Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.

Proverbios 8

Cualquier consideración de este capítulo demanda el reconocimiento del lugar que ocupa en la totalidad de la Literatura inspirada. El libro de los Proverbios constituye una parte de lo que con toda propiedad se describe frecuentemente como la literatura de la sabiduría del Antiguo Testamento.

Hay solo tres libros que podemos poner en esta categoría: Job, Proverbios y Eclesiastés. Repartidos entre los Salmos, encontramos algunos cánticos de la misma naturaleza.

La palabra Sabiduría es equivalente de nuestra palabra Filosofía; por lo tanto, los libros mencionados constituyen los escritos filosóficos de nuestra Biblia.

Una distinción

Es importante, sin embargo, que hagamos una distinción cuando hablemos de filosofía en general y de la filosofía de la Biblia. La filosofía, como entendemos la palabra hoy, consiste, en último análisis, en hacer preguntas y en el intento sincero de encontrar respuestas verdaderas a tales preguntas.

Si damos una mirada retrospectiva a la historia de la filosofía, digamos hasta Anaxágoras, siguiendo luego a los tres primeros siglos en que la filosofía floreció; yendo después a los siglos comparativamente estériles, hasta que tuvo la filosofía su renacimiento con Descartes y Bacon, encontraremos que en cada caso, el punto de partida es una pregunta perfectamente apropiada y legítima.

Por demás interesante es la pregunta que Pilato hizo a Jesús: «¿Qué es la verdad?». Pero la filosofía hebrea no principia con una pregunta, sino más bien con una afirmación. Ella afirma a Dios, y como resultado de esta afirmación, asume que toda la sabiduría se encuentra en él. De esta posición saca una deducción, que para el hombre, «el temor de Jehová es el principio de la sabiduría».

Un Pensador

Si pensamos en esta cuestión desde el punto de vista de los procesos de pensamiento de estos filósofos hebreos, podemos describirla como sigue. Ellos dicen que todo en el reino de la existencia debe haber tenido primero una concepción o un pensamiento, y que el pensamiento presupone a un pensador. De allí que dieran por sentado que Dios es el Pensador, y que sus pensamientos preceden a todo fenómeno.

Por lo tanto, dijeron los filósofos hebreos que no hay ningún misterio insoluble del universo; y que si la mente del hombre no tiene aún un conocimiento cabal, dicho conocimiento sí existe en la mente de Dios.

Debemos hacer notar, de paso, que en los libros de la Sabiduría el concepto de Dios es universal más bien que hebreo. No pretendo decir con esto que hay antagonismo entre la teología y la filosofía hebreas. El concepto final de Dios encontrado en la teología hebrea, fue el revelado en el nombre grandioso de Jehová. Este nombre se encuentra repetidas veces en el libro de Job y aún más frecuentemente en el libro de los Proverbios.

Es interesante que en Eclesiastés, donde el autor ha perdido el concepto de Dios sugerido en el nombre de Jehová, no se encuentra dicho nombre. En los libros de la Sabiduría no hay ninguna referencia a la ley mosaica o al ritual mosaico; lo moral está exaltado por sobre lo ceremonial. Por lo tanto, las normas morales son humanas más que judías; y de esta manera, toda la experiencia humana queda a la vista.

El libro de los Proverbios se compone de una serie de discursos sobre la Sabiduría (1-9). Sigue a éstos una colección de Proverbios (10-24). La siguiente sección contiene una segunda colección de proverbios compuestos en los días de Ezequías (25-29); y un apéndice con las palabras de Agur y los oráculos de Lemuel (30-31).

Un discurso completo

El capítulo 8 es un discurso completo y es realmente la culminación de los discursos sobre la Sabiduría. En él se personifica a la Sabiduría y se la hace hablar. Se la presenta en los primeros tres versículos, y el resto del capítulo contiene su mensaje.

Este mensaje se divide en cuatro partes; en la primera hace su presentación la Sabiduría (versículos 4-9); en la segunda, describe sus tesoros (versículos 10-21); en la tercera, expresa sus demandas (versículos 22-31); y en la cuarta, hace su llamamiento final (versículos 32-36).

La introducción dice:

«¿No clama la sabiduría,
y da su voz la inteligencia?
En las alturas junto al camino,
a las encrucijadas de las veredas se para;
en el lugar de las puertas,
a la entrada de la ciudad,
a la entrada de las puertas da voces».

En tales palabras el escritor presenta la Sabiduría; inmediatamente después se deja escuchar su voz: «Oh hombres, a vosotros clamo; dirijo mi voz a los hijos de los hombres».

Conocimiento cabal

En la introducción se usa dos palabras: sabiduría e inteligencia. La sabiduría se refiere al conocimiento cabal y a la verdad absoluta; la inteligencia se refiere al entendimiento perfecto, es decir, a la comprensión de la totalidad de la sabiduría.

Se describe a la Sabiduría parada junto al camino y en las encrucijadas de las veredas. Está parada, además, en las puertas, a la entrada de la ciudad; en todos los lugares de partida. Su voz ha de oírse en todos los centros convergentes y en cada uno de los puntos donde se inician los caminos que van a parar a tales centros; en otras palabras, la voz de la Sabiduría está en todas partes.

La idea es que la Sabiduría está hablando eternamente al descubierto. En su procedimiento no hay nada escondido, no hay cuchicheos, no hay emboscadas. La Sabiduría tiene un lenguaje universal.

Mal personificado

En el capítulo anterior vemos algo que aparece como un fuerte contraste: el mal es personificado como una mujer, y todo el terrible lenguaje figurado para explicar los caminos de maldad, se encuentra allí. El valor verdadero de la descripción gráfica de la maldad reside en que se la presenta escondida en guaridas, abriéndose camino subrepticiamente, y conduciéndose traidoramente. El contraste es notable y cabal.

Pasamos ahora a la consideración de lo que dice la Sabiduría, y observamos que sus declaraciones se dirigen a aquellos a quienes habla: «Oh hombres, a vosotros clamo; dirijo mi voz a los hijos de los hombres».

Hablando a la humanidad

Por lo tanto, la voz de la Sabiduría está hablando a la humanidad, y este hecho distingue al hombre de todo lo que está por debajo de él en la creación. Nada que sea inferior al hombre puede escuchar la voz de la sabiduría. Esto, en sí, da por sentadas la maravilla y la majestad de la naturaleza humana.

Sigue hablando la Sabiduría: «Entended, oh simples, discreción; y vosotros, necios, entrad en cordura».

Aunque la sabiduría habla a los hombres, su llamado es a los simples. La palabra simple, tal como la usamos hoy, ha perdido su antiguo valor. Cuando Valera tradujo la palabra hebrea por «simple», en su versión, ésta no significaba alguien privado de inteligencia, sino más bien uno de inteligencia despierta.

La sabiduría también está hablando a los locos, y la palabra así traducida sugiere la idea de una persona que obra de manera estúpida. Por lo tanto, la sabiduría tiene un mensaje para la humanidad, y apela a la gente razonable; y no obstante lo estúpido que pueda ser el hombre en algunos sentidos, la frase reconoce la capacidad de éste para oír.

Cosas excelentes

La Sabiduría, entonces, expresa «cosas excelentes». Lo que habla son cosas rectas y verdaderas. No hay en lo que dice nada perverso, nada torcido, nada abominable. El principio moral es supremo en lo que tiene que decir.

Cuando la Sabiduría habla al hombre, siempre le dice la verdad con respecto de sí mismo. Si es un necio, le dice que es un necio; nunca le permite esconderse y pensar que es demasiado listo cuando no es más que un necio. La voz de la Sabiduría invade el reino de la naturaleza humana e interpreta los actos reales.

Aquel que dijo que Dios «es el Dios de las cosas tal como ellas son», expresó una verdad muy profunda. La Sabiduría es la voz de Dios dirigida al alma humana, declarándole realidades; en su mensaje no hay engaño, ni nada que no esté en armonía con la verdad. Así hace su presentación la Sabiduría.

Mejor que las piedras preciosas

En la siguiente división, la Sabiduría se compara con las cosas que los hombres tienen como de valor, y declara que no hay nada que valga tanto como ella. Las cosas que se mencionan son la plata, el oro, las piedras preciosas, y todo aquello que los hombres consideran de valor. En relación con éstas, dice:

«Recibid mi enseñanza, y no plata; y ciencia antes que el oro escogido.
Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas»
.

Habiendo nombrado solamente tres, dice que todas las cosas de valor que se puedan desear, no son de comparar con ella. Las cosas que la Sabiduría ofrece son: ciencia, discreción y pureza. Ellas constituyen el secreto de toda autoridad verdadera. Los reyes, los príncipes, los nobles y los jueces gobiernan por ella.

Puede argumentarse que los reyes no siempre lo han hecho así y que los jueces tampoco, pero a esto respondemos que, siempre que los tales han dejado de gobernar con sabiduría, se ha menoscabado su autoridad. Solo cuando los que ocupan puestos de responsabilidad para ejercer la autoridad, las ejercen de acuerdo con la sabiduría, es cuando su autoridad es válida.

Sigue diciendo la Sabiduría que sus dádivas consisten en el honor y en la riqueza permanente; y urge que se obedezca su voz por las ventajas que ella proporciona.

Lo más sublime

Si tuviéramos que decir cuál de las partes del capítulo es más importante, diríamos que esta sección contiene lo más sublime. «Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras».

Debemos hacer notar la diferencia entre «camino» y «obras». Recordemos un pasaje de un Salmo antiguo: «Hizo conocer Sus caminos a Moisés, y Sus obras a los hijos de Israel». En ambos casos, el camino precede a la obra. La Sabiduría dice que Jehová la poseía en el principio de su camino, antes de sus obras. Al abrir nuestra Biblia leemos: «En el principio Dios creó».

La Sabiduría dice que ella estaba con Dios en el principio, antes de los actos creadores. La misma gran verdad se repite en otra forma en las palabras: «Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra».

Al pensar en estas cosas, nuestras mentes viajan desde Génesis 1:1 hasta Juan 1:1. En cada uno de estos pasajes encontramos la misma expresión: «En el principio». En Juan se agrega: «El Verbo era con Dios». El filósofo hebreo dice que la Sabiduría era con Dios, y la idea es idéntica; confirmando así el dicho de que detrás de la creación estaba la actividad de la Sabiduría. La descripción en este punto está tan llena de belleza, que está bien citarla de nuevo.

«Antes de los abismos fui engendrada;
antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas.
Antes que los montes fuesen formados,
antes de los collados, ya había sido yo engendrada;
no había aún hecho la tierra, ni los campos,
ni el principio del polvo del mundo.
Cuando formaba los cielos, allí estaba yo;
cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo;
cuando afirmaba los cielos arriba,
cuando afirmaba las fuentes del abismo;
cuando ponía al mar su estatuto,
para que las aguas no traspasasen su mandamiento;
cuando establecía los fundamentos de la tierra,
con él estaba yo ordenándolo todo,
y era su delicia de día en día,
teniendo solaz delante de él en todo tiempo».

Sabiduría personificada

De esta manera, la Sabiduría personificada nos hace retroceder hasta antes de las cosas creadas y luego a la actividad de la creación, diciéndonos que en todo este proceso ella estaba con Dios; es decir, que todos los caminos y las obras de Dios fueron condicionados por esta Sabiduría. En toda esta actividad, la Sabiduría fue su delicia todos los días.

La Sabiduría habla inmediatamente después de su propio gozo: «Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres».

Esta parte del capítulo es muy interesante. La Sabiduría es la delicia de Jehová, y al mismo tiempo la Sabiduría se regocija delante de Jehová por la obra de la creación terminada; pero se regocija, finalmente, con los hijos de los hombres.

La delicia de Dios

En esta forma, la Sabiduría nos lleva más allá de toda creación y nos dice que era la delicia de Dios; y que a medida que la creación avanzaba y culminaba en el hombre, ella misma se deleitaba. Toda esta parte del capítulo subraya el hecho de que no puede haber divergencia entre la Sabiduría y Dios, y hace la tremenda declaración de que en todo el proceso de la creación, el propósito central y el designio último, fue el hombre.

Llegamos ahora al llamamiento final que es nuevamente dirigido al hombre.

«Ahora, pues, hijos, oídme,
y bienaventurados los que guardan mis caminos.
Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis.
Bienaventurado el hombre que me escucha,
velando a mis puertas cada día,
aguardando a los postes de mis puertas.
Porque el que me halle, hallará la vida,
y alcanzará el favor de Jehová».

Todo lo cual quiere decir que si atendemos a la Sabiduría y la obedecemos, estamos poniendo nuestras vidas en contacto con las cosas eternas; con la sabiduría que fue antes de la creación, y que presidió su proceso, el cual culminó en el hombre mismo.

Lo que hemos hecho, es decir, un examen muy general de este gran capítulo, es evidente por sí mismo. En conclusión, hagamos el intento de percibir las cosas que están claramente reveladas en él.

En primer lugar, contemplamos la creación como algo cósmico y no accidental. Todo lo que sabemos de la creación está aquí revelado como el resultado de la operación de la Sabiduría. Dios es el Dios de la creación, y es el Dios de la ley y del orden.

Aparente insignificancia

Es imposible leer este capítulo sin encontrarnos con aquello a lo que antes me he referido; es decir, la centralidad del hombre en el orden cósmico, un asunto que ha sido muy debatido, y rechazado por muchos. En este punto Darwin y Wallace se separaron; Wallace insistió en que el hombre es céntrico en el universo.

Ha sido objetado que el hombre es demasiado insignificante para ser considerado en esta forma; pero, ¿tenemos derecho de hablar del hombre como algo insignificante? Nos volvemos por un momento a uno de los poemas hebreos en que el salmista dijo:

«Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste; digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?».

Sin duda, el salmista se daba cuenta de la aparente insignificancia del hombre comparado con el orden cósmico al cual se refiere diciendo: «Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas».

Pero el salmista celebra la grandeza del hombre más que su insignificancia, porque vio que Dios tenía de él memoria y lo visitaba en formas diferentes, y que trascienden por completo a todo lo que puede encontrarse en el esplendor del orden cósmico.

Otra de las verdades supremas reveladas en el mensaje de la Sabiduría, es la que se refiere a la hegemonía de lo moral en el orden cósmico. Las leyes de la naturaleza han sido ideadas por Dios y están de acuerdo con la justicia y la santidad. El principio ético prevalece donde quiera.

Cristo, nuestra Sabiduría

Nos referimos de nuevo al prólogo del evangelio de Juan, en el cual encontramos complemento y consumación de la verdad revelada en el capítulo 8 de Proverbios. Las grandes ideas del mensaje de la Sabiduría se ven reveladas en una Persona real.

Con relación a esto, quiero citar de los libros deuterocanónicos un pasaje de la Sabiduría de Salomón:

«Ella es el aliento del poder de Dios,
y una emanación manifiesta de la gloria del Todopoderoso;
por tanto, nada contaminado puede entrar a ella,
porque ella es un fulgor de la luz eterna,
un espejo sin mancha de la obra de Dios,
y una imagen de la bondad de Dios.
Y siendo ella una, tiene poder para hacer todas las cosas;
y persistiendo en sí misma, renueva todas las cosas;
y de generación en generación pasa a las almas santificadas.
Ella hizo a los hombres amigos de Dios y de los profetas;
porque a nadie amó Dios salvo a aquel que habitó con la sabiduría;
porque ella es más hermosa y luminosa que el sol,
y que todas las constelaciones de estrellas».

En esta forma, la literatura de la sabiduría alaba a la Sabiduría. Luego a poco vino Filón, aquel judío de Palestina saturado de la filosofía griega, y habló del Logos. Finalmente, vino Juan, no influido por Filón, sino corrigiéndolo, para decirnos que en el principio el Logos era con Dios y que era de la misma naturaleza de Dios, y que se hizo carne.

Aquí vemos, entonces, el verdadero significado de la fe: Cristo nos fue hecho Sabiduría de Dios.

De Grandes Capítulos de la Biblia, Tomo I.