JOYAS DE INSPIRACIÓN

P. G. Thurston

Un pedazo de barro sin forma se encontraba en la rueda del alfarero. Él se alegraba por estar en las manos de alguien tan hábil y poderoso, para ser moldeado en un vaso de honra. Pero en el momento en que la rueda comenzó a girar, el barro se sintió desmayar, y cuando fue tocado por la mano clamó con angustia. Él se olvidó que aún el más ingenioso alfarero necesita de una rueda, y que la mano toca apenas el molde. La rueda paró finalmente, y el gran artista afirmó: «Está perfecto». El barro era ahora un vaso gracioso y bello en sus formas. Él suspiró contento: «El Maestro dice que soy perfecto».

Después de dejarlo por algún tiempo en el estante, el alfarero lo tomó de nuevo y le dijo a un criado: «Ten cuidado con él, porque es perfecto». El criado lo tomó, lo cubrió con una tosca vasija y lo puso en el horno. A medida que aumentaba el calor, el vaso gritaba en agonía. «El Maestro dijo que yo era perfecto, y ordenó que me cuidasen; sin embargo, fui puesto en este calor terrible». El fuego finalmente terminó su trabajo y el vaso estaba de nuevo delante del Maestro. Ya no había peligro de que el toque de algún dedo pudiese dejar su impresión, inutilizando el trabajo. Él miró el vaso con ojo crítico y repitió: «Está perfecto».

El vaso no estaba, sin embargo, completo. Ahora fue cubierto de esmalte, y fue nuevamente colocado en el horno. Allí con desesperación quedó pensando cuándo los dolorosos procesos terminarían. ¡Cuando fue retirado del horno brillaba con el fulgor de un blanco absoluto! El Maestro lo contempló, diciendo: «¡Está perfecto!». Entonces comenzó a pintarlo, y el vaso se entristeció porque su blancura quedaría manchada. De nuevo fue sometido al fuego, hasta que el trabajo del Maestro quedase grabado en él para siempre. Entonces dijo de nuevo el alfarero: «¡Está perfecto!». El vaso se alegró otra vez, a pesar del recelo de tantas decepciones, esperando que sus pruebas ya hubiesen terminado.

El alfarero trazó entonces unas líneas y diseños sobre él, en un tono oscuro y sombrío, que parecieron arruinar todo lo que había hecho antes. Una vez más el vaso fue puesto en el horno, y esta vez el calor fue aún mayor y el proceso más largo que el anterior. Finalmente, fue sacado del fuego y puesto delante del Maestro. ¡Las líneas oscuras tenían ahora el color del oro! El Señor lo examinó con una sonrisa graciosa, y con satisfacción dijo: «¡Está terminado! ¡Está perfecto!».

Lo puso entonces en un lugar destacado en su propio palacio, y muchos lo contemplaron. Al hacer eso, daban honra y gloria al Maestro, que había hecho tan bella obra.