Una vislumbre del alma santa de nuestro Señor Jesucristo.

Mi alma está muy triste, hasta la muerte … Mas nosotros tenemos la mente de Cristo … Si quieres, puedes limpiarme … Quiero».

– Mt. 26:38; 1ª Cor. 2:16; Luc. 5:12-13.

En los textos citados se encuentran las tres funciones del alma: La emoción, la mente y la voluntad. Nadie ha tenido un alma tan equilibrada como la del Señor Jesús, pues las almas de todos los seres humanos desde Adán hasta ahora, han sido gravemente dañadas por el pecado, con excepción del alma de Jesús, que no vino de carne ni de sangre sino por la voluntad de Dios a este mundo.

Él no pertenece a la descendencia de Adán, por lo que el pecado no le tocó; pudiendo ser afectado, puesto que fue expuesto a las mismas contingencias de la vida y con todas las tentaciones que tuvo el primer Adán –pues él fue manifestado en carne y eso significa que fue verdaderamente hombre–, no obstante nuestro Señor no cayó en pecado, y en eso consiste su victoria sobre el mundo y el maligno. El alma de Jesús fue probada y aprobada por Dios, y si nosotros fuimos creados a su imagen, entonces tenemos que conocer el alma de Jesús para ser como el Padre nos diseñó.

Al observar las almas de los hombres, encontramos el daño inconmensurable que dejó la caída; sólo se ve el desequilibrio, las diversas enfermedades y perversidades.

La historia biográfica nos muestra las virtudes de los protagonistas de la historia al mismo tiempo que sus errores. Algunos destacan por su ingenio (mente), otros por sus acciones histriónicas (emociones) y otros por sus valerosas acciones voluntariosas (voluntad). Muchos de los genios militares fueron enfermos mentales; muchos de los grandes músicos fueron monstruos de mal genio y muchos de los grandes empresarios fueron ‘trabajólicos’ que perdieron su familia tras la fama y la riqueza. No ha existido un alma perfectamente equilibrada en sus tres funciones; podrá haber alguien que haya destacado en una de las tres, pero habrá fracasado en las otras dos; sólo el alma de Jesús ha sido el alma perfecta que la historia ha conocido.

El perfeccionamiento del alma de Jesús

Aunque el alma de Jesús era perfecta, fue sometida a diversas pruebas y precisamente es en estas pruebas donde se observa el verdadero valor de un alma perfecta, de acuerdo a los paradigmas del Dios que creó todas las cosas y que tan sólo por él subsisten. ¿Quién más que él tiene derecho a establecer los cánones que determinan qué está bien y qué está mal? Lo que el hombre encuentra precioso, puede que para Dios sea abominable. Para la gran mayoría de la humanidad, la crucifixión de Cristo es un hecho cruel e incomprensible; sin embargo, de acuerdo a las leyes divinas, el Hijo de Dios fue llevado a la muerte por un «determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios» (Hech. 2:23). Fue por medio de los padecimientos y de su muerte en la cruz que su alma fue perfeccionada: «Y Cristo… habiendo sido perfeccionado». Fue expuesto a todas las contingencias de la vida humana: hambre, tentación de Satanás en el desierto, frío, cansancio, trabajo; fue traicionado por sus amigos, despreciado por su familia, abandonado por sus discípulos; hubo burlas, violencia, injusticias, falsos testimonios en su contra, escupos, azotes, cargas pesadas, puñetazos; fue acosado por los enfermos y hambrientos y, sin embargo, en todo esto fue fiel a Dios. En todas y cada una de estas pruebas estaba siendo observado por el Padre para ser evaluado de acuerdo a las calificaciones del cielo; fue aprobado en todo, porque sus reacciones fueron de acuerdo al carácter de Dios

¿En qué se fija Dios para su evaluación? En la forma como se reacciona. Ante cada situación expuesta, Jesús reaccionó de acuerdo a lo que desde la perspectiva divina se esperaba de él.

Cada injusticia, ataque o violencia la respondió con mansedumbre o silencio, pero no devolvió mal por mal. Pedro nos dirá al respecto que Jesús «no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían no respondía con maldición, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1P. 2:22-23). ¿Qué responder cuando se sabe que sus padecimientos y su misma muerte está determinada por Dios? Cada reclamo, cada queja y cada reacción violenta sería contra Aquel que determinó, por sus designios, que así fuese probada su vida. En este punto Jesús fue probado muchas veces; sin duda, él sabía que los padecimientos eran las pruebas que el Padre había determinado para él; estaba muy consciente que molestarse o reaccionar de cualquier forma contra las ofensas de los hombres sería equivalente a reaccionar contra Dios el Padre.

Lo que él estaba haciendo era contrario a lo que todos los hombres habían hecho en toda la historia de la humanidad. Por eso existía la ley del talión, la que decía que si te dan un golpe en el ojo tienes derecho a golpear una vez el ojo de quien te dio el golpe, porque eso es lo justo. Sin embargo, Jesús practicó y enseñó otra cosa muy diferente: Él puso la otra mejilla, nos enseñó a cargar la segunda milla y a dar la túnica si se nos pide la capa. Este ha sido el nivel más alto de moralidad que jamás nadie ha enseñado y vivido.

Gandhi, el gran líder de la India tomó las enseñanzas de Jesús para resistir con su pueblo, sin violencia, a la dominación inglesa en su tiempo. Lo de Gandhi no tiene valor a los ojos de Dios por ser una imitación de Cristo. Aunque fue una buena imitación, no fue Cristo en él, sino tan sólo las enseñanzas de Cristo aplicadas al contexto político social en la India a través de Gandhi. Lo de Gandhi pude tener valor a los ojos de los hombres, pero no para Dios, pues para Dios tan sólo es acepto Cristo mismo y no un aspecto de Cristo. Si alguien toma las enseñanzas de Cristo, por muy fiel que sea a los principios de esas enseñanzas, pero no toma en cuenta la persona misma de Cristo y su obra, la pura consideración de la enseñanza todavía deja fuera a Cristo, y eso, en la escala de los valores y de las leyes divinas no merece aprobación.

El alma de Jesús pasó una de las crisis más grandes cuando estaba orando en el Getsemaní la noche antes de su muerte. Allí estaba conmocionada su alma. Su alma, por ser pura y sin pecado, era más sensible al dolor que cualquier otra. «Mi alma está muy triste, hasta la muerte» (Mt. 26:38). Nadie fue más afectado que él en sus emociones; sintió el horror de la muerte, y se estremeció hasta el sudor; no por la muerte en sí, sino por el tipo de muerte: llevar el pecado de toda la humanidad y ser visto por Dios, a causa del pecado del hombre, como un pecador. Soportar no sólo el desprecio de los hombres sino el abandono del Padre, ésta fue la más grande crisis del alma de nuestro Señor – y la soportó con dignidad por amor a nosotros, los pecadores, que ahora somos sus redimidos.

La emoción de la tristeza y el dolor espantoso de la muerte lo siente el alma involucrando a todo el ser, al punto de someter a prueba la voluntad, que es la parte más central del alma, puesto que este es el asiento de las decisiones del ser humano. En esos momentos, probado a ese extremo, dijo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39). La mente está razonando, evaluando, considerando y la voluntad será la que al final se imponga: «No quiero mi voluntad, sino la tuya». Esa decisión, tomada por su propia voluntad y pensada en medio de la más grande crisis emocional, nos muestra el cuadro completo de la perfecta alma de Jesús, puesta a la prueba más grande que jamás hombre alguno ha pasado. Fue vista por Dios como el alma de un varón aprobado por Dios, de acuerdo a los paradigmas que Dios en su sola potestad ha dispuesto en sus tratos para con la humanidad.

El perfeccionamiento de nuestra alma

Pedro dice que Jesús nos dejó «ejemplo para que sigamos sus pisadas». Esto podría tomarse como una imitación de Cristo; sin embargo, es más profundo que esto. Seguir a Cristo según la revelación de la Palabra de Dios, es vivir en Cristo, por él y para él. El secreto es dejar que Cristo viva su vida en nosotros; de lo contrario la vida cristiana sería un mero ideal. Su vida nos llevará a experimentar las mismas vivencias por las que él pasó; por donde él anduvo andaremos nosotros porque es necesario que seamos probados en todas las cosas como él lo fue. Claro está que no todos son capaces de recibir esos tratos; para Pablo sería un honor llegar a ser semejante a Cristo en su muerte y eso era algo que él consideraba como el más excelente conocimiento de Cristo junto con los padecimientos y la vida de resurrección – todo esto según el capítulo 3 de Filipenses (Hay que considerar que la palabra conocimiento en la cultura hebrea no es conocimiento intelectual sino experimental).

Todo lo que se ha dicho nos lleva a pensar que si Dios determinó los padecimientos para perfeccionar el alma de Jesús, ¿cómo, y con mayor razón, no iba a determinar que padeciésemos juntamente con Cristo? La enseñanza de Pablo nos habla de nuestra muerte juntamente con Cristo y de nuestra resurrección juntamente con Cristo. De modo que está muy claro que es Dios quien ha determinado para nosotros los menosprecios, las injusticias, los abusos, los golpes, los sufrimientos causados por los mismos hermanos de la fe, y por todas las cosas que nos suceden. Todas ellas no están ajenas a la voluntad de Dios para nosotros.

Si para el Señor Jesús estaba determinada su pasada por este mundo en la forma ejemplar como se comportó y nuestra vida está incluida en Cristo, no podemos sustraernos de vivir lo mismo que nuestro Señor experimentó. Tal vez no en la misma intensidad, tal vez con otros matices, pero lo cierto es que Dios ha dispuesto cada detalle de la vida y de las personas que nos rodean para nuestra formación. No podemos enojarnos con los hermanos cuando nos causan problemas, porque al quejarnos lo haríamos contra Dios. ¿Estamos convencidos de esto? Es lo más difícil que se le puede pedir a un cristiano; en esto, nadie ha sido perfecto con excepción del alma preciosa de nuestro Señor Jesús. Todos hemos fallado, sin embargo nos llenamos de fe para creer que Dios conseguirá lo que se ha propuesto con nosotros.

«Besaré la mano del que me hiere» decía Madame Guyon. Seguro que tenía comprensión de lo que estaba diciendo; su alma fue sometida con injusticia a dolorosos sufrimientos.

Pedro habla a los trabajadores para que soporten a los patrones difíciles y les dice que si hacen eso, merecerán aprobación (1 P. 2:18-19). Cualquier defensor de los derechos humanos se habría ido contra los amos o los patrones de hoy; cualquier político o persona con ideales políticos diría que eso lo arregla un buen gobierno con leyes justas para favorecer a los trabajadores.

Sin embargo, eso no resolvería el problema del corazón del hombre. ¿Cómo un hombre rico puede ser transformado, de insoportable e injusto, en un hombre justo con sus empleados? A causa de los cristianos que están dispuestos a soportar sus injusticias, el hombre se preguntará: «¿Por qué este siervo es diferente a los demás?». La respuesta es: «Porque tiene a Cristo».

La Escritura dice que «esto merece aprobación». ¿Aprobación de quién? De Dios, quien espera que no reaccionemos a las injusticias como lo haría cualquiera que no tiene a Cristo, sino como quienes sufren las ofensas porque entienden que detrás de todo esto, Dios es quien entrena las almas para su perfeccionamiento. Tal vez más de alguien no verá el cambio en su patrón y sólo vea un acentuado aprovechamiento para sacarle más provecho al trabajador y hacerse más rico a costa de su servicio; no obstante, el siervo creyente sabe que no sirve al ojo ni al hombre, sino a su Señor ,y buscará la aprobación de Dios y no de los hombres – aunque nunca en esta vida vea la recompensa de su conducta. Pero sabemos que en la gran mayoría de los casos Dios bendice y enaltece al que se humilla –por no decir en todos los casos–, porque algunos pocos, si no son reconocidos aquí a causa de la injusticia de los hombres, serán ricamente recompensados por el Señor en el reino.

La iglesia, lugar escogido por Dios para perfeccionar el alma

¿Quiere que su alma sea perfeccionada? No piense que la educación humanista le ayudará. Eso tal vez le ayude a engrosar más y más su alma. La escuela de la disciplina de Dios, que es la vida en el contexto de la iglesia, eso lo que Dios ha determinado para nuestro perfeccionamiento. Este es el ambiente donde aprendemos a perder la fuerza y la vida del alma hasta lograr un alma sumisa al espíritu, equilibrada y dispuesta para Dios.

Algunos han pensado equivocadamente que al llegar al ambiente de la iglesia, llegan a un lugar de personas buenas y bien intencionadas, donde jamás hay problemas porque suponen que la gente que se reúne es gente perfecta. Ellos no saben que se necesitan más de 20 años de vida de iglesia para recién empezar a ver los frutos de la vida canjeada de Cristo por la de los creyentes. Se trata de una metamorfosis que requiere su tiempo. La llegada de la vida de Cristo al corazón de los creyentes es instantánea, pero la incorporación de esa vida a la vida de los creyentes requiere de un largo proceso.

Se nota mucho cuando alguien a recibido a Cristo porque lo primero que abandona son los vicios externos: el vino, el cigarrillo, las drogas, las groserías y así varias cosas que se pueden clasificar como externas. Pero hay otras tantas cosas defectuosas que en la medida que va pasando el tiempo van apareciendo; como, por ejemplo, el afán de liderazgo, el ser vistos, el deseo de reconocimiento y cosas como éstas, que son menos visibles.

En estos procesos el alma va siendo confrontada con su debilidad, aunque contrariamente el alma piensa que es fuerte, y no es sino hasta sufrir muchos golpes que aprende a quebrantarse y a humillarse delante de Dios, porque se da cuenta de su precariedad y busca la riqueza de Dios.

Sólo viviendo a Cristo en el contexto de la vida de iglesia es como uno llega al conocimiento de su propia realidad. Entonces se ve la pobreza del alma y su pequeñez, a la vez que su altivez, orgullo y entereza. A veces pensamos que hemos avanzado; sin embargo, a través de un nuevo fracaso, nos damos cuenta que en realidad hemos retrocedido. ¿Por qué nos pasa esto?

Mientras estemos en este cuerpo y en las contingencias de esta vida, el problema del pecado y la defección del alma no habrá sido resuelta del todo, pues la naturaleza pecadora nos perseguirá hasta que seamos revestidos de la gloria celestial. No obstante, la salvación de Dios es completa y perfecta aunque requiere tiempo para materializarse en nosotros. Tal vez el defecto más grande del alma es la independencia, por esto la solución es la vida corporativa. La soledad le hace más mal al alma, y sin embargo, se empecina en buscar su independencia. La defección del alma nos ayuda a ser humildes delante de Dios y de los hombres; nos torna mansos y dependientes de Dios y de los hermanos.

La iglesia es el lugar preparado por Dios para forjar las almas de los redimidos. Dios no ha permitido que ninguno de sus redimidos hasta ahora llegue a la perfección en esta vida. La historia de la iglesia en lo colectivo, y de los siervos de Dios en lo particular, es una historia de muchas defecciones; no obstante lo que ha sido de Dios ha sido notoriamente manifiesto. Lejos de desalentarnos, esto nos llena de fe, porque significa que Cristo es mucho más grande de lo que nosotros le hemos experimentado. Hay mucho, mucho más de Cristo aún por aprehender.