En la elección del cónyuge, los hijos no deben ser dejados a sus propias expensas.

Una de las situaciones que exige más a un padre en cuanto a la crianza de los hijos, ocurre cuando ellos crecen y desean relacionarse afectivamente con el sexo opuesto. Ese momento presenta cierta incomodidad para un padre, pues tiene que enfrentarse a la sexualidad del hijo (a) y los afectos de su alma. ¡Cuánto más si nunca se ha hablado en familia de la afectividad y los impulsos humanos! Muchos tienden a ruborizarse y delegan este asunto en su cónyuge, desvinculándose de este aspecto del crecimiento de su hijo (a).

La sexualidad es un tema que a los padres no les resulta fácil. La mayoría lo posterga el mayor tiempo posible y lo delegan a la sociedad, que cada día está más distorsionada con respecto al deseo de Dios.

¿Por qué será que a los padres les cuesta tanto hablar de la sexualidad? ¿Será que no hay un claro entendimiento del rol que ella cumple en el plan divino? ¿Hemos ‘carnalizado’ tanto la relación sexual humana que la hemos dejado de ver en el contexto de Dios? Hay muchas preguntas al respecto, pero el hecho puntual es que la sexualidad es un asunto vital en el crecimiento de los hijos, que no puede estar ausente en nuestra relación con ellos. De lo que entiendan acerca de esto, dependerá en gran medida el uso que de ella hagan.

El propósito divino

En el desarrollo psicosexual de los niños es necesario que aprendan a vincularse sanamente con el sexo opuesto. La sexualidad es elemental en la vida humana y no debe reprimirse como una manifestación más de la carne, sino más bien encauzarla hacia el cumplimiento del propósito de Dios.
Recordemos que al comienzo Dios hizo a un hombre y una mujer, dándoles mandamiento de dar fruto y multiplicarse. De esta manera, llenarían la tierra y gobernarían sobre ella. En este mandamiento están implícitos: el acto sexual, los afectos, la atracción de la pareja, etc. El propósito divino, a efectos prácticos, pasa por la unión de la pareja, está entretejido con la elección de la esposa (o), con los afectos, los deseos, la atracción y el amor.

Dios ha revelado su propósito eterno en las Escrituras. Él quiere reunir todas las cosas en la persona de su Hijo, quiere una gran familia de hijos que vayan conformándose a la imagen de Cristo. Como sea, esto incluye la sexualidad humana. De modo que la elección que cada hijo de Dios haga respecto de quien será su esposa o esposo es trascendental para el cumplimiento del deseo del Padre.

Entonces, cuando nuestros hijos deban escoger pareja, no podemos dejarlo al azar y al mero discernimiento de la afectividad inmadura de un joven, sino por el contrario, participar activamente y sobre todo, espiritualmente, en tan trascendente decisión.

La elección de una compañera o compañero es tan vital, que de ello no solo dependerá la felicidad de los esposos, sino también la consecución del propósito de Dios. Lamentablemente, los jóvenes tienden a enfocar su atención en la primera parte, en desmedro de lo fundamental. Por eso, sin la participación de los padres, todo puede llegar a ser una gran pérdida.

El ejemplo de Abraham

La Biblia nos cuenta la historia de Abraham, el padre de la fe, quien, llegado el tiempo, buscó esposa para su hijo Isaac; participó activamente en su elección, asumiéndolo como una responsabilidad espiritual (Gn. 24: 2,3).

Abraham estaba muy consciente de la promesa de Dios, de que su descendencia heredaría naciones y llenaría los confines de la tierra. Por esta causa, se ocupó de que la promesa de Dios tuviera cumplimiento en su hijo (Gn.24:6,7). Por esto, siendo él ya viejo, encarga tal misión al más maduro de sus siervos, aquel que tenía el gobierno en todo lo que poseía, la persona de mayor confianza de todos sus servidores.

Dios cuenta con nuestros hijos para dar cumplimiento a su deseo, y también con los hijos de nuestros hijos, pues no quiere que ninguno se pierda, sino que todos sean un instrumento en sus manos. Por lo tanto, la persona con quien se unan en matrimonio es trascendental para lo que viene. Los padres deben tener esto como especial preocupación. Siendo algo tan importante, no se puede dejar sólo en las manos de los hijos, y para la última hora. El corazón es engañoso; y los afectos, subjetivos. La participación de los padres buscando el bien de Dios en la elección de un esposo(a) los protege de errores que podrían lamentarse más adelante.

No es bueno que los padres abandonen la dirección de sus hijos en los afectos hacia el sexo opuesto. La experiencia de involucrarse en una y otra relación sentimental sólo dificulta la elección. Por lo tanto, la tesis “mientras más experiencia más capacitado” o “mientras más pruebas, mejor”, no depura los sentimientos, sino más bien los contamina. Es necesario, una y otra vez, repasar con dulzura y firmeza esta verdad en los hijos. Permitir que inicien tempranamente relaciones sentimentales sólo los destruye y deteriora la valiosa comunión en el cuerpo de Cristo. La inmadurez psicológica no les permite establecer relaciones profundas y verdaderas, y sólo les traerá como consecuencia desazón, amargura y, por último, pecado.

Una misión espiritual

Para Abraham, ya de edad avanzada, era necesario encomendar esta tarea a una persona que tuviese ciertas condiciones especiales. Por esto, el siervo debía ser eminentemente capaz de discernir y obedecer la dirección del Ángel de Jehová que le guiaría (Gn.24:7). La condición fundamental era ser espiritual. El siervo interpretó muy bien el temor de su amo, y se entregó a la dirección de Dios para tan trascendente misión. Atendió a cada una de las instrucciones (24:2-9); selló el deseo de su amo con un juramento (24:9); pidió la dirección divina en oración (24:12); se preocupó de dar cumplimiento exacto a las instrucciones (24:10, 23, 33); adoró a Dios cuando vio la dirección del Señor (24:26,27, 48); fue diligente (24:33); pidió a Dios confirmación (24:42-44); y se humilló ante el Señor (24:52).

Esta actitud del siervo nos revela lo espiritual que es esta misión. Aquí las actitudes de la carne se pagan muy caro. La hermosura y la apariencia son engañosas, y los anhelos secretos de los padres aún más. Los padres no deben mirar por sí mismos, sino por lo del Señor para sus hijos. Esta tarea exige una condición espiritual desprovista de prejuicios sociales, raciales, culturales, económicos, laborales, intelectuales etc, y, dentro de la iglesia, libre de aspiraciones ministeriales y posiciones religiosas.

Otro aspecto de la conducta de Abraham, fue la absoluta convicción de que la esposa de su hijo debía ser escogida de entre su pueblo. Tomar una mujer cananea para él significaba sacrificar la promesa, y en definitiva perderlo todo. Todos sus bienes materiales y espirituales hubieran quedado truncados si hubiese vinculado a su hijo con una mujer extranjera.

Las Escrituras nos hablan de la imposibilidad del yugo desigual. Debemos ser honestos y considerar como una grave falta ante el Señor vincular a nuestros hijos con personas que no entienden ni aman nuestra preciosa fe. Esto es estorbar la voluntad de Dios.

Si consideramos un peligro que los hijos se involucren tempranamente en relaciones sentimentales con otros creyentes, para las cuales no están aún capacitados, veremos que una relación con quien no es cristiano es un riesgo total. Aquí se deben encender todas las alarmas. Todo se puede perder por un simple capricho del corazón. Por lo tanto, el compromiso de los padres es guardar a sus hijos, enseñándoles e inculcándoles que, de entre el pueblo de Dios, Él proveerá su compañero o compañera: “él enviará su Ángel delante de ti, y tu traerás mujer para mi hijo” (Gn. 24:7). Así lo hizo el siervo de Abraham y todo tuvo un buen resultado.

Por último, prestemos atención a la deferencia que tiene el siervo de Abraham al considerar el testimonio de las demás personas para escoger la amada de Isaac. Cuando se enfrenta a los padres de Rebeca, se interesa con delicadeza en saber la opinión de ambos padres (Gn. 24:49,50). Luego, todos los que participaron del compromiso de unión le preguntan a Rebeca su parecer (24:55-58). De esta manera, queda como testimonio que los más involucrados en la situación tienen que expresar cuál es su deseo. Así Rebeca accedió a partir de inmediato con el siervo al encuentro de Isaac.

Los padres y los hijos deben participar en la elección

Los hijos, como futuros novios, deben conversar estos asuntos con sus padres en plena libertad. Los padres deben escuchar a sus hijos. Recuerden que, antiguamente y aún hoy en algunas culturas, los matrimonios son concertados como un negocio de los padres. Es inconveniente tratar el matrimonio de esta manera. La voluntad de Dios está en Cristo y no en nuestras manos. Asumir algo tan delicado sin el consentimiento natural, libre y espontáneo de los hijos es una muestra de enseñoramiento, inseguridad y desconfianza en ellos. Por lo tanto, el que los padres participen en la elección, no anula la participación de los hijos, pues ellos son en primera instancia quienes deben estar persuadidos, con la ayuda de quienes les aman, de unir sus vidas para la gloria de Cristo.

De esta manera, los padres deben asumir que los hijos, cuando lleguen al tiempo de su madurez, necesitarán vincularse con alguien afectivamente. La propuesta es que ambos deben participar en la elección de la amada (o), con la certeza espiritual de que está en el pueblo de Dios, escuchándose mutuamente, y también con el testimonio del Cuerpo de Cristo, a objeto de proyectar la futura unión matrimonial para la gloria del Señor.

Así, llegado el momento, los padres orientarán a los hijos a tomar mucho tiempo en cultivar una transparente y genuina amistad; muy poco tiempo, una vez comprometidos; y toda la vida para hacer crecer el matrimonio.