El servicio en la Casa de Dios no es exclusivo de unos pocos –tal vez los ministros de la palabra– sino de todos los santos. He aquí una enseñanza que puede revolucionar la vida de la iglesia.

El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.

– Efesios 4:10-13.

Si tuviéramos que bosquejar estos cuatro versículos que hemos leído en Efesios 4, podríamos decir que en el versículo 10 tenemos el propósito de Dios, lo que Dios quiere conseguir. El deseo del Padre es que todo, en los cielos y en la tierra, se llene de Cristo.

En los versículos 11 y 12, tenemos la estrategia que el Señor Jesucristo va a seguir para conseguir su propósito. Y en el versículo 13 tenemos el cumplimiento de ese propósito. Por eso el versículo 13 dice: Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, hasta que todos lleguemos a un varón perfecto, hasta que todos lleguemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.

Entre el objetivo del versículo 10 y el cumplimiento que está en el versículo 13, los versículos 11 y 12 nos revelan la estrategia que el Señor Jesucristo ha diseñado para alcanzar lo que él se ha propuesto como objetivo.

La estrategia de Dios (1ª Parte)

Voy a centrarme especialmente en lo que tiene que ver con la estrategia, porque creo que eso revela de manera muy preciosa y muy clara el servicio en la casa de Dios, quiénes son los que deben servir en la casa de Dios, cómo debe realizarse esto, y en qué orden.

En el versículo 11 tenemos la primera parte de la estrategia, y la segunda parte está en el versículo 12.

Noten ustedes que el versículo 11 comienza diciendo así: “Y él mismo…”. “Él mismo” del versículo 10, “él mismo” que descendió, “él mismo” que subió por encima de todos los cielos, “él mismo” que se ha propuesto llenarlo todo de él, el que se ha propuesto llenar la tierra y los cielos de su gloria. “…él mismo constituyó…”. El mismo que tiene este propósito supremo, es el mismo que tiene diseñada la estrategia para que su propósito sea alcanzado. Así que “el mismo” del versículo 10 es quien, en el versículo 11, “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”.

¿Son éstos los únicos ministerios en la iglesia? ¿Son éstos los únicos que sirven en la casa de Dios? Sabemos que no. Pero, atención, la estrategia de Cristo comienza con estos dones, comienza con estos ministerios. Lo primero que ha hecho Cristo exaltado, por medio del Espíritu Santo, es constituir estos dones en la iglesia.

Ahora, aquí, aunque usa el verbo constituir –él mismo constituyó–, en el texto griego el verbo que se usa es dar. Debería traducirse como: “Y él mismo dio…”. Aunque sabemos que es Cristo el que constituye a unos como apóstoles, a otros como profetas; es Cristo el que constituye los dones, los ministerios, es Dios el que ordena los miembros en el cuerpo como él quiso. Aunque eso es verdad por otros textos, aquí el énfasis de Pablo es que estos dones –apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros– son dados por Cristo.

Y luego, el énfasis está, no en a quién se los ha dado, que podría ser algo que uno podría esperar, sino para qué fueron dados estos dones. Él mismo los dio “a fin de…”. Atención, hermanos, porque estamos hablando del servicio en la casa de Dios, y estamos hablando de cuál es el servicio de este ministerio plural, diverso, compuesto de diferentes dones. El énfasis de Pablo es que son dones de Cristo dados con un fin. ¿Cuál es ése? “A fin de perfeccionar a los santos”.

Estos dones han sido dados por Cristo como la primera parte de la estrategia que Cristo sigue para alcanzar su objetivo.

La estrategia de Dios (2ª Parte)

Si ustedes van notando, estos hermanos no son un fin en sí mismos; si ustedes están entendiendo lo que Pablo está queriendo decirnos acá, él está estableciendo que ellos son un medio muy importante, es lo primero que el Señor dio después de su exaltación, los dio con el fin de perfeccionar a los santos. Quiere decir que los santos habrán de jugar un papel fundamental en la casa de Dios, un papel muy importante en el servicio de la casa de Dios, de tal manera que el Señor ha constituido este grupo minoritario en número –muy importante, pero minoritario– a fin de perfeccionar a los santos.

Amados hermanos, cuando Cristo diseñó esta estrategia, estaba pensando en los santos, en los hermanos, en aquel grupo de hermanos que constituye, cuantitativamente hablando, la mayoría del cuerpo de Cristo. El Señor tiene un especial cuidado y un especial propósito con todos los santos. Cuando hablamos del servicio en la casa de Dios, estamos hablando fundamentalmente del servicio de todos los santos, no de algunos.

Si la Escritura dice que estos hombres han sido dados a la iglesia con este objetivo de perfeccionar a los santos, es porque los santos tienen una misión que cumplir. Y eso está revelado aquí de una manera tan hermosa y tan perfecta, cuando dice: “…a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”.

Pareciera, hermanos, que en el pasado –y yo lo tengo que reconocer públicamente– entendimos mal esto. Yo fui enseñado equivocadamente, lo aprendí así, lo enseñé así y lo practiqué así. Pareciera que, al hacer una exégesis del pasaje, nosotros hubiésemos interpretado de esta manera: Que el Señor constituyó estos dones en la iglesia –apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros– a fin de: primero, perfeccionar a los santos; segundo, hacer la obra del ministerio; tercero, llevar a cabo la edificación del cuerpo de Cristo.

Entendido así el pasaje, entonces, los únicos que tienen servicio en la casa de Dios son los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Ellos tienen que perfeccionar a los santos, en eso consiste su tarea, ellos tienen que hacer la obra del ministerio, y ellos tienen que llevar a cabo la edificación del cuerpo de Cristo. Este pequeño grupo es el que tiene función, el que tiene ministerio, el que hace una gran labor en la casa de Dios. En esa interpretación, nada hacen los santos, excepto ser el material con el cual estos dones ejercen y desarrollan su ministerio.

Pero ahora entiendo que el pasaje no dice eso, que la razón de ser de este ministerio de la Palabra descrito en el versículo 11 es: “a fin de perfeccionar a los santos”. Pero los dos “para…” que están en el versículo 12, los llevan a cabo los santos: “…a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”. ¿Quiénes llevan a cabo la obra del ministerio? ¡Los santos! Y si estuviéramos hablando de dos cosas diferentes, diríamos que hay un segundo “para…” para los santos, que es la edificación del cuerpo de Cristo.

Hermanos queridos, hay aquí algo revolucionario, hay aquí algo que puede marcar una gran diferencia en nuestro servicio al Señor de aquí en adelante. Gracias al Señor por los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Ellos tienen claramente delimitada aquí una función vital: perfeccionar a los santos. Si los santos no son perfeccionados, no pueden llevar adelante su tarea; pero qué interesante es que en la estrategia del Señor, estos hermanos que Dios ha establecido como lo primero en la iglesia tienen por razón de ser capacitar a los santos, porque son los santos los que tienen la tarea más importante que llevar a cabo.

¿Cuál es la primera tarea? La obra del ministerio. Qué tremendo, hermanos. Qué revolucionario es que podamos no sólo en los conceptos, sino en la práctica, traspasar el ministerio a todos los santos. La obra del ministerio, la gran obra del ministerio, es llevada a cabo por los santos, no por los ministros de la Palabra.

Me maravillo de pensar cómo Dios fue tan sabio, y tan armonioso y tan glorioso en constituir este ministerio plural, diverso, de la Palabra, para una tarea tan magnífica y tan magna como capacitar a todos los santos, a todos los hijos de Dios, para que los santos se levanten a hacer la obra del ministerio y a llevar a cabo la edificación del cuerpo de Cristo.

¿Se dan cuenta, hermanos queridos, que hay algo en que tenemos que seguir creciendo y avanzando? Que no podemos simplemente mirar hacia el catolicismo y decir: “Allá ellos tienen clero y laicos, la estructura protestante, por su parte, quedó más o menos parecida, y nosotros sí hemos alcanzado la medida”. Estamos lejos de esa medida.

¿Quiénes en la práctica están realizando en el día de hoy, aun entre nosotros, la obra del ministerio y llevando a cabo la edificación del cuerpo de Cristo? ¿Podemos decir hoy día que son los santos? ¿O todavía tenemos que reconocer con honestidad que entre nosotros todavía siguen siendo los obreros, los profetas, los evangelistas, los pastores, los maestros?

Yo creo que necesitamos crecer, hermanos, necesitamos avanzar. Necesitamos volcar esto de una manera radical, porque pareciera que no hemos logrado sacudirnos del lastre que traíamos. Parece que es demasiado fuerte, y todavía los santos permanecen aún entre nosotros muy pasivos.  Nótese que Pablo está diciendo con claridad meridiana qué se espera de los santos. ¿Qué es eso? Que los santos hagan la obra del ministerio, que lleven a cabo la edificación del cuerpo de Cristo, para que sólo entonces todos lleguemos… Todos lleguemos a.

No es verdad que sólo algunos tienen ministerio. Hay diversidad de ministerios, eso sí; pero todos tienen ministerio. Toda la casa de Dios tiene ministerio, toda la casa de Dios tiene servicio.

Estaba leyendo un libro del hermano Watchman Nee, y él, hablando del servicio en la casa de Dios, hablándoles a los obreros en un Retiro, dice esto: “De aquí en adelante, el número de los que componen la iglesia entre nosotros estará determinado por el número de sacerdotes”. Porque en la casa de Dios no hay dos clases de creyentes: los que sirven a Dios y los que no sirven a Dios. Eso no es la casa de Dios, eso no es la iglesia de Jesucristo. En la iglesia de Jesucristo, todos son sacerdotes; todos tienen servicio, por lo tanto, todos tienen que servir a Dios.

Así que, amados hermanos, yo tengo que, en primer lugar, pedir disculpas a nombre de los ministros de la Palabra, si en esto todavía nosotros hemos tenido un sobre énfasis, y todavía la iglesia está demasiado centrada en los dones de Efesios 4:11, y todavía no hemos sido capaces de poner la obra del ministerio sobre los hombros de todos los santos. Que el Señor nos conceda la gracia para lograr, alcanzar, movilizar, poner en pie a todos los santos en la casa de Dios, para que se levanten a servir a su Señor. ¡Alabado sea el Señor, bendito sea su nombre!

Entre nosotros no son precisamente los santos quienes están haciendo la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo, por lo menos no en la medida que Dios quiere. Por lo tanto, el objetivo del versículo 13 no se puede alcanzar. Sólo algunos están llegando a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. Pero qué interesante es que el deseo del Señor es que todos lleguemos, desde el primero hasta el último, desde el mayor hasta el menor en la casa de Dios.

Perfeccionando a los santos

Si estamos interpretando de manera correcta, la tarea primera de un apóstol es perfeccionar a los santos. ¿Cuál es la tarea principal de un profeta? Perfeccionar a los santos. ¿Cuál es la tarea principal de un evangelista? Perfeccionar a los santos.

Ahora, note que suena extraño responder así, porque cuando decimos: ¿Cuál es la tarea principal de un evangelista?, vamos a contestar: Predicar el evangelio. Y ese es justamente nuestro problema, hermanos: Que mientras la tarea del evangelismo esté descansando en lo que hagan los evangelistas, la tarea de la evangelización no va a ser completada.

¿Cuál es la responsabilidad primera de un pastor? ¿Cuál es la responsabilidad primera de un maestro? Perfeccionar a los santos. Y ahí tenemos otro claro ejemplo: mientras la responsabilidad del pastoreo, de la consejería, de la visitación, del discipulado, descanse sobre los pastores y maestros, la tarea no puede ser hecha, la edificación no puede llevarse a cabo, y entonces seguimos cojeando una y otra vez.

Hay que hacer un cambio, hermanos, hay que reentender. Los ministros de la Palabra tenemos que reenfocar nuestro servicio. Nuestra tarea no es hacerlo todo. Nuestra tarea es levantar a los santos, equipar a los hermanos. ¿Sabe cuál es la única manera en que la tarea de la evangelización puede ser concluida para que el número de los redimidos se complete y el Señor Jesucristo pueda regresar? Es que la iglesia evangelice, es que cada santo se levante como un evangelista. Cuando la iglesia evangelice, cuando toda la iglesia se levante a servir, entonces la tarea va a poder ser terminada.

¿Qué tiene que hacer un pastor entonces, hermanos? Un pastor tiene que enseñar a los hermanos a cuidarse unos de otros. No es la tarea de él cuidarlos a todos, porque eso es imposible. En eso ha consistido nuestro error: Nos hemos esforzado de tal manera en tratar de cuidarlos a todos, que lo hemos hecho mal, por ser una tarea que nos sobrepasa.

En una congregación de ciento cincuenta, ya no son todos atendidos, y aunque los ancianos se esmeren y sirvan de la mejor manera que pueden, el resultado final es que la gente no se siente atendida, está descontenta, y por mucho que los siervos del Señor se esfuercen y trabajen a veces hasta sacrificando sus propias familias, el resultado es de insatisfacción, de frustración; porque hay algo que está equivocado: Nuestra tarea no es hacer nosotros toda la obra, nuestra tarea es enseñar a los santos a cuidarse mutuamente.

La tarea de un pastor es enseñarles a sus discípulos a pastorear. Él con la palabra y con el ejemplo comienza a enseñarles y a mostrarles a todos cómo se pastorea, de tal manera que es toda la iglesia la que tiene que terminar pastoreando y cuidándose unos a otros.

Hermano, si está entendiendo, se dará cuenta que aquí hay algo revolucionario, porque implicará entonces que los santos deben tomar una responsabilidad que hasta ahora no han tomado; y esto sin dejar de trabajar, sin dejar de ser padre, sin dejar de ser esposo. Tenemos que convertirnos en sacerdotes de Dios, comenzar a servir al Señor, y seguramente el resultado final va a ser que no tendremos tiempo para malgastarlo, para ver televisión, y quizás para muchas otras cosas más; pero tendremos una vida de servicio pleno a Dios, la obra podrá ser concluida y el Padre podrá enviar a su Hijo Jesucristo por segunda vez. ¡Alabado sea el Señor!

¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Los santos necesitan ser expuestos permanentemente a estos ministerios. No sólo a los apóstoles; también deben ser expuestos a la palabra de los profetas, y de los evangelistas. ¿Cómo vamos a conseguir que toda la iglesia evangelice? Tenemos que traer evangelistas que ministren a los santos. Mire qué extraño lo que estoy diciendo. Siempre que hemos pensado hasta ahora en un evangelista lo imaginamos predicándole a los perdidos. Y, a la luz de lo que estamos viendo acá, entonces sería bueno que un evangelista estuviera en cada iglesia, y ministrara a los santos, y perfeccionara a los santos, y traspasara su carga y su pasión y sus lágrimas a los santos. Y entonces toda la iglesia encendida por este Espíritu –que no es otro que el Espíritu de Cristo– sintiendo lo que Cristo siente por los perdidos, se levantará a evangelizar llena del amor y de la pasión y de la ternura de Cristo por los perdidos. ¡Bendito sea el Señor!

¿Cómo lo hacemos para que toda la iglesia se levante a instruir a los más nuevos, a enseñar a los más jóvenes? Expongamos los santos a los maestros, y entonces esos maestros traspasarán esa medida del Espíritu de Cristo a los santos. Los santos captarán entonces la importancia de la enseñanza, del consolidar a los nuevos, de poner el fundamento, de edificar la casa, y entonces todos los santos podrán empezar a levantarse y a hacer con los demás exactamente lo mismo.

Esta es la estrategia del Señor. ¡Qué gloriosa estrategia, que bien pensado, qué bien diseñado por el Señor! En la casa de Dios, todos deben levantarse a servir. ¡Bendito sea el nombre del Señor!  Pensemos entonces por un momento en el versículo 12, en estos dos “para…”, que corresponden a la tarea de los santos. Quiero insistir en este punto, hermanos. Que el Señor lo pueda poner en nuestro espíritu. Los santos hacen la obra del ministerio y llevan a cabo la edificación del cuerpo de Cristo. Y mientras no lleguemos a ese punto, no podemos estar satisfechos ni tranquilos; porque hasta que no sean los santos los que están haciendo la obra del ministerio, repito, la tarea no va a concluirse.

La restauración final

Hermanos, ya es un hecho que terminó el segundo milenio, que se acabó el siglo XX y el Señor no regresó; y hemos entrado a un tercer milenio, a un siglo XXI, y quiere decir que algo está todavía por hacerse, algo falta que tiene que ocurrir. Y yo estoy convencido de que lo que tiene que ocurrir en los próximos años es que Dios va a levantar a los santos en todo el mundo, que los santos van a ser el último ejército de Dios que se va a levantar aquí en la tierra, y que va a completar la tarea, y que Cristo va a regresar. ¡Aleluya!

Es tan claro cuando uno mira la historia y ve cómo Dios ha venido restaurando una y otra verdad en la iglesia. Pero yo estoy convencido de que en esta década, en este siglo, Dios se ha propuesto restaurar esta última parte que es fundamental para que la tarea pueda concluirse, para que la plenitud de Cristo entre a toda la iglesia, para que no sólo algunos lleguen a la medida que Dios les tiene preparada, sino que cada santo llegue a la medida que el Señor ha dispuesto. Para ello, los santos deben levantarse.

La tarea de los ministros, de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros es ir a cada localidad, a cada iglesia, a cada aldea, a cada villorrio donde el Señor nos pueda llevar, y ministrar a los santos y desafiar a los santos a levantarse a tomar la responsabilidad de la evangelización de la ciudad, a tomar la tarea de edificar el cuerpo de Cristo, donde cada uno con su don, con su medida, puede aportar a la edificación total.

Sólo de esa manera, hermanos, poniendo en pie a los santos en cada lugar, nosotros podremos completar y hacer la voluntad de Dios.

Una tarea para Latinoamérica

Lo que viene en los próximos días es algo glorioso y precioso. Yo veo por la fe, especialmente a Latinoamérica, los que estamos en esta parte de este mundo. Dios ha puesto sus ojos, repito, no en los hombres que hasta ahora han sido los destacados, sino en un ejército de santos, de hermanos, de hermanas, de jóvenes, de niños; no sólo para evangelizar nuestros países de Latinoamérica, sino para ir al mundo entero.

Note usted que en Europa, donde hay un gran espíritu de xenofobia, donde en general los latinos no son bien recibidos, mire cómo Dios es capaz de usar las circunstancias, incluso los pecados de los hombres, para abrir las puertas para el evangelio. Ellos en Europa, con este postmodernismo y el humanismo, se han negado a la natalidad, y poco a poco se han convertido en un continente viejo, y eso significa que a lo largo del tiempo han dejado de tener mano de obra. Y ahora ellos están necesitando y van a necesitar mucho más en los próximos años de mano de obra, y ¿saben dónde está esa mano de obra joven? En Latinoamérica. Y aunque no nos quieran recibir, por necesidad nos van a buscar, y las puertas se van a abrir para los latinoamericanos.

Y nosotros tenemos que estar listos para ir, porque a nosotros nos van a llamar en calidad de gásfiter, o de torneros, o de mecánicos; pero nosotros necesitamos que ese gásfiter vaya lleno de Cristo. Va a entrar como gásfiter o como tornero o como mecánico, pero va a entrar Cristo, la Palabra y el evangelio con él. Y está sucediendo.

Así que, cuando hablamos de los santos y de levantar a los santos en nuestro contexto latinoamericano, tiene un significado muy importante en esta hora final. Aquí hay un gran potencial del Señor. Pareciera que todavía nosotros somos como una represa que ha contenido agua por mucho tiempo, pero que no se desborda, que no se abren las compuertas para que ese río corra. Hermanos, el tiempo ha llegado.

La tarea de los apóstoles no es sólo cumplir ellos con la comisión de enviados; la tarea de ellos es enviar a toda la iglesia. La tarea de los profetas no es sólo profetizar ellos, sino hacer que toda la iglesia sea un pueblo de profetas. Y así sucesivamente. ¡Bendito sea el nombre del Señor! Vamos a llevar adelante, los santos, la obra del ministerio. Vamos a llevar adelante, juntos, el ministerio de la reconciliación.

La obra del ministerio

Miremos ahí en 2ª Corintios 5:18. No digo que este sea el único aspecto en la obra del ministerio, pero creo que lo comprende, y quizás es el aspecto más importante. Los que hablan aquí son, por supuesto, apóstoles, pero queda claro que este servicio no se agota con ellos. Empieza en ellos, pero no termina en ellos; debe terminar en todos los santos. Dice: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”.

Relacione un poco allá con la obra del ministerio, en singular, la obra del ministerio, relaciónela con el ministerio de la reconciliación. Esto que, en una primera etapa, es una prerrogativa del ministerio apostólico, tiene que ser traspasado a todos los santos, tiene que ser puesto sobre los hombros de toda la iglesia, de manera que sean todos los creyentes los que dicen: “Nos ha sido dado el ministerio de la reconciliación”. Que todos digamos: “Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros: Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. ¡Aleluya! Tarea de toda la iglesia: compartir a Cristo Jesús.

Hemos descubierto que cuando queremos movilizar a la iglesia, todos los que ya llevamos años –perdonen esta expresión– “sentados en una banca”, resulta bastante difícil romper ese esquema, y requiere mucho esfuerzo cambiar la mentalidad y transformarlos en agentes evangelizadores. Parece que ya nos acostumbramos a estar escuchando sermones, a venir para escuchar a un predicador, que la pasión y la visión de Dios cuesta mucho volver a implantarla en el corazón.

Pero, amados hermanos, con los nuevos es completamente diferente. Tenemos que hacer el cambio de tal manera que los nuevos empiecen a funcionar de otra manera. Y nosotros, quiera el Señor que en su misericordia no estemos tan encallecidos y dormidos que no podamos despertar a esta gloriosa verdad.

Leyendo ese libro del hermano Nee, me resultó muy interesante. Yo en un principio pensé que a lo mejor él fue demasiado radical en esto, pero, ¿saben lo que él tuvo que hacer para movilizar a la iglesia y traerla a esta visión de que todos los santos tomaran la carga por los perdidos? Él cambió la reunión del día domingo en una reunión evangelística. Dijo: “El único día en que disponemos de los santos todo el día, el día que no trabajan, el día en que ellos están dispuestos para hacer la obra de Dios, es el día domingo”. Así que dijo: “Vamos a aprovechar éste, que es el mejor día”, y transformó ese día en un día de evangelización. Cometió el sacrilegio de desarmar la reunión santa del día domingo (donde los santos venimos a escuchar un sermón más de los cientos que escuchamos), y sacó a la iglesia afuera, llevó a la gente por las plazas y por los pueblos, y los comisionó de a dos, de a tres, por familias.

Y yo decía: ¿Será necesario hacer algo tan fuerte, tan radical? Y ha pasado el tiempo, y pareciera que en el caso nuestro –de los más antiguos– necesitamos algo así de fuerte para ser sacudidos y transformados. No digo que eso es lo que vamos a tener que hacer, pero lo pongo como un ejemplo de alguien que sí tuvo que hacerlo, y que ese trabajo, esa visión, la iglesia en la China la mantiene hasta el día de hoy. Bajo persecución, ellos siguen evan-gelizando en cada lugar. Cada pueblo de la China tiene hijos de Dios en su ciudad, y los santos de esa ciudad, en cada ciudad de la China, tienen la responsabilidad de evangelizar su localidad.

Lo que no podrían hacer miles de evangelistas, aunque hubiera miles para enviar, los santos lo están haciendo. Y ese es el modelo, esa es la misión bíblica, y eso es lo que nosotros tenemos que alcanzar.

La edificación del cuerpo de Cristo

Y con respecto, hermanos, a la edificación del cuerpo de Cristo, hay una expresión muy hermosa en el Nuevo Testamento, que es la expresión “unos a otros”. ¿La ubican? ¿La han leído por ahí en algunos textos? Esta expresión, “unos a otros”, aparece cien veces en el Nuevo Testamento. De esas cien veces que aparece, sesenta veces está dicha de la relación que debe haber entre los santos.

Algunas de ellas están repetidas varias veces, por ejemplo el “amaos unos a otros”, que aparece diecisiete veces. Si dejamos solamente la mención de una vez, nos quedan veintisiete expresiones distintas donde está la frase “unos a otros”. Y cuando dice “unos a otros” ¿quién tiene que hacer eso? Pareciera que, en el esquema antiguo, si dice “orad unos por otros” entendíamos que eran los pastores orando por los santos. Pero no es eso. Unos por otros es ‘todos por todos’.

Veintisiete expresiones diferentes donde aparece “unos a otros”. “Orad unos por otros… Hospedaos unos a otros… Prefiriéndoos, en cuanto a honra, unos a otros”. ¡Aleluya! ¡Qué maravilloso el cuerpo de Cristo visto así! ¡Qué gloria en la iglesia, donde cada uno está aportando a la edificación del cuerpo de Cristo! “Lavaos los pies unos a otros… tened paz unos con otros… perdonándoos unos a otros… soportándoos unos a otros… siendo benignos unos a otros”.

La edificación del cuerpo de Cristo, hermanos, la llevan a cabo los santos, por medio de estos “unos a otros”. Así que, amado hermano, tu responsabilidad en la casa de Dios es esos veintisiete “unos a otros”. Son tu responsabilidad, son tu servicio, son tu aporte a la edificación del cuerpo de Cristo. Llevar a cabo el ministerio de la reconciliación es tu ministerio, es tu responsabilidad, y de esa manera, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. ¡Bendito sea el nombre del Señor!