¡Qué letra!

El conocido escritor A.J. Gordon solía recibir mucha correspondencia. Muchas de las cartas planteaban difíciles cuestiones de escatología, que él respondía de la mejor manera con su letra pequeña y extraña. A veces, por supuesto, las respuestas eran necesariamente breves. En una ocasión escribió un mero bosquejo de su posición frente a lo consultado, agregando que sentía no tener tiempo para desarrollarlo. Recibió una contestación unos meses después en que el suscrito decía: “Es por cierto una fortuna para mí, que su tiempo fuera limitado. ¡Ya he gastado nueve semanas procurando descifrar la letra de su carta, y me falta mucho todavía!”.

Ernesto B. Gordon, en «A.J. Gordon, su vida y su obra».

Providencia con humor

Loren Cunningham, fundador de Juventud Con Una Misión (JUCUM), cuenta que en el comienzo de su ministerio, Dios proveyó de manera providencial su necesidad de ropa, y lo hizo de una manera muy peculiar. Cierta vez, después de dar un mensaje en una congregación, se acercó a él una mujer, quien ofreció comprarle un terno. Él se imaginó que ella emitiría un cheque, o que se encontraría con él y con su esposa Darlene en algún centro comercial en donde él pudiese escoger un traje. Pero no fue así. Ella era costurera en la sección hombres de una multitienda de Sears. Después de tomar sus medidas, ella buscó un buen modelo, compró con su descuento, le hizo los arreglos para que le quedara bien, y se lo envió por correo.  Para él fue una provisión maravillosa porque, como predicador, necesitaba siempre un buen traje. Durante los siguientes tres años, ella le envió cuatro buenos trajes. Pero, aunque la provisión cubrió una necesidad precisa, y los trajes fueron siempre buenos, eran también una prueba “hecha a medida” por Dios para su orgullo, ¡porque él nunca pudo escogerlos!

Loren Cunningham, en «Viviendo al borde».

Unidos en la fe

En una ocasión Charles Simeon, calvinista, y Juan Wesley, arminiano, se acercaron a un grupo de seguidores. Simeon dijo: —Señor Wesley, creo que se supone que debemos esgrimir nuestras espadas y batirnos porque a veces me llamo calvinista y usted a veces ha sido llamado arminiano. Pero antes de sacar mi espada, déjeme hacerle una pregunta. En lo que a usted se refiere, ¿es su salvación algo que se debe enteramente a Jesucristo? —Mi salvación la debo completamente a Jesucristo – respondió Wesley. —¿Conserva usted su salvación por sus propios esfuerzos?—preguntó Simeon. —No; Jesucristo es quien me guarda en la salvación—respondió Wesley. —En lo que a usted respecta, ¿es Jesucristo el único camino de salvación? —Es el único camino. —Bueno—dijo Simeon—, no desenvainaré mi espada. Esas son las mismas cosas que yo sostengo.

Citado por Frank Barker, en «Filipenses».

Llevando un registro

Margaret Koster era una mujer de oración. De joven solía orar todos los días por misioneros de los que oía hablar. Además, llevaba un diario de sus oraciones con sus respuestas.  Una vez, cuando uno de “sus” misioneros se encontraba en casa descansando, Margaret se acercó a él, le enseñó el diario y dijo: —He registrado todas las peticiones de oración que ha hecho como misionero. Y he escrito todas las respuestas de las que tengo conocimiento. Pero hay algunas oraciones para las cuales no tengo respuesta. Tiene que sentarse conmigo para que me diga cómo contestó Dios esas oraciones de manera que yo las pueda anotar”.

JDB, en Nuestro Pan Diario.

Un informe lapidario

“Puedo decir que, en verdad, he visto pocas personas cuya mente fuera más oscurecida para las cosas espirituales cuando vino a mi sección en la Escuela Dominical. No he visto persona que pareciera menos capaz para llegar a ser cristiano convencido de las verdades evangélicas, claras y decididas, y aun menos capaz para ocupar ningún puesto de utilidad pública.” (Informe de E. Kimball, su maestro de Escuela Dominical, respecto del joven Dwight L. Moody).

Citado en «Dwight L. Moody, Arboleda», de E.Lund.

Una lección inolvidable

Henry Moorhouse, un noble evangelista, pasaba cierta vez por circunstancias difíciles. Él estaba procurando obtener del Señor palabras de ánimo. Cierto día al llegar a su casa, su hijita que era paralítica estaba sentada en su silla. Henry traía en sus manos un paquete para su esposa. Él besó a su hija y le preguntó: “¿Dónde está mamá?”. “Mamá está arriba”, respondió ella. “Bien, tengo aquí un paquete para ella”. “Déjame llevárselo”, rogó la pequeña. “Pero, Minnie, querida, ¿cómo podrías llevar tú el paquete? Tú no puedes ni siquiera llevarte a ti misma.” Con una sonrisa en sus labios, Minnie le dijo: “Oh, no papá; tú me das el paquete, yo lo llevo y tú me llevas.” Llevar nuestra cruz no sería difícil si supiéramos cómo hacer eso diariamente.

“À Maturidade”, Nº 7, 1979.

Disciplinado

Los padres de Martín Lutero eran personas muy piadosas, pero también extremadamente severas. Él mismo dice: “Mi padre me castigó un día de un modo tan violento, que huí de él, y no quise volver hasta que me trató con más benignidad. Y mi madre me pegó una vez por causa tan leve como una nuez, hasta hacer correr la sangre,” A pesar de esta severidad de sus padres, Lutero los tuvo siempre en la mayor estima. En la escuela tampoco halló una disciplina suave ni atractiva. En más de una ocasión su maestro le castigó varias veces en un día. Cuando Lutero lo refiere, añade: “Bueno es castigar a los niños, pero lo principal es amarlos”.

En «Martín Lutero, emancipador de la conciencia», por Federico Fliedner.