El gran dilema que pretenden solucionar todas las religiones del mundo: ¿Cómo se presentará el hombre ante Dios? ¿Cuál es la base de su aceptación por Él? La Biblia enseña que hay sólo dos caminos, pero que Dios sólo aprueba uno de ellos.

Cualquiera sea la religión que el hombre profese, sea nueva o antigua, se caracteriza fundamentalmente por la forma en que enseña a sus seguidores a acercarse a Dios. O bien les enseña a acercarse por sus obras, o bien les enseña a acercarse por la fe; por sus propios méritos, o por medio de una justicia externa.

Hay en la Biblia dos hombres, hermanos entre sí, que representan estas dos posturas, estas dos formas de presentarse ante Dios. Uno es Caín y el otro es Abel. Ambos, hijos de Adán y Eva.

Tanto Caín como Abel nacieron fuera del huerto, luego de la caída de sus padres. Ambos habían heredado la misma naturaleza pecaminosa de aquéllos. Los dos eran igualmente pecadores. Aunque Adán fue salvo, porque creyó en el Salvador tipificado por el animal inmolado, no podía transmitir a sus hijos la fe. Se pueden transmitir los rasgos genéticos de los padres a sus hijos, pero no la fe, porque «lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que nacido del Espíritu, espíritu es». La naturaleza carnal es engendrada por la carne; pero las cosas espirituales (y la fe es una de ellas), son engendradas por el Espíritu de Dios.

De manera que Caín y Abel eran iguales en cuanto a su naturaleza. La caída de Adán había afectado a los dos por igual. Sin embargo, a la hora de presentarse ante Dios (porque al hombre siempre le llega la hora en que tiene que presentarse ante Dios) ellos asumieron actitudes diametralmente opuestas. Estas diferentes actitudes determinaron que recibiesen de parte de Dios una respuesta también diferente.

La palabra de Dios dice claramente que la diferencia no estribó en la distinta naturaleza de estos hombres, ni en ninguna otra circunstancia humana, sino sólo en las ofrendas que presentaron. La ofrenda hablaba claramente acerca de lo que había en el corazón de ellos.

Hebreos 11:4 dice: «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella». Aquí se señala claramente que la diferencia entre estos dos hombres no consistió en el carácter de cada uno de ellos, sino en el carácter de sus ofrendas; no era una diferencia entre los adoradores, sino en su modo de adorar.

La ofrenda de Caín

Caín ofreció a Dios el fruto de la tierra. Esto, que pudiera parecer loable, no lo era, por cuanto la tierra estaba maldita. Por causa de la caída de Adán, Dios había declarado su juicio sobre la tierra y sobre todo lo que había sido contaminado por el pecado. De manera que, al ofrecer una ofrenda de la tierra, él desconocía maliciosamente esa maldición. Dios había sacrificado un animal para cubrir a Adán y Eva, declarando la insuficiencia de los delantales confeccionados por ellos.

Ahora, Caín menospreciaba la forma como Dios atribuía justicia al hombre, presentando una ofrenda incruenta, como si el hombre nunca hubiera pecado, y como si Dios nunca hubiera declarado su juicio hacia ellos.

Dios había tenido que derramar sangre para cubrir a los primeros padres, pero Caín consideró innecesario ofrecer un sacrificio sangriento. La Biblia dice en Hebreos que «sin derramamiento de sangre no se hace remisión». Caín era pecador, y entre él y Dios se interponía la muerte. Sin embargo él ignoró todo esto. Él trató a Dios como si fuera su igual, quien podría aceptar la ofrenda del campo maldito y pasar por alto su pecado no confesado.

Por tanto, no fue meritorio que Caín presentara una ofrenda producto de su trabajo. Dios enseñó desde el principio que es necesario un sacrificio de sangre para que el hombre pueda entrar hasta su santa Presencia. El Señor Jesús tuvo que morir en la cruz para que el velo del templo se rasgara, y quedara abierto el acceso al Lugar Santísimo para todo pecador.

La ofrenda vegetal de Caín, como todo sacrificio sin sangre, no sólo era inútil, sino también abominable. Su ofrenda demostró la ignorancia de Caín respecto de su condición caída, y respecto del carácter santo y justo de Dios.  Dios no puede recibir de nuestra mano, sino sólo aquello que Él nos ha dado. El no es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo. Nuestra ofrenda es la alabanza que traemos luego de creer en el Hijo de Dios.

La ofrenda de Abel

Consideremos ahora el sacrificio de Abel. Abel trajo de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Abel comprendió que se había abierto un camino hasta Dios por medio del sacrificio de Otro, y que las demandas de la justicia y santidad de Dios fueron satisfechas mediante la sustitución de una Víctima sin defecto.

Esta es la doctrina de la cruz, la única que Dios ha aprobado, y por medio de la cual el pecador halla perdón y paz. Esta es también la única manera en que Dios es glorificado.  Abel entendió que ninguna de sus buenas obras podían permitirle el acceso a Dios. Así también es como cree todo hombre que ha sido tocado por Dios para ver su extrema insolvencia y para ver, al mismo tiempo, el agrado con que Dios mira el sacrificio de su Hijo. Cristo satisfizo por completo todas las demandas divinas, y quitó de en medio el pecado.

Este sacrificio perfecto de Cristo quedó simbolizado en la ofrenda de Abel, quien no hizo nada por disminuir su culpa ni ocultar su condición pecaminosa. Simplemente, se presentó delante de Dios como pecador, y presentó como su sustituto la vida inocente de su víctima para que ésta cubriera sus faltas.

Abel merecía la muerte y el juicio, pero fue salvo porque se valió de un sustituto. Así también, toda alma quebrantada halla en Cristo su sustituto por excelencia, quien tomó su lugar en el juicio sobre la cruz. Ella sabe que ni los más ricos frutos de sus manos podrán quitar una sola mancha de su conciencia. Al confiar en la obra perfecta de Cristo, hallará perfecto descanso para su alma.

No es cuestión de sentimientos, sino que es un asunto de fe. «Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1). «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín» (Heb. 11:4).  Caín no tuvo esta fe y, por lo tanto, no trajo sacrificio de sangre. Abel tuvo fe y ofreció la sangre y la grosura, que es la vida y excelencia de la persona de Cristo.

Caín y Abel fueron identificados por Dios con su respectiva ofrenda. En ambos casos, Dios no consideró la persona del que adoraba, sino el carácter de su sacrificio. Por eso dice la Biblia que «Dios dio testimonio de sus ofrendas». Dios no dio testimonio acerca de Abel, sino de lo que él traía como ofrenda.

El corazón del hombre tiende a pensar que hay algo en nosotros que nos hace aceptos por Dios. El creyente, en cambio, debe considerar que se ha identificado plenamente con Cristo y ha sido aceptado por lo que Cristo es. Si Cristo ha sido aceptado por Dios, entonces también es aceptado el creyente.

La respuesta de Dios y la reacción del hombre

Ante esta verdad, el hombre no regenerado, se siente humillado, y entonces manifiesta su hostilidad. Porque en la justificación, Dios es el todo y el hombre es nada. Por eso, Caín «se ensañó en gran manera y decayó su semblante». Lo que llenó a Abel de contento, despertó en Caín el enojo.

El camino de Caín ha tenido muchos seguidores a través de la historia y los sigue teniendo hoy. Caín es el religioso lleno de justicia propia, que persigue y mata al testigo fiel, al hombre que ha sido y se sabe justificado. Luego, al ser confrontado por Dios, no pide perdón, sino que se aleja para construir una ciudad, y levantar toda una civilización basada en las habilidades humanas. Desde ese día hasta hoy se esfuerza por mejorar el mundo y convertirlo en otro paraíso placentero, pese a la maldición que ha caído sobre la tierra, y al hecho de que él mismo es un fugitivo.

Los seguidores de Caín son personas religiosas, pero que tienen una religión sin sangre, que no toman en cuenta los caminos de Dios. Ellos piensan que pueden acercase a Dios a su manera. Su religión es una interpretación particular y obstinada acerca de cómo agradar a Dios. Ellos tienen a Dios en sus bocas, pero en verdad no les interesa. Su religión es sólo un ritual, que sirve para acallar la conciencia, o para ser aceptado socialmente. Es una religión sin Dios y sin Salvador.  ¿Con cuál de estos adoradores se identifica usted? ¿Puede ver que sus sacrificios por obtener el agrado de Dios son inútiles? ¿Puede ver que el sacrificio de Cristo, en cambio, es perfecto, y del total agrado de Dios?

Mientras usted confíe en sí mismo y en sus obras, no podrá ver la preciosidad del sacrificio de Cristo, ni hallar descanso de sus obras. Crea en el Señor Jesucristo, y alcanzará la perfecta paz con Dios. Podrá usted pasar toda su vida haciendo obras en su intento por agradar a Dios y ser aceptado por Él, pero nunca conocerá la paz perfecta que halla el alma que reconoce su pecaminosidad y se acoge a la justicia de Dios que es por la sangre de Jesucristo. Si usted se aferra a su propio camino de justicia, menospreciará el sacrificio perfecto del Señor Jesús. No lo haga más. No hay ninguna forma religiosa, ni sistema de ritos que valga la pena conservar si  eso significa menospreciar al Hijo de Dios, que murió en la cruz por nosotros. Vuélvase hoy mismo a Dios y tome la senda correcta. Sólo en Cristo hay justicia y salvación eterna.

Le invito a que oremos: «Padre, te damos gracias por mostrarnos el camino de Cristo y de la fe en su obra. Renunciamos al camino de Caín, y nos acogemos al poder de la sangre de Jesucristo parta ser aceptados por ti. Gracias, Padre, porque tú ya nos has recibido en tu amado Hijo. Amén».