando que, después de todo, él estaba en mejores condiciones que su compañero de infortunio.

Ernesto B. Gordon, en A.J. Gordon, su vida y su obra.

Una mejor apariencia

Charles H. Spurgeon recibió cierta vez una copia del Comentario sobre Levítico de A. Bonar. La lectura le bendijo de tal forma que devolvió el libro a su autor, diciendo: “Dr. Bonar, por favor coloque aquí su autógrafo y una fotografía suya.” El volumen volvió a sus manos con la siguiente nota del Sr. Bonar: “Querido Spurgeon, este es el libro con mi autógrafo y mi foto. Si estuviese dispuesto a esperar un poco, tendría una mejor apariencia, pues yo sería como Él es”.

Abnegación

Susana Wesley, la madre del predicador Juan Wesley, es conocida por su piedad y su consagración. Cuando le fue solicitado su consentimiento para que su hijo Juan pudiese, como ministro, viajar de Inglaterra a Georgia, en los Estados Unidos, ella respondió: “Si yo tuviese veinte hijos, me regocijaría si ellos fuesen usados así, aunque nunca más volviese a verlos”.

La cosa más difícil

Cuando James Harvey era un joven ministro, fue aconsejado por su médico a ir detrás de un arado, a fin de que recibiese el olor de la tierra fresca, para su salud. Él lo hizo en compañía de un viejo y piadoso labrador. Cuando caminaban juntos, el joven ministro preguntó al labrador lo que él pensaba que era la cosa más difícil de hacer en la vida cristiana. El labrador, muy respetuosamente, dijo: “Yo no soy culto, usted es un doctor en teología, así que le devuelvo la pregunta”. “Yo pienso –replicó Harvey– que la cosa más difícil en la vida cristiana es negar el “yo pecador”. El labrador hizo una pausa y entonces replicó: “Yo no concuerdo del todo con el señor. Yo he descubierto que la cosa más difícil en la vida cristiana es negar el “yo justo”.

Circunstancias

El predicador norteamericano Charles Stanley cuenta que en su juventud solía trabajar en una fábrica de textiles. Su sección se encontraba cerca de una blanqueadora de vapor. Esta máquina creaba a su alrededor una temperatura casi siempre superior a los cuarenta grados centígrados. Stanley no aguantaba más de veinte minutos, sin empaparse por completo. Además, por todas partes se oían las ensordecedoras convulsiones de la maquinaria. Sin embargo, al cabo de una semana se dio cuenta de que era un sonido dulce, porque ahogaba todo lo que no fuera la voz de Dios. ¡Podía permanecer ocho horas diarias allí, hablando en voz alta con él!

En Cómo escuchar la voz de Dios.

Conquistando las emociones

Cierta vez, F.B. Meyer estuvo predicando en Northfield, Estados Unidos, y grandes multitudes se acercaron para escucharle. Fue entonces cuando el gran maestro inglés de la Biblia, G. Campbell Morgan, vino a Northfield y la gente empezó a llegar en tropel para escuchar sus brillantes exposiciones de las Escrituras. Meyer confesó que al principio tuvo envidia. Él dijo: «La única manera por la cual yo pude conquistar mis emociones fue orando por Morgan cada día».