Algunas de las consecuencias de la ausencia del padre en la familia.

Jamás debemos olvidar nuestro funesto origen en cuanto hijos de Adán. Una sencilla mirada a dos trágicos eventos en la vida de nuestros primeros padres nos servirán de marco para la reflexión de hoy.

El día (o la hora) en que Eva fue tentada por la serpiente antigua, ¿dónde estaba Adán? Se supone que como cabeza de su esposa y más aun de la creación misma, debía estar allí para velar por el bienestar de su mujer y para gobernar sobre las demás criaturas.

El día en que Caín mató a Abel, tampoco se ve a Adán percatándose, ni adelantándose a lo que pudiese ocurrir entre sus dos hijos. Recordemos que ambos nacieron «fuera del huerto», y tanto ellos como sus padres ignoraban aun las reales consecuencias de la caída. Pensemos en una corazonada de Eva: «Adán, estoy preocupada, ¿dónde estarán los niños?»; pero mujer, ¿qué puede pasarles?, responde Adán, «nadie mas hay en el mundo que pueda hacerles daño». Resulta fácil imaginarlo llegando apresuradamente a constatar el terrible fratricidio y llorando amargamente junto a su mujer.

Estos lamentables episodios son la antesala de muchos otros de similares circunstancias (o peores) que sobrevendrían a su descendencia. Mirando a nuestro derredor ¿cuántas tragedias tendrán el mismo común denominador: un padre ausente?

Vamos a partir de la base de que si Adán hubiese estado junto a Eva, la tentación pudo haberse evitado y que la presencia cercana de Adán hubiera podido salvar tanto a la víctima como al homicida en el caso del crimen de su hijo Abel.

Seguramente, usted ya está pensando en su propio caso particular, quizás su propio padre fue un padre ausente, o bien, usted mismo lo es. Alrededor suyo, en el vecindario, entre los hermanos de la iglesia, en el trabajo o entre sus familiares, es usted testigo de esta plaga que carcome a la humanidad.

Las razones pueden ser las más variadas, un fallecimiento prematuro, un divorcio o separación, o simplemente un padre «trabajólico» (‘adicto al trabajo’, un término muy en boga en Chile en nuestros días), o aun un ministro del evangelio muy, pero muy ocupado en su obra.

En el caso del fallecimiento prematuro, podemos decir que se trata de una causa absolutamente natural, muy dolorosa por cierto, pero natural al fin, pues en tal caso no podemos culpar a aquel padre (¡qué no habría dado él por permanecer junto a su amada familia y a sus pequeños hijos!). Pero en el resto de los casos, la cantidad de consecuencias a que nos exponemos son impredecibles.

El egoísmo del hombre, su bajeza carnal (o animal), le lleva a huir de su casa para refugiarse en brazos de una mujer extraña sin importarle cuanto dolor deja atrás su amarga decisión, resultando de esto el hecho de que él mismo no podrá ser feliz a causa del dolor provocado a otros. ¿Podrá dormir tranquilo? (Por supuesto que estas terribles crisis matrimoniales tienen dos caras, pero hoy estamos enfocando la responsabilidad del padre)
¿A qué se exponen sus hijos o hijas sin la presencia defensora o reguladora del padre? ¿Quién mitigará la angustia de un abandono a temprana edad?

Presente, pero a la vez ausente

Un padre demasiado ocupado en su trabajo, por legítimo que éste pueda ser, puede ocurrir que estando en casa, en realidad no está. Su mente estará en los negocios y múltiples compromisos que demandan toda su atención.

Esta es una de las desgracias que la prosperidad económica suele acarrear. El hombre de nuestro tiempo vive tan presionado por las metas que debe cumplir en su trabajo ante el riesgo de ser reemplazado; o la presión vendrá a causa de un excesivo endeudamiento (generalmente debido al agobiante mundo consumista que nos rodea). Entonces los problemas familiares, la crianza de los hijos, la ternura matrimonial, se verán seriamente afectados, a causa de un padre que duerme en casa, provee para los suyos las necesidades materiales – es un hombre exitoso sin duda– pero ausente en su corazón, porque su mente está en otras cosas; no en su hogar, en sus hijos, o en su casa.

Procurará que sus hijos sigan su ejemplo: trabajar duro para tener una buena casa y un buen pasar. Pero, ¿sólo preocupan los éxitos externos? ¿y qué del corazón de quienes están a nuestro cuidado? Hemos oído a niños decir: «Papá, no me interesan tus regalos, te quiero a ti».

Activismo religioso

Y qué decir de los padres demasiado ocupados en las «actividades de la iglesia». Para ellos, las necesidades de los demás sí que son necesidades, hay que atenderlas urgentemente, hay que oír a todos, hay que tener tiempo para un sinnúmero de importantes y larguísimas reuniones, pero un día los hijos le dirán: «sí papá, pero tú nunca estás con nosotros».

No sólo hemos de estar físicamente en casa, hay que velar por lo que está pasando en las vidas quienes nos rodean. Los padres debemos compenetrarnos en el quehacer de nuestros hijos, conocer sus intereses, sus gustos; sólo entonces podremos ayudarles a desarrollar sus potencialidades y también a adelantarnos a los peligros a que se exponen con las cosas que prueban o con las amistades que frecuentan. Los primeros años de vida son extremadamente importantes.

Muchos padres jóvenes deben aprender de los errores de los más viejos: descuidaron la relación con los hijos pequeños. Luego, cuando éstos crecieron, surgieron amistades externas y ya no es tan fácil comunicarse con ellos. Muchos padres se saltaron etapas importantes de la vida de sus hijos, y cada día que pasa la relación se vuelve más y más difícil de recomponer. Pueden vivir bajo un mismo techo, pero suelen ser personas extrañas, cada uno viviendo «en su propio mundo».

Padre, ¿cómo está la relación de cada uno de tus hijos con el Señor? ¡Ay!, esta pregunta puede ser muy dolorosa para muchos padres. Bienaventurados los padres que sembraron con persistencia en los corazones tiernos la buena semilla de Cristo. En cambio, quienes descuidaron o postergaron este delicado asunto, se exponen a grandes angustias y dolores.

Muchos padres no maduraron a tiempo, en cuanto a su vida cristiana, aún son carnales, «bebés espirituales», que, viviendo tan centrados en sí mismos, no les importó postergar un asunto tan importante en la vida de su familia.

Una palabra de esperanza

No pretendemos arreglar nuestro torcido mundo con un artículo en esta revista. Tampoco pretendemos ser un acabado ejemplo de padres o esposos. La mayoría de nosotros hemos aprendido a medida que vamos cometiendo errores y aun así muchas veces nos hemos visto sobrepasados por las circunstancias.

Sin embargo, cualquiera sea nuestra situación, hay remedio y esperanza. Como hay salvación en Cristo para los pecados del hombre, creemos firmemente que hay socorro en el mismo Dios que nos creó.

Hay un Padre que vela por todos nosotros. Es la hora de volver la mirada a Aquel que siempre está atento a todas nuestras necesidades. Pablo decía de él : Padre de misericordias y Dios de toda consolación. (2 Corintios 1:3).

Mujer, no podrás tú cambiar a ese hombre. Hijo, no podrás tú cambiar a ese padre que se extravió del camino. Hombre, no puedes encontrar en ti mismo la solución a un problema que se te agranda cada día. Hoy, más que nunca, necesitamos elevar la mirada al Padre nuestro que está en los cielos. Él jamás nos fallará, nos ama con amor eterno, si de verdad le buscamos, moverá los cielos y la tierra, pero no se desentenderá de nuestros conflictos, y aunque pasemos por el fuego y por agua, o por valles de muerte, allí estará con nosotros y por nosotros. Jamás él será un padre ausente.

Para los creyentes siempre habrá esperanza. El Señor nos libre de ser padres ausentes. Que nos ayude a ser los mejores amigos de nuestros hijos, que ellos no teman contarnos hasta sus más íntimos temores. Si de verdad nos guía el Espíritu del Señor, siempre habrá tiempo para las cosas más importantes. Dios sabe cómo ordenar nuestras prioridades.

Que en Su misericordia pueda el Señor librarnos del dolor de Adán y Eva, que tardíamente lloraron su desgracia pues descuidaron a sus hijos; se confiaron tanto, presumieron que «sus buenos hijos» serían incapaces de hacerse daño. Velemos por ellos mientras estén bajo nuestro cuidado. Ellos sentirán que nos preocupamos por ellos, que nos interesamos por ellos, si les hacemos preguntas tan simples como: ¿dónde vas?, ¿con quién te vas a juntar?, ¿a qué hora vas a regresar? ¡Una simple supervisión puede librarnos de tantas sorpresas terribles!

Y cuando ya se hayan ido, tendremos que seguir velando por ellos en oración ante el trono del Señor, recordemos que nuestra función sacerdotal terminará el mismo día que culmine nuestra carrera sobre esta tierra. (Números 20:25-28). ¡Concédanos el Señor tal sublime gracia! ¡Cómo necesitamos Su oportuno socorro!