El autor reconoce la existencia de ocho cimientos esenciales, sobre los cuales la casa de Dios debe ser edificada.

Las Sagradas Escrituras son la auto-revelación de Dios y de su propósito supremo. Vivimos días en que la necesidad de regresar a las Escrituras se muestra desesperadamente urgente. ¡Mientras estemos como danzando alrededor de lo que no es esencial, hasta el mismo enemigo de Dios, el diablo, es capaz de acompañarnos en esta danza!

La primera gran necesidad para la restauración del testimonio del Señor es la restauración de su Palabra. Es eso lo que vemos, por ejemplo, cuando el pueblo de Dios retornó del cautiverio babilónico. Según el registro de Esdras (Esd.3), cuando aquel remanente regresó bajo el mando de Zorobabel, la primera cosa en ser restaurada en Jerusalén fue el altar (Esdras 3:2-3). Tipológicamente el altar habla de la cruz, de la obra del Señor consumada en el Calvario. Inmediatamente después está el registro de la instalación de los cimientos de la casa de Dios (Esd. 3:8-13).

Esto significa que, para la restauración del testimonio del Señor en su iglesia, debemos estar fundamentados y perseverando en «la doctrina de los apóstoles» (Hechos 2:42), o sea, «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Ef. 2:20). Cuando los cimientos del templo fueron puestos, la oposición de los enemigos se levantó contra ellos, «intimidándolos», intentando «frustrar sus propósitos», y «escribiendo acusaciones contra los habitantes de Judá y Jerusalén» (Esd. 4:4-6).

Estas son también las actitudes de Satanás cuando los ojos del pueblo del Señor comienzan a ser abiertos por la revelación de la Palabra de Dios, para contemplar con más claridad y eficacia en aquella obra consumada en la cruz, y cuando los cimientos de la doctrina apostólica comienzan a ser restaurados estableciendo a los santos como un «templo santo en el Señor» (Ef. 2:21).

Ocho fundamentos esenciales

Creo que el Espíritu Santo estableció en las Sagradas Escrituras ocho cimientos esenciales, indispensables, que son como columnas de la revelación bíblica, sobre los cuales la casa de Dios debe ser edificada. La iglesia del Dios viviente es columna y baluarte de la verdad (1ª Tim. 3:15) y, como tal, debe sustentar y proclamar el contenido de la verdad que en ella fue depositada. Estos fundamentos siguen el proceso de la revelación bíblica y constituyen los pilares que han sido establecidos en la Iglesia a través de los siglos de trabajo de edificación por el Espíritu Santo. En resumen, ellos son:

La Trinidad. El ser de Dios y sus atributos y la triunidad divina constituyen el primer fundamento. La asombrosa verdad respecto al único Ser tripersonal de Dios tiene inmensas implicaciones en lo que dice relación con la obra de la redención y la existencia y vida de la iglesia, como vemos por ejemplo en Juan 17. La visión y el entendimiento bíblicos sobre Cristo en la eternidad, el Verbo que «estaba con Dios» y que «era Dios», son fundamentales para nuestra adoración. ¡Cuántos ataques de falsas enseñanzas necesitó enfrentar la Iglesia en sus inicios para establecer este único fundamento! Las controversias trinitarias del siglo IV fueron batallas contra herejías como el monar-quianismo, o el arrianismo y el apoliniarismo, por ejemplo.

La Encarnación – el Verbo se hizo carne. (Juan 1:14). El Hijo de Dios, la Segunda Persona de la gloriosa Trinidad asumió la naturaleza humana (y no una persona humana, pues si no seríamos dos personas en Jesucristo, como decía la herejía de Nestorio) con espíritu humano, alma humana y cuerpo humano real, y no aparente (como decían los docetistas como Cerinto, el oponente del apóstol Juan en Éfeso). La importancia de la comprensión de cada aspecto de las dos naturalezas, divina y humana, perfectas y plenas, es fundamental para el correcto entendimiento de la perfección y gloria de nuestra redención, pues como dice Anselmo de Canterbury, en el siglo XI, era el hombre que tenía una deuda con Dios, pero solamente Dios podía pagar esta deuda de forma aceptable y digna de él mismo, ¡por eso nuestro Redentor precisaba ser plenamente Dios y plenamente hombre!

La propiciación. Nuestro Señor fue al mismo tiempo el sacrificio expiatorio que nos reconcilió con Dios (1 Juan 2:2 y 4:10), el lugar de la propiciación o del encuentro de Dios con el hombre, como tipificado por la cubierta del arca del pacto llamada propiciatorio (Rom. 3:25), y el agente de la propiciación, o sea, quien hizo la propiciación por nuestros pecados (Heb. 2:17). Nuestro querido Señor es al mismo tiempo la ofrenda, el oferente y el lugar de la ofrenda. ¡Qué perfecta expiación!

La Justificación por la Gracia por medio de la Fe. Este fue el fundamento de la casa de Dios especialmente restaurado en el siglo XVI, en la Reforma. ¡Tan fundamental es nuestro conocimiento pleno de este fundamento, que Martín Lutero dice que sobre este único fundamento la Iglesia estaría en pie o se desmoronaría! Nuestro Dios es «el justo, y el justifica al que es de la fe de Jesús» (Rom. 3:26). Las epístolas a los Romanos y los Gálatas tratan muy especialmente de tan rico fundamento.

La resurrección de Cristo. Su resurrección corporal es el fundamento no sólo de nuestra futura resurrección (1 Cor.15), sino también de la perfección del sacrificio que él ofreció de sí mismo en la cruz delante del Padre. Su resurrección es la prueba de que Dios aceptó su sacrificio propiciatorio por nosotros. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, nuestra fe y nuestra esperanza (1 Cor. 15:14, 17-19). En Romanos 4:25, en este único versículo, vemos entrelazados estos tres últimos fundamentos, en interdependencia, cuando dice que Cristo «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación».

El Espíritu Santo. La Persona y la obra del Espíritu Santo es un asunto central en la Palabra de Dios. El Espíritu Santo en la Trinidad como el Espíritu que procede del Padre y procede del Hijo, siendo el Perfecto Amor que une al Amante (el Padre) y al Amado (el Hijo). El Espíritu Santo que revela, regenera, habita, transforma, forma el carácter del Hijo en los muchos hijos de Dios, une a los creyentes en un solo cuerpo, etc.

La Iglesia. Dios no dejó este asunto, tan esencial a su corazón, sin plena revelación en su Palabra; al contrario, nuestros conceptos tantas veces distorsionados respecto del Cuerpo de Cristo necesitan ser corregidos por el estudio e iluminación del Espíritu Santo y por el poder de su vida que habita en nosotros, para que podamos como Iglesia ser una expresión de la multiforme sabiduría de Dios (Ef. 3:10). La unión vital de la Iglesia con la Cabeza, con los otros miembros, el ministerio de todo el cuerpo, la pluralidad de dones, el gobierno, etc., son todos ellos asuntos vitales en el Nuevo Testamento.

La segunda venida del Señor. Este es el fundamento que se coloca como el remate final en la Casa de Dios. Es la redención por la cual la creación gime, nuestro espíritu gime y también el Espíritu de Dios gime (Rom. 8:22, 23 y 26) hasta que se realice. Hay gran contenido en la Palabra sobre este asunto de la Parusía de nuestro Señor, nuestra ardiente expectativa. ¡Seremos transfigurados para ver su gloria, participar de su reino, gozar de su íntima compañía sin interferencias mundanas! Diversos aspectos relacionados con la Parusía son revelados en la Palabra, y son fundamento de nuestra fe y vida cristiana.

El legado del Señor para nosotros

Estos fundamentos son como en «resumen», la esencia de lo que Dios, en su Palabra, quiso revelarnos sobre sí mismo y su propósito supremo.

Que nuestros corazones los examinen con diligencia y oración para que nuestros ojos sean alumbrados para saber «cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos», y no pensar que estos son asuntos académicos, áridos o sólo doctrinales. No hay ocupación más sublime para nosotros que contemplar la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo en este Su legado para nosotros en su Palabra.