El caminar del cristiano ejemplificado en los patriarcas del Antiguo Testamento.

Para que Dios pueda restaurar la creación para sí mismo, necesita primeramente restaurarnos a nosotros – la iglesia. Cuando la iglesia esté plenamente restaurada, entonces Dios restaurará toda la creación para sí mismo. Nosotros somos el vaso principal, la figura clave para la restauración. Aquellos que estaban en el arca, son los que encontramos en Efesios 1:10. En la plenitud del cumplimiento de los tiempos, Dios reunirá todas las cosas en Cristo Jesús, así las que están en los cielos como las que están en la tierra. Entonces, en el arca, todo ha sido restaurado para Dios.

Cuando nosotros intentamos cumplir el testimonio de Dios en la tierra, ese testimonio no sólo tiene que ser cumplido en nuestro medio. Recuerden que no es sólo para nosotros, el pueblo de Dios, sino que deberá incluir a toda la creación. Tenemos una tremenda responsabilidad en el cumplimiento de nuestro llamamiento.

Y gracias a Dios, nuestra fe para esa restauración tiene un fundamento sólido, porque aquello que Dios desea obtener para sí mismo, ya lo tiene en su Hijo. El ministerio del Espíritu Santo es reproducir a Cristo en nosotros, porque el testimonio no somos nosotros, sino Cristo en nosotros. Cuán necesario es que permitamos que el Espíritu Santo haga una obra real tanto en forma individual, como colectivamente – como iglesia.

Abraham

Vamos a hablar otro poco sobre Abraham. En la vida de Abraham, por medio de su fe y obediencia, y de los tratos de Dios con él, el objetivo de Dios era que Abraham pudiera testificar cómo es Dios el Padre. Cuando vemos a Abraham, vemos el amor de Dios, porque él, al final de su vida, cuando ofreció a Isaac, ofreció todo de vuelta a Dios. No se reservó nada para sí mismo, entregó todo en el altar; reconoció que el Dios Todopoderoso es quien lo merece todo, y estuvo dispuesto a dar todo para Dios.

La verdadera adoración consiste en devolver a Dios todo lo que él nos ha dado. En Romanos 8 hay unos versículos muy hermosos acerca de que Dios nos ha amado a tal punto que él no retuvo nada para sí mismo. Y Abraham es un testimonio del amor de Dios. Él puso a su hijo sobre el altar como holocausto. El testimonio de Abraham es que Dios nos amó de tal manera que nos dio todo lo que tenía.

En todas las asambleas locales, necesitamos hermanos y hermanas que conocen algo del amor de Dios, y que estén dispuestos a permitir que ese amor tenga expresión. Piensen eso. Sin ese amor, no habría Conferencia. Por detrás de esta Conferencia, hay personas que dieron sus vidas, que devolvieron sus vidas a Dios. Dios no puede proseguir si no hay amor, si no hay vidas entregadas en sus manos.

Gracias a Dios por esta Conferencia, porque tras ella hay amor de Dios por su pueblo, hay amor por el testimonio de Dios y por el pueblo de Dios. Y el amor de los que han entregado sus vidas por esta Conferencia, ha obrado muchas veces en forma invisible. Las personas no lo ven; sin embargo, Dios lo ha visto. Porque cuando Abraham ofreció a Isaac solamente dos lo sabían. Entonces, damos gracias al Señor por el amor y por las vidas que fueron entregadas.

Isaac

Isaac nos habla de la vida de resurrección, pues él fue puesto en el altar, y de manera figurada estuvo muerto. Sin embargo, Dios le resucitó de la muerte. La vida que nos ha sido dada es la vida de resurrección de Cristo. Cuando nosotros tenemos esa vida de resurrección, como dijo el hermano Sparks, la muerte es historia, porque Dios es Dios de vivos, no de muertos.

Isaac nos habla de la vida de resurrección. Esta es una vida de ascensión, una vida de plenitud. Todo lo que hizo Isaac fue cavar pozos. Y cuando él estaba cavando sus pozos, tuvo conflictos. Isaac enfrentó oposición; lucharon contra él. Sin embargo, él no se rindió, porque cuando uno no se rinde, significa que está viviendo una vida de ascensión, porque sabe que está arriba.

La realidad de una vida de ascensión es que un día tu vida natural estará dispuesta a someterse a la vida del espíritu. Una vida de ascensión significa que estás arriba, y cuando el espíritu está arriba, la carne se convierte en siervo del espíritu. Entonces podrás cumplir la voluntad de Dios, y podrás expresar la voluntad de Dios. Dios tiene que restaurar esa vida abundante, esa vida de resurrección, de ascensión, en su iglesia. Esta es la vida de los vencedores.

Hay muchas dificultades e impedimentos que necesitan ser vencidos, porque aquello que nuestro Dios desea, el enemigo lo odia. Sin embargo, gracias a Dios, a causa de la resurrección, nosotros estamos al lado del Vencedor; nuestra victoria ya está asegurada, porque hoy Cristo ya está en la gloria.

Jacob

Jacob nos habla de transformación. Abraham nos habla del amor de Dios como nuestro Padre. Isaac nos habla de Dios el Hijo, de la vida de resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la vida de plenitud, la vida victoriosa, la vida de ascensión. Es la vida de Cristo que nos ha sido dada. Entonces nos atrevemos a ser vencedores y no ser derrotados, porque esa vida ahora mora en nosotros. La epístola de Juan nos dice que mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo. Y gracias a Dios por todas esas promesas, y el Espíritu Santo desea hacer realidad todas esas promesas en nuestra experiencia.

Una de las crisis de Jacob es que él luchó con Dios. Cuando él luchó con Dios, Dios dijo que Jacob venció. No hay nada errado en eso. ¿Desean tener a Dios para ustedes? ¿Desean ganar a Dios para sí mismos? Sí, porque Dios se está dando a nosotros, y él desea que nosotros le venzamos. Sin embargo, antes que podamos vencerle, él nos ha vencido a nosotros. A menos que Dios no nos venza primero, no podemos ganarle a él.

En la revista Aguas Vivas hay algunos artículos de Harry Foster, un colaborador del hermano Sparks. Él ha escrito muchas lecciones para niños; es un excelente maestro. Lo conozco personalmente a él y a su esposa; ambos han estado en nuestro hogar. Él escribió un libro devocional acerca de los personajes bíblicos. Y allí dice que Jacob fue bendecido porque estuvo feliz de que Dios le haya vencido. ¿Lo entienden? Dios conquistó a Jacob para sí mismo. Si Dios te toma como su posesión, tú lo tienes todo. Dios no sólo venció a Jacob, sino que éste aceptó ser conquistado por Dios. ¿Qué quiero decir? Que, una vez que fuimos conquistados, nosotros nos rendimos a él. Es posible que alguien haya sido conquistado, pero que no desee entregarse a él.

Voy a darles una ilustración muy concreta. Durante la II Guerra Mundial, yo estuve en Filipinas. Antes que los japoneses invadieran este territorio, le pertenecía a los Estados Unidos. Pero las tropas americanas y los filipinos no estaban preparados para la guerra, y la invasión les tomó por sorpresa. Y había allí un gran soldado, el general Douglas MacArthur. Cuando los japoneses llegaron, MacArthur logró escapar. Sin embargo, él tomó una determinación, y antes de irse, dijo a los filipinos: «Volveré». Y, saben, ellos vivieron con esa esperanza en su mente. Todos los días, los filipinos se preguntaban: «¿Cuándo regresará MacArthur a liberarnos?».

Yo estuve allí durante los años de la ocupación, y fui testigo de los sufrimientos de la gente. Ocurrieron cosas increíbles. En 1944 los americanos iniciaron la invasión del Pacífico, y en poco tiempo recuperaron Filipinas. Y cuando vimos a los soldados llegando con sus tanques, hubo una gran fiesta de bienvenida. Algunos meses después, los japoneses se rindieron, y en Tokio firmaron su rendición incondicional. Oficialmente se rindieron; sin embargo, había muchos soldados que estaban escondidos en la selva que se rehusaban a rendirse.

¿Lo ven? Oficialmente, nosotros nos rendimos; sin embargo, en la práctica, estamos rehusando rendirnos. Allí en la cruz, Su amor ya nos ha conquistado. Es un hecho consumado, real. Sin embargo, nosotros no lo percibimos, no estamos dispuestos a rendirnos. Mientras más pronto nos rendimos, más temprano le reconocemos como el Cristo y Rey sobre nuestras vidas.

Entonces, después de aquella lucha, Dios tocó el muslo de Jacob, y éste quedó cojo. Cuando uno se vuelve cojo por causa del Señor está a punto de conocer la plena bendición de Dios. Cuando percibimos que no podemos andar por nosotros mismos, entonces nos apoyamos en él.

Espiritualmente, necesitamos quedar cojos. Entonces nos apoyaremos en él y tendremos bendición el resto de nuestras vidas. No podemos permitir que él se vaya; le necesitamos en todo tiempo. Sin él no podemos avanzar un solo paso. Cada paso adelante es por su gracia y su poder. Y aquellos de ustedes que tienen una historia con el Señor, cada vez que avanzan, es por obra de Dios, es por su gracia. Que el Señor nos haga a todos espiritualmente cojos, para que él pueda manifestar su poder en nosotros. Él puede conducirnos en el camino que debemos andar.

Hermano o hermana, ¿ya fuiste conquistado? Gracias a Dios, en la Cruz, fuimos conquistados. Ahora podemos confesar: «¡Señor, tú me has conquistado!».

José

Ahora queremos hablar sobre José. Siempre que leo la historia de José, no puedo dejar de continuar leyendo, porque es una historia tan bella y conmovedora. La historia de José abarca muchos capítulos en el libro de Génesis. La creación ocupa sólo uno o dos capítulos. Isaac y Jacob, algunos capítulos más. Pero, a partir del capítulo 28, parece que está todo ocupado con Jacob y su familia, y José tiene un rol muy importante.

Quisiera compartir con ustedes algunos rasgos únicos del carácter de José. No voy a hablar sobre sus sueños, que ustedes bien conocen. A causa de ellos, sus hermanos le odiaban, y aun sus padres no le entendían completamente. Pero una de las características de José es que tenía una conexión muy íntima con su padre. Era muy apegado a su padre, era su hijo predilecto. Y el padre le hizo a José una vestimenta especial. Esta era una muestra exterior; pero, si leemos su historia, vemos que hay una conexión muy estrecha entre José y su padre.

José tenía en aquella época unos diecisiete años, y estaba al cuidado de las ovejas con sus hermanos. Él llegó a su casa y contó a su padre algunas cosas malas que hacían sus hermanos. No es que él hablara mal de sus hermanos a espaldas de ellos, sino que lo hacía con la esperanza de que enmendaran su conducta.

Hay una preocupación sincera por los hermanos y hermanas. Cuando vemos que una cosa no es correcta, no debe ser para condenar ni criticar, sino para orar por restauración. Todos nosotros tenemos fallas, nadie es perfecto, y necesitamos que el Señor corrija nuestros yerros. Sin embargo, los hermanos de José no lo apreciaron a él. Ellos le odiaban, pero el amor de él hacia ellos nunca cambió. Es por eso que José es un tipo perfecto de Cristo, en su amor por su padre y su amor por sus hermanos.

Ustedes recuerdan que, cuando el padre llamaba a José, él inmediatamente respondía: «Heme aquí». En otras palabras, estaba siempre dispuesto a responder para hacer la voluntad de su padre. Lo mismo, cuando Dios habló a Abraham, éste respondió: «Heme aquí». Ellos estaban dispuestos, tenían su oído atento. Atentos para oír y atentos para obedecer; estas dos cosas andan juntas. Cuando hay un oído atento para oír, es porque hay un corazón dispuesto a obedecer.

José sabía que sus hermanos le aborrecían. Su padre le envió a ver qué estaban haciendo ellos, pero José no los encontró. Sabiendo que le odiaban, él pudo haber regresado inventando una excusa y diciendo: «Los busqué, pero no los hallé; mi misión está cumplida». Sin embargo, cuando los andaba buscando, alguien le preguntó: «¿A quién buscas?». Él respondió: «Busco a mis hermanos». Le dijeron: «He oído decir que fueron a Dotán». Y él fue a Dotán en pos de ellos.

José es una figura perfecta de nuestro Señor Jesucristo. Él vino a los suyos, y los suyos rehusaron aceptarlo. A pesar de ello, él vino. Eso nos habla del amor de José por su padre, y del amor de José por sus hermanos.

Lo que quiero compartirles es acerca del fin de la vida de José, y de cómo él se reconcilió con sus hermanos. Para que José ascendiera al trono, tuvo que pasar por algunas cosas muy profundas en su vida. Sus hermanos le vendieron a los egipcios. Pero, siempre que se menciona su estadía en Egipto, las Escrituras nos dicen que Dios estaba con él.

Para reinar con Cristo, ese reinado que Dios está buscando tiene un alto costo. Ninguna cosa espiritual viene con facilidad. Tenemos que aceptar ese hecho. Aunque José sabía que estaba destinado al trono, él estaba preparado para aceptar toda la disciplina necesaria para llegar al trono. Hay una característica muy hermosa en José: de todo lo que a él le sucedió, no se oye ni una palabra de queja. El aceptó todo como si viniera de la mano de Dios sobre su vida. Él dijo: «Quizá mis hermanos tuvieron una mala intención; sin embargo, Dios usó todo esto para bendición».

Cuando José era un esclavo en el palacio de Faraón, aunque servía a un amo terrenal, en su corazón, él estaba aprendiendo a servir a Jehová su Dios. El capitán de la guardia reconoció que Dios estaba con José. Y toda la casa de aquel funcionario fue bendecida porque José estaba allí. ¿Te imaginas a un esclavo bendiciendo a su señor? ¿Qué puede hacer un esclavo? No puede contribuir en nada. Pero no es lo que puede hacer, sino su presencia, pues Dios estaba con José.

Estamos viviendo días difíciles, días de maldad, días de tinieblas. Sin embargo, dondequiera que estemos, tenemos que resplandecer como luminares, debemos ser sal de la tierra. Es por eso que estamos aquí. Así que, dondequiera que José se encontraba, la presencia de Dios estaba con él, y a través de todas sus pruebas, estaba dispuesto a conocer y aprender quién es Dios. Y aprendió una tras otra, muchas lecciones de someterse completamente, sin murmuraciones.

¿Saben en qué fallaron los israelitas al entrar en Canaán? En que ellos murmuraron, y la murmuración es incredulidad o desobediencia. Y de los labios de José no hubo ni una palabra de reclamo, porque, por sobre todo, él veía la mano de Dios sobre su vida. En los días en que estaba en la prisión, o cuando era esclavo en casa del jefe de la guardia, él aprendió la preciosa lección de someterse. Dios estaba haciendo madurar a José, preparándole para el trono.

Vamos a ver una ilustración de la vida de José. ¿Recuerdan cuando él estaba en su hogar y tuvo esos sueños? Él no sabía su significado, sólo tenía los sueños, pero no podía interpretarlos. Pero, a medida que crecía espiritualmente, poco antes de ascender al trono, el Señor le concedió sabiduría para interpretar sueños, y fue por medio de la interpretación de ellos que Faraón le hizo subir al trono.

Dios anduvo en intimidad con José, hizo una obra profunda en él, al punto que José conocía bien la mente de Dios, y podía interpretar sueños, y aun lo que ocurriría en el futuro. Es por eso que José ascendió al trono. Porque cuando llegó el tiempo oportuno, Dios lo promovió. En un sentido, no fue Faraón quien elevó a José al trono, sino Dios mismo, porque había llegado la hora de ser promovido, y él se convirtió en salvador del mundo.

José y sus hermanos

Ahora quiero compartir acerca de algunos encuentros de José con sus hermanos. Antes de eso, vamos a leer en Génesis 47. El pueblo vino a José para obtener pan, y José les dio pan. Pero su interés no era solamente darles pan. José deseaba ganar un pueblo para sí mismo – tal como el Señor Jesús vino a buscar lo que estaba perdido.

«No había pan en toda la tierra, y el hambre era muy grave, por lo que desfalleció de hambre la tierra de Egipto y la tierra de Canaán» (Gén. 47:13). Esto se refiere al pan físico. Hoy hablamos del pan espiritual. Hermanos y hermanas, ¿dónde podemos encontrar hoy el pan de vida, la palabra de vida? ¿Dónde hay personas que realmente conocen la mente del Señor por medio de la Palabra?

Voy a contarles una historia verdadera. Hubo un hermano que fue a Honor Oak a oír la predicación del hermano Sparks, por primera vez. El se sentó a escuchar, y decía: «Pero, ¿de dónde saca él todo eso?». Y después del encuentro, buscó al hermano Sparks y le preguntó qué versión de la Biblia estaba usando. Él decía: «¿Cómo es posible que él vea en la Biblia cosas que yo no veo? ¿Qué versión de la Biblia está usando? ¿Qué tipo de anotaciones hay en esta Biblia? ¿Cómo es posible que en los mismos versículos haya cosas que yo no veo?».

Nosotros estamos viviendo en días de hambre espiritual. Y les digo que realmente nosotros somos privilegiados; hoy mismo, tenemos el privilegio de partir el pan juntos. Gracias a Dios, él es nuestro alimento, nuestra palabra de vida. Y nosotros sabemos que sólo él mismo puede satisfacernos.

«Y recogió José todo el dinero que había en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán, por los alimentos que de él compraban; y metió José el dinero en casa de Faraón» (v. 14). No había pan en Egipto ni en Canaán, y la única manera en que sobrevivirían era comprando pan. «Acabado el dinero de la tierra de Egipto y de la tierra de Canaán, vino todo Egipto a José, diciendo: Danos pan; ¿por qué moriremos delante de ti, por haberse acabado el dinero?» (v. 15). Dios está haciendo hoy una obra muy profunda. Nosotros deseamos pan, y pensamos que tenemos dinero para comprarlo, pero tarde o temprano iremos a la bancarrota – El dinero se agotará, y no habrá cómo comprar pan. Sin embargo, si deseas sobrevivir, buscarás la forma de obtenerlo.

«Y José dijo: Dad vuestros ganados y yo os daré por vuestros ganados, si se ha acabado el dinero» (v. 16). Cuando se terminó el dinero, aceptó el ganado. «Y ellos trajeron sus ganados a José, y José les dio alimentos por caballos, y por el ganado de las ovejas, y por el ganado de las vacas, y por asnos; y les sustentó de pan por todos sus ganados aquel año» (v. 17). El pan es una cosa consumible; cuando uno come el pan, le queda cada vez menos, y un día éste se acaba.

«Acabado aquel año, vinieron a él el segundo año, y le dijeron: No encubrimos a nuestro señor que el dinero ciertamente se ha acabado; también el ganado es ya de nuestro señor; nada ha quedado delante de nuestro señor sino nuestros cuerpos y nuestra tierra. ¿Por qué moriremos delante de tus ojos, así nosotros como nuestra tierra? Cómpranos a nosotros y a nuestra tierra por pan, y seremos nosotros y nuestra tierra siervos de Faraón; y danos semilla para que vivamos y no muramos, y no sea asolada la tierra» (v. 18-19).

Aquí vemos la progresión de nuestro caminar espiritual. Todos nosotros estábamos con hambre. Al principio, pensábamos que teníamos los medios para satisfacer nuestra hambre. Pero cuando se nos agotaron los medios, por detrás de eso, Dios estaba trabajando en su propósito. El dinero se acabó, el ganado se fue, todo se fue; lo único que quedó fui yo mismo. José estaba aguardando ese momento para ganarlos para sí mismo, porque él mismo representaba el pan.

A menudo nosotros buscamos las cosas fuera de Cristo, y así nuestra hambre nunca será satisfecha. Sin embargo, es Cristo todo lo que nosotros necesitamos. José estaba esperando el momento cuando ellos dijesen: «No tenemos nada; todo lo que poseemos es nuestro cuerpo, nosotros mismos; tómanos para ti». Cuando le pertenecemos a Él, el problema del hambre está resuelto, porque Jesús es el verdadero pan. Lo importante no son las cosas que él da, sino él mismo, que es el pan de vida.

Quiero darles otro ejemplo: Cuando sus hermanos fueron a Egipto a comprar comida, ellos no reconocieron a José, pero él sí les reconoció. Sin embargo, él anhelaba el momento en que ellos llegaran a saber con quién estaban tratando.

Quisiera concluir con un principio muy importante: Para que el Señor pueda restaurar a su pueblo, para reunirnos en uno ante su presencia, su trono nos ha de mantener unidos. La razón por la cual él es exaltado es porque todos deben confesar que él es el Señor. Si tú confiesas que él es tu Señor y yo confieso que él es mi Señor, nosotros somos uno.

Benjamín

Ahora quiero compartirles acerca del carácter de Benjamín, quien fue el instrumento para reunir a la familia. Cuando Benjamín nació, Raquel lo llamó ‘Hijo de tristeza’, y después Jacob cambió su nombre por ‘Hijo de mi mano derecha’.

En la historia de la relación entre Jacob y sus hijos, ninguno de los mayores tenía intimidad con su padre. De hecho, varios de ellos le dieron grandes problemas. Pero, al leer las Escrituras, percibimos que el corazón de Jacob y el de Benjamín estaban muy unidos. Y cuando Judá prometió que la próxima vez que viniera a José, traería a Benjamín, José insistió en que lo trajera. Y Jacob dijo: «Si me quitan a Benjamín, moriré». Y creo que también Judá dijo: «Si llevo a mi hermano menor, mi padre morirá».

Aquí tenemos un principio espiritual. Es claro que José no estaba con su familia. Benjamín era el único que en realidad comprendía el corazón de Jacob. Es evidente que Jacob anhelaba ver a José. Aunque estaba próximo a su muerte, Jacob siempre añoraba a José. Sin embargo, para que Dios pueda restaurar a su pueblo a sí mismo, una vez más, necesita levantar muchos benjamines, que conocen el anhelo del corazón del padre.

La oración del Señor es que nosotros seamos uno. Ese es el deseo del Señor, y éste también debería ser nuestro deseo. Sólo el trono puede mantenernos unidos. Los que entienden el corazón de Dios están dispuestos a pagar cualquier precio para permanecer en la unidad del pueblo de Dios. Cuando nosotros somos uno con la Cabeza, entonces el testimonio de Jesucristo es plenamente realizado.

Dios desea que nos entreguemos a él. Hemos gastado todo nuestro dinero, y aún tenemos hambre; vendimos nuestro ganado, y aún tenemos hambre. José dijo: «Ésta es la oportunidad; entréguense ustedes a mí, y jamás tendrán hambre». Esto es lo que el Señor está buscando – Él necesita muchos benjamines.

En estos últimos días, cuando el pueblo está tan dividido, ¿quién entiende el anhelo de Dios de que todo su pueblo sea uno? Para que el testimonio de nuestro Señor Jesucristo sea plenamente cumplido, la unidad en el testimonio es vital. Un Dios, un Señor, un pueblo. Todo es uno, y nosotros somos uno. La Cruz nos hará uno. Gracias a Dios por eso.

Cuando Dios nos mire desde lo alto, que estemos unidos, que seamos uno, olvidando nuestras diferencias, simplemente mirándonos los unos a los otros en Cristo Jesús, eso traerá satisfacción a Su corazón. Si queremos agradarle, guardemos con diligencia la unidad del Espíritu. Hay una Cabeza, hay un Cuerpo. Hay un alimento, el Señor Jesús. Tenemos un solo camino, y hay un solo testimonio que Dios busca: la plenitud de Cristo en todos nosotros.

Resumen de un mensaje impartido en la 2ª Conferencia Internacional, Santiago de Chile, Septiembre 2005.