A menos que nuestro ministerio proceda de la vida de resurrección, no será aceptable a Dios, y si no es aceptable a Dios, se enfrenta con la muerte.

Lecturas: 2 Samuel 6:6-7,9; 2 Crónicas 26:18-21; Números 18:1-5;7-8.

El ministerio sacerdotal en el Antiguo Testamento siempre significa ministerio al Señor. Este ministerio es la base de todos los otros ministerios. Si no se tiene este ministerio, todos los otros ministerios son vacíos y sin sentido; ni pueden agradar al Señor, ni tampoco los aceptará.

En el Nuevo Testamento encontramos que el ministerio profético es el gran ministerio. Sin embargo, aquí también vemos que este ministerio se basa en el ministerio sacerdotal; y que sin esto, el ministerio profético se vuelve externo y vacío, ya que se dirige al hombre y no al Señor.

Notemos que hay dos tipos de servicio: un obrar para Dios y un servicio a Dios. Nunca olvidemos que sólo el último le es aceptable.

La iniquidad del santuario

Dios dijo a Aarón: Primero: “túy tus hijos, y la casa de tu padre contigo, cargaréis con las faltas cometidas contra el santuario”. Segundo: “Y guardarán (la tribu de Leví) lo que tú ordenes… mas no se acercarán a los utensilios santos ni al altar”; y más tarde: Tercero: “Ningún extraño se ha de acercar a vosotros”.

Dios nos muestra claramente lo que piensa del pecado y enumera toda la lista; sin embargo, estos pecados no son castigados de muerte. Pero “las faltas cometidas contra el santuario” –la iniquidad del ministerio– son las únicas que reciben el castigo de muerte, sin escapatoria o perdón posible. Esta clase de iniquidad, a diferencia del mentir o matar o el orgullo o la transgresión de la ley en algún aspecto, no se puede expiar de otra forma. Este pecado –la iniquidad del ministerio– no será perdonado. Este acto simplemente no puede ser permitido, no se puede pasar por alto, ni se puede perdonar. Todo otro pecado puede ser purificado y perdonado, pero éste no.

¿Cuáles son estas faltas del santuario? hemos de examinar de nuevo lo que es el ministerio. Hemos visto que el ministerio sale de la muerte y de la resurrección. La vara muerta de Aarón tuvo que ser dejada ante Dios y pasar por la muerte. La vara no tenía vida en absoluto. Era algo muerto. Hemos de reconocer que, al igual que la vara, nosotros somos cosas muertas: sin utilidad – totalmente sin utilidad, sin poder ofrecer nada, sin esperanza, sin el más pequeño fragmento para poder dar a un mundo necesitado, sin un átomo de algo de valor para Dios o de algo que Él pueda utilizar –. Pero cuando Dios hace pasar esta vara muerta por la muerte, florece. Simplemente, tiene que ser ofrecida ante el Señor para que Él ponga su propia vida en la misma. En el vaso de arcilla Él mete su tesoro sin precio: Su propia vida, que asimismo ha pasado por la muerte y la resurrección. Es su vida y su resurrección lo que Él nos da para que las experimentemos, tal como se dice en Filipenses 3.

Por ejemplo, tomemos el caso de una persona brillante que intenta servir al Señor por medio de su brillantez. Un ministerio como el suyo simplemente no se manifiesta en vida. Por el contrario, todo lo que toca sale muerto porque él mismo no ha pasado por la muerte de Filipenses 3.

¿Qué es, entonces, la iniquidad del santuario? es llevar al servicio del Señor algo más que la vida de resurrección. Muchas personas arden por el Señor; llevan su entusiasmo ardiente a su servicio. Esto es una iniquidad del santuario. Muchos siervos de Dios llevan su propia voluntad fuera al servicio del Señor. Esto es un pecado del santuario. Otros lo tienen todo cerebralmente. Tienen mentes claras y fuertes y entienden las cosas rápidamente. Les gusta estar en círculos y gente espirituales. Les gusta escuchar mensajes espirituales. Pero es como si lo miraran todo a través de una ventana; nunca ha llegado a ser vida para ellos. Dios no ha tocado verdaderamente su espíritu ni les ha dado revelación. Nunca han pasado por la muerte a todo lo que es bueno y fuerte y natural. En vez de esto llevan su mente y dones naturales y todo lo demás al servicio de Dios. Esto le es aborrecible, y es un pecado del santuario.

A menos que nuestro ministerio sea aceptable a Dios, se enfrenta con la muerte. Fue así con Uza cuando se acercó al arca de Dios y la sostuvo porque los bueyes que la llevaban tropezaron. Él tocó la cosa santa de Dios con sus manos impuras y la muerte fue instantánea. Aunque la suya fuera una reacción perfectamente natural, no estaba en conformidad con la orden de Dios. Fue un servicio a Dios, pero en contra de la manera o método de Dios, puesto que fue hecho de la manera que lo quiso el hombre y salió de la mente y fuerza del hombre. Muchas veces extendemos la mano de carne e intentamos hacer lo que sólo Dios puede hacer. Hablamos antes de que Él disponga; no esperamos a que Él obre las cosas según su plan y forma por medio de su Espíritu. Intentamos hacerlo todo por Él. Pero esto sólo hace brotar la muerte. Y Dios lo castiga con la muerte.

El rey Uzías se arrogó a sí mismo lo que Dios había otorgado sólo a los sacerdotes; esto es, quemar el incienso al Señor. Dios respondió inmediatamente con la lepra – la muerte.

De manera parecida, hay muchos hoy que intentan ministrar en el templo de Dios cuando Dios no los ha nombrado. Quieren servir al Señor, aman la obra cristiana y obran con júbilo. Se mueven en actividad incesante para Dios, se sacrifican por Él y toleran y resisten todo tipo de rencor del que son objeto en su obra para Él. ¿Puede estar esto equivocado? Dios dice que es la iniquidad del santuario, porque no han sido nombrados por Él. Él no los ha llamado para hacer lo que hacen. Esta obra que realizan es o bien de la fuerza del hombre y no de Dios, o bien nunca han conocido la cruz y pasado por la muerte. El confiar en algo de la antigua creación o el llevar algo de la antigua creación a la obra del Señor –como la elocuencia, la brillantez, la bondad, la habilidad y otros– constituye la iniquidad del ministerio. Toda confianza, por poca que sea, sobre la fuerza de uno mismo en el servicio del Señor es un pecado del santuario.

De Dios para Dios

sólo podemos servir a Dios con lo que viene de Dios. Sólo lo que procede de Dios puede ser utilizado en el servicio del Señor. Puedes tener reuniones entusiastas donde se agita la emoción, pero todo esto puede permanecer en el plano natural y puede ser leña, heno u hojarasca que no puede pasar por el fuego. Podemos mirar atrás y dar alabanza al Señor por todas las bendiciones que Él nos ha dejado ver en la vida de los otros que nos precedieron, pero a menos que este ministerio haya estado basado en la muerte y la resurrección de Filipenses 3, nunca pasará por el fuego.

Tienes que ser como una vara muerta ofrecida al Señor por una noche. Por una noche, no por diez minutos. La mayoría salimos demasiado pronto. Dios nos guarda y hace esperar, pero nosotros hemos de salir sólo por la mañana. Todos hemos de pasar por este período de muerte. Puede durar meses, o más: nuestro ministerio se va, nuestra riqueza espiritual nos es quitada; todo lo que habíamos poseído y por lo que habíamos dado alabanzas, y conocido y experimentado, nos es quitado. De hecho, todo parece quedar sumido en la oscuridad y la muerte; sin embargo, estamos en las manos de Dios, ofrecidos ante Él en el santuario. Rehusamos mirar dentro y examinarnos para ver lo que somos, para ver lo que es el yo y lo que es Dios, lo que es el alma y el espíritu. Porque todo lo que hay dentro de nosotros es, y siempre será, oscuridad. Así que mantengamos nuestros ojos en el Señor. Sabemos que la mañana de la resurrección llegará, pero dejemos quietas las manos y permitamos al Señor que haga su obra perfecta durante esta noche de muerte a todo.

Toda obra debe ser servicio a Dios. Si servimos a Dios, si ministramos al Señor, somos sacerdotes de veras.

Tomado de “La obra de Dios”.