«Ellas corrieron a través de la lluvia creyendo que Dios las libraría».

© Bob Perks

La pequeña niña debe haber tenido unos seis años y un hermoso cabello castaño. Era una pecosa imagen de la inocencia. Su mamá se veía algo mayor. La niña llevaba puesto unos shorts de color canela y una camisa celeste. Sus zapatos de lona eran blancos con un adorno azul. Se parecía a su mamá.

Llovía afuera; era el tipo de lluvia que chorrea sobre las canaletas, con tanta prisa para golpear la tierra que no tiene tiempo para fluir hacia abajo por los caños. Los desagües se llenaron en el parque de estacionamiento y formaron una gran laguna alrededor de los automóviles estacionados.

Todos nosotros quedamos detenidos allí bajo el toldo, junto a la puerta del supermercado. Allí esperábamos, algunos pacientemente, otros disgustados porque la naturaleza les había trastornado su rutina diaria. Siempre me fascina la lluvia de otoño. Me pierdo en el sonido y la vista de los cielos que lavan la suciedad y el polvo del mundo.

La voz de la pequeña rompió el silencio. Era una voz tan dulce que disipó nuestra catalepsia hipnótica y todos pusimos atención a la conversación que empezó a fluir.

«Mamá, ¡corramos a través de la lluvia!», dijo ella. «¿Qué?», preguntó su mamá. «¡Atravesemos la lluvia!», repitió ella. «No, querida. Esperemos a que disminuya un poco», contestó su mamá. La niñita esperó aproximadamente otro minuto y repitió su declaración: «Mamá, ¡atravesemos la lluvia!». «Nos empaparemos si lo hacemos», dijo su mamá. «No, mamá; eso no es lo que tú dijiste esta mañana», dijo la niña mientras la cogía del brazo. «¿Esta mañana? ¿Cuándo dije yo que podíamos atravesar la lluvia y no nos mojaríamos?». «¿No lo recuerdas? Cuando tú hablabas con papá sobre su cáncer, le dijiste: Si Dios puede hacernos pasar a través de esto, él puede llevarnos en todo».

Toda la gente guardó silencio. No se podía oír nada excepto la lluvia. Todos permanecimos callados. Nadie entró o salió en los minutos siguientes. La mamá hizo una pausa y pensó un momento en lo que respondería. Algunos se reirían de ella por su necedad. Otros podrían ignorar lo que se dijo. Pero éste era un momento de afirmación en la vida de una pequeña, un tiempo en que la inocente confianza podía ser nutrida para que floreciera en fe. «Querida, tienes razón. Atravesemos la lluvia, y si Dios nos permite mojarnos, puede ser porque necesitamos lavarnos», fue su respuesta. Entonces ambas corrieron.

Todos nos quedamos mirando, riendo cuando ellas corrían más allá de los automóviles a través de los charcos, sosteniendo sus bolsas de compras sobre sus cabezas por precaución. Se empaparon; pero fueron seguidas por unos pocos creyentes que gritaron y rieron como niños mientras corrían a sus automóviles, quizás inspirados por aquella fe y confianza.

Yo quiero creer que en alguna parte del camino de la vida, su mamá se hallará reflexionando en los momentos que pasaron juntas, capturados como imágenes en el álbum de recortes de sus amados recuerdos. Quizá cuando asista con orgullo a la graduación de su hija. O cuando el padre avance junto a su hija por el pasillo en el día de su boda. Ella se reirá de nuevo. Su corazón golpeará un poco más rápidamente. Su sonrisa dirá al mundo que ellos se aman.

Pero sólo dos personas compartirán ese momento precioso cuando ambas atravesaron la lluvia creyendo que Dios las libraría. Y sí, ellas lo hicieron. Ellas corrieron. Ellas se mojaron. Estoy seguro que se rieron y dijeron: «Necesitábamos lavarnos». Hay una ocasión y un tiempo para cada propósito bajo el cielo.

Oro para que ustedes aún tengan el tiempo para correr a través de la lluvia.