Pan y leche del cielo

Jorge Müller, de Bristol (Inglaterra), se hizo famoso por la atención que prestó a los niños huérfanos. Construyó un hogar donde se refugiaron y educaron cientos de ellos. Fue proverbial su fe y vida de oración.

Una vez los niños del orfanato se reunieron alrededor de las mesas como de costumbre para desayunar, pero esta vez sólo había sobre las mesas cucharas, platos y jarras vacíos, pues no tenían nada para comer.

El señor Müller dijo entonces: “Demos gracias a Dios por lo que vamos a recibir”. Todos inclinaron sus cabezas con reverencia: Apenas habían terminado de orar cuando llamaron a la puerta.

Era el lechero, cuyo carro se había averiado a la puerta y el buen hombre entendió aquello como una indicación de parte de Dios de que debería dejar allí la leche para beneficio de los niños.  Mientras descargaba la leche, llegaron de la panadería con una partida de pan que había salido defectuoso y no lo podían vender, pero que estaba en perfectas condiciones para comer.

De esta manera, aquellas docenas de niños comieron aquel día.  De mil maneras más se mostró en la vida y ministerio de Jorge Müller el poder de la fe y la oración.

De la Web

Un paso de obediencia

Siendo un joven de 18 años, el hermano Andrés, autor de El contrabandista de Dios, fue a la guerra en Indonesia por su país, Holanda. Dos años después volvió, herido de un pie por dos balazos y desilusionado de su aventura bélica. Por ese tiempo se convirtió a Cristo, y comenzó a inquietarse por servir al Señor. En su corazón vivía permanentes luchas porque se daba cuenta de que no tenía una decisión tan firme como debiera.

Un día decidió caminar –a la sazón cojeaba con bastante dolor– hacia las afueras del pueblo, para orar en voz alta: “¿Qué es lo que estoy reteniendo? ¿Qué es lo que uso como una excusa para no servirte en cualquier lugar que quieras?”. Algunas horas después de incesante oración tuvo claridad para hacer una decisión firme: “Donde quieras, como quieras y de cualquier manera que quieras, iré Señor. Y comenzaré ahora mismo, Señor, al ponerme de pie aquí, en este lugar, y mientras doy mi primer paso ¿lo considerarás como un paso hacia la total obediencia a ti?”.

Su puso de pie, y dio un paso hacia adelante. En ese preciso momento sintió un fuerte tirón en su pierna inválida. Con cautela apoyó el pie en el suelo, y se dio cuenta que podía apoyarlo, sin dolor. ¿Qué había pasado? Despacio, y con mucho cuidado, caminó de vuelta a casa. Mientras caminaba, un versículo se le vino a la mente: “Mientras iban, quedaron sanos” (Lucas 17:14). Para el hermano Andrés, el día de su consagración fue también el día de su sanidad, porque nunca más volvió a cojear.

Tomado de El contrabandista de Dios.

Una historia de ángeles

El doctor S.W. Mitchell, un reputado neurólogo de Filadelfia, cuenta que una noche, después de un día de mucho trabajo, cuando descansaba, le despertó el ruido insistente de alguien que llamaba a la puerta. Era una niña pequeña, pobremente vestida y mostrando inquietud en su rostro. Le dijo que su madre estaba enferma y que necesitaba ayuda. Aunque era una noche muy fría y de nieve y él se encontraba muy cansado, se visitó y fue con la niña a ver a la madre, a quien encontró muy enferma con pulmonía.

Después de examinarla y darle algunas medicinas, el doctor Mitchell felicitó a la señora por su hija tan persistente y valiente. La mujer le miró de forma extraña y le dijo: “Mi hija murió hace un mes. Sus zapatos y abrigo están colgados allí en el armario.” El doctor Mitchell fue al armario y abrió la puerta. Allí estaba el mismo abrigo que llevaba la niña que había llamado a su puerta. El abrigo estaba seco y caliente y no podía haber estado afuera, expuesto al frío y a la nieve. Billy Graham, en Angeles, agentes secretos de Dios.

Citado en “503 ilustraciones escogidas”, de José Luis Martínez.

Más acerca de los ángeles

Estoy seguro de que cuando yo era misionero en la India, muchas veces los ángeles me ayudaron, aunque no pude verlos. En una de las distintas ocasiones, se me hizo sentir el peligro y la necesidad de cambiar de dirección, y más tarde descubrí que había evitado por poco a un populacho que estaba causando disturbios anticristianos. En otra, atravesé sin temor una turba que lanzaba gritos contra mí, pero ni siquiera una mano me tocó, y estuve extraordinariamente consciente de que la presencia de Dios me rodeaba. En ambos casos, supe después que un hijo de Dios del otro lado del mundo había sido alertado en ese mismo momento y movido a orar por mí porque me encontraba en peligro, aunque él no sabía nada entonces acerca de mis circunstancias. Wesley L. Duewel, en Cambie el mundo a través de la oración.