La administración del misterio de Cristo confiado a Pablo.

El capítulo entero de Efesios 3 es un paréntesis. Efesios 2 presenta la doctrina de la iglesia; Efesios 4, las exhortaciones prácticas basadas en la doctrina.

Entre la doctrina y las exhortaciones tenemos esta importante digresión en la cual el Espíritu Santo presenta la administración especial, o servicio, confiada a Pablo con relación a la verdad de la iglesia.

En conexión con este servicio aprendemos que fue la insistencia en la verdad sobre la iglesia lo que llevó al apóstol a la cárcel. Esta gran verdad provocó aún más el odio especial y la hostilidad de los judíos, porque no solo mostraba a los judíos y a los gentiles en la misma posición delante de Dios –muertos en delitos y pecados–, sino porque rehusaba completamente exaltar a los judíos a un lugar de bendición por encima de los gentiles.

Somos entonces informados por qué medios el apóstol adquirió su conocimiento de la verdad del misterio. No fue por comunicaciones de hombres, sino por una revelación directa de Dios: «…por revelación me fue declarado el misterio» (Ef. 3:3). Esto implica una gran dificultad que surge con relación a la verdad del misterio.

Un misterio escondido durante el Antiguo Testamento

Cuando Pablo predicaba el evangelio en las sinagogas judías, él invariablemente apelaba a las Escrituras (ver Hechos 13:27, 29, 32, 35, 47; 17:2), y los judíos en Berea son expresamente alabados ya que escudriñaban las Escrituras para ver si la palabra predicada por Pablo estaba de acuerdo con ellas. Pero cuando el apóstol ministraba la verdad de la iglesia, él no podía apelar ya al Antiguo Testamento para la confirmación. Sería inútil para sus oyentes recurrir a las Escrituras para ver si estas cosas eran así.

La incredulidad de los judíos les hizo difícil aceptar muchas verdades que estaban en sus Escrituras, y aun Nicodemo erró en tener una vislumbre de la verdad del nuevo nacimiento. Pero aceptar algo que no estaba allí, algo también que dejaba de lado todo el sistema judaico que estaba allí, y que había existido por siglos con el consentimiento de Dios, era, para los judíos como tales, una dificultad insuperable.

Muchos cristianos difícilmente pueden apreciar esta dificultad, ya que la verdad de la iglesia está básicamente oscurecida en sus mentes, o hasta totalmente perdida. Viendo la iglesia como la suma de todos los creyentes en todos los tiempos, ellos no tienen ninguna dificultad en encontrar lo que creen ser la iglesia en el Antiguo Testamento. Porque ese fue el pensamiento de los hombres piadosos que es ampliamente comprobado por los títulos que dieron a muchos capítulos del Antiguo Testamento (ejemplo, el Salmo 45). Aceptemos, con todo, la verdad de la iglesia como fue revelada en la epístola a los Efesios, y entonces enfrentaremos esta dificultad que solo puede ser hallada por el hecho de que la verdadera iglesia es una revelación enteramente nueva.

Esta gran verdad que Pablo había recibido por revelación, él la describe como el misterio y de nuevo en el versículo 4 como el misterio de Cristo. Al usar el término «misterio», Pablo no desea transmitir el pensamiento de algo misterioso – un uso meramente humano de la palabra. En la Escritura, un misterio es algo que fue antes guardado en secreto, que no podía ser conocido de otra forma sino por revelación y que, una vez revelado, sólo podía ser comprendido por la fe.

El apóstol continúa explicando que este misterio no fue dado a conocer a los hombres durante los días del Antiguo Testamento, pero que ahora ha sido hecho conocido por revelación a los «santos apóstoles y profetas por el Espíritu». Los profetas mencionados aquí claramente no son los profetas del Antiguo Pacto, ni aun en Efesios 2:20. En ambos casos, el orden es «apóstoles y profetas», no «profetas y apóstoles», como sería de esperar si la referencia allí no es a los profetas de la antigüedad. Además de esto, el apóstol está hablando de lo que es revelado «ahora», en contraste con lo que fue revelado en el pasado.

Entonces, ¿cuál es este misterio? Evidentemente, no es el Evangelio, el cual no estaba escondido en otras épocas. El Antiguo Testamento está lleno de alusiones a la gracia de Dios y al Salvador que vendría, aunque estas revelaciones fuesen muy poco entendidas.

Se nos dice claramente en el versículo 6 que esta nueva revelación es que los gentiles “son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”. Los gentiles son hechos coherederos con los judíos, no del reino terrenal de Cristo, sino de aquella herencia mucho mayor descrita en Efesios 1, que incluye tanto las cosas en el cielo como las cosas en la tierra.

Y aun más, los creyentes gentiles son colocados con los creyentes judíos en un solo cuerpo del cual Cristo es la cabeza en el cielo. Además de esto, ellos participan juntamente de la promesa de Dios en Cristo Jesús. Los gentiles no son levantados al nivel de los judíos en la tierra, ni los judíos son rebajados al nivel de los gentiles. Ambos son quitados de su vieja posición y levantados a un plano inmensamente más elevado, unidos unos con otros sobre una base enteramente nueva y celestial en Cristo. Y todo esto acontece a través del Evangelio que trata con ambos en un nivel común tanto de culpa como de ruina completa.

Los tres grandes hechos mencionados en este versículo son revelados en Efesios 1. La promesa en Cristo incluye todas las bendiciones reveladas en los siete primeros versículos de aquel capítulo; la herencia es abierta delante de nosotros en los versos 3 al 21, y el «cuerpo», en los versículos 22 y 23.

El misterio puede ser así resumidamente colocado en el ámbito de un versículo único; sin embargo, capturar la grandeza de la verdad y todo lo que involucra esto, exige el más profundo ejercicio espiritual. Alguien dijo: «Es asombroso cómo los cristianos lentos deben entender la grandeza de los consejos de Dios… En general, somos obligados a estar mucho más ocupados con los detalles de la vida cristiana que con los grandes principios de esta vida».

La grandeza del misterio

En la contemplación del misterio, somos llevados de vuelta a la fundación del mundo, para encontrar su fuente en el corazón del Padre. Allí, todo fue deliberado según su bondad. Allí también, en Dios, este gran misterio permaneció escondido por todas las eras del tiempo, hasta que, en los caminos de Dios, el momento fuese oportuno para su revelación. Antes que aquel momento fuese alcanzado, los grandes eventos deberían acontecer: el mundo debía ser probado y comprobado ser un mundo completamente arruinado; Cristo debía ser manifestado en carne y su obra de redención acabada; él debía ser resucitado de los muertos y sentado en la gloria; y por fin, el Espíritu Santo debía venir a la tierra.

La presencia de Cristo en la tierra fue la prueba final y mayor del hombre. Viviendo entre los hombres, lleno de gracia y de verdad, él «anduvo haciendo bienes». En cada ayuda, él manifestó un poder que podía libertar al hombre de todo mal posible – sea del pecado, de la enfermedad, de la muerte o del diablo. Además de esto, con un corazón lleno de compasión, manifestó una gracia que usó de su poder a favor de hombres pecadores. Como resultado, toda esta manifestación de la bondad divina solo traía a la luz el odio absoluto del hombre hacia la bondad perfecta de Dios. Fue la demostración final de la completa ruina del hombre tanto judío como gentil.

Los judíos, rechazando completamente al Mesías prometido por mucho tiempo, sellaron su suerte al decir: «No tenemos más rey que César». Esto fue apostasía. Los gentiles comprobaron su completa ruina usando el gobierno que Dios había puesto en sus manos para condenar al Hijo de Dios después de haberlo declarado judicialmente inocente. La cruz fue la respuesta del hombre al amor de Dios – la prueba final de que el hombre es no solo un pecador, sino un pecador arruinado, distante de toda esperanza de recuperación por sí mismo. ¿Qué ocurre? El Cristo al cual el mundo rechazó asciende a la gloria, y el mundo cae bajo el juicio. La luz del mundo es anunciada, y el mundo es dejado en oscuridad. El Príncipe de la vida es muerto, y el mundo es dejado en la muerte. La muerte y la oscuridad cubren toda la escena, judíos y gentiles, tanto unos como otros, muertos para Dios en trasgresiones y pecados.

Entonces, ¿no hay más esperanza para un mundo arruinado? ¿Debe el mundo caminar hacia el juicio con su vasto cargamento de almas en ruina? ¿Fue vencido el hombre por el pecado y por la muerte? ¿Frustró el diablo los objetivos de Dios, envolviendo al hombre en la ruina sin esperanza y triunfando sobre todos? En cuanto concierne al hombre, hay solo una respuesta. Todo está irreparablemente arruinado. La cruz prueba que este no es un mundo que está muriendo, sino un mundo que está muerto. «…pensando esto, que si uno murió por todos, luego todos murieron» (2ª Cor. 5:14).

Sin embargo, en esta crisis suprema, cuando el fin del mundo es alcanzado y su terrible historia de pecado está encerrada en la muerte, entonces Dios vuelve a Sus consejos eternos, actúa según su beneplácito y en el debido tiempo revela los secretos de su corazón. Si el mundo está muerto, Dios está vivo, y el Dios vivo actúa según Sus consejos. El mundo había puesto al Cristo de Dios sobre una cruz de vergüenza; Dios resucita a Cristo de entre los muertos y lo sienta sobre un trono de gloria; en el tiempo debido, en el gran día de Pentecostés, el Espíritu de Dios viene al mundo desde Cristo glorificado.

Maravilloso, de hecho, fue aquel momento cuando la tierra estaba sin forma y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, pero mucho más maravilloso fue el día cuando el Espíritu de Dios entró en un mundo que se había arruinado por expulsar a la luz del mundo y dar muerte al Príncipe de la vida. ¿No podemos decir que una vez más «las tinieblas estaban sobre la faz del abismo», y una vez más «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»? Dios comienza una nueva obra de creación basada, no en el hombre que muere, sino en «Cristo, el Hijo del Dios viviente» – el principio de la creación de Dios.

De en medio de un mundo de judíos apóstatas y gentiles impíos, Dios llama hacia afuera a una gran compañía de almas vivificadas, redimidas por la sangre y perdonadas según las riquezas de Su gracia; y no solo las llama para afuera de un mundo en ruinas, sino que las une en un cuerpo con Cristo, su cabeza en los cielos. Ellas no son del mundo en el cual Cristo fue rechazado, así como él no es del mundo (Jn. 17:16), sino que pertenecen al cielo donde Cristo su cabeza está sentado, resucitado y exaltado. Además de esto, ellos se asociarán a Cristo en su herencia gloriosa, cuando él domine sobre todo el universo creado de Dios, así las cosas de los cielos como las de la tierra.

Tal, entonces, es este gran misterio, en otras eras no hecho conocido a los hijos de los hombres, mas ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, y ministrado a nosotros por el apóstol Pablo. Pues de esta gran verdad, como el apóstol nos dice, él fue hecho un ministro (v. 7). No es que no fuese revelado a otros apóstoles –Pablo nos dice que lo fue–, mas a él se le confió el servicio especial de ministrar esta verdad a los santos. Por eso, solo en las epístolas de Pablo encontramos alguna revelación del misterio. La gracia de Dios había dado este ministerio al apóstol, y el poder de Dios lo capacitó para usar el don de la gracia. Los dones de Dios solo pueden ser usados en el poder de Dios.

Además de esto, el apóstol nos habla del efecto que esta gran verdad tuvo sobre él (v. 8). En la presencia de la grandeza de la gracia de Dios, él se ve como el principal de los pecadores (1ª Tim. 1:15); en la presencia de la inmensa perspectiva de la bendición revelada por el misterio, él siente que es menor que el menor de los santos. Cuanto mayores son las glorias abiertas a nuestra visión, menores nos tornamos a nuestros propios ojos. El hombre que tuvo la mayor aprehensión de este gran misterio en toda su vasta extensión, fue el hombre que reconoce ser el menor de todos los santos.

Para cumplir su ministerio, el apóstol predicó entre los gentiles las riquezas insondables de Cristo (v. 8). Pablo no solo proclamó la ruina irremediable del hombre, sino las riquezas insondables de Cristo, riquezas que están más allá de todo cómputo humano, trayendo bendiciones sin límite. Si nosotros buscásemos procurar el fin de sus riquezas, no alcanzaríamos el límite de las bendiciones que estas riquezas confieren.

Con todo, la predicación del evangelio tenía en vista la segunda parte del servicio de Pablo – esclarecer todo con la verdad de la «dispensación [administración] del misterio» (v. 9). No simplemente esclarecer todo con la verdad del misterio, sino con el conocimiento de cómo él es administrado; mostrar a todos los hombres cómo el consejo de Dios de eternidad a eternidad es realizado a tiempo por la formación de la iglesia en la tierra, y así traer a luz en público aquello que estaba hasta aquí escondido en Dios desde el principio del mundo.

Más aun, no solo que Dios aclararía a todos los hombres en cuanto a la formación de la iglesia en la tierra, sino que es su intención que hora todos los seres celestiales deben aprender en la iglesia la multiforme sabiduría de Dios. Estos seres celestiales habían visto a la creación venir de las manos de Dios, y cuando vieron Su sabiduría en la creación, cantaron de alegría. Ahora, en la formación de la iglesia, ellos ven la «multiforme (en todas sus variedades) sabiduría de Dios» (v. 10).

La creación fue una demostración de la más perfecta sabiduría creacional, mas en la formación de la iglesia, la sabiduría de Dios es demostrada en todas las formas. Antes que la iglesia pudiese ser formada, la gloria de Dios tenía que ser demostrada, la necesidad del hombre tenía que ser satisfecha, el pecado tenía que ser puesto de lado, la muerte abolida, y el poder de Satanás anulado. Debe ser removida la barrera entre judíos y gentiles, el cielo abierto y Cristo sentado como un Hombre en la gloria, el Espíritu Santo viniendo a la tierra y el evangelio predicado.

Todo esto y más está implicado en la formación de la iglesia, y estos variados fines solo pueden ser alcanzados por la exposición de todas las variadas sabidurías de Dios, no solo en una dirección, sino en todas direcciones. Así, la iglesia en la tierra se transforma en el libro de lecciones de los seres celestiales y angélicos. Ni el fracaso de la iglesia en sus responsabilidades alteró el hecho de que en la iglesia aprenden los ángeles esta lección. Al contrario, solo hace más manifiesta la maravillosa sabiduría que, resurgiendo de todo el fracaso del hombre, venciendo cada obstáculo, finalmente conduce a la iglesia a la gloria «conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor».

Efectos prácticos de la revelación del misterio

En los versículos siguientes (12-13), el apóstol se desvía de la revelación del misterio para dar una breve palabra sobre su efecto práctico. Estas maravillas no son desarrolladas delante de nuestra visión simplemente para ser admiradas, como de hecho son admirables, pues como dijo David de la casa de Dios, ella es «magnífica por excelencia» (1 Cr. 22:5). Sin embargo, es igualmente verdadero que el misterio es excesivamente práctico, y en estos dos versículos vemos el efecto del misterio cuando es correctamente comprendido y aplicado. Él es una verdad que nos hará estar en casa en el mundo de Dios, pero nos pondrá fuera del mundo del hombre.

Como el hombre ciego de Juan 9, al ser expulsado por el mundo religioso, se halló en la presencia del Hijo de Dios, así Pablo tiene acceso al palacio en el cielo (v. 12), pero se encuentra en una prisión en la tierra (v. 13). Cristo Jesús, aquel por quien todos estos propósitos serán cumplidos, y aquel por quien tenemos acceso por la fe al Padre. Si en Cristo seremos puestos delante de Dios santos, sin culpa, en amor, entonces en Cristo tenemos libertad ahora mismo y acceso al Padre con confianza.

Esta gran verdad nos hace estar en casa en la presencia del Padre. Pero en el mundo esto nos llevará a tribulación. Eso encontró Pablo, pero él dice: «No desmayéis a causa de mis tribulaciones» (3:13). Aceptar la verdad del misterio –andar en la luz de él– nos pondrá al mismo tiempo fuera de la corriente de este mundo y, antes de todo, fuera del mundo religioso. Actuemos según esta verdad y al mismo tiempo encontraremos la oposición del mundo religioso. Será con nosotros como fue con Pablo, una lucha continua, y especialmente con todo lo que es judaizante. Y debe ser así, ya que estas grandes verdades socavan por entero la constitución humana de todo sistema religioso hecho por el hombre.

¿Es la verdad del misterio, como el conocimiento que Pablo procuró traer a luz a todos los hombres, proclamada en los púlpitos de la cristiandad, en las convenciones de los santos o asimismo en las palestras evangélicas? ¿Es la verdad del misterio involucrando la ruina total del hombre, el rechazo completo de Cristo por el mundo, la reunión de Cristo en la gloria, y la presencia del Espíritu Santo en la tierra, la separación del creyente del mundo y el llamado de los santos al cielo –esta gran verdad, es proclamada o tiene efecto sobre las iglesias nacionales y las denominaciones religiosas de la cristiandad? No, ella no tiene lugar en sus credos, en sus oraciones o en sus enseñanzas. Mucho peor, es negada por su propia constitución, su enseñanza y su práctica.

No obstante, si esto es así, tenemos un recurso. Podemos orar, y por eso estos dos versículos (12 y 13) conducen casi naturalmente a la oración del apóstol con la cual cierra el capítulo. Si tenemos libertad y acceso con confianza, entonces podemos orar. Si nos vemos enfrentados a tribulaciones, entonces debemos orar. Así que, en presencia del servicio especial dado a Pablo para ministrar la verdad, y a la tribulación que este servicio le significó, él tuvo un solo recurso, doblar sus rodillas delante del Padre de nuestro Señor Jesucristo.

La oración en el primer capítulo de Efesios fue dirigida al «Dios de nuestro Señor Jesucristo». Allí, Cristo es visto como un Hombre en relación a Dios, y de Cristo colocado por encima de todo, miramos hacia abajo a la herencia extendida en toda su vasta amplitud de gloria. Aquí, la oración es dirigida al«Padre de nuestro Señor Jesucristo», y Cristo es visto como el Hijo en relación al Padre, y en vez de mirar hacia abajo a la herencia, alzamos los ojos hacia las Personas divinas.

En la primera oración, el pedido consiste en que podamos conocer la esperanza de su llamamiento, la gloria de su herencia y la supereminente grandeza de su poder. Pero esta otra oración se eleva más allá del llamamiento, se extiende más allá de la herencia, y conduce a aquello que es mayor que el poder. Pues aquí el apóstol ora no solo para que podamos conocer la esperanza del llamamiento, sino para que Cristo –aquel en quien somos llamados– pueda vivir en nuestro corazón; no solo para que conozcamos las riquezas de su herencia, sino para que podamos conocer la plenitud de Dios; no sólo para que conozcamos su supereminente poder, sino para que podamos conocer el amor de Cristo que excede a todo entendimiento.

Para que estos pedidos puedan ser concedidos, el apóstol ora a favor de una obra especial del Espíritu Santo en el hombre interior. En la primera oración, el poder es en nuestra dirección; acá, el poder opera en nosotros. Allí él era la iluminación de los ojos para ver la herencia; aquí es una obra en el corazón para comprender el amor. Para entrar en las cosas profundas de Dios, debemos ser arraigados y cimentados en amor. Ser arraigado y cimentado en el conocimiento de las escuelas no será de ningún provecho en el aprendizaje de los misterios de Dios.

Aquí tocamos un área que está más allá de la capacidad del hombre. Estamos en contacto con cosas que ojos no vieron, ni oídos oyeron, ni entraron en el corazón del hombre, cosas que solo Dios puede enseñar a través de nuestros relacionamientos. Así, cuando Cristo vive en el corazón por la fe, y estamos arraigados y cimentados en amor, entonces seremos «capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura…». El apóstol no dice exactamente a qué se refieren estos términos, ¿mas no tiene él en vista los consejos infinitos de Dios, hace mucho tiempo escondidos, pero ahora finalmente revelados en el misterio? Esto es posible comprenderlo, mas hay aquello que sobrepasa al conocimiento – el amor de Cristo. Este puede ser perfectamente disfrutado, pero nunca alcanzaremos su fin o sondearemos sus profundidades.

Aquí somos lanzados en un mar sin puerto, cuyas profundidades nunca sondeó alguna línea. En el conocimiento de este amor seremos llenos de toda la plenitud de Dios. La plenitud de Dios es aquella con la cual Dios está lleno. Cristo es la plenitud de Dios, como leemos: «En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Col. 2:9).

La iglesia es la plenitud de Cristo, «la plenitud de aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:23). Solo Dios puede conducir nuestro corazón al conocimiento del amor de Cristo y así llenarnos de su plenitud. Pues él «es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros». No es haciendo cosas para nosotros, pese a cuán verdadero esto pueda ser, mas aquí el poder está operando una obra en nosotros.

El apóstol no está hablando de nuestras circunstancias y necesidades diarias y todo lo que su misericordia puede hacer por nosotros; él está hablando de aquel vasto universo de bendición en el cual Él puede conducir nuestra alma por una obra en nosotros. El apóstol no dice: «…mucho más abundantemente de lo que podemos pedir o pensar», como algunas veces es citado erradamente el versículo. Alguien dijo: «Hay una gran diferencia entre lo que pedimos y pensamos y lo que podemos pedir y pensar. No hay ningún límite para lo que podemos pedir». Ni podemos limitar lo que Dios puede hacer en los santos para bendición de ellos y para Su gloria.

Esto conduce al apóstol a acercarse prorrumpiendo en alabanza: «A él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús, por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén». Fue el gran privilegio de Pablo administrar (dispensar) el misterio en el tiempo, más, dice Pablo, que sea para la gloria de Dios por toda la eternidad. Deliberado en la eternidad antes de la fundación del mundo, él existirá para la gloria de Dios por toda la eternidad, cuando el mundo no sea más.

Hamilton Smith (1862-1943). Expositor inglés de las Escrituras.
Traducido del libro Pequenos Artigos sobre a Igreja.