Multiplicación

Si solamente diez de entre nosotros fuésemos justos, esos diez se convertirían en veinte, los veinte en cincuenta, los cincuenta en cien, esos cien en mil, y los mil se convertirían en la ciudad entera. Como cuando se encienden diez lámparas, y se puede llenar toda una casa con luz, así es con el progreso de las cosas espirituales. Si solamente diez de entre nosotros llevamos una vida santa, encenderemos la llama que alumbrará a la ciudad entera.
Juan Crisóstomo

No siempre muriendo

Recientemente pasé por un jardín. El jardinero acababa de hacer su poda y las heridas causadas por el cuchillo y las tijeras estaban comenzando a sanar, mientras el sol de abril nutría gentilmente la planta herida con nueva vida y energía. Al mirar la planta, pensaba en cuán cruel sería cortarla al inicio de la próxima semana. Sin embargo, ese trabajo del jardinero es para hacerla revivir y nutrirla para que viva. Su trabajo no es para muerte, sino para vida. Así sucede con la disciplina del alma. Ella también tiene su momento de morir, pero no debe estar siempre muriendo. En vez de eso, reconoceos como muertos al pecado, pero vivos para Dios a través de Jesucristo, Señor nuestro. La muerte es apenas un momento. Vivid, pues, los hijos de la resurrección, en su gloriosa vida más y más abundantemente, y la plenitud de su vida repelerá la intromisión del «yo» y del pecado, y vencerá el mal con el bien, y su existencia no será una fatigante represión por el esfuerzo propio, sino la corriente de vida eterna de Cristo fluyendo espontáneamente. «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.» (Juan 15:2).
À Maturidade, Nº 27, 1995.

La luz que no deja ver las estrellas

Cuando el hombre próspero en una noche oscura pero estrellada conduce cómodamente su coche y tiene las luces encendidas, sí, entonces está seguro, no teme las dificultades, lleva sus luces con él y no le rodea la oscuridad cerrada. Pero precisamente porque tiene los faros encendidos y por la fuerte luz que le rodea, precisamente por eso, no puede ver las estrellas. Porque sus luces oscurecen las estrellas que el pobre peatón, que conduce sin luz, puede ver gloriosamente en la oscura pero estrellada noche. Así viven los engañados por la existencia temporal: o bien están ocupados con las necesidades de la vida y demasiado atareados como para permitirse levantar la vista; o bien están rodeados de su prosperidad y lo bien que les va, de manera que podríamos decir que tienen los faros encendidos y a su alrededor todo parece satisfactorio, agradable y cómodo, pero le falta la maravillosa vista, el panorama, la vista de las estrellas.
Soren Kierkegaard