Un ejemplo de cómo Dios el Padre valora los propósitos y las realizaciones del hombre solo en la medida en que ellos están conectados con el Hijo de su amor.

Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa».

– Mat. 26:6-7.

En este tiempo de tantos afanes e incesante actividad, es muy necesario considerar que Dios ve todo desde un único punto de vista, mide todo por una sola regla, lo prueba todo por una misma piedra de toque, y esa piedra de toque, esa regla, ese punto de vista, es Cristo. Él valora las cosas solo en la medida en que están conectadas con el Hijo de su amor, y nada más. Lo que se hace a Cristo, lo que se hace por él, es precioso para Dios. Todo lo demás carece de valor.

Complaciendo a los hombres

Se puede realizar una gran cantidad de trabajo y obtener de esta forma muchos elogios de los hombres; pero cuando Dios venga a examinar esa obra, él buscará solo una cosa, y esta es la medida en que ella está conectada con Cristo. La gran pregunta será: ¿Ha sido hecha en el nombre de Jesús y para él? Si es así, aquella obra recibirá aprobación y recompensa; si no, será rechazada y quemada.

No importa en lo más mínimo lo que los hombres piensen sobre cualquier obra en particular. Pueden alzar a alguien hasta los cielos por algo que esté haciendo; pueden publicar su nombre en la prensa del día; pueden hacerlo el tema de conversación en su círculo de salón; él puede tener fama como predicador, profesor, escritor, reformador moral; pero, si no puede conectar su obra con el nombre de Jesús, si no lo ha hecho para el Señor y para Su gloria, si no es el fruto del amor de Cristo que constriñe, todo aquello será como el tamo de las eras del verano, y hundido en el olvido eterno.

Un camino más excelente

Por el contrario, un hombre puede seguir un camino de servicio tranquilo, humilde, modesto, desconocido e inadvertido. Su nombre puede quedar en el anonimato, su obra puede ser ignorada; pero aquello que ha hecho, lo ha hecho en el sencillo amor a Cristo, lo ha hecho en la oscuridad, con los ojos puestos en su Maestro. La sonrisa de su Señor ha sido más que suficiente para él. Él no ha pensado en ningún momento buscar la aprobación de los hombres, ni ha intentado captar la sonrisa o evitar el ceño de ellos; sino que ha seguido el mismo tenor de su camino, simplemente mirando a Cristo y trabajando para él. Su obra permanecerá. Será recordado y recompensado, aunque él no lo hizo por el reconocimiento o la recompensa, sino por el sincero amor a Jesús. Esta es la obra del sello genuino, la moneda auténtica que resiste el fuego del día del Señor.

Es una misericordia indescriptible ser librado del espíritu de complacer a los hombres, del día presente, y estar en condiciones de caminar siempre solamente delante del Señor, para que todas nuestras obras tengan su origen, continuidad y conclusión en él.

La intención del corazón

Veamos, por algunos momentos, la ilustración preciosa y conmovedora de esto, que presenta el evangelio de Mateo, capítulo 26. «Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa».

¿Cuál era la intención de esta mujer cuando se encaminó a casa de Simón? ¿Era mostrar el aroma exquisito de su perfume, o el material y la forma de su vaso de alabastro? ¿Era para obtener la alabanza de los hombres por su acto? ¿Era para conseguir un reconocimiento por su devoción extraordinaria a Cristo, en medio de un pequeño grupo de amigos personales del Salvador?

No, lector, no era ninguna de estas cosas. ¿Cómo lo sabemos? Porque el Dios Altísimo, el Creador de todas las cosas –quien conoce los secretos más profundos de cada corazón y el motivo verdadero de cada acción– estaba allí en la persona de Jesús de Nazaret. Su ojo santo, que todo lo escruta, fue directo a lo más profundo del alma de esta mujer. Él sabía no solo lo que ella había hecho, sino cómo y por qué ella lo había hecho. Y el Señor declaró: «Ella ha hecho conmigo una buena obra».

En una palabra, entonces, Cristo mismo era el objetivo inmediato del alma de esta mujer; y eso fue lo que dio valor a aquel acto, y envió el aroma de su perfume directo hasta el trono de Dios.

Entonces, el Señor no sólo la vindicó por el momento, sino que la proyectó hacia el futuro. Esto fue suficiente para el corazón de esa mujer. Teniendo la aprobación de su Señor, ella bien podría darse el lujo de soportar el enojo, aun de los discípulos, y oír el reclamo de ellos por aquel «desperdicio». Fue bastante para ella que su corazón hubiera sido restaurado. Todo lo demás podía ser ignorado por aquello que realmente valía la pena.

Ella nunca había pensado en asegurarse la alabanza de los hombres o en evitar el desprecio de ellos. Su único objetivo indivisible, de principio a fin, era Cristo. Desde el momento en que puso su mano sobre ese vaso de alabastro, hasta que ella lo rompió y derramó su contenido sobre Su santa persona, ella pensaba solo en Él.

Ella tenía una especie de percepción intuitiva acerca de qué sería conveniente y grato a su Señor, en las circunstancias solemnes en las cuales él estaba puesto en aquel momento y, con un tacto exquisito, ella obró de aquella manera. Ella nunca había pensado en lo que podría valer el ungüento; o, si lo había hecho, ella sentía que Él valía diez mil veces más. En cuanto a «los pobres», sin duda, ellos tenían su lugar y también sus demandas; pero sintió que Jesús era para ella más que todos los pobres del mundo.

En resumen, el corazón de la mujer estaba lleno de Cristo, y esto fue lo que le dio carácter a su acción. Otros podrían calificarla de «desperdicio»; pero podemos descansar seguros de que nada que se gaste para Cristo se ha desperdiciado. Así lo juzgó esta mujer, y ella tenía razón.

Un sublime acto de servicio

Honrar al Señor, en el mismo momento en que la tierra y el infierno se levantaban contra él, fue el mayor acto de servicio que un ser humano o un ángel podrían realizar. El Señor iba a ser elevado en ofrenda. Las sombras se alargaban, la oscuridad se profundizaba, las tinieblas se hacían densas. La cruz – con todos sus horrores – estaba próxima; y esta mujer lo anticipó todo, y vino, de antemano, para ungir el cuerpo de su adorable Señor. Y esto marca el resultado. Vean cómo de inmediato el bendito Señor interviene en su defensa y la protege de la indignación y el desprecio de aquellos que deberían haber sabido mejor.

«Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella».

En todo lo que haces, procura fijar tu atención directamente sobre el Maestro. Haz a Jesús el objeto inmediato de cada pequeño acto de servicio, no importa cuál sea. Ocúpate en todo de manera que él pueda decir: «Ha hecho conmigo una buena obra». No te preocupes por los pensamientos de los hombres en relación a tu camino o a tu labor. No te importe su indignación o su incomprensión, sino derrama el perfume de tu vaso de alabastro sobre la persona de tu Señor. Procura que cada acto de servicio tuyo sea el fruto del aprecio de tu corazón hacia él; y ten seguridad de que él valorará tu obra y te vindicará delante de muchos.

Así ocurrió con la mujer de quien hemos leído. Ella tomó su vaso de alabastro y caminó a la casa de Simón el leproso, con un solo objetivo en su corazón, a saber, Jesús y lo que estaba ante él. Toda su atención estaba puesta en él. Ella no pensaba en ninguna otra cosa, sino en derramar su ungüento precioso en la cabeza del Señor.

Y observen el bendito detalle. El acto de esta mujer ha llegado hasta nosotros, en el registro del evangelio, asociado con el bendito nombre de Jesús. Nadie puede leer el evangelio sin leer, asimismo, el memorial de su personal devoción.

Los imperios se han alzado y han prosperado, para luego desaparecer en la región del silencio y del olvido; los monumentos erigidos para celebrar la gloria del genio humano se han convertido en polvo; pero el acto de esta mujer aún vive, y vivirá por siempre. Que tengamos la gracia de imitarla.