Diálogos entre Teología y Filosofía.

Para comenzar esta serie, citaremos los pensamientos de uno de los más destacados teólogos del siglo pasado: Paul Tillich. Los conceptos aquí recogidos están tomados de su obra «Teología Sistemática», que se terminó de publicar al español en 1984 por Ediciones Sígueme.

El mensaje cristiano

«El cristianismo afirma que Jesús es el Cristo. El término «el Cristo» indica, por acusado contraste, la situación existencial del hombre, ya que el Cristo, el Mesías, es aquel de quien se supone que ha de traer el «nuevo eón», la regeneración universal, la nueva realidad. Esta nueva realidad presupone una vieja realidad que, según las descripciones proféticas y apocalípticas, es el estado de alienación del hombre y de su mundo con respecto a Dios. El mundo alienado está regido por las estructuras del mal, simbolizadas por los poderes demoníacos. Tales poderes gobiernan las almas individuales, las naciones e incluso la naturaleza, y generan todas las formas de la congoja. Es de la incumbencia del Mesías conquistarlos y establecer una nueva realidad de la que estén excluidos los poderes demoníacos y las estructuras de destrucción».

La filosofía confirma el estado «caído» del hombre

El punto a considerar aquí es si la verdad bíblica con respecto a la condición del hombre y del mundo –condición alienada2 (o «caída»), como la llama Tillich– puede ser confirmada por la filosofía, más allá de la afirmación bíblica. En otras palabras, si la filosofía da cuenta de la existencia y realidad del «viejo eón o siglo». Para Tillich, la respuesta es afirmativa. En efecto, partiendo por la filosofía platónica –y aun desde antes– y pasando por todos los existencialistas, la filosofía ha dado cuenta de la trágica condición humana.

«La existencia, según Platón, es el reino de la mera opinión, del error y del mal. No posee una auténtica realidad. El verdadero ser es el ser esencial, que está situado en el reino de las ideas eternas, es decir, de las esencias. Para llegar al ser esencial, el hombre tiene que elevarse por encima de la existencia. Tiene que retornar al reino de las esencias, desde el cual cayó en la existencia. De este modo, la existencia del hombre, su estar fuera de la potencialidad, se entiende como una caída desde aquello que el hombre es en su esencia».

Los existencialistas, por su parte, en su ataque a Hegel –quien creía que el hombre se había reconciliado con su verdadero ser–, postulan que «la reconciliación del hombre con su verdadero ser es objeto de conjeturas y de esperanza, pero no es una realidad. El mundo no está reconciliado consigo mismo, ni en lo individual –como lo demuestra Kierkegaard–, ni en lo social –como lo demuestra Marx–, ni en la vida –como lo demuestran Schopenhauer y Nietzche. La existencia es alienación y no reconciliación; es deshumanización y no expresión de la humanidad esencial». Todos los existencialistas (Pascal, Marcel, Dostoiewski, Sartre, Heidegger, Jaspers, etc.), coinciden en esta descripción de la condición humana.

Según Tillich, el existencialismo al haber analizado el «viejo eón», es decir, la condición de la naturaleza humana caída, «es el aliado natural del cristianismo» en tal análisis3. Por último, «esta ayuda positiva», agrega Tillich, «no la ha prestado únicamente la filosofía existencial sino también la psicología analítica, la literatura, la poesía, el drama y el arte».

«La alienación no es un término bíblico», continúa Tillich, «pero está implícita en numerosas descripciones bíblicas de la condición humana. Está implícita en los símbolos de la expulsión del paraíso, en la hostilidad que reina entre el hombre y la naturaleza, en el odio mortal que enfrenta a un hermano contra otro hermano, en la separación que se abre entre las naciones debido a la confusión del lenguaje y en las constantes quejas de los profetas contra sus reyes y contra el pueblo que se vuelve hacia los dioses extranjeros. También está implícita en las palabras con que Pablo afirma que el hombre corrompió la imagen de Dios convirtiéndola en la de los ídolos, en su descripción clásica del «hombre contra sí mismo» y en su visión de la hostilidad que siente el hombre contra el hombre como fruto de sus deseos pervertidos. En todas estas interpretaciones de la condición humana, se halla implícitamente afirmada la alienación».

La vigencia del término «pecado»

Con todo, agrega Tillich, el término «alienación» no puede sustituir al vocablo «pecado». ¿Por qué? Porque la palabra «pecado» «expresa precisamente aquello que el término «alienación» no connota, es decir, el acto personal de separarse de aquello a lo que uno pertenece. El «pecado» expresa con el máximo vigor el carácter personal de la alienación, frente al aspecto trágico de la misma. Expresa la libertad y la culpa personales, en contraposición a la culpa trágica y al destino universal de la alienación». «La condición del hombre es la alienación, pero esta alienación suya es pecado». No obstante, Tillich, aboga por el uso del término «pecado» después de su reinterpretación religiosa. ¿Por qué? Porque «el uso que se ha dado a este término lo ha despojado casi por completo de su genuino sentido bíblico. Pablo solía hablar de ‘pecado’, en singular y sin artículo. Lo concebía como un poder cuasi-personal que regía este mundo. Pero en las iglesias cristianas, tanto en la católica como en las protestantes, ha prevalecido el uso de este término en plural, y los ‘pecados’ han pasado a ser simples desviaciones de las leyes morales». El problema radica en que esta significación guarda escasa afinidad con el ‘pecado’ entendido como el estado de alienación con respecto a aquello a lo que pertenecemos: Dios, uno mismo y nuestro mundo. (Continuará)