DESDE EL GRIEGO

«Anepilemptos» es una palabra griega que aparece solamente en la primera carta de Pablo a Timoteo (3:2; 5:7; 6:14). Dos veces se traduce por «irreprensible» y una vez «sin reprensión». La importancia de este término es la siguiente: Es el primero de los requisitos para ser anciano u obispo en la casa de Dios.

Ahora bien, el término «irreprensible», que se usa en castellano para traducir «anepilemptos», no deja de plantear sus dificultades. En efecto, «irreprensible» según el diccionario significa «que no merece reprensión o que no debe ser reprendido». De ser este el significado bíblico, indicaría que para ser anciano u obispo habría que estar muy cerca de la perfección o impecabilidad. No merecer reprensión o no tener nunca que ser reprendido supone casi una perfección absoluta. Por lo tanto, para una mejor comprensión de «anepilemptos» examinaremos su significado etimológico y su uso en el resto del Nuevo Testamento.

«Anepilemptos» es una palabra compuesta de «an» (privativo), que significa «no», de «epi» que significa «sobre» y de «lemptos» que significa «tomar» o «asir». «Anepilemptos», por tanto, en su etimología significa «no ser tomado de arriba» o «no ser tomado por sorpresa». Veamos, ahora, cómo es usada la palabra sin la partícula «an», es decir, veamos cuál es el significado del término «epilemptos», que aparece 19 veces: En Mateo 14:31: «asir»; Marcos 8:23: «tomar»; Lucas 9:47; 14:4: «tomar»; Lc. 20:20, 26: «sorprender»; Lc. 23:26: «tomar»; Hch. 9:27: «tomar»; Hch. 16:19: «prender»; Hch. 17:19: «tomar»; Hch. 18:17; 21:30: «apoderarse»; Hch. 21:33: «prender»; Hch. 23:19: «tomar»; 1Tm. 6:12, 19: «echar mano»; Heb. 2:16: «socorrer»; Heb. 8:9: «tomar».

El sentido entonces de «anepilemptos» es: «no ser sorprendido», «que no tengan que echarte mano», «que no haya necesidad de traerte a juicio». Usando un chilenismo: «Que no tengan que pillarte». Esto supone que se mantuvo oculta una situación determinada y, como todo en algún momento sale a la luz, la persona fue finalmente descubierta. La irreprensibilidad no tiene, pues, que ver con perfección o impecabilidad sino con ser transparentes o, como dice la Escritura, con «andar en luz» (1 Juan 1:6-7).

Ser irreprensible es andar con las cuentas cortas y claras; no es andar con cosas no confesadas. La confesión permanente debiera ser nuestro estilo de vida. Cuando no nos examinamos a nosotros mismos, llega el día que tenemos que ser juzgados y castigados por el Señor, a fin de no ser condenados con el mundo (1 Cor. 11:31-32).

En definitiva, una persona irreprensible, aunque peca y tiene faltas, es transparente y está lo suficientemente sujeto a autoridad para ser corregido. Esta actitud debemos manifestarla, no sólo cada vez que pecamos, sino permanentemente. De esta manera podremos «lavarnos» a tiempo unos a otros y la sangre de Cristo nos irá limpiando de toda maldad (1 Juan 1:9). Este camino no es el de la resignación frente al pecado, sino el de la verdadera liberación. Amén.