Lo que Dios le ha confiado a la Iglesia.

Gino Iafrancesco

En esta segunda parte, con la ayuda del Señor, estaremos viendo algo complementario con lo del depósito de Dios. Digamos que la primera parte tiene que ver con la conciencia del depósito, y especialmente con esos dos aspectos: el aspecto interior y el aspecto exterior, la ortodoxia de la verdad y la realidad espiritual de lo que dice la ortodoxia.

Ahora estaremos mirando un poquito más también otros versos de la palabra relacionados con el depósito de Dios; estaremos viendo, tomando conciencia de que ese depósito tiene una medida específica y también que tiene una función específica dentro de la iglesia.

La fe dada a los santos

Vamos a abrir la palabra del Señor en otros lugares. Empecemos por Juan. En el capítulo 2, vamos a fijarnos en alguna expresión importante aquí de Juan. Versículo 24. Aquí está el depósito. «Lo que habéis oído desde el principio…». Eso es lo que fue confiado a la iglesia. Este principio no se refiere a ningún principio denomina-cional específico, a ningún avivamiento específico en la historia de la iglesia, sino al principio mismo de la iglesia, a ese momento coyuntural especial, cuando lo que el apóstol Judas llama «la fe que una vez fue dada a los santos».

Dentro del plan de Dios hubo algo especial que se llamó la entrega de la fe. Así como en el Sinaí hubo un momento especial en que fueron entregadas las tablas de piedra y los mandamientos y aquellas tipologías que Dios mandó que se hicieran; eso fue un momento especial, así también hay una entrega especial de la fe, un momento histórico, el cumplimiento del tiempo, cuando el Hijo de Dios vino y habló, y prometió el Espíritu, y envió a los apóstoles, y ellos recibieron el Espíritu y fueron encomendados con el depósito, con «la fe que una vez fue dada a los santos».

Entonces, a eso se refiere aquí el apóstol Juan cuando dice: «…lo que habéis oído desde el principio». Es decir, el contenido completo de la fe de la iglesia fue entregado en ese primer siglo.

Ya el canon fue cerrado; la Escritura ya no puede ser acrecentada, la fe ya fue expresada de manera completa. Lo que podemos ahora hacer es penetrar en la Palabra, crecer en ella cada vez más; pero ya no habrá una revelación nueva. Podremos ser iluminados, y hasta llamarle revelación a la luz que el Espíritu nos da acerca de lo que ya está escrito; pero ya no habrá otra Biblia, ya no habrá otro momento, ya no vendrá otra fe.

Dice Pablo a los gálatas: «Aquella fe que había de ser manifestada». Aquella fe, la fe, que una vez fue dada a los santos, ese es el contenido del depósito. «Si lo que habéis oído al principio permanece en vosotros». Mire qué capacidad tiene ese depósito, mire hacia dónde nos conduce ese depósito espiritual del que hemos venido hablando, y el cual tenemos que penetrar y recibir, disfrutar, comerlo, digerirlo, desglosarlo, aplicarlo, en la administración de Dios, de la gracia y de los misterios de Dios.

«Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre». O sea, ¿qué hace este depósito de Dios? Esta fe que una vez fue dada a los santos, primeramente, nos coloca en el Hijo. La fe nos saca de nosotros mismos, la fe nos bautiza en Jesucristo, nos sumerge en él, nos coloca en él, y a él en nosotros. Y por la fe de Jesucristo tenemos entrada, por un mismo Espíritu, al Padre.

Entonces, lo que oímos desde el principio, la fe que una vez fue dada a los santos, tiene la capacidad de colocarnos en el Hijo. Otras cosas no, otras ideologías no. Otras palabras nos van a dejar en nosotros mismos, nos van a dejar patinando en el barro y hundiéndonos cada vez más. Pero la fe del Hijo de Dios, esa fe, nos coloca en el Hijo, nos establece en el Hijo, muertos, crucificados juntamente con el Hijo, resucitados juntamente con su Hijo, sentados juntamente con él en lugares celestiales. Nos coloca en el Hijo, y el Hijo nos introduce al Padre.

Ese es el verdadero efecto de la verdadera palabra de Dios, de la verdadera fe. Nos coloca en el Hijo. Nos saca de nosotros y nos pone en el Hijo, y pone al Hijo en nosotros; nos da entrada al Padre y pone también al Padre en nosotros.

Puestos en el Padre y en el Hijo

Por eso, mire cómo Pablo le hablaba a la iglesia en Tesalónica, allí en el saludo: «Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses…». Pero Pablo no termina la frase ahí; él dice algo precioso: «…la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo». ¿Se da cuenta? No es solamente la iglesia en Tesalónica; es la iglesia en Tesalónica en Dios Padre. Aunque estaban en Tesalónica, aunque todavía no habían sido arrebatados, estaban dentro de Dios, y Dios dentro de ellos.

El cielo y la tierra se habían juntado en la casa de Dios. La casa de Dios es como el tabernáculo de reunión, donde el cielo y la tierra se reúnen. Acuérdense de esa palabra – reunión. Aunque aún no había sido arrebatada la iglesia, la iglesia ya había entrado al Padre por la puerta que es el Hijo, y la iglesia estaba en el Padre y en el Hijo. La iglesia de los tesaloni-censes en Dios Padre y en su Hijo Jesucristo.

¿Quién puede meter la iglesia dentro de Dios? ¿Quién puede poner la iglesia en Jesucristo? El propio Espíritu, por la propia palabra de Dios. «Si lo que habéis oído desde el principio», la fe que una vez fue dada a los santos, «permanece en vosotros, vosotros permaneceréis en el Hijo». Eso es lo que produce el depósito de Dios; te coloca en el Hijo para que permanezcas en el Hijo, y por medio del Hijo permanezcas en el Padre.

Entonces, es una cosa riquísima. Nos coloca, con toda nuestra carga, con todos nuestros pecados y problemas, en el Hijo crucificado, pero también en el Hijo resucitado. Por causa de nuestra miseria, el Hijo tuvo que ser crucificado, y tuvo que cargar con nosotros, para crucificarnos y sepul-tarnos también a nosotros. Pero resucitó cargándonos, como el sumo sacerdote cargaba sobre sus hombros aquellas piedras, y sobre su pecho aquellas piedras con los nombres de los hijos de Israel, en figura del sumo sacerdocio de nuestro Señor Jesús, que entra en el Lugar Santísimo llevándonos sobre su corazón y sobre sus hombros, introduciéndonos al Padre. Porque primeramente el Padre nos puso en el Hijo, y también puso al Hijo en nosotros.

Eso es lo que hace la palabra de Dios viva, eso es lo que hace el depósito de Dios, la fe: colocarnos en el Padre y en el Hijo. Por lo tanto, es muy importante estar abiertos y recibir el depósito de Dios, la palabra de Dios, la fe que había de ser revelada, la fe que una sola vez fue dada a los santos y que debe ser guardada mediante el Espíritu, reteniendo la forma de las sanas palabras que son en la fe y amor en Cristo, y guardando el buen depósito.

Ahora, les decía que hay que tener en cuenta otro detalle: Para que haya eficacia en eso, para que ese efecto de colocarnos para permanecer en el Padre y en el Hijo, se necesita recibir la fe completa. El depósito tiene una medida. Ahora, tenemos que detenernos un poquito en la conciencia de que esa fe tiene una medida.

La medida del depósito

Entonces, vamos a valernos otra vez de 1ª a los Tesalonicenses 3:9-10. «Por lo cual…», o sea, cuando regresó Timoteo a dar buenas nuevas de cómo los hermanos estaban firmes en la fe y en el amor, a pesar de las persecuciones allá en Tesalónica. «Por lo cual, ¿qué acción de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de vuestro Dios, orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro y completemos lo que falte a vuestra fe?».

Son frases importantes de Pablo. Pablo tenía conciencia que había podido estar en Tesalónica tan poco tiempo. Unas pocas semanas, tres meses él estuvo allí, visitando la sinagoga, dando testimonio hasta que surgió la iglesia y surgió la persecución. Y Pablo tuvo que salir de allí para Berea, y luego, los de Tesalónica que lo perseguían llegaron a Berea y tuvo que irse para Atenas, y dejar a Silvano en Berea y dejar a Timoteo en Tesalónica, y él estar en Atenas también dando testimonio, y desde ahí escribió esta carta cuando llegó Timoteo.

Cuando llegó Timoteo, le trajo esas buenas noticias, y dice Pablo que se gozó demasiado. Eran hermanos en la fe, hermanos que amaban, hermanos que evangelizaban. De tal manera cuenta Pablo en esa carta que cuando él llegaba a otras partes ya se le habían adelantado los hermanos y habían evangelizado.

Pero aun así, Pablo insistía en orar día y noche por Tesalónica, porque él era consciente de esto que estamos llamando la medida del depósito, la medida de la fe que fue confiada a la iglesia. Le dice el Señor a ella: «Acuérdate de lo que has recibido y oído, y arrepiéntete, y guárdalo, porque no he hallado tus obras perfectas». Algunas cosas se están perdiendo, algunas cosas ya están muertas, algunas cosas son sólo inercia; tienes nombre de que vives, pero estás muerto.

Entonces, existe una medida en ese depósito, y la iglesia debe tener conciencia de esa medida. Y debe volverse al Señor, para que el Señor recupere, restaure, la medida de la fe. Como dice aquí, la fe completa. Pablo insistía, para volver a Tesalónica. Y dice, porque él quería volver, aunque eran amados hermanos. Uno pensaría: ‘Pablo, pero lo que has hablado de ellos es tan maravilloso, que quizás no sea necesario volver’.

Pero Pablo insistía, porque la carga de su corazón era la fe, el misterio de la fe, la fe que una vez fue dada a los santos, aquella fe que había de ser revelada. Entonces dice: «Oramos insistentemente para poder ver vuestro rostro y para que completemos vuestra fe, la medida de la fe».

Ahí, cuando Pablo está hablando de la fe, no está hablando solamente del acto de creer; está hablando del contenido de la fe, del contenido de lo que Dios dio a la iglesia, para que la iglesia crea. Porque según es la semilla que se siembra, es el árbol que se recibe. Para que la iglesia sea colocada en el Hijo y en el Padre, y para que la iglesia permanezca, la iglesia necesita «lo que habéis oído desde el principio». Y es una responsabilidad de los obreros ese contenido. Es una encomienda, es un encargo.

Allí, en ese capítulo que estuvimos leyendo, de 2ª Timoteo 1, Pablo continúa, después de hablar del depósito, en el capítulo 2, y le dice: «Mira, Timoteo, lo que has oído de mí ante muchos testigos…». Porque había la posibilidad de que Timoteo fuera un poco informal, y él solamente pusiera atención a aquello que le subiría al corazón.

Y esa era la carga de Pablo, pasarles «todo el consejo de Dios», y no algún mensaje sobre esto o algún mensaje sobre aquello, lo cual también es importante en la iglesia, claro. Gracias a Dios por todos los mensajes; el Espíritu Santo los inspira, y se necesitan. Pero ahora no estamos hablando aquí de uno u otro mensaje, sino del depósito, la medida de la fe, algo que la iglesia debe oír, recibir, creer, alimentarse, constituirse con ello.

Por eso, Pablo le dice: «Timoteo, lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». Esto: «lo que has oído de mí». Timoteo había acompañado a Pablo por muchos lugares y había oído el depósito de Dios, la fe que una vez fue dada a los santos, que tiene la capacidad de colocar a la iglesia en el Hijo, para que permanezca en el Hijo, y en el Padre, para que permanezca en Dios como iglesia.

«Y esto, Timoteo, esto encarga». Eso es una encomienda de algo mucho más grande. Aquí no está tan libre Timoteo; aquí Timoteo está atado a la fe, al misterio de la fe que una vez fue dada a los santos. Claro que Timoteo siempre tiene que depender del Espíritu Santo, pero ahora Timoteo sabe que debe depender del Espíritu Santo para «todo el consejo de Dios».

Pablo se iba a despedir de los hermanos de la iglesia en Éfeso. Él llegó a Mileto, un puerto, y llamó a los ancianos de la iglesia, y en el discurso de despedida que ustedes recuerdan, él les dice: «Nada de lo que fuese útil he rehuido anunciaros, y yo estoy limpio de la sangre de todos…». Y él está basándose en Ezequiel 33, cuando habla del deber del atalaya. Entonces Pablo, sobre esa base, con su responsabilidad de atalaya, con su responsabilidad de sembrar la fe completa, le dice a la iglesia: «Estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios».

No es solamente algún pedacito. La palabra de Dios sintetizada en aquella frase: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria»(Col. 1:27). Dice Pablo que es la palabra de Dios cumplida. La palabra de Dios cumplida es la visión integral de la palabra de Dios. De eternidad a eternidad y de Génesis a Apocalipsis, ¿cuál es la esencia de la palabra de Dios? ¿Cuáles son los elementos esenciales de la palabra de Dios y el testimonio de la iglesia? Para que no tomemos solamente temas aislados, sueltos, sino para que presentemos el contenido de la fe.

La fe que una vez fue dada, es responsabilidad de la iglesia. Conciencia de depósito, conciencia de propósito, conciencia de medida, conciencia de sentido, conciencia de función. El consejo de Dios, eso es la responsabilidad de la iglesia, eso es lo que el colegio de los apóstoles recibió colectivamente. El consejo de Dios, la fe cumplida, completa, aquella fe, eso es lo que la iglesia, en equipo, en comunión, en colegio, debe administrar, debe pasar.

«Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga»«Id», dice el Señor, «y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado». Enseñándoles todas las cosas. A veces los evangeliza-mos, o los medio evangelizamos, los bautizamos, y ahí los dejamos. Pero no, tienen que ser nutridos, tienen que ser alimentados, tienen que ser incorporados en la comunión del cuerpo y tienen que ser introducidos en la fe que una vez fue dada a los santos.

Ese también es trabajo de la iglesia. La iglesia tiene que tener conciencia de ser depositaria de un contenido con una medida. Un contenido espiritual y un contenido ortodoxo, que se corresponden uno con el otro. Ahora, esta parte es para complementar.

La visión de Zacarías

Hermanos, la palabra del Señor nos muestra que es en relación con el depósito que la iglesia puede alumbrar. La iglesia, como candelero, no puede alumbrar por sí sola. El candelero no alumbra; lo que alumbra es el aceite que viene del depósito y que llega a las lámparas y a todas las lámparas, a las siete lámparas, que nos hablan de la plenitud de la luz. Vamos a ver esa figura en Zacarías capítulo 4.

Ustedes saben que en el tiempo de la restauración de la casa de Dios había tanto escombro, tantas dificultades, que los acarreadores se cansaban, los muros se quedaban por la mitad; a veces, Satanás lograba parar la obra del Señor por un tiempo, porque siempre él estorba, porque no quiere que Dios tenga nada en la tierra. Él es un ladrón, un usurpador, y él no quiere que el Señor recupere la tierra para Dios, a través de la iglesia, por el Espíritu. Entonces él siempre, con hostilidad, con astucia, nos distrae de las cosas esenciales, nos enreda en un montón de cuestiones, nos hace perder el objetivo claro, la palabra fundamental, el testimonio definido. Y resultamos peleando por cosas periféricas. Así ha trabajado Satanás.

Entonces, el Señor, en ese tiempo de Zacarías, de Esdras, después, de Nehemías, envió a Hageo y a Zacarías para animar a Zorobabel y a Josué, que eran los instrumentos que en ese momento estaba usando Dios para restaurar primero la casa de Dios, y después a Nehemías, para restaurar la ciudad de Dios, que son dos aspectos diferentes. Primero tiene que ser restaurada la casa, para que la ciudad donde se tiene que aplicar aquella administración en todos los aspectos de la vida humana, lo que se recibe de Dios en la casa, entonces surge la ciudad.

La ciudad es un estadio posterior a la casa. Primero hay que restaurar el altar, luego los fundamentos de la casa, luego la casa y luego los muros de la ciudad. Esos son estadios, etapas en la restauración. Pero cuando estaban en esas etapas, con tanta hostilidad y dificultades, ellos se cansaban, y entonces Dios los animaba y enviaba a los profetas, a Hageo, Zacarías. Y Dios le mostró una visión a Zacarías, para comunicársela a Zorobabel y está en el capítulo 3 y en el 4, y otra para comunicársela a Josué y está en el capítulo 3.

En el capítulo 3 de Zacarías vemos una visión que necesitaba Josué para ser reanimado y para continuar en la edificación de la casa. Y también Zorobabel necesitaba una visión de Dios. Hermanos, necesitamos una visión de Dios, saber de dónde vinimos y para dónde vamos, en qué estamos, para colaborar con Dios, y esa visión completa nos la da el consejo de Dios, la fe una vez dada a los santos, el depósito de Dios.

Entonces aquí en el capítulo 4 aparece una visión cuyo objetivo es reanimar a Zorobabel, y Zorobabel representa, como su nombre lo dice, la simiente sacada fuera de Babilonia, para volver otra vez a Jerusalén y restaurar la casa de Dios, y Dios le tiene que dar la visión cómo con la plomada va a restaurar la casa. Esa visión es larga, y quizás no alcancemos a verla toda, pero quiero ver la parte relativa al depósito en esta visión.

Dice en el capítulo 4, desde el 1, así: «Volvió el ángel…». Gracias a Dios, porque parece que aquí Zaca-rías estaba dormido, y parece que lo despertó el ángel. O sea, lo que uno hace es dormir; lo que el cielo hace es despertarnos. Gracias a Dios por su insistencia. «Volvió el ángel que hablaba conmigo», el que ya le había dado aquella visión anterior, «y me despertó…». Estaba dormido, «como un hombre que es despertado de su sueño».

Puede ser que ese sueño no sea físico, sino, parece que aunque estamos despiertos físicamente, a veces parece que estamos todavía densos, soñando. Pero fue despertado por la insistencia del cielo, gracias a Dios. «Y me dijo…». Mire cómo lo despertó, lo despertó con una visión: «¿Qué ves?». Quiere decir que, cuando lo despertó, despertarlo es abrirle los ojos, mostrarle la visión.

El candelero

«Y respondí: He mirado…». Porque a veces no vemos, porque no miramos, «… y he aquí un candelabro todo de oro». Esta parte de la visión es preciosa. Pienso que el Señor ha dado a la iglesia visión de la iglesia. Este candelabro, en el Antiguo Testamento, era como la incorporación del Señor en su pueblo, Israel. Sólo que esa visión del candelabro continúa hasta el Nuevo Testamento.

La visión del candelero es muy importante. Después, el Señor vuelve a hablar del candelero. Jesús habla de que la luz no se puede poner debajo del almud, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. Y luego, por fin, en Apocalipsis, aparece el misterio de los siete candeleros. Los siete candeleros son las siete iglesias, y aparece la iglesia de cada localidad como un candelero.

Entonces, toda la palabra de Dios nos habla de ese candelero. Desde el principio, Dios le dice a su pueblo que le haga un candelero. Tenemos que hacerle incensario al Señor, cuando nos reunimos para orar juntos, para interceder, para que la obra del Señor avance; ahí le estamos haciendo al Señor un incensario. Cuando nos consagramos al Señor, le estamos haciendo un altar.

Pero a veces no le hacemos candelero; a veces en nuestra propia localidad no le hemos hecho candelero. El candelero tiene un pie, y abarca una sola localidad; no hay un candelero con tres localidades, ni una localidad con tres candeleros. Dios quiere establecer un candelero en cada localidad, en cada comuna, y le pide a su pueblo: «Me harás un candelero».

¿Dónde está el candelero propio de esta específica localidad? ‘Ah, Señor, es que yo estoy visitando a los hermanos de aquella otra localidad’. Muy bien, podemos visitar todas las localidades; somos un solo cuerpo en Cristo, somos hermanos en el Señor, tenemos que tener comunión unos con otros. Vaya y visite a sus hermanos otro día. Pero en el día en que tú tienes que estar con tus hermanos en tu propia localidad, dando el testimonio propio de esa comuna, tú debes saber que Dios quiere en esa comuna particular un candelero. Le dice a su pueblo: «Me harás un candelero».

Debemos reunir a los santos de esta localidad como el candelero del Señor, edificarle casa al Señor, para que el Señor haga su voluntad en esa jurisdicción, porque la jurisdicción de cada candelero es asunto de derecho divino. Dios establece la jurisdicción de cada candelero y le pide a su pueblo en cada localidad que le haga un candelero.

Entonces, tenemos que hacerle al Señor, con nuestros hermanos de nuestra localidad, un candelero. No quiere decir que no puedo visitar a mis hermanos en otras localidades. Claro, voy a visitar a todos, somos una sola familia, somos un solo cuerpo; pero en mi propia localidad tiene que haber un candelero, y se lo tengo que hacer al Señor con todos mis demás hermanos de mi localidad. Sigo teniendo comunión con todos, pero Dios quiere que yo sea uno con los que son de Cristo aquí.

Debe haber un candelero. La iglesia en la localidad es un candelero. Pero fíjense que lo del candelero solo no es todavía toda la visión, porque el candelero, para alumbrar, tiene que estar conectado al depósito. Ese es el resto de la visión. Porque no se trata de un candelero predicándose a sí mismo, porque la iglesia no se predica a sí misma; la iglesia predica a Cristo, la iglesia anuncia al Señor Jesús, la iglesia alumbra con la luz del Espíritu.

Sólo el Espíritu hace alumbrar el candelero, de manera que el candelero solo no es suficiente. El candelero tiene que estar conectado, y eso es lo que dice el resto de la visión aquí.

«He mirado». ¿Qué es lo que ves? ¿Cuál es la visión? Bueno, el candelero, esa es la visión; el Señor incorporado en su iglesia, su cuerpo. Ese candelero es como un árbol de vida en cada ciudad. Pero ahora dice: «He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro». Eso es precioso; nada del hombre, todo de Dios.

Yo pienso que el Señor, en estos años pasados ha insistido mucho en esta parte, de que él quiere un candelero todo de oro, de siete brazos, de una sola pieza, todas las características. Pero quizás hemos descuidado la siguiente frase. Dice: «…un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro». Las lámparas se refieren al espíritu vivificado de los santos. Pero, ¿qué es lo que vivifica al espíritu? El río del aceite como oro que fluye del depósito; eso es lo que hace alumbrar al candelero.

Las lámparas y el depósito

Y dice aquí: «…y siete tubos para las lámparas». Tubos que comunican el depósito con las lámparas. Las lámparas necesitan estar conectadas al depósito. «…siete tubos para las lámparas que están encima de él; y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda».

Entonces nos damos cuenta que el candelero, para alumbrar, necesita de lo que más adelante va a decir, el depósito, que es el aceite como oro, que proviene de los olivos, esos dos olivos, que nos hablan del Antiguo y del Nuevo Testamento, que nos hablan del testimonio –ustedes recuerdan que en Romanos dice que había un buen olivo y un olivo silvestre que fue injertado en el otro olivo–, de la palabra de Dios tanto del Antiguo, que tiene que ver, preparar, prefigurar, profetizar sobre el Nuevo, y el Nuevo, que está injertado en el Antiguo, que tiene sus raíces en el Antiguo.

Por eso también los dos profetas que vendrán en Apocalipsis 11 son llamados también los dos olivos, porque el testimonio de ellos no es otro que el de toda la palabra de Dios, porque ellos no hablarán una Biblia diferente, ellos no acrecentarán otro libro a la Biblia. Si dos profetas han de aparecer allí en Jerusalén, ya sea Moisés y Elías, o Moisés y Enoc, o Enoc y Elías, u otros profetas con el ministerio de ellos, de todas maneras ellos no van a escribir una Biblia nueva. Ellos tienen que hablar la palabra de Dios que está en la Biblia. Por eso son comparados con candeleros, como Israel lo era en el Antiguo Testamento y la iglesia en cada localidad lo es en el Nuevo Testamento.

Con la palabra del Antiguo y del Nuevo Testamento, la palabra íntegra, de esos olivos fluye el aceite como oro que llena el candelero, que se comunica por tubos a las lámparas del candelero, y el candelero puede alumbrar gracias a la conexión con el depósito. Entonces, hermanos, la iglesia necesita conexión con el depósito, depósito del río de agua viva, que es aceite como oro.

«Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío?» (versículo 4). Él no entendía esa visión, y el ángel se la resuelve de una manera tan curiosa. «Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es la palabra de Jehová a Zorobabel» (versículos 5-6). Eso es la visión – la palabra de Dios a Zorobabel.

¿Qué dice la palabra de Dios? «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (v. 6). Aquí habla el Dios de la guerra, habla que el asunto se trata de la dispensación de su Espíritu, del fluir de su Espíritu. Esa es la administración de Dios que salió del cielo, del Padre a nosotros a través del Hijo, y el Padre y el Hijo por el Espíritu, viniendo a nuestros espíritus, las lámparas del candelero, para poder alumbrar desde Dios, desde el depósito.

Pero esa conexión con Dios, con la palabra viva de Dios, con el Espíritu de Dios, con el depósito de Dios, estas cosas están juntas con el consejo de Dios, sin separar una cosa de la otra, todo como un solo paquete viviente, es lo que hace que el candelero alumbre. ¿Qué es esto? Esta visión es esta otra cosa, es la palabra de Dios para Zorobabel.

«No con ejército…». «Zorobabel, no confíes en nada humano. Ustedes son poquitos, ustedes han querido hasta que los otros reyes les ayuden, pero es con mi Espíritu». Dios guerrea sus batallas por su pueblo. «No es vuestra la guerra, es mía». Con su Espíritu.

Entonces sigue diciendo: «¿Quién eres tú, oh gran monte?» (versículo 7). Esos montes eran los imperios. Cada monte representaba un imperio diferente. Los babilonios eran un imperio, era una llamada civilización humana; los persas eran otra. Pero, ¿qué son? Van a ser reducidos a nada. Todos los imperios de la tierra caerán; los hombres han trabajado para el fuego. Lo que prevalecerá es la obra de Dios, por su Espíritu, en la tierra; eso es lo que prevalecerá, aunque sea el día de las pequeñeces, aunque sean poquitos. Lo demás va para el fuego; esto es lo único que va para la gloria.

Entonces dice aquí: «¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura» (v. 7). «Las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia». «Él sacará la primera piedra», o sea, la primera, la del fundamento, para empezar la de cabecera, «…con aclamaciones de: Gracia, gracia a ella». Gracia. Espíritu y gracia. Se empieza a edificar por gracia.

«Vino palabra de Jehová a mí, diciendo: Las manos de Zorobabel echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán; y conocerás que Jehová de los ejércitos me envió a vosotros. Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se alegrarán y verán la plomada en la mano de Zorobabel» (vv. 8-10). «Estos siete», que ya habían aparecido en la visión anterior para Josué hijo de Josadac, «…son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra» (v. 10).

Muchas cosas suceden en la tierra, pero hay una sola importante a los ojos de Dios, y es el cauce para el río del Espíritu. El fluir de Dios, el correr del Espíritu de Dios, el plan de Dios, el propósito de Dios, se desarrolla en la tierra. Muchas cosas grandes, ruidosas y espectaculares se desarrollan en la tierra, que terminarán en el fuego, como dice Dios al pueblo por Habacuc. Todo esto terminará en el fuego, las naciones se fatigarán en vano, porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Dios. Eso es lo que Dios está haciendo.

Entonces, hermanos, hay una relación entre el fluir del aceite como oro, con el río del Espíritu, con el depósito que alimenta el candelero. La iglesia nunca alumbrará por sí misma; ella no existe para predicarse a sí misma. La iglesia existe para sostener la luz, el testimonio de la luz que viene del depósito, la luz del Espíritu, del aceite como oro.

Entonces dice así: «Estos siete son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra». En el libro de Reyes dice que recorren para ver sus santos y lo que sus santos requieren, para servirles. Y dice acá: «Hablé más…». Todavía no quedó satisfecho, y habló un poquito más. «…y le dije: ¿Qué significan estos dos olivos a la derecha del candelabro y a su izquierda?» (v. 11). Pero, claro, la palabra olivos ya es demasiado grande. Entonces el Espíritu Santo le dijo: ‘Restríngela un poquito más; pasa de olivos a ramas’.

Entonces dice: «Hablé aún de nuevo, y le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo?». Porque esas dos ramas eran los dos ungidos, Zorobabel y Josué, o sea, representan el real sacerdocio. Zorobabel era el gobernador; Josué era el sacerdote. «¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió diciendo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra» (vv. 12-14). De éstos, el reino sacerdotal, es que fluye el aceite como oro que alimenta las lámparas del candelero.

Esa es la visión. «No con ejército, ni con fuerz, sino con mi Espíritu», dice el Señor. O sea, que aquí está resumido. Entonces, hermanos, acordémonos, el depósito tiene una medida, el depósito tiene un aspecto interior y un aspecto exterior, y el depósito tiene una función, y la iglesia necesita la conexión con el depósito, la conexión con el Espíritu, la conexión con la palabra, la conexión con el espíritu de la palabra, con aquella fe que una vez fue dada a los santos y que había de ser revelada, con el consejo de Dios, con su medida completa como en el principio, para poder permanecer en el Hijo y en el Padre.

Extractado de un mensaje impartido en Temuco, en agosto de 2008.