Tomando conciencia del real significado de la vida cristiana.

…y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús … Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba … Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo…”.

– Ef. 2:6; Col. 3:1-3: Heb. 10:19-25

Estos tres pasajes se refieren a la vida cristiana en los lugares celestiales. Nuestro deseo es poder ver un poco más sobre lo que realmente es la iglesia, según cómo Dios la ve.

Si logramos tocar estas realidades, eso cambiará nuestra manera de ser y de vivir personal y también congregacional.

Una cuestión de fe

La iglesia no es religión ni filosofía, no es un grupo de pensadores o de personas que se comportan diferente a la sociedad. La iglesia es el cuerpo de Cristo. No es un asunto académico o un fruto del intelecto humano; es una cuestión de revelación, una cuestión de fe.

Y la fe no es algo que tú adquieres por ti mismo; es un don de Dios. Los seres humanos tenemos cinco sentidos, pero un cristiano tiene un sentido más: la fe. El incrédulo no sabe esto. Sin embargo, un cristiano, a través de «este sentido», logra contactar las esferas más elevadas, desde el punto de vista espiritual.

Este sentido llamado fe es el que nos hace percibir y experimentar a Dios, tocarle y sentir su presencia en nosotros. Por la fe disfrutamos la gloria celestial, aunque aún no en su plenitud. Podemos sentir un gozo anticipado. No hay nada en este mundo que se compare a esto.

¿Qué nos posibilita el tener esta experiencia? La fe. La fe no es algo pequeño. Nuestro Señor Jesús mismo es el autor de la fe. Cuando él fue a la cruz y murió en nuestro lugar, él llevó la fe a la esfera más alta. Entonces, la fe que tenemos es fruto de él, el Autor y consumador de nuestra fe.

La fe nos es dada por Dios en Cristo Jesús. Nuestra salvación es por fe; nuestra justificación es por fe; nuestra santificación es por fe, y nuestra esperanza eterna es por fe. Nuestra vida cristiana, día a día, es por fe. Y la fe nos permite comprender lo que es la iglesia y también nuestra vida espiritual.

El vivir en la carne

Podemos ver la secuencia de los textos leídos como tres escalones de la vida cristiana. Al nacer de nuevo, tenemos una realidad celestial en nuestra vida, la cual cambia nuestra manera de ver todo: nuestro comportamiento en relación al mundo; nuestra manera de trabajar y de estudiar, de vivir el matrimonio y la familia, de lidiar con todas las cosas de la esfera terrenal. Muchos cristianos no se dan cuenta de esto, y viven su vida cristiana «en la carne».

Un ejemplo de alguien que rebajó su relación con Dios al nivel de la carne, es Abraham. Dios le había dado la promesa de la tierra y la promesa del hijo. Eso está en Génesis 15. Eso es algo espiritual, algo de profundo significado. Él tuvo una experiencia con Dios. En él, Dios tenía la simiente de una generación terrenal y de una generación celestial; la primera, tipificada por la arena del mar, es Israel; y la otra, las estrellas del cielo, es la iglesia, porque la esencia espiritual de la iglesia es celestial.

En Hechos 10, Pedro tuvo la visión de aquel lienzo. Aquella era una visión de la iglesia. Después de aquella experiencia, llegaron tres hombres a buscarlo. Dios había preparado todo. Entonces, cuando Pedro se reúne con ellos, el evangelio alcanza a los gentiles. La iglesia no era algo exclusivo de los judíos; ella incluye a todas las personas, pueblos, tribus, lenguas y naciones. ¿Cómo es posible esto? Porque es una obra celestial.

Hoy, nosotros estamos aquí como un testimonio vivo de eso. Dios prometió a Abraham que tendría una generación terrenal y también una generación celestial. Pero, (Gén. 16), Sara, su esposa toma la iniciativa y le hace una propuesta a Abraham hacia un camino que no era la plena voluntad de Dios.

Abraham engendró a Ismael. Ismael representa la mezcla de la fe con la carne. Es una práctica común entre los cristianos reducir la fe a un camino carnal. Tú pones fe, pero le añades tu fuerza. A menudo, los cristianos determinamos hacer alguna cosa y la buscamos a nuestra manera. O bien, primero tomamos una decisión, y después oramos. Eso no es fe; es mezclar la carne con la fe.

El camino de la fe

Cuando tú andas por fe, lo primero que buscas es el descanso. Sabes que Dios lo hará a su manera. Y si Dios no responde lo que pides, esa es la certeza de que Dios está en el control. A veces Dios no responde a lo que pedimos, para nuestro propio bien. Necesitamos aprender a recorrer el camino de la fe.

Efesios capítulo 2 comienza diciendo que nosotros estábamos muertos en nuestros delitos y pecados; en otro tiempo, andábamos según la corriente de este mundo y éramos por naturaleza hijos de ira. Y luego dice: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)» (6:4-5).

«…y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (v. 6). Observemos la frase: «Juntamente con él nos resucitó». Aquí tenemos que aprender tres lecciones. Primero, el tiempo del verbo aquí es perfecto, y apunta a una acción completa, con resultados continuos, enfatizando un estado y condición permanente. ¿Qué significa esto? El hecho de que nosotros hayamos resucitado con Cristo es la mayor experiencia que alguien pueda tener. Esto es nuestra salvación.

No podemos pensar en la salvación meramente como una liberación del infierno. No es solo que nosotros hemos pecado y Dios nos perdonó. Esa es la manera religiosa de verlo. Nuestra salvación es mucho mayor que eso; ella significa que tú y yo experimentamos todo aquello que Cristo realizó.

Pablo lo describe así: Cuando Cristo fue crucificado, nosotros fuimos crucificados con él; cuando Cristo murió, nosotros morimos con él; cuando Cristo fue sepultado, nosotros fuimos sepultados con él; cuando Cristo resucitó, nosotros resucitamos con él, y cuando Cristo ascendió, nosotros también fuimos en él en aquella ascensión. Esto es la salvación. Si esto no está claro para ti, procura recibir hoy a Cristo en tu vida, porque, a lo sumo, lo que tú tienes es una salvación religiosa.

La salvación es un cambio de estado y de posición. ¿Qué significa un cambio de estado? Nosotros estábamos muertos, pero ahora no, pues hemos sido incluidos en la resurrección de Cristo. Esto significa que la obra de Su resurrección está presente en nuestra vida.

Sabemos que en este cuerpo de carne tenemos deficiencias, pero fuimos resucitados con Cristo, y esta gran obra aún está siendo realizada en nuestras vidas. Primero fue la justificación. Ahora, Dios está trabajando en nosotros la santificación, y luego tendremos la glorificación, participando de la plenitud de su gloria eterna.

¿Logramos ver esa salvación? Primero, él nos libertó del imperio de las tinieblas. Hubo un cambio del estado en que nos hallábamos. Nuestra condición era de condenados; ahora es de justificados. Pero no es solo un cambio de estado, sino también un cambio de posición. ¿Qué posición es ésta? Pablo dice que nosotros éramos hijos de ira, y ahora somos hijos de Su amor. ¡Esta es nuestra salvación!

Aquí tenemos otro punto. Ese estado que nosotros tenemos ahora tiene condición permanente. Ésta no es una salvación simple. En el Antiguo Pacto, era necesaria cada año la ofrenda por la expiación. Pero en Hebreos 10 vemos que Cristo hizo una única ofrenda, y nos perdonó eternamente. Él está sentado ahora. ¿Por qué? Porque él descansa sobre el fundamento de su obra.

«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Rom. 8:1). Esta salvación implica que fuimos librados de la potestad de las tinieblas, y trasladados al reino del Hijo de Dios (Col. 1:13).

La obra del enemigo

Satanás  trabaja en la debilidad de nuestra carne. Aún estamos en este cuerpo de carne; somos limitados por ella, somos vulnerables. No lo olvidemos. Nuestros pecados fueron perdonados; pero nuestro pecado, nuestra naturaleza, tiene que ser trabajada por la cruz, por la Palabra, por medio del Espíritu Santo operando en nosotros, convenciéndonos de pecado, de justicia y de juicio.

No olvidemos esto, porque muchos cristianos hoy tienen dificultades espirituales, y aunque han recibido al Señor en su vida, están en constante debilidad. No logran vivir la vida cristiana celestial; siempre están tratando con los mismos pecados. Esto es propio de la carne, pero eso no es la vida en el Espíritu.

Pablo llega a decir en Romanos 7 que es como si hubiese dos personas dentro de él, en una batalla interior. En Gálatas capítulo 5, nos muestra también esto, el contraste del andar en el Espíritu, y las obras de la carne. Somos confrontados todo el tiempo con esto. Pero, ¿qué puede ayudarnos? El caminar por fe. Porque la fe apunta hacia lo alto.

Tenemos una posición celestial. Si no vivimos esta realidad, aceptando las condiciones de la carne, seremos cada día más vulnerables ante Satanás. Es a través de la carne y del poder del mundo que él intenta seducirte y hacerte caer. Comienzas a ser un cristiano problemático, una piedra de tropiezo en medio de los hermanos. Tu vida cristiana no fluye. Tienes dificultades con la Palabra, con la oración y con la llenura del Espíritu, dificultades para servir de manera consagrada. Tu vida está enredada. Pero, ¿qué ocurre? Satanás está ganando ventaja por causa de la ignorancia espiritual.

Resucitados con Cristo

El Señor nos libró de la potestad de las tinieblas, y la vida cristiana es la vida vivida en las esferas celestiales. La frase: «Juntamente con él nos resucitó», es una descripción grandiosa. ¡No podemos aceptar una vida que sea menos que eso! No le permitamos a Satanás engañarnos.

Este es un hecho inmutable: tú resucitaste con Cristo; tu vida es una vida celestial en la tierra. ¿Tiene limitaciones? Sí. ¿Tiene tribulaciones y dificultades? Sí. Sin embargo, tú ya no ves las cosas desde el punto de vista carnal, sino desde la perspectiva celestial. Ahí sabrás que todas las cosas cooperan juntamente, para que el supremo propósito de Dios se cumpla en tu vida. ¿Logras ver esta vida celestial?

«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col. 3:1). ¿Qué significa este «Si…»? Aquí hay una característica de alguien que resucitó. Aquel que participa de esta salvación tan grande tiene este rasgo visible. No podemos decir que somos salvos si no estamos disfrutando de las glorias de la resurrección de Cristo.

La vida celestial

A pesar de nosotros, este asunto es inmutable. Esto es realidad. Una vida cristiana sin realidad espiritual no es vida cristiana, sino solo religión. No permitamos que el enemigo transforme nuestra vida en religión. «Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba».

¿Qué significa buscar las cosas de arriba? Aquí hay dos puntos significativos. Primero, sí, debemos buscar las cosas de lo alto. Y segundo, debemos ver todo desde el punto de vista celestial. Nuestra perspectiva no es horizontal, sino celestial. Si miras hacia el frente, estás viendo según la esfera carnal.

Tal vez en tu vida conyugal, tú estás enfrentando una gran lucha y ya no tienes esperanza. Si es así, deja de mirar tu matrimonio desde el punto de vista natural. Tú lo estás considerando según tus emociones. Comienza a verlo no desde abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. ¿Por qué? Porque tú estás con Cristo en los lugares celestiales.

¿Por qué falló Abraham? ¿Por qué él mezcló la fe con la carne? Porque miró hacia su condición, vio la vejez de Sara, y entonces tomó un camino errado. Dios le había dado el camino de la fe. El camino de la fe no es fácil: es imposible. Pero es allí cuando Dios actúa. No es un asunto de la carne o de fuerza humana; es algo donde solo Dios actúa.

Dios escoge ese camino «imposible» con el único propósito de que, en todas las cosas, nosotros tengamos comunión con él. Así empezarás a percibir que no son «las cosas», las bendiciones recibidas, lo que te hace feliz, más bien verás que, todo lo de real valor, tiene que ver con tu comunión con Dios, con la presencia de Dios y con la gloria de Dios. Entonces no te gloriarás en las bendiciones, ni te juzgarás como la persona más espiritual, porque el Señor mismo será siempre tu objetivo supremo. Esto cambia nuestra manera de andar y de vivir.

Un día entraremos en la plenitud de esta vida. Esta es nuestra esperanza viva. Nosotros no estamos esperando la sepultura; estamos esperando el reino de gloria, porque nuestro Señor venció a la muerte, venció al pecado, venció al mundo y venció al diablo. Él es nuestra victoria.

Nuestro culto racional

Necesitamos tener una mente celestial. Nuestra flaqueza no es solo nuestro cuerpo, tan vulnerable al pecado; sino también nuestra mente, es allí donde se libran las grandes batallas espirituales. ¿Cómo tener una mente celestial? Pablo nos enseña: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Rom. 12:1). Nuestro cuerpo consagrado es el culto racional.

El cuerpo es templo del Espíritu Santo. Tenemos que consagrar nuestro cuerpo, porque dentro de él tenemos nuestra alma (mente, emociones y voluntad) y nuestro espíritu (intuición, conciencia y comunión). Pablo dice que este es un culto consciente; él está hablando de estas facultades del alma y del espíritu. Eso es lo que debe ser un culto a Dios. Si no ofrecemos nuestra vida como un culto a Dios, poco importa lo que cantamos. Eso no hace diferencia.

Si paso todo el día haciendo cosas abominables, pero llego a la reunión, me pongo una máscara de santidad y levanto mis manos para alabar a Dios, eso no está bien, porque el culto no comienza en el momento de la reunión. El culto a Dios es mi vida. Dios no busca la adoración; él busca adoradores. Para él, ambas son una sola cosa. Lo que tiene valor para él no es lo que cantamos, sino nuestra vida.

Las formas del mundo

«No os conforméis a este siglo» (v. 2). La palabra «conforméis», en el original, significa «encajar en una forma». Cuando nuestra vida no es un culto a Dios, aún estamos en la forma del mundo. No hay un tercer camino: o somos un templo, o somos moldeados por los patrones del mundo.

Muchas veces pensamos: ¿Por qué yo no tengo una vida celestial en la tierra? Aquí está la respuesta: porque estamos en la forma del mundo. Pero si tú quieres tener una vida celestial en la tierra, tu cuerpo tiene que ser un culto para Dios. El mundo quedó atrás; aquella es la potestad de las tinieblas, de donde fuimos arrancados. Ahora nosotros estamos en el reino del Hijo de Dios. Esta es otra realidad.

«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento». Ahora, en Cristo, la mente es transformada; viene a ser una mente renovada. Una nueva mente, una nueva manera de pensar, de ver, de discernir. Esta es la mente de un cristiano espiritual, aquel que vive la vida cristiana elevada, no una vida cristiana superficial o mediocre.

Pese a todas las dificultades, este cristiano tiene una vida celestial. Aún en situaciones sumamente difíciles, cuando todo parece estar perdido, él lo considera todo desde una perspectiva celestial. Dios está en el control, él está trabajando; todo coopera para el bien de Su propósito. No es mi bien, es el bien de él; no es mi propósito, es el propósito de Dios. Eso lo cambia todo.

Ahora entendemos por qué aquellos primeros cristianos murieron por este evangelio, por esta causa. ¿Y cuál es nuestra causa? Nosotros no hemos llegado a morir por el evangelio, ni aun estamos consiguiendo vivir por él. Tenemos dificultades en la comunión, en la oración, dificultades con la palabra, dificultades con el Espíritu Santo, con los dones y con los frutos. Eso no es correcto. Entonces, ¿qué haremos?

Que hoy podamos tener la sinceridad de llegar delante de Dios y confesar nuestras faltas, diciendo: «Señor, tómame con tus manos y llévame a experimentar las esferas más altas de mi salvación. Sácame de esta periferia, ayúdame a vivir este evangelio, desde mi matrimonio, mi hogar, aun delante de todos los principados y potestades en los lugares celestiales».

«Porque habéis muerto…» (Col. 3:3). Esto tiene un contraste. Fuimos resucitados. ¿Y por qué fuimos resucitados? «Porque habéis muerto». ¿Morimos para qué? Morimos para el pecado. «Consideraos muertos para el pecado» (Rom. 6:11). El pecado era nuestro amo; estábamos esclavizados por él. ¡Pero nuestro Señor venció al pecado!

Morir al pecado es también morir para el mundo. No permitas que el mundo tenga poder sobre tu vida; porque él te robará tu tiempo, perderás la presencia y el gozo del Espíritu y perderás la comunión con el Señor. Entonces, debes saber que tú moriste para el mundo, para el pecado y para la carne. Tú has resucitado con Cristo. Ya no le perteneces a la potestad de las tinieblas; eres un ciudadano celestial.

Escondidos con Cristo

«Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 1:3). ¡Qué hermosa declaración! Tomemos la fuerza de esta frase. Tu vida está escondida con Cristo en Dios. Es maravilloso. ¡Cuánto poder hay en esta declaración! No hay nada que pueda aplastar tanto a Satanás como la fuerza que hay en ella. Él solo tiene poder cuando nosotros le damos lugar. Cuando tú puedes declararla con fe, anhelando esta realidad, es como cerrar la puerta con todas las fuerzas ante el rostro de Satanás. Tu vida está escondida con Cristo en Dios. Que el Señor hable ricamente a tu corazón a través de esta frase.

La ofrenda perfecta

«Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo» (Heb. 10:19). El contexto del versículo 19 se encuentra en los versículos 17 y 18: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado». ¿Dónde está la fuerza de este texto? En los versículos 12 y 14. Al leer los versículos 12 y 14, 17 y 18, tendremos un hermoso cuadro acerca de nuestra redención.

«Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios» (v. 12). La versión en portugués dice que él está «sentado para siempre» a la diestra de Dios. ¿Por qué sentado para siempre? Porque él ofreció una única ofrenda, y ésta es totalmente suficiente, porque ella satisfizo todas las exigencias de Dios.

Todo lo que esta ofrenda tenía que cumplir, lo cumplió, con relación a los pecados, a la muerte y al diablo, con relación al infierno y al mundo. Y también delante de Dios, ella satisfizo la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios. Esta es nuestra salvación. Un único sacrificio.

«Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (v. 14). Él los perfeccionó para siempre. ¿Cuál es el secreto de esto? Versículo 12: «Un solo sacrificio». Versículo 14: «Una sola ofrenda». «Hizo perfectos para siempre». ¡Qué salvación es ésta! Esta salvación entró a tu corazón generando una fe viva, una esperanza viva, una certeza eterna; quebró los grilletes del pecado, te sacó de la potestad de las tinieblas y te colocó en la posición de hijo de Dios. ¡Aleluya!

Una invitación celestial

El versículo 19 comienza: «Así que».  Esta es una cláusula conclusiva. Está concluyendo todo lo que Pablo viene hablando en los versículos anteriores. «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo…». Esto es glorioso. La frase «en el Lugar Santísimo» es otra manera de decir «en los lugares celestiales».

Este texto dice que tú puedes entrar. Satanás te dirá que tú tienes tantas deficiencias. Pero aquí no dice eso. Dice que tú puedes. ¿Y por qué puedes entrar? Porque Cristo hizo un solo sacrificio para salvarte. Si tú fueses la única persona perdida en este universo de billones de personas, él habría venido igual aquí a realizar la misma ofrenda para salvarte.

El Señor está sentado en el lugar de gloria, en el Lugar Santísimo. Y hoy nos invita a entrar. Tú dices: «Pero yo no me siento digno». Es el enemigo quien quiere hacerte retroceder. Pero Pablo dice que nosotros no somos de aquellos que retroceden. No podemos retroceder, pues somos invitados a entrar. Sí, puedes entrar, porque lo que te habilita para ello es el poder de la sangre de Jesús. Esta es la sangre que Dios ve. Esto es maravilloso.

Un plan eterno

Recordemos Éxodo capítulo 12. Cuando Dios ordenó que sacrificasen un cordero, y que su sangre fuese puesta en los dinteles de la puerta, el cordero debía ser tomado el décimo día, pero era sacrificado en el décimo cuarto día. ¿Ves la belleza de esto? Es lo que Pablo dice en Romanos 3:25. La versión en portugués dice que Dios «propuso» a su Hijo como propiciación. Significa que Dios lo realizó antes. ¿Qué nos muestra este cuadro? Antes que Jesús muriera en la cruz, antes que Adán cayese, ya había un Cordero apartado y crucificado. Dios ya había provisto para nosotros salvación eterna en Cristo Jesús.

La salvación fue consumada en la cruz. Pero el plan de ella ya estaba dentro de Dios por toda la eternidad (1 Pedro 1:19-20). Esto es maravilloso. ¡Esta es la salvación que tú tienes! Satanás quiere quitarte la alegría y la certeza de ella. No permitas que el pecado te limite; no permitas que tus debilidades o tu carne te hagan retroceder. Míralo a él. Si él está sentado, es por ti, porque él ofreció un único sacrificio.

Dios aceptó el sacrificio, porque la sangre es el camino. Cuando tú vas por esta sangre, Dios no ve a un pecador, sino que ve la sangre sobre él. Cuando Dios mira la sangre, él ve la grandeza de la obra de su Hijo. «Consumado es». ¡Aleluya, podemos entrar! No podemos aceptar otra salvación que no sea ésta.

Cristo, sumo sacerdote

«Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios…» (v. 21). Es impresionante el lenguaje de estos textos. La casa de Dios es otra manera de referirse a nosotros. Hebreos 3:6 dice que la casa de Dios somos nosotros. Está hablando de nosotros de manera colectiva. Al ver el versículo 19: «Así que, hermanos…», éstos también son la casa de Dios. Entonces, los hermanos pueden entrar.

Sobre la casa de Dios hay un sumo sacerdote. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, la obra de Cristo como Salvador, es una obra del pasado; ella ya fue hecha. Pero, como sumo sacerdote, su obra está siendo realizada ahora. En este exacto momento, Cristo es el sumo sacerdote. Nuestra relación con él no es solo el relacionamiento con el Salvador. Su obra de salvación fue consumada hace dos mil años atrás; pero su obra como sumo sacerdote está siendo realizada ahora.

¿Con qué está tratando él ahora? En nuestra salvación, él trató con nuestros pecados. Sin embargo, como sumo sacerdote, él trata con nuestras debilidades. Él sabe que somos débiles. A veces, cuando nuestra oración no consigue llegar a Dios, ¿sabes lo que el Señor hace? Él intercede por nosotros.

«Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte» (Luc. 22:31-32). Vemos cómo el Señor Jesús se anticipó a Pedro; él sabía que la fe de Pedro se debilitaría, y éste lo negaría. Pero él no desistió de Pedro.

Cuando Pedro lo negó, vio que los ojos del Señor estaban sobre él. Jesús no apartó su mirada ni aun cuando éste lo negaba. Tú puedes negarlo, pero él no te abandonará. ¡Esta es nuestra salvación! Todo esto es tan glorioso. Tenemos un sumo sacerdote sobre la casa de Dios. «Acerquémonos». No es retroceder, sino entrar, aproximarse, avanzar; es vivir la vida celestial en la tierra.

Congregados en lo alto

«No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (v. 25). Hay dos maneras de analizar este texto. Primero, de manera natural. Ésta nos mostrará que el texto se relaciona con las reuniones de la iglesia. Pero debemos saber que, hasta ese tiempo, los hermanos no tenían un local de reunión.

Segundo, la palabra «congregar» es muy interesante. Ella solo aparece dos veces en la Biblia. La primera en 2a Tes. 2:1: «con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él». En griego es episunagoge. La idea aquí es congregarse en lo alto.

Todos los textos que hemos leído tienen relación con la vida cristiana celestial. Efesios 2:6 dice que «nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús». Y Hebreos 10:12 dice que él está sentado para siempre a la diestra de Dios. Entonces, si él está sentado para siempre a la diestra de Dios, ¿qué quiere decir «sentados con Cristo en los lugares celestiales»? Que nuestra salvación nos introdujo en la esfera más elevada de la presencia de Dios. Podemos entrar y disfrutar de esta presencia todo el tiempo. Te puedes acercar con un corazón sincero, en plena certidumbre de fe.

La certeza de la fe

¿Cuál es la certeza de la fe? La eficacia de la sangre de Cristo Jesús. No es mirándote a ti mismo, sino considerando aquello que Dios ve. Este es un acto de fe. Entonces, esta certeza de fe ahora tiene un objetivo: la sangre de Cristo Jesús. La sangre de Jesús te purifica de todos tus pecados. Entonces dice: «No dejemos de reunirnos con el Señor en los lugares celestiales, como es costumbre de algunos».

Necesitamos exhortarnos, porque nuestro Señor está volviendo, y antes de entrar en los cielos para vivir la plenitud eterna, nosotros podemos disfrutar los cielos aun estando en esta tierra. Si tocamos la realidad de esta palabra, veremos una gran oportunidad para que Dios comience un gran avivamiento con nosotros. Porque esta es la experiencia práctica del avivamiento: la conciencia del verdadero significado de la vida cristiana. Amén.

Síntesis de un mensaje compartido en Temuco, Chile, en agosto de 2017.