La seguidilla de hechos de sangre ocurridos en varias escuelas norteamericanas amerita una reflexión sobre sus causas.

Esta vez fue el Colegio Santana High School, una escuela secundaria de más de 1.900 alumnos, en San Diego, California. Un estudiante de 15 años entró a clases con un arma escondida en su chaqueta y comenzó a disparar. Un testigo afirma que mientras lo hacía, se reía estrepitosamente.

Según la prensa, este tiroteo es uno de los más graves que se han registrado en los últimos dos años, por el número de personas que han resultado muertas o heridas. Pero esto no es alentador como parece, porque los demás casos fueron igualmente sangrientos. Andrew Golden, de sólo 11 años, y Mitchell Johnson, de 13, iniciaron la serie con su tristemente célebre matanza de Jonesboro, Arkansas. Michael Carneal mató a tres compañeros en Paducah, en 1997. Ese mismo año, Luke Woodham mató a tres compañeros e hirió a otros siete en Pearl, Mississipi. Poco después, Kip Kinkel, de 15 años mató a sus padres y disparó contra 24 compañeros de escuela en mayo de 1998.

El más dramático

Pero el más dramático hecho de sangre al interior de un colegio ocurrió el martes 20 de abril de 1999 en la ciudad de Littleton, Colorado (Estados Unidos) y merece una atención especial. Aquella fue una tragedia que conmovió al mundo entero. Dos adolescentes –Eric Harris y Dylan Klebold–, armados con fusiles y explosivos, irrumpieron en la Escuela Columbine –su propia escuela– y dieron muerte a 12 alumnos y un profesor, y dejaron 23 estudiantes heridos. Al final, se suicidaron. ¿Explicaciones?

Al parecer, habría sido un acto de venganza contra algunos destacados deportistas que los habrían ridiculizado. ¿Pero es eso todo? La historia tiene más ribetes.

Ellos provenían de hogares aparentemente normales; sus padres eran, uno aviador, el otro, un geólogo millonario. Sin embargo, el perfil psicológico de ambos tiene varias aristas: ambos eran jugadores compulsivos de videojuegos violentos como “Doom”, seguidores obsesivos del cineasta Oliver Stone, y de su película “Asesinos por naturaleza”; ambos integraban una oscura mafia juvenil, y eran decididos activistas pro-nazis con una idolatría por Hitler (la fecha escogida para la masacre era el aniversario del nacimiento de Hitler), que acostumbraban a intimidar en alemán a sus compañeros. Ambos eran deportistas frustrados, decididos a vengarse de sus aventajados compañeros y agregar a ellos otra cantidad de inocentes.

Ambos habían sido arrestados más de un año antes por robar artículos electrónicos, y sometidos a un programa de rehabilitación para jóvenes desviados que los liberó con elogiosos comentarios: “Eric es un muchacho brillante que probablemente triunfe en la vida”; “Dylan es un muchacho brillante con un gran potencial”– informaron autoridades del programa. Al darles de alta, se les prohibió portar armas o explosivos, sin embargo, el día de la matanza, la policía tuvo problemas para desactivar las 30 bombas hechas con segmentos de cañería o tanques de gas propano que plantaron en la escuela para asegurar la máxima carnicería posible. ¿Armas? Usaron nada menos que cuatro, de alto poder, dos escopetas y dos rifles semiauto-máticos.

Ya desde algún tiempo antes, varios alumnos sabían de su carácter violento. Una vez habían intimidado a un compañero con una pistola; en otra oportunidad habían confeccionado un video donde simulaban matar a varios compañeros.

La escena de aquel martes en la escuela Columbine fue dantesca. Los dos asesinos se pasearon por diversas dependencias del colegio sembrando muerte a diestra y siniestra, con frialdad, odio y risotadas sarcásticas. Eran verdaderos embajadores del infierno. “Era como una guerra” – dijo un testigo. Al sonido de las balas, se agregaban los gritos de terror de estudiantes y profesores, el ulular de las alarmas de incendio y de los cristales al romperse.

Una maraña de hipótesis

¿Dónde han de hallarse las causas de tales tragedias, y de la configuración sicológica de tales protagonistas? Las causas son múltiples y variadas, y se resisten a un análisis superficial; más bien hay que entresacarlas de entre una maraña de hipótesis.

¿De dónde sacaron los conocimientos técnicos y la fría estrategia utilizada? Las sospechas sindican a ciertas páginas de Internet instigadoras de odio violentista, a Hollywood con su mercancía del crimen (“Die Hard”, “Natural killers”, “Matrix”) y a los videojuegos, que tornan plausible la peor matanza; o bien, al fácil acceso a las armas que tienen los ciudadanos comunes en ciertos estados norteamericanos.

Sin embargo, en la sociedad misma hay una curiosidad malsana –macabra– por lo espeluznante y atroz. Los medios de comunicación de masas profitan a costa de tragedias como ésta, y la sociedad los avala, porque su curiosidad alienta la fiera lucha en los ‘people meter’.

El analista Steven Levy plantea, en la revista Newsweek, lo siguiente: “Lo que nos queda es un círculo vicioso donde hasta el examen de un desastre refuerza la cultura obsesionada por la violencia que puede haber ayudado a provocarla. ¿Cómo se pueden arrancar los hilos de la violencia de una sociedad cuando esas hebras están tan profundamente arraigadas dentro de nuestro carácter?”

¿Qué dice la ciencia?

En el artículo “Jóvenes que matan”, de la citada revista, la periodista Sharon Begley plantea una nueva hipótesis que la ciencia ha elaborado respecto de las raíces de la violencia. La hipótesis en cuestión no es nueva. Según ella “Se necesita de un ambiente particular junto con una biología particular para convertir a un niño en asesino.”

Un niño que sufre crisis de maltrato y miedo por parte de los padres experimenta cambios físicos en el cerebro, según afirma el doctor Bruce Perry, de la Escuela de Medicina de Baylor, tornándolo, o bien muy vulnerable a las reacciones violentas (es el caso del agresor impulsivo), o bien insensible emocio-nalmente (el caso del agresor antisocial). Hay también algunas patologías cerebrales que inducirían –según esta hipótesis– a la violencia, como las lesiones del lóbulo frontal, del “giro congulado”, o de la corteza prefrontal.

Pero el ambiente también es decisivo. Según esta misma hipótesis, el cerebro posee muchas ‘páginas en blanco’, en el que se graban con el lenguaje de la neuroquímica desde los primeros momentos de la infancia. Las diferentes reacciones de los padres producen cerebros diferentes y, por tanto, conductas diferentes.

Otras explicaciones

En este fatídico hecho de Littleton, hay un episodio altamente significativo. Según un sobreviviente, Harris y Klebold decidían al azar quiénes de sus compañeros debían seguir con vida y quiénes debían morir. Mientras echaban suertes reían, y luego disparaban. Repentinamente, ellos obligaron a dos chicas que tenían como rehenes a responder a la pregunta: “¿Creen en Dios?”. Cuando ellas dijeron: “Sí”, les dispararon a quemarropa.

Este singular episodio es, aparentemente secundario en todo el conjunto de elementos que rodearon la masacre, pero no lo es a la hora de buscar explicaciones de fondo.

Las razones biológicas, familiares y sociales pueden arrojar alguna luz a la hora de esclarecer este intrincado caso. Sin embargo, definitivamente no son suficientes para explicar una conducta a tal grado demente y patológica. Hay otras causas que es preciso analizar también.

Y es que hay oscuras fuerzas que se mueven por toda la tierra y que siembran confusión y caos en la humanidad. Éstas no se ven, ciertamente, pero sus efectos son evidentes. Ellas operan en el corazón de los hombres y siembran el odio, la violencia y la irracionalidad. A cada tanto, encuentran hombres o mujeres especialmente vulnerables y los utilizan para llenar de estupor al mundo entero.

Los jóvenes son especialmente propensos a la operación de estas fuerzas. Ellos no tienen experiencia, son impulsivos e idealistas. En sus sueños se confunden a veces la realidad y la fantasía. Un juego aparentemente inofensivo seguido tantas veces en la pantalla de un computador, de pronto se transforma en una espantosa realidad sin que aparentemente se hayan visto los límites.

Quien comanda estas fuerzas malévolas es Satanás el diablo, padre de mentira, ladrón, engañador y homicida. Su mayor éxito lo obtiene entre aquellos que han vuelto las espaldas a Dios, y especialmente en sus indefensos hijos. Éstos se han criado sin ninguna defensa espiritual. Los padres han tenido tiempo para alcanzar sus propias metas, sin jamás tomar en cuenta a Dios. De este modo, Satanás ha encontrado vía libre para operar.

“¿Por qué no salvaste a los muchachos?”

Pocos días después de la matanza de Littleton, apareció en un periódico de Estados Unidos la siguiente inserción: “Amado Dios: ¿Por qué no salvaste a los muchachos de la escuela de Littleton? Atentamente, un estudiante”. “Amado estudiante: No me dejan entrar en las escuelas. Atentamente, Dios”.

Esto, aunque parezca una explicación retórica, está muy cerca de la verdad. Los jóvenes asesinos –y aún más, la escuela toda, y la sociedad en la cual ella está inserta– dejaron fuera de su corazón a Dios. Y estando así, sin cobertura ni defensa, las fuerzas malignas se abalanzaron sobre ella y la abrasaron.

“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” – dice un Salmo. (127:1). Muchos hoy trabajan en edificar su casa; muchos guardas velan hoy sobre la ciudad (como velaron inútilmente sobre aquella escuela en Littleton), pero sus servicios son inútiles. Sólo Dios edifica de verdad. Sólo Dios guarda del Destructor.

La sociedad puede tomar sus resguardos, la familia puede tener una impecable armonía, y la configuración psicobiológica del hombre puede estar perfectamente en orden, pero aun así puede ocurrir cualquiera de estos días un descalabro que herirá a la precavida sociedad, destruirá la armónica familia y aniquilará a ese hombre tan equilibrado. ¿Qué causas hallaremos? Allí no hay una explicación racional que responda satisfactoriamente a todas las interrogantes. Allí hay, simplemente, una fuerza irresistible, que, en un momento de locura descompuso el orden, y se llevó la paz. Allí entraron las fuerzas malignas y desestabilizaron la precaria firmeza del hombre.

El hombre no es libre, aunque alardee de serlo. El hombre realiza, con dolor, muchas cosas que no quisiera hacer, como si una fuerza superior le atenazara la voluntad y la cautivara el corazón. Las palabras del Señor Jesús resuenan con una categórica veracidad: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” Pero también Él mismo dijo: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:34,36).

Escondedero y refugio

Cuando el profeta Isaías describió anticipadamente al Rey-Mesías, a Jesucristo, el Hijo de Dios, dijo de Él: “Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa.” (Is.32:2). Lamentablemente, son pocos los que le tienen a Él como Escondedero y como Refugio.

Son más los que le han desechado, y le han tenido por un simple mortal. Son más los que han discutido la veracidad de su registro histórico. Muchos de ellos discuten hoy si en verdad vivió. Ellos voluntariamente ignoran que Él vive hoy, y que es el Señor en el cielo y en la tierra. Por eso, en el día malo, ellos son arrasados. Ellos arrojaron de sí a Aquel que es el verdadero Dios y la vida eterna. (1ª Juan 5:20 b). ¿Cuál es su condición?

¿Está usted en condiciones de decir –incluyendo a su esposa y a sus hijos– “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida”? (Salmo 46:1). ¿Puede mirar el futuro con confianza? Si mañana se abalanza el Destructor sobre usted, o sobre su hijo o hija, ¿están ustedes a buen recaudo?

Este es un asunto de la mayor importancia, y es preciso que lo resuelva hoy.