La profecía del Señor sobre los tiempos del fin.

Velad».

– Marcos13:37.

Teniendo a la vista la profecía que Él recientemente había proferido, una profecía solemne y llena de autoridad, el Hijo del Hombre resumió así el deber de sus seguidores en una orden vibrante y atrayente: «Velad». Para interpretar esta orden del Señor, debemos examinar la profecía. Antes de examinar el texto que tenemos ante nosotros, explicaré la forma que emplearé de abordarlo.

Inicialmente, consideraremos esta profecía dicha por el Señor Jesús; en segundo lugar, procuraremos entender la enseñanza que se nos transmite en relación a nuestra condición presente; finalmente, concentraremos nuestra atención en este mandamiento del Señor: «¡Velad!».

Consideremos esta profecía de Jesús. El hecho de que Mateo, Marcos y Lucas registren el hecho de que esta profecía fue pronunciada en el monte de los Olivos no debe pasar inadvertido. Además de eso, los tres evangelistas la sitúan en la misma relación con el ministerio de Jesús, puesto que fue pronunciada en un momento muy cercano a aquella última y sombría semana de su vida terrena. Mateo preservó la profecía con mayor riqueza de detalles. Marcos y Lucas registraron pasajes idénticos de la profecía.

Aunque nuestro objetivo sea analizar la profecía como un todo, hay dos asuntos que demandan nuestra atención antes de eso: la ocasión en que el Señor la dijo y el contenido de la profecía.

Jesús fue a Jerusalén procediendo de manera diferente a lo que solía hacer y provocó una manifestación pública. Habiendo hecho eso, en aquel primer día, el Señor observó las condiciones a su alrededor, y al anochecer, se retiró a Betania, un lugar tranquilo y retirado. En su camino de vuelta a Jerusalén a la mañana siguiente, el Señor destruyó la higuera. Entonces, dirigiéndose al templo, lo limpió, expulsando a los cambistas, ejerciendo un poder impresionante. Después de eso, entró en conflicto con las autoridades. Finalmente, tenemos aquel último acto de juicio en Jerusalén, cuando el Señor permaneció en los recintos del templo y se detuvo a observar a los oferentes, y apreció el valor de la ofrenda ofrecida por aquella mujer solitaria.

La interrogante de los discípulos

Inmediatamente después de esos eventos, los discípulos llamaron la atención del Señor hacia el propio templo, o, como Marcos nos informa, hacia las piedras del templo, y Lucas, hacia la hermosura de las piedras y la gloria de la edificación. La actitud de los discípulos fue muy significativa. El Señor ya había estado allí con ellos anteriormente. ¿Por qué específicamente en aquel momento ellos llamaron la atención del Señor hacia el templo? Esa acción de los discípulos revela su actitud mental. El Señor limpió el templo al expulsar a los cambistas, también denunció el templo, y finalmente, pronunció la sentencia de su destrucción al decir: «He aquí vuestra casa os es dejada desierta». Ahora, ellos llaman la atención del Señor hacia el templo, hacia aquella edificación e, inmediatamente, con rapidez e incluyendo el templo y todo lo que contenía, el Señor predice su total y completa destrucción, diciéndoles que no quedaría piedra sobre piedra que no fuese derribada.

Entonces, saliendo del templo y de la ciudad, ellos subieron al Monte de los Olivos, hasta que llegaron a un lugar que el evangelista describe estar localizado «frente al templo», o sea, en un área en la ladera del monte desde donde se podía mirar hacia atrás y abarcar el templo. Marcos menciona el nombre de cuatro hombres que se acercaron al Señor. Teniendo su curiosidad despertada por las cosas que el Señor había hablado en los últimos tiempos, ellos le preguntaron: «¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?». La profecía es la respuesta del Señor a esa pregunta, constituida de tres tópicos.

Tres puntos de vista

A fin de abordar la profecía como un todo, consideremos el relato presentado en el evangelio de Mateo. En Mateo, descubriremos que la profecía puede ser subdividida en tres partes. En respuesta a las preguntas de los discípulos, el Señor, en primer lugar, les habló exclusivamente desde el punto de vista del Mesías hebreo (Mt. 24:4-44). Son predicciones que tratan de cosas relacionadas con Israel, con el pueblo hebreo, con el Mesías de los hebreos y con la teocracia de Dios, de acuerdo con la forma como Dios trató con aquel pueblo en el pasado. En Mateo 24:45 hay un quiebre en el discurso, cuando se inserta esta pregunta: «¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente?». En la próxima parte (24:46-25:30), hay una nueva perspectiva. La profecía no enfoca más al pueblo hebreo, sino a la iglesia cristiana y su responsabilidad. Posteriormente, en el versículo 31 del capítulo 25, hay un nuevo comienzo: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria». En este punto, la profecía no está más vuelta hacia la nación de los hebreos, tampoco trata más exclusivamente de la iglesia cristiana, sino que se vuelve hacia las naciones, con un alcance mundial. En la parte central, el Señor nunca se refiere a sí mismo como el Hijo del Hombre. Él finaliza la primera parte con ese título y vuelve a emplearlo en la tercera parte.

Evidentemente, el Señor percibía claramente lo que estaba ocurriendo. Aunque a su alrededor se acumulaban nubes que preanunciaban su pasión, Él recorrió la via dolorosa; Él sabía que su muerte era inminente. Sus discípulos le preguntaron: «¿Cuándo serán estas cosas?» – la destrucción del templo. «¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?». En esta escena vemos al Señor en una postura maravillosa jamás vista, mirando serenamente hacia el frente, considerando lo que sucedería en el futuro, y vislumbrando los siglos que vendrían desde el punto de vista de su antiguo pueblo de Israel, desde el punto de vista de su nuevo pueblo, la iglesia, y, finalmente, desde el punto de vista de las naciones del mundo.

Mirar hacia una época a partir de esos tres puntos de vista no siempre resulta en una perspectiva clara. Nuestro Señor estaba describiendo no todo el desarrollo de los acontecimientos a lo largo de cada época, sino indicando las crisis, los picos de las montañas. Es como cuando estamos en una posición elevada y, al mirar por encima de las montañas, vemos frente a nosotros el gran pico de una de ellas, y detrás de ese, vemos otro brillando en gloria, que parece estar inmediatamente detrás del primer pico, pero cuando intentamos andar de un pico a otro, percibimos que hay enormes y extensos valles entre ambos. De la misma forma, en esta profecía, los eventos parecen estar más próximos, pero, en realidad, están tan distantes entre sí como la primera venida del Señor dista de su segunda venida.

Por esta razón, al estudiar una profecía como esta, debemos tener en cuenta muy cuidadosamente la necesidad de la perspectiva. En su relato de la profecía, en el capítulo 13 de su Evangelio, Marcos no registró aquella parte de la profecía concerniente a la iglesia; Marcos tampoco mencionó aquella parte final en que todas las naciones serán reunidas en la presencia del Señor. Marcos solamente preservó la primera parte de la profecía, pero con muchos más detalles que Mateo. Examinemos simplemente el capítulo 13 del evangelio de Marcos para obtener una impresión de la secuencia de los hechos de la profecía que el Señor pronunció en respuesta a la pregunta de los discípulos.

El inicio – los dolores de parto

La respuesta del Señor a la pregunta de los discípulos comienza en el versículo 5; y en el párrafo entre los versículos 5 y 8 tenemos el registro de algunas advertencias introductorias. La importancia de las advertencias no se restringe solo al párrafo que sigue, sino que abarca todo el texto, incluyendo, por lo tanto, todo lo que el Señor dice hasta el final de su respuesta. En primer lugar, el Señor advierte a los discípulos en cuanto a su fidelidad para con Él. De modo muy claro, el Señor les habla que, cuando oyesen de guerras y rumores de guerra, ellos no deberían dejarse perturbar, pues guerras y rumores de guerra no eran señales del fin. Finalmente, el Señor les dice que, siempre que oyesen tales cosas, ellos deberían saber que eso era el principio, los dolores de parto, los dolores que anteceden el nacimiento de una nueva vida.

Habiendo dicho eso, el Señor entonces comienza inmediatamente a dar instrucciones personales a aquellos hombres que estaban a su alrededor (versículos 9-13). En este párrafo, Él habló a aquellos discípulos más cercanos acerca de un inminente período de persecución. Hoy sabemos cuán literalmente se cumplió en la historia de aquellos discípulos en particular, y cómo, en aquel período específico de la persecución, la fuerza, la consolación –en todo el sentido que esa gran palabra posee –que los sustentó fue la consolación de la presencia del Espíritu Santo con ellos.

Luego, en la próxima parte (versículos 14-32), el Señor describe las crisis, que son dos. En los versículos 14 al 23, el Señor primeramente predice de manera muy clara todo lo que se cumplió en la destrucción de Jerusalén, en el lapso de una generación. En la secuencia, Él dice: «Pero en aquellos días, después de aquella tribulación»; es posible que algunos piensen que la expresión «en aquellos días» del versículo 24 se refiera a los días inmediatos al fin que el Señor ya había mencionado en los versículos 14 al 23. En verdad, aquí tenemos dos picos de montaña, pero hay grandes valles entre ambos.

Lucas deja ese hecho más claro aún: «Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada de los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan» (Lc. 21:24). Este corto versículo cubre un período que comienza con la caída de Jerusalén y se extiende hasta los días de hoy. Jerusalén todavía está bajo los pies de los gentiles, porque el tiempo de los gentiles aún no se ha cumplido. Sin embargo, observe que, después de esa declaración reveladora, el texto de Lucas retoma la profecía exactamente con la misma expresión que aparece en Marcos. «Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas». Volviendo ahora al el texto en Marcos, en los versículos 24-32, el Señor habla de otro evento principal que ocurrirá después de la caída de Jerusalén. Se trata de Su segunda venida, literal, de modo afirmativo, cuando el Señor vendrá en juicio. Después de eso, entonces, la profecía termina con las instrucciones que se nos dan en los versículos 33 al 37. Al final, somos llevados de vuelta al versículo tema de nuestro estudio: «Velad», conforme mencionamos en el principio de este capítulo.

Los conflictos en progresión

En lo que se refiere a las enseñanzas del Señor, debemos primeramente observar que la profecía contiene una clara revelación del hecho que, según el propio Maestro, el período entre la cruz y su segunda venida estaría caracterizada por continuo tumulto y conflicto. De acuerdo al panorama mostrado por el Señor, la progresión de los eventos en este período no es de una disminución gradual de los conflictos entre las naciones por medio de la predicación del Evangelio, hasta que la tierra alcance una condición de paz por medio de la predicación.

Algunas personas afirman que estas profecías fueron escritas después que sucedieron los eventos mencionados en ella. En mi opinión, si, de hecho, algún hombre hubiese redactado esa profecía después de los eventos, él podría haber escrito de manera mucho más clara. La verdad es que nuestro Señor nunca tuvo la expectativa de que en ese período en particular, entre la cruz y su segunda venida, cesarían las guerras o los rumores de guerra. Él revela de manera muy clara que, a lo largo de todo el período, habría tumultos que se extenderán hasta el fin. De hecho, nuestro Señor profetizó en esa ocasión –en armonía con todos los grandes profetas de la nación hebrea – que la consumación de esa época extraña y mística, cuyo significado nunca fue muy perfectamente comprendido por los antiguos profetas hebreos, sería en masacres, derramamiento de sangre y conflictos.

En segundo lugar, debemos observar que, en esta profecía, tenemos una declaración bien clara, según el cual las guerras y rumores de guerra no son señales de la consumación de esa época, ni señales de que la consumación de esa época esté próxima o distante.

A fin de preservar nuestra paz de corazón, y para claridad de nuestro testimonio en los días de hoy, los cristianos deben recordar que el Armagedón aún no ha llegado. El Armagedón, en principio, se repite frecuentemente, pero aún no ha ocurrido en su forma final. El rey Josías fue muerto en Armagedón. El profeta Zacarías vio a Armagedón en la época en que vivió. El Armagedón, todavía, aún está por venir; pero guerras y rumores de guerra no son una señal de su llegada. Guerras y rumores de guerra son parte de aquel continuado proceso por medio del cual Dios, ejerciendo su soberanía y prevaleciendo sobre las fuerzas del mundo, permite que la ira de los hombres se manifieste, redundando, al final, en gloria para su propio nombre. El resto de la ira, Él la enrolla como una túnica, restringiéndola, según su voluntad.

Falsos cristos y falsos profetas

A continuación, observe cómo en esta profecía nuestro Señor pronunció la más solemne advertencia contra los falsos cristos y falsos profetas, declarando que en momentos de tensiones y presiones, de guerras y rumores de guerra, de pestilencias, hambres y terremotos, esos falsos cristos y falsos profetas aparecerían.

Desde aquella hora hasta los días de hoy, en toda la historia de la iglesia cristiana, se ha constatado que, las épocas de gran tensión emocional han sido momentos de peligro para los que pertenecen al Señor también, y falsos cristos y falsos profetas han aparecido constantemente. Las advertencias de nuestro Señor son muy claras, advirtiendo que, en esos momentos, necesitamos estar alertas para no ser desviados de nuestra lealtad a Él por causa de algunas de esas voces que alegan ser la voz de Cristo, o por el hecho de que alguien nos dice: «¡He aquí está el Cristo!» o «¡Mirad, allí está!».

Si estas palabras de nuestro Señor, conforme son relatadas por Mateo, Marcos y Lucas, significan lo que realmente están expresando, tenemos aquí una declaración explícita de que la manifestación final será precedida por señales sobrenaturales: estrellas caerán, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las potencias de los cielos serán conmovidas; y el Hijo del Hombre será claramente manifestado.

Fue en relación con esta profecía que nuestro Señor pronunció aquella afirmación llena de autoridad, asegurándonos que: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Se trata de una afirmación grandiosa, que puede ser aplicada a todo lo que Jesús enseñó, pero su primera aplicación es con relación a esa declaración apocalíptica, esa predicción profética, esa declaración clara respecto del fin.

La hora de Su venida

Observe, además de eso, que en esa profecía de Jesús se enfatiza el hecho de que nadie sabe la hora. El propio Señor es quien dice: «Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre». Inmediatamente después de esa afirmación, el Señor agregó: «Mirad, velad… porque no sabéis cuándo será el tiempo». Después Él repite: «Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa». En estas palabras Él advierte solemnemente a sus discípulos, a nosotros, y a todas las generaciones de esta época, que no sabemos la hora.

Nada hay en esta profecía, ni en ninguna otra de las enseñanzas de Jesús, ni en ninguna otra parte en todo el Nuevo Testamento, no hay ni aun una simple declaración que nos ayude a determinar, aunque sea de manera aproximada, dentro de los límites de un calendario humano, la hora de su segunda venida. Nada podría ser más simple y directo que esto: «Nadie sabe».

El significado de velar

Todo esto nos lleva a la declaración final y determinante con relación al deber de sus seguidores, la cual es repetida más de una vez en este párrafo final, y que está resumida en la última palabra: «¡Velad!». Lo que el Señor estaba diciendo con esa advertencia se centraliza en esta palabra: «¡Velad!».

Aquellos que conocen el Nuevo Testamento en la lengua griega recordarán que hay dos palabras griegas diferentes que son traducidas por la misma palabra «velar» en la versión inglesa de nuestra Biblia. Esas palabras no son contradictorias, sino que se complementan: «Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo» (13:33); después tenemos «Velad, pues» (13:35), y, finalmente, «Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad» (13:37). Consideraremos primeramente la palabra griega que aparece en los versos 13:35 y 13:37.

Busqué el origen de esa palabra y cómo ella vino a ser usada en este contexto. En esencia, esa palabra tiene como telón de fondo la idea de un mercado. Por lo tanto, probablemente el significado de esa segunda palabra griega se origina de la idea de un mercado, como un lugar donde las personas se reúnen con un propósito y, al mismo tiempo, están alertas.

En el Nuevo Testamento, hay un pasaje en que esa misma figura –la de un mercado– es la idea subyacente. Cuando Pablo escribió para los cristianos en Éfeso, él dice: «Compren las oportunidades», o «rediman el tiempo», como encontramos en una antigua versión; en este versículo, la idea principal es de un mercado, donde se encontraba un mercader o varios mercaderes, ávidos de lucro, alertas en busca de un buen negocio, con su corazón enteramente enfocado en sus negocios.

Según esa palabra griega empleada en 13:35 y 13:37, todas esas ideas son expresadas en la palabra «velad». Aplicando esa definición para un alma individual, por ejemplo, significa tener todas las capacidades reunidas, concentradas, en alerta y completamente despiertas.

Era eso lo que el Señor Jesús estaba diciendo a aquellos hombres. Él no les ordenó subir a un monte y quedar observando el primer destello del amanecer; Él les ordenó estar vigilantes. Nuestro Señor los pondría en Jerusalén y Samaria y los enviaría a los confines de la tierra, pero les ordenó que, dondequiera que estuviesen, que estuviesen completamente despiertos, alertas, con todas sus capacidades y sentidos concentrados y en prontitud para la inmediata entrada en acción y cooperación.

El significado de la palabra «velar», según el Señor la usó, debe ser definido examinando las ocasiones en que es empleada, y puede ser resumido de la siguiente forma: primeramente Él les advierte a ser cautelosos, muy cuidadosos en su lealtad para con Él. «¡Mirad! –advirtió el Señor dos veces– que nadie os engañe, pues muchos profetas vendrán en mi nombre, y muchas voces proclamarán: Yo soy el Cristo».

El segundo significado expresado por la palabra «velad», conforme es empleada por nuestro Señor, implica mantener una actitud de valor. No os dejéis perturbar cuando oyereis hablar de guerras y rumores de guerras. Ni aun estéis ansiosos cuando la marea de hostilidad estuviere enfocada hacia ustedes, y sufrieren persecución y sufrimientos. No estén ansiosos.

Después de eso, inmediatamente, conectó velar con orar. «Mirad, velad y orad». La palabra «velad» empleada en el versículo (13:33) corresponde a otra palabra griega que es traducida como velar en nuestra Biblia. Las dos palabras griegas tienen el mismo significado – velar, pero esta última, se refiere a velar desde un punto de vista diferente. Es una palabra negativa. Significa «no dejarse adormecer». Y, del modo como el Señor la emplea, significa no dejarse adormecer en esta cuestión de la oración.

Se trata de una palabra griega bastante interesante, pues es una palabra peculiar, que describe la actitud de un alma en adoración, lo cual incluye pedir algunas cosas, pero no necesariamente. Puede haber oración sin que haya petición, pues la oración no significa solo pedir. Es posible que estemos pidiendo alguna cosa continuamente, sin que hayamos orado, según el significado de esta segunda palabra griega. La oración aquí referida describe un alma postrada en la presencia de Dios; significa hacer que los deseos del alma se vuelvan hacia Dios.

Es muy posible que algunas veces ni siquiera logremos pedir algo al Señor; muchas veces eso sucede conmigo, ocasiones en que no sé por qué orar. Sin embargo, aun puedo orar, según lo que esta segunda palabra significa; el alma volviéndose hacia Dios deseando solo a Dios y su voluntad. Hay un versículo muy precioso en el libro de los Salmos, que ejemplifica la situación en que un alma se expresa a Dios en este tipo de oración: «Mi alma se apega a ti». Eso significa orar. ¿Qué oraremos hoy? Hay algunas cosas que no podemos pedir, pues no queremos contrariar algo que esté de acuerdo con el propósito de Dios; pero nuestra alma puede lanzarse en dirección a Dios y a favor de su voluntad. Velar es el alma que permanece en vigilia, sin adormecerse, porque desea a Dios intensamente.

Finalmente –y lo menciono en el último lugar, porque el Señor también lo menciona al final, no porque sea último en importancia– velar es trabajar; trabajo específico, definido por el Señor, para ser realizado en su ausencia; se trata de un trabajo personal, cada uno tiene el suyo; trabajo en el cual pequeñas cosas se vuelven gloriosas en relación al todo.

Nuestro velar, por lo tanto, primeramente es la solemne y resuelta mantención de nuestra lealtad a nuestro Señor y Maestro. En segundo lugar, es aquel coraje de corazón que no se deja perturbar por las guerras y rumores de guerras y no está ansiosa ni aun en la hora del sufrimiento. En tercer lugar, es aquella vida de oración que no está perpetuamente anhelando la segunda venida del Señor simplemente porque desea escapar de alguna cosa, sino busca constantemente su Reino, su gloria y la realización de su propósito.

Finalmente, velar es trabajar. La actitud de aquellos que, en el principio de la era cristiana, estaban con los ojos fijos en los cielos aguardando la segunda venida fue reprendida por el ángel con las siguientes palabras: «Varones galileos, ¿Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo». «Este mismo Jesús… vendrá». No es necesaria ninguna ansiedad. Nuestro deber es obedecer su orden. A cada uno Él asignó su obra (Mar. 13:34).

Para finalizar, mi última palabra en el presente capítulo es personal. Ninguno de los eventos que están ocurriendo actualmente en el mundo me asusta o sorprende, y tampoco asustan y sorprenden a Dios. Ninguna de esas cosas – que, confieso, soy menos capaz de explicar hoy que ayer porque se vuelven un enigma cada vez mayor – eran desconocidas de mi Señor hace tanto tiempo atrás. Él vio la época en que entró en la historia de este mundo. Él conocía la dimensión de las fuerzas que se opondrían a su Reino, un reino de justicia, paz y alegría. Este es el orden en el Reino: primeramente justicia, después paz; de modo que la alegría nunca vale la pena si no fuere originada en la paz resultante de la justicia.

Tomado de El Evangelio de Marcos.