«El corazón tiene sus razones que la razón desconoce».

«¿Quién necesita a Dios? El hombre puede hacerse Dios a sí mismo». Así clamaba la Razón, la filosofía que capturó la imaginación de Francia en el siglo XVII. Sus campeones, Voltaire y Descartes, entre otros, trataron de idear una cosmovisión gobernada completamente por la razón.

El matemático y físico francés Blas Pascal, aunque surgido en el apogeo del Siglo de las Luces, encontraba inadecuada a la razón: «El último paso de la Razón es el reconocimiento de que hay un número infinito de cosas que están más allá de ella». Él concluía: «El corazón tiene sus razones que la razón desconoce» – una declaración que pronto llegó a ser la crítica principal del racionalismo y el punto de partida para una defensa de la fe cristiana que influye hasta hoy en las personas.

Prodigio científico

La madre de Pascal murió cuando él tenía 3 años, y su padre llevó a la familia desde Clermont-Ferrand (Francia) a París, donde él educó en su propia casa a Blas y su hermana. A los 10 años de edad, Pascal hacía originales experimentos en matemática y física. Para ayudar a su padre que era recaudador de impuestos, inventó el primer dispositivo de cálculo (algunos lo llaman el primer «computador»).

Con esta última invención, él se había hecho de un nombre (¡a la edad de 19 años!) y empezó su rica y variada carrera científica. Verificó las teorías de Galileo y Torricelli (que descubrió los principios del barómetro), culminando en su famosa ley de hidráulica. Agregó notas importantes sobre el vacío, el peso y la densidad del aire, y el triángulo aritmético. Desarrolló la teoría de la probabilidad que todavía se usa hoy. Inventó la jeringa, el ascensor hidráulico, y se le atribuye el invento del reloj de pulsera y la elaboración de la primera ruta de autobús en París. Se dice que Pascal estaba avergonzado de sus múltiples talentos.

Noche de fuego

Constantemente, Pascal estaba explorando el mundo espiritual, que estaba sufriendo una revolución a través de Europa. Mientras el pietismo florecía en Alemania y la santidad wesleyana se extendía a través de Inglaterra, la Francia católica estaba sintiendo los efectos del jansenismo, una forma de agustinismo que enseñaba la predestinación y la gracia divina, en lugar de las buenas obras, como vital para la salvación.

En 1646 Pascal entró en contacto con el jansenismo y se lo presentó a su hermana, Jacqueline, que más tarde entró en el convento de Port-Royal, un centro jansenista. Pascal, sin embargo, continuó batallando espiritualmente: él luchaba con la dicotomía entre el mundo y Dios. Entonces, el 23 de noviembre de 1654, experimentó una «conversión definitiva» durante una visión de la crucifixión:

«Desde las diez y media hasta las doce y media de la noche … FUEGO … El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no de los filósofos y sabios. Certeza. Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz».

Él registró la experiencia (llamada «Memorial») en un pedazo de pergamino que llevó consigo el resto de su vida, cosido dentro de su chaqueta. Empezó una asociación de por vida con Port-Royal – aunque él, a diferencia de su hermana, nunca se volvió un «solitario».

Pasión por Cristo

Sus más grandes trabajos no sólo son obras maestras de la prosa francesa, sino excelentes defensas de la fe cristiana. Les Provinciales, una colección de 18 ensayos considerados como brillante ironía y sátira, atacaba a los jesuitas y defendía la demanda de los jansenistas en pro de un retorno a la moralidad y a la creencia agustina en la gracia divina. La iglesia católica puso a Les Provinciales en el Índice, condenándolo pero fallando en calmar la controversia que produjo.

Pensées (Pensamientos), una colección de pensamientos de Pascal que él quiso presentar como una apología cristiana, se publicó después de su muerte. En ella retrató a la humanidad como suspendida entre la miseria y la felicidad, e impotente sin Dios. Las personas intentan evitar el abismo buscando distracciones. Pascal denunció la idea de que la razón y la ciencia solas puedan llevar a una persona a Dios. Sólo experimentando a Cristo se puede conocer a Dios.

El creer viene a través del «corazón», que para Pascal no eran meramente los sentidos y los sentimientos, sino la intuición que entiende sin acudir a la razón. Y la gracia de Dios lo hace real: «No te sorprendas al ver personas simples que creen sin argumentos. Dios les hace amarlo a él y odiarse a sí mismos. Él inclina sus corazones para creer. Nosotros nunca creeremos con una fe vigorosa e incondicional a menos que Dios toque nuestros corazones; y creeremos en cuanto él lo haga así».

En los Pensées, Pascal presenta también su famoso argumento para la fe: la apuesta. Puesto que la razón no puede dar una certeza absoluta –argüía él– cada persona debe arriesgarse a creer en algo. Cuando viene a la fe cristiana, decía él, una persona sabia apostará a ella porque: «Si tú ganas, lo ganas todo; si pierdes, no pierdes nada».

Voltaire y otros estudiosos denunciaron a Pascal como un triste fanático. Triste o no, él vivió la mayoría de su vida con un cuerpo frágil, y sus muchas enfermedades finalmente le pasaron la cuenta a la edad de treinta y nueve años.

Tomado de «Christian History». Trad. del inglés.