«Asirnos a la Cabeza» no es un asunto automático. Aun después de haber conocido el misterio de Dios, podríamos distraernos de ella, ignorarla, y de esta forma no glorificar nuestra Cabeza.

«Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios».

– Col. 2:18-19.

Un sentido de la expresión «asiéndose de la Cabeza» es «glorificando a la Cabeza». El versículo 19 pone este asunto en la forma negativa – «no asiéndose», o no glorificando a la Cabeza. Otro sentido importante es «ignorando la Cabeza».

Nosotros, como iglesia, cuerpo de Cristo, podemos ignorar, podemos no glorificar, podemos distraernos de la Cabeza. Al final del versículo 19 hay un detalle importante, dice que: el cuerpo, «nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios».

Una traducción mejor de esta frase nos ayudará a su mayor comprensión. Su sentido exacto es: «El cuerpo crece por las coyunturas y ligamentos con el crecimiento de Dios». ¿Observan este detalle? El cuerpo de Cristo crece no solo con el crecimiento que procede de Dios, sino más aún, con el crecimiento de Dios. Ahora, claro, Dios no crece. Entonces, la idea es el «aumento de Dios», el crecimiento de Dios en el cuerpo.

¡Qué preciosa es esta frase! Esto significa que nosotros podemos tener aumento de muchas cosas en el cuerpo de Cristo: aumento de actividades, aumento de programaciones, aumento incluso en el estudio de la Palabra, aumento en la evangelización, aumento de predicaciones, sin el aumento de Dios.

La lucha de Pablo

El aumento de Dios es algo muy específico. Entonces, cuando Pablo miraba a esa asamblea en Colosas, había mucha preocupación y carga en su corazón, pues, en el capítulo 2, él comienza diciendo: «Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro; para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo» (v. 1-2).

Las aflicciones de Cristo en Pablo, se traducían en oración para que ellos pudiesen comprender plenamente el misterio de Dios, Cristo (Col. 2:2). Cristo es el misterio de Dios y la iglesia es el misterio de Cristo. Cristo y la iglesia, juntos, son «el misterio». Y es por ello que Pablo oraba, a fin de que los santos comprendiesen plenamente este asunto.

Con la ayuda del Espíritu Santo, nuestra carga hoy es poder entender el significado de glorificar a la Cabeza. Por la gracia y la fidelidad del Señor, hemos oído mucho con respecto al misterio de Dios y al misterio de Cristo. Este importante asunto es esencial, primordial para nuestra fe. Pero necesitamos recibir ayuda adicional. Si hemos recibido revelación del Señor acerca de este gran misterio, entonces hay una demanda del Señor para nosotros, que está muy bien explicada en estos versículos.

Ya hemos conocido el misterio de Cristo y el misterio de Dios. Y ahora, ¿cuál es el próximo paso? Asirnos de la Cabeza, retener la Cabeza. Porque aun después de haber conocido el misterio de Dios, podríamos distraernos de la Cabeza y no glorificar a la Cabeza, ignorándola.

Glorificar a la Cabeza no es un asunto automático. No es porque somos cristianos, porque somos iglesia del Señor, ni aun porque el Señor nos haya confiado esta revelación. No necesariamente por eso nosotros glorificaremos a la Cabeza, porque hay muchas cosas que batallan contra eso, y vamos a ver algunas de ellas.

Tres enemigos

Vamos al capítulo 2 versículo 4: «Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas». Aquí tenemos un primer enemigo muy actual del pueblo de Dios, un enemigo de dos mil años, desde que la iglesia existe. Palabras persuasivas o razonamientos falsos. La frase literal, en el original, es «argumentos atractivos», que tienen apariencia de verdad, pero sin el contenido de la verdad.

Esta es el arma maestra del diablo. Escribiendo a los corintios, Pablo dice al respecto de ello, que Satanás mismo se transforma en un ángel de luz, para engañar a los incautos. Entonces, esta carta de Pablo a los colosenses, por la gracia del Señor, nos da mucha luz sobre esos enemigos espirituales, para que entonces podamos glorificar a la Cabeza. Y, ¿cuál será el resultado práctico de esto en medio de nosotros? Creceremos con el aumento de Dios. Que el Señor nos ayude a ver esto con claridad.

Al continuar leyendo, en el versículo 8, Pablo menciona otros enemigos más. «Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo». Filosofías y huecas sutilezas. Y luego, las tradiciones de los hombres, otro enemigo persistente, al cual nuestro Señor Jesús combatió de frente.

La tradición es algo que pertenece a nuestra carne. No nos engañemos con respecto a esto; todos nosotros tenemos tradiciones. Incluso nuestra forma de culto al Señor, fácilmente, se vuelve una tradición. Perdemos la realidad espiritual, pero mantenemos la forma tradicional, y ésta tiene la capacidad de aplacar nuestra conciencia, y entonces tenemos la sensación de que rendimos culto a Dios.

La carne religiosa

Aquí tenemos un enemigo espiritual terrible – la carne religiosa. No solo la carne que peca, la carne que desagrada a Dios en un sentido más explícitamente maligno, sino la carne que desagrada a Dios en un sentido más sutil. La carne religiosa tiene una especialidad. Ella sabe algo muy interesante: sabe hacer un culto a Dios.

¿Dónde empezó este asunto en la Biblia? En Génesis capítulo 4 vemos dos actitudes en las personas de Caín y Abel, que constituyen dos principios acerca de dos formas de culto. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, entonces nacieron dos hijos. Caín significa «una adquisición», y Abel significa «aquel que exhala». El mismo nombre de ellos apunta a dos principios.

Ahora, la comprensión que ellos dos tuvieron del culto a Dios es impresionante. Abel habla del verdadero culto a Dios, y Caín habla de la carne religiosa, la carne que imita. ¿Cuál fue el pensamiento de Caín? Él sabía muy bien que sus padres habían sido expulsados del paraíso. ¿Cuál era el mayor deseo del hombre después de haber sido expulsado Su presencia? Volver a la presencia de Dios. Ese es un clamor original, la simiente religiosa, una búsqueda interior implacable que el hombre tiene en sí mismo, porque él perdió a Dios, perdió la comunión con Dios.

Entonces, hay una búsqueda implacable, siempre de manera errada, siempre en el lugar equivocado, porque el hombre perdió la visión de Dios, la comunión, la realidad de Dios. Por la gracia de Dios, esa búsqueda permanece, pero es una búsqueda inalcanzable. Por eso, el Verbo fue hecho carne, porque esa búsqueda, en sí misma, nunca nos llevaría de vuelta al paraíso perdido. ¿Por qué? Porque había un medio de Dios para que este asunto fuese recuperado. Era imposible que hubiese una participación del hombre.

En la encarnación del Verbo de Dios, el Espíritu Santo prepara un cuerpo en el vientre de una virgen, y el hombre es dejado de lado. José no participó, porque el hombre no puede proveer para que el Verbo pueda ser traído a nuestra realidad. Dios fue quien proveyó. «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14). Esta fue la provisión de Dios para la redención y la reconciliación del hombre.

Cuando aquel matrimonio perdió la comunión con Dios, ¿cuál era la búsqueda implacable en el corazón de Caín para retornar a la comunión con Dios? ¿Qué le llevó a hacer esta búsqueda? Trabajar la tierra, producir lo mejor de sí mismo. No es una cosa cualquiera – lo mejor, su sudor, su trabajo. Así entendemos nosotros el culto a Dios: lo mejor de nosotros. Así también era Caín. Entonces, él produjo aquella ofrenda y la llevó a Dios. Y la palabra del Señor dice que Dios no se agradó.

Pero, por favor, preste atención. No dice que Dios no se agradó de la ofrenda de Caín en primer lugar, sino que él no se agradó de Caín y de su ofrenda, porque su ofrenda exteriorizó lo que había en su corazón. ¿Y qué había en su corazón? ‘Yo voy a producir lo mejor, porque para Dios necesito dar lo mejor que puedo, lo mejor de mi trabajo, lo mejor que tengo’. En otras palabras, lo mejor de la carne.

La ofrenda de Abel

Pero, ¿qué entendió Abel? Ellos eran hermanos, y sabían que sus padres habían sido expulsados del paraíso. ¿Cómo recuperar la presencia de Dios? Abel entendió que lo mejor no basta, que la única cosa capaz de satisfacer a Dios era una vida sin pecado. Entonces, ¿qué podía hacer él? Él sabía que él era un pecador. ¿Qué podía ofrecerle a Dios? Nada de él mismo. Él era un pecador. Eso no habla solo de su condición, sino de su estado.

Entonces, Abel tomó de la gordura del rebaño, una vida inocente, para entregarla en su lugar. Su ofrenda habla de un clamor por recibir justicia de Dios, un clamor por la misericordia de Dios. En cambio, la ofrenda de Caín habla de una demanda. Caín trabajó, y a través de esta ofrenda él demandaba algo de Dios. Abel tomó el camino contrario; su ofrenda era un clamor por una justicia que procediese de Dios, porque no había justicia en sus manos ni en sus obras.

Dos caminos

Qué distintos son estos dos caminos. Nosotros podemos andar en una o en otra línea, pero nuestro gran problema es que, en verdad, ambas líneas están dentro de nosotros. ¿Cómo llama a esto el Nuevo Testamento? La carne y el Espíritu. «Andad en el Espíritu, y no satisfaréis la codicia de la carne». Sí, nosotros podemos rendir culto a Dios en la carne, pero eso no significa que Dios lo aceptará.

Pero hay otra manera de rendir culto a Dios: en el Espíritu. ¿Cómo comienza un culto en el Espíritu? En la revelación de Dios, no en aquello que nosotros producimos para Dios. Veamos esto con un ejemplo práctico.

¿Cómo adoramos nosotros a Dios? Antes de compartir la Palabra, hemos tenido un tiempo de adoración. Si nuestra adoración no estuviese basada en la contemplación de Cristo, en las glorias de Cristo, de su persona y de su obra, este sería un culto en la carne, no una adoración en el Espíritu. Si no es en el Espíritu, no es en verdad, no tiene realidad espiritual. Podemos hacerlo, porque los músicos, los instrumentos y los cánticos están ahí. Nuestra memoria conoce muy bien los cánticos, y podemos rendir culto a Dios, pero sin la contemplación de Cristo.

La obra del Espíritu Santo

Entonces, no existe culto a Dios que no sea producido por el propio Espíritu Santo. Él tiene que hacerse presente, dándonos una visión fresca y nueva de Cristo. No es el Cristo de ayer, aquel del culto pasado. Es nuestro Cristo, revelado a nosotros diariamente, en las circunstancias más prácticas; el Cristo que nosotros hemos amado, el Cristo a quien hemos seguido. A este Cristo adoramos. Entonces, un culto en el Espíritu es un culto basado en la revelación de Cristo.

Por eso, cuando Pablo da aquel principio importante de 1ª Corintios 12:3 «…nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo». ¡Qué importante es este principio! Pues no es un asunto de palabras.

Cualquiera podría decir: «Jesús es el Señor». Sí, es posible. Nuestro Señor dice en Mateo 7 que muchos, en aquel día, le dirán: «Señor, Señor, en tu nombre expulsamos demonios, en tu nombre profetizamos, en tu nombre hicimos muchos milagros». Pero él les dirá: «Nunca os conocí». Entonces, no es cuestión solo de decir: «Jesús es el Señor», sino de la realidad espiritual involucrada en eso.

Entonces, ¿cuál es el principio tan importante de 1ª Corintios 12:3? Veámoslo de otra manera. Nadie puede establecer el señorío real, experimental y práctico de Cristo en la vida de la iglesia, sino el Espíritu Santo. Por eso, en Efesios 4:30, Pablo exhorta así: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura…».

Quitando la amargura

Amargura. ¡Qué serio es este asunto! Vean donde el Espíritu Santo comenzó. Si hay amargura entre nosotros, el Espíritu Santo está ofendido y no podemos adorar a Dios. Puede haber reunión, puede haber cánticos, pero no habrá culto, porque hay amargura, se ha contristado al Espíritu Santo, y entonces el señorío de Cristo no puede ser establecido. Porque nadie puede decir: «Jesús es el Señor» sino por el Espíritu Santo. ¡Oh, hermanos, qué importante es esto!

Entonces, hermanos, nuestra carne, en sí misma, tiene habilidad para ofrecer culto. Ella sabe imitar el culto a Dios. Entonces, si nosotros nos vamos a mantener frescos como pueblo de Dios, necesitamos de una cosa en primer lugar: no contristar al Espíritu Santo de Dios.

Es muy interesante esa lista de Efesios 4:30 en adelante. ¿Por qué el Espíritu Santo empezó por la amargura? Otras cosas podrían estar allí en primer lugar, pero está la amargura. Hebreos 12:15 nos advierte que no haya en nosotros alguna raíz de amargura. Vean lo que la amargura tiene capacidad de hacer. «…que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados». Ese es el poder de la amargura; pero eso, el Espíritu Santo comienza con ella. «Quítense de vosotros toda amargura», porque ella brota, perturba y contamina, no a pocos, sino a muchos. Hermanos, cuán práctico es el bendito Espíritu Santo, y cómo nos ayuda en estas cosas específicas.

Entonces, la carne religiosa pone toda esta realidad espiritual de lado. Ella no se preocupa con la amargura, con el enojo, con la ira ni con la gritería y la maledicencia o blasfemia, ni siquiera si nosotros nos estamos amando y perdonándonos unos a otros, siendo compasivos o sufriendo juntos, siendo benignos, imitadores de Dios como hijos amados. La carne no se preocupa con nada de eso. Ella sabe hacer un culto a Dios y no depende de ninguna de estas cosas.

¡Oh, hermanos, qué sutil es este enemigo! Solo el Espíritu Santo mismo puede darnos luz sobre nuestra carne y sus tentáculos. Nuestra carne es serpenteante, muy sutil, extremadamente oculta. Por eso, el principio del Señor es: «Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1ª Juan 1:7). ¿No es maravilloso este versículo? La luz del Señor. Andando en la luz, nosotros tenemos una provisión adicional – la sangre. La luz y la sangre.

Gracias al Señor por la luz. Sin embargo, si tuviésemos solo la luz, sin la sangre, podríamos caer fulminados. Pero nosotros tenemos la luz y tenemos la preciosa y bendita sangre de Jesús, y la convicción del Espíritu Santo que va a exponer nuestro corazón y va a mostrar la amargura, la falta de compasión, la falta de perdón, todo lo que está en aquella lista de Efesios 4.

Doce veces aparece la palabra Espíritu en Efesios. Efesios 4:30 y 5:18 son dos menciones consecutivas. Ambas hacen un contrapunto. Una es negativa: «No entristezcáis al Espíritu», y la otra es positiva: «Sed llenos del Espíritu». Y entre una mención y otra hay una lista de versículos muy importantes, porque ellos van a tomar este contrapunto y nos van a mostrar muchas cosas que entristecen y muchas cosas que honran al Espíritu Santo.

Si el Espíritu Santo no fuera honrado en nuestras vidas, en nuestros relacionamientos, no podríamos rendir culto a Dios en el Espíritu. El local de reunión seguirá abierto, las sillas están allí, la Biblia seguirá disponible, también los cánticos, pero es la carne en acción y el Espíritu Santo contristado. ¡Cómo necesitamos recibir aquellas exhortaciones a las siete iglesias de Asia! «El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Él, como maestro divino, quiere apuntar de manera maravillosa, llena de amabilidad y también llena de verdad, a aquello que lo honra y a aquello que lo deshonra.

Examinados por el Espíritu

Pero hay algo que nosotros necesitamos hacer. El Señor nunca responde preguntas que no le han sido hechas. Necesitamos preguntar: ‘Señor, ¿qué hay en nosotros?’. Especialmente los ancianos, pero no solo ellos, necesitan preguntar al Señor: ‘Señor, ¿qué hay en la asamblea, que de alguna manera te haya entristecido?’. Si lo hacemos, él nos lo va a comunicar con toda amabilidad. Nunca nos echará fuera.

El Señor es un maestro maravilloso. Él sabe dar un baño a sus bebés. Él pone a su bebé en el lavatorio, y al terminar, él toma a su bebé, lo pone en su pecho, y toma la vasija con el agua sucia y la tira hacia afuera. Pero su bebé permanece con él. Amor y verdad. «Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo». Esta es la bendita obra del Espíritu Santo. Pero nosotros necesitamos pedir. «Pedid, y se os dará».

Qué responsabilidad tenemos, hermanos. Retener la Cabeza, glorificar a la Cabeza, no es un asunto automático. Como individuos, como familias, y como iglesia, necesitamos pedir al Señor que escudriñe nuestros corazones. «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Sal. 139:23-24).

Entonces, en los primeros versículos de Colosenses 2, Pablo nos va a señalar todos esos enemigos en un sentido negativo: las palabras persuasivas, las filosofías y huecas sutilezas, la tradición de los hombres, como dijimos, la carne religiosa, los rudimentos del mundo.

Influencia judaizante

Después, en el versículo 16: «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo». Aquí hay otro punto muy sensible. De una manera muy particular, en Brasil, hemos sido asolados por este problema. Hay allí un énfasis judaizante muy grande, entrando en diversas asambleas, socavando la convicción de muchos hermanos de una manera muy sutil.

La idea básica de esta tendencia es que, «en la palabra de Dios, nosotros tenemos cáscara y grano», y que «es necesario entonces discernir qué cosa es cáscara y qué es grano en este libro». Esto significa juzgar la palabra de Dios, porque, según ellos, en ella hay muchos mitos, y la palabra de Dios necesita ser desmitificada.

Ahora, hermanos, como no hay nada nuevo debajo del sol, no existe ninguna herejía nueva; todas las herejías son viejas. Por eso, necesitamos conocer la historia de la iglesia y la historia del pensamiento cristiano. Todas las herejías son viejas, pero ellas visten ropajes diferentes. A veces vienen de faldas y otras veces de pantalones largos, a veces de corbata y a veces de camisa deportiva, pero son las mismas herejías, con diferente ropaje. Estas cosas fueron dichas desde el inicio de la historia de la iglesia.

En el siglo XIX, hubo un famoso teólogo alemán, Friedrich Schleiermacher. Su apellido es una composición de dos palabras. En alemán, macher significa fabricante, el que hace algo, y schleier significa velo. Muy interesante. Un fabricante de velos. Y eso es lo que él hizo dentro del cristianismo en el siglo XIX. Él fabricó muchos velos, y uno de ellos decía que en la palabra de Dios había cáscara y grano, muchos mitos, y que entonces era necesario juzgar o criticar esa palabra. El movimiento fue llamado Alta Crítica. Vean el tamaño del ego del hombre. Alta Crítica, al punto de criticar la palabra de Dios.

Hermanos, cuando nosotros hacemos eso, perdemos todo, porque nos volvemos jueces de la Palabra, y no la Palabra nuestro juez. ‘La Palabra no puede juzgarnos, porque este texto no es inspirado, este otro tampoco es inspirado, o este es un pasaje agregado; esto no fue escrito por Pablo, esto no es del Espíritu Santo, esto lo han agregado las tradiciones’. Y algunos han ido más lejos. En Brasil, algunos han dicho así, lo que también fue dicho en el pasado: ‘La Biblia no es la palabra de Dios, sino que ella contiene la palabra de Dios. Entonces, vamos a buscar aquí lo que es palabra de Dios y lo que no es palabra de Dios’.

Y hay aun otra sutileza. ‘Algunos textos fueron adicionados, entonces es necesario encontrar esos textos agregados y dejarlos de lado, para aprovechar los otros’.

Entonces, hermanos, en esa búsqueda, se llega a la conclusión de que todos los fundamentos de la revelación de Dios están en el Antiguo Testamento. Entonces, las epístolas de Pablo comienzan a ser cuestionadas. ‘Esa es la mente de Pablo’. El cristianismo llega a ser considerado como un apéndice del judaísmo.

Hay una gran denominación en Brasil llamada «iglesia judío-cristiana». Es cristianismo judaizante. Esta es una verdadera aberración, porque no hay judaísmo cristiano. Es imposible, es como intentar hacer comunión entre luz y tinieblas, entre sombra y realidad. Cuando la realidad viene, no hay lugar para la sombra. No hay un cristianismo judaizante. Esencialmente hablando, esto es imposible. Entonces, en estos días, hemos sufrido de nuevo una avalancha del judaísmo, para distraernos de Cristo y confundirnos, así como en los tiempos de Pablo.

Sustancia vs. sombra

Entonces, aquí está el versículo 16. «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo». La palabra cuerpo, aquí, significa sustancia. No se está refiriendo al cuerpo de Cristo que es la iglesia, sino contrastando cuerpo con sombra.

Cuando el sol está detrás de nosotros, nuestro cuerpo proyecta una sombra. Si alguien pasa por encima de la sombra, no está pasando sobre nosotros, porque en la sombra no hay realidad. La realidad está en el cuerpo. Eso es lo que Pablo está diciendo. Todo el judaísmo es sombra; quien pasa por el judaísmo pasa por la sombra. No hay realidad en él. Nuestro estimado hermano Austin-Sparks llama al sistema judaico «una cuna espiritual». Así también lo llama Pablo en Colosenses y en Gálatas.

¿Qué es lo que se necesita para enseñar a los bebés? Hay que apelar a sus sentidos; poner cosas en sus manos para que jueguen, y cosas en sus bocas, colores ante sus ojos. Ellos son enseñados a través de estos juegos pedagógicos. Eso es el judaísmo, como una sala cuna. Ellos van a ser entrenados por medio de los sentidos. ¿Hasta cuándo? Hasta que viniese Cristo. En Gálatas capítulo 3, la ley era aquel pedagogo, instructor de niños, para entrenarlos en las cosas tangibles, hasta que viniese Cristo.

¿Ven lo que está aconteciendo hoy? La iglesia está siendo llamada a entrar en la sala cuna una vez más. Eso es la religión de los sentidos – días de fiesta, bebidas, luna nueva y día de reposo. ¡Qué cosa seria es esta! Es un llamado hacia la infancia espiritual, y no a la madurez espiritual.

Sin embargo, ¿cuál es nuestro llamado? «…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13). Este es nuestro llamamiento. Por eso, Pablo dice: «Por tanto, nadie os juzgue…», y él contrasta la sombra con la realidad. Y el versículo 17 de Colosenses 2 dice que la realidad es Cristo.

En el versículo 18, él va a hablar contra esa pretendida humildad, culto a los ángeles y visiones. Y al final del versículo, él dice: «…vanamente hinchado por su propia mente carnal». Mente carnal. Estamos hablando de este enemigo desde el inicio. Ustedes ven que la carne, aquí, está contrastando con el glorificar a la Cabeza, porque la carne nunca puede glorificar a la Cabeza. Puede hacer un culto, pero esto es inaceptable para Dios.

Después, los versículos 20 al 23, son también un pasaje sumamente interesante. Pablo habla sobre las abstinencias. «No manejes, no gustes ni aun toques esto». En el versículo 23, él dice: «Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne».

«Culto al culto»

La expresión «culto voluntario», literalmente, es culto de sí mismo. Toda vez que nosotros no tenemos la realidad de Cristo, que realmente no estamos en el Espíritu, viviendo en el Espíritu, andando en el Espíritu, sirviendo en el Espíritu y todo lo que la palabra de Dios nos habla sobre estar en el Espíritu, nuestra alternativa es el culto de sí mismo. Iremos fatalmente a rendir «culto al culto».

¿Ya vieron eso en Oseas 8:13? Hay un principio espiritual muy interesante en este versículo. El Señor exhortó así a su pueblo a través de Oseas. «Ellos aman el sacrificio; por eso sacrifican. Porque les gusta la carne, la comen. Mas el Señor no los acepta» (Traducción literal de la versión en portugués). Hermanos, este versículo es clarísimo sobre lo que es el culto en la carne.

¿Por qué el pueblo de Israel, aunque se había apartado de Dios, continuaba rindiéndole culto? Porque ellos amaban el culto, amaban el sacrificio. Por eso sacrificaban, porque les gustaba la carne y la comían. Había algo en este tipo de culto que agradaba a la carne, porque provenía de la misma carne. La carne agrada a la carne, la carne produce el culto, y ella misma se agrada del culto.

Entonces, a veces, nosotros podemos terminar una reunión y decir así: ‘¡Qué agradable estuvo la reunión!’. Y eso puede tener dos sentidos. Si el Señor realmente imprimió en nuestro espíritu que él fue glorificado en esa reunión, él nos habló al corazón, él recibió nuestra adoración, nosotros nos postramos en su presencia y él quedó satisfecho, entonces, amén, qué preciosa reunión.

Mas, por otro lado, nosotros podemos ser agradados, nuestra carne puede encontrar mucha satisfacción, pero el Señor no ser realmente honrado. Ellos amaban el sacrificio; por eso sacrificaban, gustaban de la carne y la comían. Pero observen la secuencia del versículo: «Mas el Señor no los acepta». ¿Por qué? Porque provino de la propia carne. Entonces, este es un asunto muy serio. La carne imita el culto a Dios y nos satisface a nosotros mismos; tenemos un sentir de satisfacción en nosotros mismos.

Vean cómo Pablo sigue en este texto a los colosenses. Versículo 23: «Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne». Esta traducción que leímos, tanto en portugués como en español, dice que este tipo de culto no tiene valor contra la sensualidad.

Hay otra traducción posible de esta expresión en la lengua original, como un complemento, y ella es muy interesante. Dice que este tipo de culto no tiene ningún valor «sino para la satisfacción de la carne». Muy interesante. Hay un doble sentido. En primer lugar, este tipo de culto no tiene ningún valor contra la carne, contra la sensualidad; al contrario, tiene valor para la satisfacción de la carne y para la sensualidad. La sensualidad en cuanto a que toca las cosas de los sentidos.

Felicidad engañosa

Según la Biblia, eso es ser sensual. Judas los define como «los sensuales, que no tienen al Espíritu», hombres de los sentidos, que buscan lo que les agrada, y andan según sus apetitos y deseos. ‘Si eso me hace bien, entonces es bueno; si me hace feliz, entonces es bueno. El padrón soy yo. Si yo estoy bien, si estoy feliz, entonces eso es bueno’. ¡Qué engañoso padrón!

Hay muchas cosas que, a pesar de hacernos infelices, son el propio obrar de Dios en nosotros. Nuestra búsqueda no debería ser la felicidad, porque según la Biblia, ella es un resultado de la santidad. ¿Cómo lo sabemos? En el Sermón del Monte, nuestro Señor dijo: «Bienaventurados – felices, llenos de alegría – los pobres en espíritu… los mansos… los de limpio corazón…». ¿Qué es lo que el Señor nos está enseñando? Que la felicidad, según el orden de Dios, es un subproducto, un resultado. Los cristianos no buscamos la felicidad – buscamos la santidad. Cuanto más santos somos, más felices somos.

¿Qué es la santidad? Según la Biblia, no es dejar de hacer esto o lo otro, vestir así o no vestir así. Claro que afecta a ese aspecto, pero la santidad está por detrás de ello. La Biblia define la santidad como «ser parecidos con Cristo». Santidad es piedad, ser parecidos con Cristo.

Por eso, el propósito de Dios es transformarnos de gloria en gloria, a su propia imagen, la imagen del Hijo. Porque el Hijo unigénito fue hecho el primogénito entre muchos hermanos, para que nosotros pudiésemos ser transformados a su propia imagen, y él fuese el primogénito entre muchos hermanos. En otras palabras, entre muchos semejantes a él.

La felicidad, en la Biblia, es un resultado. Aquí, nosotros podemos errar frontalmente. Cuando andamos según la carne, no hay otra opción, sino un culto de nosotros mismos; nosotros somos el centro, toda búsqueda está vuelta hacia nosotros, toda felicidad depende de nosotros, de aquello que somos o hacemos, de aquello que conquistamos.

Más Cristo = más santidad

Pero, según la Biblia, cuanto más el carácter de Cristo es formado en nosotros, más felices somos; porque Cristo es el feliz, Cristo es el bienaventurado. Todas las bienaventuranzas se refieren a él mismo. Él es el humilde de espíritu, él es el manso de corazón, él es limpio de corazón. Entonces, cuanto más Cristo está formado en nosotros, más santos somos.

Oh, hermanos, que el Señor nos ayude. Muchas veces esta palabra, santo, es tan mal comprendida por nosotros, porque nosotros miramos siempre lo externo. ‘Santo es hacer así, es no hacer así, es hablar así y no hablar así, es vestir así y no vestir así’. Pero santo, según la Biblia, es ser parecido con Cristo. Cuando más nos parecemos con Cristo, vamos a hablar como Cristo, pensar como Cristo, actuar como Cristo.

Por eso, los discípulos, en Antioquia, por primera vez, fueron llamados cristianos, porque eran tan parecidos con Cristo. Los hombres miraban y decían: ‘Nosotros pusimos a Cristo en el madero, pero estamos viendo pequeños cristos’. Ese es el sentido de la palabra «cristianos». Fue usada en sentido despectivo. Aquel Cristo despreciado, aquel judío que decía ser Dios, vivió de aquella manera, y ahora él tiene millares que se le parecen, hablan como él, viven como él. Ellos despreciaron entonces a estas personas, y les llamaron cristianos.

Por eso, Pablo habla así: «Parece que Dios nos puso a los apóstoles…», a aquellos que eran más parecidos con Cristo, que tenían más de Cristo formado en ellos (1ª Cor. 4). «Parece», o sea, esa no es la verdad, porque para Dios, nosotros somos los principales, somos sus hijos, su herencia, su tesoro. Mas, en el mundo, «parece» que Dios nos puso a los apóstoles en último lugar, y somos considerados como la basura del mundo y escoria de todos.

¡Qué palabra fuerte es esta! ¿Cuál es el motivo de esto? Porque ellos eran parecidos a Cristo. Por eso, Apocalipsis nos define a todos nosotros, los hermanos, como los seguidores del Cordero a donde quiera que él va. Ese es nuestro sublime llamamiento.

Si el mundo nos rechaza por causa de Cristo, más bienaventurados somos. Bienaventurados son los perseguidos, no por causa de ideologías, sino por causa de la justicia. ¿Cuál justicia? ¿Quién es la justicia? Cristo mismo. Él nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría y justicia. Y la justicia, allí, tiene la connotación de santidad. Entonces, bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, en otras palabras, por causa de ser parecidos con Cristo, «porque de ellos es el reino de los cielos».

Glorificando la Cabeza

Gracias al Señor, hermanos, ese es nuestro sublime llamamiento. Entonces, Pablo va a ayudarnos en esta epístola a ver a todos estos enemigos espirituales, que son sutiles, de manera bien diferente; mas, en un último análisis, es siempre la carne, la carne de las tradiciones, de los argumentos, de los sofismas, de la tradición religiosa, la carne que finge humildad. Todo está en ese texto. La carne por todos lados – la carne religiosa.

Entonces Pablo dice: «…no asiéndose de la Cabeza», es decir, no glorificando a la Cabeza. Oh, hermanos, que el Señor nos ayude en estos días. Sabemos que no habrá otra meta para nuestro llamamiento. Hemos sido llamados para glorificar a nuestra Cabeza. Ya somos Su pueblo. Fuimos redimidos por su preciosa sangre; ya tenemos su bendito Espíritu.

Quisiera reforzar esto una vez más: el asunto de glorificar a la Cabeza no es algo automático. Necesitamos aprender el camino de glorificar a la Cabeza. El Señor nos ayude.

Síntesis de un mensaje impartido en Iquique (Chile) en noviembre de 2012.