Apuntes acerca del apóstol Pedro y la cruz.

No más Simón

El primer encuentro de Pedro con el Señor Jesús lo relata Juan en su evangelio. (1:40-42). Ante Andrés, su hermano, Pedro guarda silencio, porque acaba de oír de su boca algo tremendo: ¡Hemos hallado al Mesías! En el corazón del más sencillo israelita esta declaración implicaba el cumplimiento de la esperanza histórica y profética de toda la nación. Sus ojos se cruzan con los de Jesús (esta escena volvería a repetirse más tarde en dramáticas circunstancias), y le oye decir: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas” (Pedro = piedra).

Pedro no tenía la menor idea de que su paso de “Simón” a “Cefas” le significaría pagar un altísimo precio.

Un rumbo para su vida

Un nuevo encuentro de Pedro con el Señor lo relata Lucas (5:8). Allí queda impactado por la pesca milagrosa, pese a que él era un experimentado pescador. Aquí se encuentra, sin duda, ante algo sobrenatural. Queda espantado por el milagro, y cae de rodillas diciendo: “Apártate de mí Señor, porque soy hombre pecador”.

Este es el primer juicio que hace de sí mismo – llamémoslo un “juicio preliminar”– absolutamente necesario de ser realizado por todos cuantos de acercan al Señor. Aún cuando se reconoce pecador, no huye, más bien se acerca, porque el Señor siempre atrae al pecador arrepentido. Pedro dice: “Apártate de mí, Señor”, pero Él no se aparta, sino que le recibe amorosamente, le consuela y le traza el rumbo para el resto de su vida: “Desde ahora serás pescador de hombres”.

El primero entre los discípulos

De aquí en adelante Pedro seguirá a Jesús con entusiasmo, aunque muchos otros retrocedan. Él dirá: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” ( Juan 6:68). Será testigo íntimo de los muchos milagros que Jesús hacía cada día.

Pedro está extasiado con su Maestro, lleno de admiración por él, oyendo atentamente cada palabra que sale de su boca, y celebrando las triunfantes respuestas dadas a los fariseos cuando venían a tentarle. Estaba muy cerca del Maestro, como cuidándole, cuando éste se movía entre la multitud (Lucas 8:45). Parece que siempre estaba encima de todos los acontecimientos.

Sus preguntas solían ser acertadas, como las de un alumno destacado: “¿Cuántas veces perdonaré?” (Mateo 18:21); “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué pues tendremos?” (Mateo 19:27); “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿y qué señal habrá de tu venida?” (Marcos 13:3). De la respuesta a cada una de sus preguntas, surgen nuevas e importantes enseñanzas.

Hasta aquí, Pedro es el prototipo del creyente fiel que ha tenido un encuentro real con el Señor Jesús, uno que, partiendo con un genuino arrepentimiento de sus pecados, sigue gozoso a su Maestro y Señor. Es un discípulo que no trepida en dejarlo todo por él, reconociendo que el Señor es digno de ser seguido y obedecido. Su vida entera ha cambiado; es feliz con su nueva vida con Jesús, se destaca entre sus compañeros, llega a ser el primero entre los doce escogidos para ser apóstoles (Mateo 12:1-2).

Las lecciones de Pedro

Pero en este caminar con el Señor Jesús hay muchas lecciones por aprender, y Pedro aún no se conoce a sí mismo. Jesús lo sabe, pero Pedro no lo sabe. Tiene un altísimo concepto de sí mismo, pero no está consciente de ello. Es cierto, sus grotescos pecados pasados ya quedaron atrás, lejos en su historia, pero ahora está a punto de conocer la bajeza de su propia naturaleza.

Cuando camina sobre las aguas, experimenta su primer fracaso: ha quitado los ojos del Señor y sucumbe ante el fuerte viento (lo mismo ocurrirá a cuantos pierdan de vista al Señor y sólo se fijen en las dificultades). Pero ¡cuán bueno y misericordioso es el Señor que nos salva de morir ahogados en nuestra incredulidad! (Mateo14:28).

Cuando Pedro proclama: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” en Cesarea de Filipos, recibe la aprobación del Señor, quien lo llama “bienaventurado”, ya que el Padre (“mi Padre que está en los cielos”) lo había favorecido con tal bendita revelación.

Quitando lo humanamente bueno

A juzgar por la escena que Mateo relata a continuación de la escena de Cesarea, parece que Pedro no entendió que aquello había sido de pura gracia. Quizás creyó que algo de bueno había en él para merecer tal atención … entonces aparece con la más temeraria de las declaraciones. ¡Comienza a reconvenir al Señor, y recibe la más severa reprensión: “¡Apártate de mí, Satanás!”

Es como si el Señor le dijera: “Pedro, tu buena intención, lo mejor de ti, está inspirado por el diablo mismo”. Días de silencio le esperan. Días sombríos como los que pasan muchos creyentes que fallan, que son reprendidos, o que viven su propia disciplina.

¿Será que cuando los siervos del Señor experimentan un triunfo espiritual o cuando son usados por Dios en la ministración de una palabra, están más expuestos a cometer un error, porque les ha sobrevenido una arranque de confianza en sí mismos? Entonces será necesario … no, ¡será imprescindible! vigilar ante el Señor y seguir reconociendo que nada somos sin Él, aun cuando nos encontremos en la cúspide de nuestra carrera o servicio.

Pedro exhibió aquí su mejor intención; él amaba a su Maestro, no cabía en su mente la posibilidad de verlo sufrir, entonces se interpone en el camino del Señor e intenta evitarle la cruz, ignorando que con esto se oponía al santo propósito de Dios de redimir al hombre por el sacrificio de su Cordero. El mejor pensamiento de Pedro distaba del pensamiento divino como la tierra del cielo (Isaías 55:9).

Siempre será así, Dios es Dios, y es bueno que como hombres ocupemos sólo nuestro lugar como siervos en su obra para andar sólo en sus caminos y no en los nuestros.

Recordemos que aquí el Señor no está juzgando una mentira, un homicidio o un pecado moral, la severa reacción del Señor es para atacar la bondad natural de Pedro. Esta es la obra subjetiva de la cruz: hacer morir la carne para vivir en el Espíritu.

La obra de la cruz aquí no ataca sólo lo intrínsecamente malo, sino lo “bueno” de mí, lo que amo de mí mismo, mi buen criterio, mi amor, mi buena voluntad, mis buenas ideas; esto es perder la vida (natural) para hallar la verdadera vida (espiritual, eterna, de Cristo).

La torpeza en el monte

“Seis días después” registra Mateo 17:1. ¿Después de qué? Después de la reprensión hecha a Pedro. ¿Qué pasó en esos seis días? Nada que valga la pena registrarse. Queda más bien el testimonio del silencio. No es para menos. Después de una experiencia así no queda mucho que decir. ¿Ha vivido usted esos días sombríos bajo la poderosa mano disciplinaria del Señor? Son momentos en que se mezcla el juicio y el remordimiento ¿Para qué hablé? (Nadie me pidió la opinión) ¿Y si lo hubiese dicho de otra manera? ¡Oh, que lleguemos a exclamar: “¡Señor, no sirvo para nada!, “Lo mejor de mí no te sirve”, “Sólo sirvo para estorbar tu propósito”, ¡Señor, sálvame de mí mismo! ¡Vive tu vida en mí!”

Sin embargo, Pedro no es desechado ni retrocede: sigue en silencio. Tal vez avergonzado, pero sigue. Entonces el Señor decide llevarlo aparte, con Jacobo y Juan; van al monte donde el Señor se transfigura. ¡Qué tremenda experiencia! ¡Qué gloriosa visión del Señor! ¡El Señor glorioso, junto a Moisés y Elías!

Pedro, exultante de emoción, vuelve a abrir su boca, esta vez no para reprender al Señor, sino para sugerir la construcción de tres “enramadas”. ¿Tres enramadas? ¿Para qué podría servirle al Señor una enramada? Una frágil y tosca edificación terrenal para un Señor tan glorioso, más encima poniendo a Moisés y Elías en la misma categoría que a Jesús. O más bien, rebajando al Señor Jesús, el Cristo, el Hijo del Dios viviente, al plano de Moisés y Elías. Con razón Lucas escribe: “No sabiendo lo que decía” (Luc.9:33). Ahora es Dios el Padre quien lo hace callar. “Mientras él aún hablaba” Dios lo interrumpe. 1

Una vez más Pedro no puede controlar las emociones de su alma. En realidad, aun vive por el alma. Aun no conoce la vida profunda, la del espíritu. De nuevo la buena intención de Pedro no sirve absolutamente para nada. Pero Dios tiene un propósito con él y cumplirá su objetivo.

¿Ve usted, amado hermano, cómo una experiencia grata con el Señor no lo hace a usted el más sabio de los hombres? Una experiencia grata puede muy bien desatar una seguidilla de sugerencias y decisiones ingratas y nefastas con el correr del tiempo: “Construyamos esto”, “Hagamos tal o cual plan”, “Vayamos a este o a aquel lugar”, “Compremos esto”, “Vendamos aquello”. “¡Hagamos cosas buenas para Dios!”

Que el Señor nos libre de hacer o decidir lo que Él nunca mandó que se haga o decida comprometiendo su Nombre y su gloria.

¿Comprende ahora por qué muchos buenos planes para la obra de Dios decididos en medio del entusiasmo y la emoción terminan en desastre y oprobio? Es el precio vergonzoso que se paga cada vez que se emprende algo que Dios nunca mandó, o que no se le consultó debidamente.

Pedro acaba de recibir un golpe más a la fortaleza de su alma (apenas tuvo seis días para reponerse del anterior).

El desmoronamiento

Pero esto no es todo. Aun faltan algunas experiencias en que Pedro probará el fracaso de sus buenas intenciones.

“Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante me negarás tres veces” (Mateo 26:33-34). Estas palabras del Señor no bastaron, sin embargo, para frenar el ímpetu del discípulo (cuando no respondemos a la enseñanza de una palabra del Señor tenemos que vivir una dura experiencia para aprenderla). Ahora desafía (y es su emoción la que habla) los dichos de su Señor: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo” (v.35). Sabiendo lo que ocurriría, el Señor prefirió guardar silencio ante tan contagiosa arenga.

Todos sabemos lo que ocurrió después. Bastó el sencillo comentario de una sirvienta para que el valiente servidor negara con juramento: “¡No conozco al hombre!” (Mateo 26:74). Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó … “Entonces vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lucas 22:61). ¿Puedes imaginarte el cruce de tales miradas? Esta mirada terminó de desmoronarlo, salió fuera, buscó un lugar solitario y lloró amargamente.

Aquí no fue necesario que recibiera ni consejos ni reprensiones, ni palabra alguna. El vaso se rompió completamente. Este llanto es la crucifixión del alma de Pedro. La culminación de su fracaso. En Cesarea de Filipo conoció quién era Jesús; en el patio de Anás, se conoció a sí mismo. Allí aprendió a nunca hacer promesas a Dios, menos basado en sí mismo. Allí conoció que era vil (Job 40:4-5). Ningún fracaso anterior lo hizo llorar tanto como éste.

El Señor permite fracaso tras fracaso en sus siervos hasta que el alma, con toda su fortaleza y soberbia, se quebrante y ceda el paso al espíritu.

El retorno de Pedro

Pero la historia no termina aquí. La resurrección del Señor se verificará luego de un par de noches, al amanecer del próximo primer día de la semana, y con ella también comenzará el retorno de Pedro … El Señor resucitado envía instrucciones a sus discípulos por medio de María Magdalena. Allí incluye un mensaje personal: “ … y a Pedro” (Marcos 16:7).

El Señor, lleno de amor y ternura, no se extrañó por la negación ni le afectó en manera alguna. El conocía a sus discípulos (era Pedro quien no se conocía), y no tuvo reprensión alguna para él, pues sabía que la lección estaba aprendida.

El fruto del quebrantamiento

Más tarde, ya en el libro de los Hechos vemos a otro Pedro, ahora lleno del Espíritu Santo, predicando con poder y autoridad, sanando enfermos, confrontando a las multitudes con el mensaje del reino, enfrentando al Sanedrín, reprendiendo a los infieles, sufriendo afrentas gozoso, abriendo la puerta del evangelio a los gentiles. Aquí se ve el fruto apacible de la disciplina del Señor (Hebreos 12:11). El vaso está quebrantado; el alma está más dúctil, ahora puede decir a los cristianos judaizantes de Jerusalén: “¿Quién era yo para que estorbara a Dios?” (Hechos 11:7).

El débil y deforme Simón, hijo de Jonás, ahora está convertido en un Cefas (Pedro), una piedra viva en el edificio de Dios (1ª Ped.2:5).

Sigamos el camino de Pedro

Con todo, pese a todas estas gloriosas experiencias aún Pedro no ha alcanzado la perfección. Todavía tendrá que recibir una vergonzosa reprensión en público por parte de otro siervo del Señor (Gál.2:11-16). No se registra en los escritos del Nuevo Testamento una reacción negativa de Pedro ante esta situación; más bien parece que supo recibirla como de parte del Señor, pues en su última epístola se refiere elogiosamente a los escritos “de nuestro amado hermano Pablo” reconociendo la sabiduría que su mismo Señor le había dado (2ª Pedro 3:15-16).

Que aprendamos de Pedro a aceptar los tratos de Dios, las reprensiones del Señor y la disciplina del Espíritu Santo, en fin, a tomar nuestra cruz, a sufrir el quebranto de nuestra alma, aceptar la derrota del yo, y la muerte del impulso natural, a vivir en Cristo y por Cristo la vida del Espíritu.

Entonces seremos vasos útiles en la mano del Señor, y seremos bendición para la iglesia, y no sólo para la iglesia: también para el mundo que nos rodea, a causa de la encomienda que nos ha sido dada.

 1 Nótese que se registran al menos cuatro ocasiones en que Pedro fue interrumpido en su hablar: Por el Padre (Mat.17:5), por el Hijo (Mat.17:25), por el Espíritu Santo (Hech.10:44); y, la más humillante de todas, por el gallo que cantó (Luc.22:60).