Una joven musulmana paquistaní es escogida por Dios como testigo de su poder y de su amor.

— Termina con esta maldición de la familia – dijo con fiereza Safdar Shah mientras le tendía la pistola a su hermano Alim Shah.

Éste tomó con resolución la pistola de doble tambor y en forma lenta le fue levantando hasta apuntar al rostro de su hermana Gulshan, sentada frente a ellos. Con una frialdad desconocida en él, dijo mirándola fijamente:

— ¿Por qué quieres morir? Todo lo que tienes que hacer es decir que no aceptas más a Jesucristo como el Hijo de Dios y que dejarás de ir a la iglesia. Entonces se te perdonará la vida, porque no quiero dispararte.

Desde niña, Gulshan había aprendido a respetar a sus hermanos, como toda musulmana; sin embargo, ahora sentía que por causa de Jesucristo, no podía obedecerles.

— ¿Pueden ustedes garantizarme que si no me disparan no moriré? – les dijo con voz firme —. Está escrito en el Corán que una vez que una persona nace, debe morir. Así que, adelante, disparen. No me importa morir en el nombre de Cristo. En mi Biblia está escrito: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Juan 11:25).

Alim Shah dudó; la pistola osciló en el aire y bajó.

Safdar Shah interrumpió el silencio, para decirle a su hermano:

— Tú no quieres matar a esta cristiana y ser culpable por ello. Ella ya es una maldición para nosotros. Échala.

Acto seguido, la empujaron fuera de la casa.

Una flor marchita

Gulshan Fátima era la hija menor de una familia musulmana Sayed, es decir, descendiente del profeta Mahoma. Era la menor entre cinco hermanos: dos varones y tres mujeres. Su padre era Aba-Jan, y como descendiente de Mahoma, era también un Sha. Aba-Jan era también un Pir, es decir, un líder religioso, y además, propietario de una gran fortuna en Pakistán.

El nombre “Gulshan” significaba en la lengua vernácula urdu “el lugar de las flores, jardín”, pero Gulshan distaba mucho de serlo, porque cuando tenía apenas seis meses quedó paralítica a raíz de la fiebre tifoidea. Desde entonces, su lado izquierdo colgaba sin vida. Poco después había muerto su madre. Sin embargo, por esto mismo, y por ser la menor, era la favorita de su padre.

Después de gastar grandes sumas de dinero en Pakistán buscando cura para su hija, Aba-Jan decidió llevarla a Inglaterra, a un reconocido médico. Corría el año 1966; Gulshan tenía 14 años.

El veredicto del médico fue lapidario:

— No hay medicina para esto; solamente la oración.

Decepcionado, Aba-Jan decidió probar la última opción que le quedaba: viajar a la Meca y esperar allí un milagro de Alá. Era el mes de la Hajj, es decir, de la peregrinación anual, en que los musulmanes del mundo se daban cita en su principal centro de adoración.

Aba-Jan, Gulshan y sus dos criadas, volaron hasta la ciudad de Jeddah, donde iniciaron un recorrido por los lugares sagrados de La Meca, Medina, Jerusalén y Karbala (Irak), en una peregrinación que duró un mes, en busca de sanidad, pero nada.  Aba-Jan, que era un piadoso musulmán, se limitó a decir:

— Dios te está probando y me está probando. No desesperemos. Puede ser que llegues a ser sanada en alguna otra etapa de tu vida.

El primer encuentro con Jesús

Dos años y ocho meses después Aba-Jan murió. Antes de partir, encargó a Gulshan a sus hermanos, y animó a su hija menor diciéndole que un día Dios la sanaría. Tras la muerte de su padre, la casa quedó vacía para Gulshan, pese a la gran cantidad de criados que le asistían. Todos sus hermanos se habían casado. Entonces, Gulshan decidió pedir a Dios que la llevara con su padre.

Una noche, como a las tres de la mañana, mientras barajaba pensamientos de suicidio, comenzó a decirle a Dios, con una espontaneidad inusitada:

— Quiero morir. No quiero vivir más. Esto es lo último.

Extrañamente, de alguna manera sintió que Dios la estaba oyendo, así que continuó:

— ¿Qué pecado terrible he cometido, que me has hecho vivir así? Apenas nací te llevaste a mi madre, luego me hiciste paralítica y ahora te llevas a mi padre. Dime, ¿por qué me has castigado tan duramente?

De pronto, en medio del silencio, escuchó una voz suave y amorosa:

— No te dejaré morir. Haré que vivas.

— ¿De qué servirá que yo viva? – preguntó – Soy inválida. Cuando mi padre estaba vivo podía compartir todo con él. Ahora cada minuto de mi vida es como cien años. Tú te llevaste a mi padre y me dejaste sin esperanza, sin nada por lo cual vivir.

La voz vino de nuevo, vibrante y suave:

— ¿Quién le dio ojos al ciego, y quién hizo sano al enfermo, y quién curó a los leprosos y quién resucitó al muerto? Yo soy Jesús, el hijo de María. Lee acerca de mí en el Corán, en el Sura Maryam.

Esa noche, buscó y leyó en el Corán el pasaje señalado: “Entonces los ángeles dijeron: “¡Oh María! En realidad, Dios te anuncia la buena noticia de su Verbo. Su nombres es el Mesías Jesús, hijo de María, considerado en este mundo y en el otro, y hasta por aquellos que están inmediatos a Dios. El hablará a los hombres, tanto a los que están en la cuna como en la edad madura. Y será del número de los justos …” Y más adelante: “Con el permiso de Alá daré vista a los ciegos, sanaré al leproso, y resucitaré los muertos a la vida.”

Pese a que no entendía mucho lo que estaba sucediendo, una esperanza había brotado en su corazón. Desde entonces, Gulshan comenzó a orar así:

— Oh, Jesús, hijo de María, en el santo Corán dice que tú resucitaste a los muertos y curaste a los leprosos y que hiciste milagros. Entonces, sáname a mí también.

El milagro

Un día, pasados tres años de estar orando así, se sintió muy decepcionada. Pensó: “He hecho esto por tanto tiempo y todavía estoy paralítica”. Luego dijo:

— Mira que estás vivo en el cielo y el santo Corán dice que sanaste a las personas. Tú puedes sanarme, y sin embargo sigo estando paralítica. Jesús, si puedes hacerlo, sáname; de lo contrario, dímelo.

Entonces ocurrió algo totalmente inesperado. La habitación se llenó de una luz que sobrepasaba a la luz del día. Gulshan sintió mucho miedo. Pese a eso, alzó la vista y reconoció unas figuras con ropas largas de pie en medio de la luz, algunos metros más allá de su cama. Había 12 figuras en fila y la figura central, la número trece, era más grande y brillante que las otras.

— Oh Dios – clamó — ¿quiénes son esas personas y cómo han entrado aquí estando las ventanas y las puertas cerradas?

— Levántate – le dijo de pronto una voz – Este es el camino que has estado buscando. Yo soy Jesús, el hijo de María, a quien has estado orando y ahora estoy de pie delante de ti. Levántate y ven a mí.

Gulshan comenzó a llorar:

— Oh Jesús, estoy paralítica. No puedo levantarme.

— Levántate y ven – le dijo él – Yo soy Jesucristo.

Gulshan dudó, y él lo dijo por segunda vez. Luego, por causa de que ella dudaba, él le habló por tercera vez.

Entonces Gulshan, tras 19 años de estar tirada en cama, paralítica, sintió que una nueva fuerza fluía de sus piernas inútiles, y caminó algunos pasos, para luego caer a los pies de él.

Jesús puso su mano sobre su cabeza y le dijo:

— Yo soy Jesucristo. Soy Emanuel. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Estoy vivo, y vengo pronto. Mira, desde hoy eres mi testigo. Lo que ahora viste con tus ojos debes llevarlo a mi pueblo. Mi pueblo es tu pueblo y debes permanecer fiel en llevárselo a mi pueblo. Ahora debes mantener inmaculadas esta túnica y tu cuerpo. Dondequiera que vayas estaré contigo y a partir de hoy orarás así …

Y le citó el Padre nuestro. Luego le hizo repetir la oración. Al decir “Padre” Gulshan sintió que Dios cautivaba su corazón.

— Lee en el Corán – agregó –; yo estoy vivo y vengo otra vez.

Gulshan miró su pierna y su brazo izquierdos y vio que tenían carne; sin embargo, su mano no estaba perfecta. Entonces preguntó:

— ¿Por qué no la sanaste del todo?

La respuesta vino en tono cariñoso:

— Quiero que seas mi testigo.

Surgen las dificultades

Desde ese momento, Gulshan alcanzó la notoriedad propia de un milagro andante. Sus criados, su familia y sus vecinos acudieron a verla caminar. Ella a todos daba testimonio de que Jesús, el hijo de María, la había sanado.

Una semana más tarde, la familia hizo una fiesta para celebrar tan gran acontecimiento, pero allí surgieron los primeros problemas. Después de escuchar sus reiterados testimonios, Safdar Sha, su hermano mayor, le dijo:

— Te respetaríamos más si dijeras que Mahoma te sanó. Ese Jesucristo no es muy importante para nosotros.

— Pero es que no puedo decir que me sanó Mahoma – replicó Gulshan – Fue Jesucristo y él me dijo que lo contara.

— Jesucristo tiene su gente en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá. Esos son países cristianos. No vas a ir allí a decirles acerca de cómo Jesucristo te sanó, y sería prudente que no divulgaras ese tipo de cosas a aquí – concluyó el hermano, con firmeza.

Gulshan le preguntó al Señor qué hacer. Su tía, entretanto, le dijo que todo lo que debía hacer era dar limosnas y olvidarse de Jesucristo.

El Señor le dijo:

— Si te atemorizas por tu familia, no estaré contigo. Debes permanecer fiel a mí para poder ir a mi gente. Mi pueblo es tu pueblo. Debes llevarle mi mensaje a ellos.

Diez días después de su sanidad, la familia volvió al ataque, incluso amenazándola de muerte.

Gulshan oró al respecto, y la respuesta vino dos noches después. En una visión vio al Señor Jesucristo que le decía:

— Ven a mí.

Extendió su mano y la levantó hasta una planicie verde y fresca, llena de figuras de personas. Todas tenían coronas en la cabeza y estaban vestidas de una brillantez que hería sus ojos. Escuchó palabras que eran como una hermosa música. Las personas decían: “Santo” y “Aleluya”. “El es el Cordero inmolado. Él vive.” – decían, mientras miraban a Jesucristo.

De la multitud sobresalía el rostro de un hombre que estaba sentado. El Señor le dijo:

— Ve dieciséis kilómetros al norte y este hombre te dará una Biblia.

Sufriendo el vituperio

El hombre era el señor Major, quien con cierta desconfianza le entregó un ejemplar del Nuevo Testamento en urdu y uno de Los mártires de Cartago. Conseguir el Nuevo Testamento y leerlo fue una y sola cosa. Allí pudo comer y beber hasta saciarse. Su entendimiento fue iluminado y pudo confirmar que era Jesús quien se le había manifestado.

La palabra sobre el bautismo le habló específicamente, aunque también entendió lo que eso significaría. El señor Major le advirtió que podría perderlo todo. Pero Gulshan sabía que no tenía alternativa. Así que hizo los preparativos, y ordenó su casa.

El 15 de marzo de 1972, a los 20 años de edad, Gulshan Fátima, hija de una noble familia Sayed, dejó su casa paterna, su palacete, sus criados, su dinero, todo, para nunca más volver.

Un mes después se bautizó, y su segundo nombre “Fátima” fue trocado por “Esther”. Una nueva vida había comenzado para ella. ¿Cuántas cosas habría de padecer por causa del Nombre? Gulshan Esther no lo sabía entonces, pero su fe y su decisión eran irreversibles.

Desde aquel día comenzó su peregrinar. Muchos sufrimientos habría de pasar en los próximos años; sin embargo, todos los afrontó con gozo. A su paso fue dejando una estela de bendición y de vida. Desde entonces su testimonio ha bendecido a millares de personas, tanto en su país como fuera de él. ¡Dios verdaderamente se había glorificado en una desdichada muchacha musulmana paquistaní!

Adaptado de “El velo rasgado”, por Gulshan Esther y Thelma Sangster – Edit. Vida, 1991.