Estudiando los Salmos con C. H. Spurgeon.

Salmo 110

«Un Salmo de David». No cabe duda de lo correcto del título, puesto que nuestro Señor, en Mateo 22, dice: «Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor».

«Jehová dijo a mi Señor» (v. 1). ¡Cuánto deberíamos apreciar la revelación de un intercambio privado y solemne de Dios con el Hijo, aquí hecho público para refrigerio de su pueblo! ¡Señor, ¿qué es el hombre para que le impartas así tus secretos?!

«Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». Aparte del oprobio y sufrimiento de su vida terrena, Jehová llama a Adonai, nuestro Señor, al reposo y honores de su trono celestial. Su obra ha terminado, puede reposar; está bien hecha, y puede sentarse a su diestra; tendrá grandes resultados, y él puede, por tanto, esperar para ver la completa victoria que seguirá con certeza. Por tanto, no temamos nunca respecto al futuro. En tanto que vemos a nuestro Señor y Representante sentado, expectante, nosotros, también, podemos sentarnos en actitud de sosegada seguridad y con confianza esperar el gran resultado de todos los sucesos.

Este poner a los enemigos de Cristo por estrado de sus pies denota también dos cosas con referencia a Cristo: primera, su reposo; y segunda, su triunfo. El estar de pie, según frase de la Escritura, denota servicio; el estar sentado, reposo; y no hay postura tan cómoda para estar sentado como el tener un estrado debajo de los pies. Hasta que los enemigos de Jehová estén bajo sus pies, no tendrá plenamente descanso.

Salmo 111

Este Salmo no tiene título, pero es un himno alfabético de alabanza, que tiene como tema las obras del Señor en la creación, providencia y gracia. El dulce cantor insiste en la idea de que Dios debería ser conocido por su pueblo, y que este conocimiento, cuando se convierte en piedad práctica, es la verdadera sabiduría del hombre y la causa cierta de su adoración permanente. Muchos desconocen lo que ha hecho su Creador, y por ello son necios en el corazón y silenciosos en sus alabanzas a Dios; este mal sólo puede ser eliminado recordando las obras de Dios y con un estudio diligente de ellas; esto, pues, es lo que el Salmo intenta despertar en nosotros. Puede ser llamado «El Salmo de las Obras de Dios», cuyo objetivo es estimularnos a la obra de alabanza.

Salmo 112

Entretanto que el Salmo 111 habla del gran Padre, éste describe a sus hijos renovados según su imagen. El Salmo no puede verse como una exaltación del hombre, porque comienza con un Aleluya: Alabad al Señor, y su objeto es dar a Dios todo el honor debido a su gracia que es manifestada en los hijos de Dios.

Salmo 113

Éste es un Salmo de pura alabanza, y hay en él poco que requiera exposición; un corazón fervoroso lleno de adoración por el Altísimo comprenderá muy bien este himno sagrado. Su tema es la grandeza y bondad condescendiente del Dios de Israel, según se muestra al levantar al necesitado de su condición caída. Puede ser apropiado cantarlo en la iglesia durante un período de avivamiento después de que ha pasado por un período de decaimiento. Con este Salmo empiezan las «Aleluyas» (Hallel de los judíos) que eran cantadas en las fiestas solemnes; por tanto, lo llamaremos «El comienzo de las Hallel».

Salmo 114

Este sublime «Cántico del Éxodo» es uno e indivisible. La verdadera poesía alcanza aquí su cumbre; no hay mente humana que haya podido igualar, y mucho menos exceder, la grandeza de este Salmo. En él se habla de Dios como dirigiendo a su pueblo desde Egipto a Canaán y haciendo que toda la tierra sea conmovida a su venida. Se presentan las cosas inanimadas como imitando las acciones de criaturas vivas cuando pasa el Señor. Se les habla e interroga con una fuerza de lenguaje extraordinaria, de modo que uno parece ver la escena. El Dios de Jacob es exaltado como teniendo poder sobre río, mar y monte, y haciendo que toda la naturaleza preste homenaje y tributo ante su gloriosa majestad.

Salmo 115

En el Salmo anterior se cuentan las maravillas pasadas que Dios había obrado en honor suyo; en el presente se le ruega que se glorifique él mismo otra vez, porque los paganos estaban presumiendo por la ausencia de milagros, negaban rotundamente los milagros de las épocas anteriores, e insultaban al pueblo de Dios con la pregunta: «¿Dónde está ahora vuestro Dios?».
Contrista el corazón de los piadosos el que Dios sea menospreciado así, y, considerando que su situación presente de reproche no es digna de ser tenida en cuenta, suplican al Señor que por lo menos reivindique su propio nombre. El salmista está, evidentemente, indignado de que los idólatras puedan hacer una pregunta tan insultante al pueblo que daba culto al único Dios vivo y verdadero; y habiendo expresado su indignación con sarcasmos sobre las imágenes y sus hacedores, sigue exhortando a la casa de Israel a confiar en Dios y a bendecir su nombre.

Salmo 116

El tema de este Salmo es el amor personal, fomentado por una experiencia personal de la redención, y en él vemos a los redimidos que reciben respuesta a la oración, son preservados en el tiempo de la tribulación, reposan en su Señor, andan conscientes de sus obligaciones, conscientes de que no son suyos, sino comprados por precio, y uniéndose a toda la compañía rescatada para cantar aleluyas a Dios.

Salmo 117

Este Salmo, que es muy pequeño en su letra, es muy grande en su espíritu; porque, desbordando los límites de raza o nacionalidad, llama a toda la humanidad a la alabanza del nombre del Señor. El mismo espíritu divino que se extiende en el Salmo 119, aquí condensa sus expresiones en dos cortos versículos, pero, con todo, está presente y perceptible en él la misma plenitud infinita. Puede ser de interés el notar que éste es, además, el capítulo más corto de las Escrituras y la porción central de toda la Biblia.

Salmo 118

En el libro de Esdras (3:10, 11) leemos que «cuando los albañiles del templo de Jehová echaban los cimientos, pusieron a los sacerdotes vestidos de sus ropas y con trompetas, y a los levitas hijos de Asaf con címbalos, para que alabasen a Jehová, según la ordenanza de David rey de Israel. Y cantaban, alabando y dando gracias a Jehová, y diciendo: Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando a Jehová porque se echaban los cimientos de la casa de Jehová».

Ahora bien, las palabras mencionadas en Esdras son las primeras y últimas cláusulas de este Salmo, y, por tanto, llegamos a la conclusión de que el pueblo cantaba todo este sublime canto; y, además, que el uso de esta composición en tales ocasiones fue ordenado por David, el cual, suponemos, es su autor.

Salmo 119

No hay título para este Salmo, ni se menciona al autor del mismo. Es el Salmo más largo, y esto es un distintivo suficiente. Y no sólo es largo; porque se destaca también en amplitud de pensamiento, profundidad de significado y altura de fervor. Muchos lectores superficiales se han imaginado que insiste rasgando una sola cuerda y abunda en repeticiones y redundancias piadosas; pero esto es debido a lo somero de la mente del lector; los que han estudiado este himno divino y notado cuidadosamente cada línea del mismo se han asombrado ante la variedad y profundidad de su pensamiento. Cuanto más se estudia, más fresco y vigoroso resulta. No contiene palabras ociosas; las uvas de este racimo están a punto de estallar en mosto para el reino. Una vez y otra hemos exclamado al estudiarlo: «¡Qué profundidad!» Con todo, estas profundidades están escondidas tras una aparente simplicidad, como ha dicho sabiamente Agustín, y esto hace su exposición mucho más difícil.

Creemos que fue David el que escribió este Salmo. Es davídico en tono y expresión, y corresponde a las experiencias de David en muchos puntos interesantes.

El tema único es la palabra del Señor. «La mayoría», dice Martín Boos, «lee sus Biblias como las vacas que pacen entre la hierba lozana, y pisotean bajo sus pies las flores y hierba más delicada». Es de temer que hacemos esto con demasiada frecuencia.

Esta oda sagrada es una Biblia en miniatura, las Escrituras condensadas, la Sagrada Escritura reducida a emociones y acciones santas.

George Wishart, el capellán y biógrafo que escribió The Great Marquis of Monrose, como se le llamaba, habría seguido el destino de su ilustre amo, excepto por el siguiente y singular incidente: Cuando, hallándose en el cadalso, requirió, según la costumbre del tiempo, que se le permitiera cantar un Salmo, escogió el ciento diecinueve, y antes de haber cantado los dos tercios del mismo llegó su perdón, y su vida fue preservada. Puede no estar fuera de lugar el añadir que George Wishart, obispo de Edimburgo, al cual nos hemos referido, ha sido confundido muchas veces con un mártir piadoso del mismo nombre que vivió y murió un siglo antes.

«Este Salmo es llamado el «Alfabeto del amor divino», el «Paraíso de todas las doctrinas», el «Almacén del Espíritu Santo», la «Escuela de la verdad»; también el profundo misterio de las Escrituras, en que toda la disciplina moral de todas las virtudes brilla resplandeciente». (J. P. Palanterius).

Se dice que el famoso san Agustín, que entre sus obras voluminosas dejó un Comentario al libro de los Salmos, había demorado el comentar sobre este Salmo hasta que hubo terminado todo el Salterio; y sólo entonces cedió ante la insistencia vehemente de sus amigos a que lo comentara: «Porque», decía, «cuantas veces he intentado pensar en él, siempre excede el poder de mi pensamiento atento y la capacidad de comprensión de mis facultades» (W. Deburgh).

En la obra de Matthew Henry Account of the Life and Death of His Father, Philip Henry dice: «Una vez, insistiendo en el estudio de las Escrituras, nos aconsejó que leyéramos un versículo de este Salmo cada mañana y meditáramos sobre él, y que repasáramos el Salmo dos veces cada año; y esto, dijo él, os pondrá a tono en el amor al resto de las Escrituras. Con frecuencia decía: ‘Toda gracia crece cuando crece el amor a la Palabra de Dios’».

Hallándose en Londres, en el tumulto y confusión de una crisis política (1819), William Wilberforce escribe en su Diario: ‘Anduve desde Hyde Park Corner repitiendo el Salmo 119 con gran consuelo’ (William Alexander, en «The Witness of the Psalms»).

Sé que no hay parte alguna de las Sagradas Escrituras en que la naturaleza y evidencia de la piedad verdadera y sincera sea subrayada tan plena y completamente, y delineada como en el Salmo ciento diecinueve. (J. Edwards).

El nombre Jehová ocurre veintidós veces en el Salmo. Su tema es la Palabra de Dios, que menciona bajo uno de estos diez términos: ley, camino, testimonio, precepto, estatuto, mandamiento, juicio, palabra, dicho, verdad, en cada uno de los versículos, excepto uno, el ciento veintidós. (J. D. Murphy).

Extractado de El Tesoro de David.